martes, 22 de agosto de 2017

Ámbar, capitulo X :Las botellas no solo contienen vodka....

                                  CAPITULO X
             Las botellas no siempre contienen vodka              
Ruslán me extendió unos papeles antes de despedirnos, me dijo que eran los que había encontrado en la botella. Usted ya los conoce, me dijo, porque dejé fotografiarlos a aquellos que me preguntaron antes por todo esto. Pero he dedicado, comentó,  muchas horas a recomponerlos sin resultados, solo palabras sueltas. Antes de meterlos en la botella quien fuera que los escribiera los tuvo escondidos, quizás en un bolsillo. A ellos nos les di mi transcripción aunque tampoco les hubiera servido pero fue como un gesto de rebeldía, no tenía por qué ayudarles. Espero que usted los saque provecho, yo no he podido.
Nos despedimos con un sincero apretón de manos, no sabíamos, o si, si nos volveríamos a ver. Él se quedó con aire cansado y triste sentado en el umbral en el que nos habíamos separado y Viktor y yo nos metimos en la furgoneta en medio de un silencio perturbador. Me entraron ganas de decirle que volvería a verle, que haríamos una barbacoa, que cantaríamos y nos reiríamos pero como soy bobo no se lo dije.
Hicimos el camino de vuelta callados, ninguno tenía ganas de decir nada, supongo que por motivos diferentes y ni siquiera me di cuenta de los baches aunque creo que mi amigo conducía muy despacio como si no tuviera ningún interés en llegar a ninguna parte o porque no quería desazonarme más o por las dos cosas…
Mis sentimientos eran encontrados, de distinto sentir emocional. Por una parte el conocer de boca de quien había sufrido en sus carnes otra tragedia estaliniana, no ayudaba a mi equilibrio emocional y, por otra, queriendo que la cabeza superara al corazón, me desazonaba más aun el que sabía mucho sobre el ámbar, el tren y el Baikal pero no me servía de nada y diría que ni falta que me hacía, de hecho no era capaz de poner en orden todo lo que había escuchado, ni en tiempo ni en espacio, todo envuelto como estaba en sufrimiento y sangre.
No me cuadraban las fechas de nadie con las de la guerra, ni las de la duración del viaje del tren siquiera, pero no importaba, nada importaba en aquella tragedia, ni creía tuvieran ningún significado porque nadie estaba en condiciones de recordarlas ni entonces ni ahora. Y el ámbar ahora era de color rojo sangre y ya no me gustaba.
Al separarnos no sabíamos que decir, simplemente nos abrazamos y cuando me llevé la mano al bolsillo para pagarle, con un gesto muy ruso de agitar la mano a la altura de la cara y hacia adelante, rechazó el dinero.
Como soy demasiado espontáneo y, como para romper el momento, le dije que le compraba la moto. Viktor esbozó una rara sonrisa, sin ganas, y me contestó que no, que era su juguete pero que me la prestaría cuando la necesitara o quisiera darme una vuelta en ella.
La furgoneta se alejó y aun esperé unos minutos fumando un cigarro antes de entrar. Seguro que Olga nos había oído llegar pero es que no sabía cómo explicarla lo que aquel hombre nos había contado.
En contra de mi manera de ser, pasé varios días sin hacer nada, durmiendo y haciendo el vago incluso en las tareas domésticas en las que solía ayudar. Tenía una empanada mental de tamaño familiar y no era capaz de hacer un resumen de lo que había escuchado ni de ponerlo en un orden cronológico. Dicen que, a veces, cuando uno se sumerge en una Cultura que no es la suya queda tan anonadado que tarda mucho tiempo en asimilar lo que ha visto, lo que ha oído, lo que ha vivido… y que le suele pasar a los viajeros, pero no a los turistas. Parece evidente que yo era viajero, casi nunca hago fotos, mi cámara es mi retina y mi guía mi curiosidad.
A veces tomaba los papeles de la botella y Olga me lo reprochaba con un mohín y ladeando la cabeza, con eso gesto de déjate ya de esas cosas que acaba cuando, un día, te dicen eso de te lo dije…
No dijo eso pero, desayunando comentó:
- Si tienes que irte, vete cuanto antes, no me gusta verte así.
- No es eso, no tengo que ir a ningún lado ni quiero hacerlo, respondí, simplemente estoy desconcertado y, no te enfades pero creo que tu hijo no me ha dicho la verdad porque no me encaja nada y es imposible que empiece una aventura que le resultará cara y de incierto final sin saber más. Ruslán, el hombre al que hemos ido a visitar, ha sido sincero conmigo pero no sabe nada de nada ni lo quiere saber. Me dijo que no quería saber sino olvidar… y no sé si me pasará lo mismo a mí.
- Pues déjalo, tira esos papeles y olvídate de todo esto pero despierta y levántate.
- No es tan fácil, está también Vladimir y no le voy a dejar sólo.
- Ni yo te lo pediría, por ti y por él, contestó, pero si no se puede con una cosa hay que dejarla y olvidarla. Cuéntame lo que sabes, quizás hablar te ayude.
- Puede ser que tengas razón pero no sé ni por dónde empezar. Bueno el principio ya lo conoces pero no tengo la menor idea de por dónde comenzar a buscar, a preguntar, a saber y casi te diría que el ámbar aquí no tiene nada que ver por muy engarzado que estuviera en oro y plata. Me parece que de seguir en esto llegaremos a las cloacas de la parte más sucia de la URSS.
- Inténtalo, cuéntamelo, repitió.
La conté con cierto detalle la historia de Nikolai y la de Ruslán y su amigo sin omitir los detalles más dolorosos y con cara asombrada me pidió que recopilara para ella lo que sabía sobre el tren y el famoso tesoro por saberlo y por si a ella se le ocurriera algo aunque en realidad no sabía qué.
¿Recopilar? Nada… Sabía lo que me había contado Aleksander, poca cosa, lo que me había relatado el checheno y lo que había leído.
Un tesoro de ámbar de gran valor, seis toneladas aproximadamente, montado sobre plata y oro desaparecido sin que nadie supiera cómo de Kaliningrado, antes Konigsberg, robadas en el sitio de Leningrado en donde fueron embarcadas en un tren camino de Alemania. Nadie sabe si lo destruyeron con los bombardeos, si retrocedió como mantenían Aleksander y Vladimir, si lo embarcaron en un buque que luego se hundió como se contaba, o lo hundieron, y ni una sola pista.
El tren debiera de tener, según mis cálculos, demasiados vagones para una locomotora, debería haber maniobrado entre vías férreas bombardeadas y entre combates tremendos con personal nada profesional…tren, que después, hace supuestamente un largo recorrido hasta la Siberia profunda haciendo paradas para cambiar el contenido de unas cajas rotuladas en alemán, presuntamente, y según el relato de Nikolai-Ruslán, por piedras o algo muy pesado, algo que luego se hunde en el fondo del lago junto con los cadáveres de todos los supervivientes que participaron en aquel viaje tremendo a lo largo de Bielorrusia y Rusia, durante muchos días.
 En las cajas rotuladas alguien leyó la palabra amber lo cual no es, no era, motivo suficiente para estar detrás de uno de los mayores misterios de la URSS y la Gran Guerra Patria.
No me atrevía a decir a Olga que su hijo mentía, y no era la primera vez, pero estaba convencido de que había mucho más, muchísimo más. Quizás mentir no es la palabra exacta pero de que algo ocultaba estaba absolutamente seguro a pesar de que bien sabía que no siempre las cosas eran lo que parecían sino todo lo contrario, pero era que ya este personaje no me inspiraba ninguna confianza porque ya me había mentido demasiado.
Sorprendentemente me comprendía como yo no podía suponer porque dijo:
- No tienes por qué creer a mi hijo, forma parte de un tiempo nuevo que no podemos comprender, gente joven que solo quiere ganar y subir y no va a cambiar porque pertenece a la generación de las prisas, del dinero que da las cosas caras y así los crearon en el KOMSOMOL…en Moscú vi todo y de todo y los conozco muy bien. Me gustaría que fuera de otra forma pero la realidad es como es. Ya me gustaría saber, nunca me lo ha dicho, quien le recogió y con quien vivió que quizás explicaría muchas cosas y no lo hará nunca porque no quiere que lo sepa porque cree que no me va  a gustar pero tengo muy claro que le acogieron los mismos que mataron a mi padre.
Vladimir es tu amigo, incluso un hermano ¿Por qué no le llamas? Él nunca te mentirá aunque quizás no sepa nada, estará en Tsinvali con su familia y deberás hacerlo antes de que se vaya a investigar a Bielorrusia.
También déjame los papeles, aprendí cifrados en el mundo subterráneo, cifrados con los que los niños se comunicaban. En cualquier caso tú no sacarás de ellos nada obsesionándote. Y no eres tan listo como te crees, te has aburguesado…
Me quedé pensativo, ella tenía un cierto sentido práctico de todo y lo demostraba continuamente. No pensaba más allá de lo que no entendía y, como en este caso, o buscaba respuestas en quien las tenía o olvidaba el asunto así que, entendiendo que tenía razón una vez más y que no había otra solución, la contesté que mañana le llamaría sin falta y dejé los papeles encima de la mesa de trabajo como me había pedido.
Pasé la noche medio en blanco, con ese sueño que alterna tiempo en el que no se sabe si se está despierto, dormido o soñando. Me daba cierto temor llamar a Vladimir y no sabía el por qué, me decía a mí mismo que no debía preocuparme pero algo, el instinto, me indicaba que no todo iba bien al menos no como debiera.  Y además me jorobaba que Olga pensara que me había aburguesado aunque no sabía muy bien que había querido decir…Alfredo Vigón todo un burgués¡¡¡ manda …narices…!!!
Calculé el cambio de hora para no despertar a nadie y casi a la hora de la comida llamé.
Una voz destemplada, de mujer, contestó con el consabido slushayu.
- Buenos días señora, dije ¿Está Vladimir en casa? Soy su amigo español Alfredo Vigón.
Los gritos debieron de oírse en el centro de la Tierra. “No es usted bien recibido en esta casa, es usted un diablo que se lleva a mi marido sin saber yo a donde. Cuando llega a casa está siempre borracho y no habla…” y otras lindezas, supongo que debieron ser horribles porque recurrió a su lengua materna, o eso creo, para escupir las palabras cada vez más altas en tono más que insultante, amenazador para colgar después sin darme ninguna opción a contestar. Sabía yo que algo no iba bien…
Me quedé mudo ante la mirada inquisidora de Olga que no daba crédito a lo que la expliqué sin encontrar respuesta a lo sucedido. Me hizo un gesto cariñoso y volvió a sus cosas.
La única posibilidad de saber algo más acababa de esfumarse porque llamar a Aleksander estaba descartado de antemano y lo peor era que se echaba el invierno encima y, como en todas partes allí, hasta febrero nadie le daba un palo al agua y no precisamente por vagancia sino por la imposibilidad material de salir a la calle. Los italianos tienen el Ferro Agosto, los rusos el Ferro Invierno y ¿los españoles? ¿Que teníamos los españoles?
Desconcertado, indeciso, me preguntaba si alguno de los dos interfectos, tendría la intención de llamarme y comí en silencio con la mirada vacía, vacía como mi cabeza.
Es muy duro hacerse mayor. Siempre pensé en lo bonito que sería envejecer con dignidad pero resultaba que yo, un hombre joven, muy joven todavía, no encontraba ni soluciones ni salidas a situaciones que no ha mucho formaban parte de mi vida cotidiana como si de beber un vaso de agua se tratara. Pero filosofar ya no me servía de nada. El caos reinaba en mi cabeza, ese gran caos ruso que conduce a un pequeño orden pero ¿Cuándo?
Me preparé para hibernar como los osos aunque no tenía ningún gran plan establecido pero si me propuse pedirle la moto a Viktor e ir a visitar a Ruslán antes de que cayeran las nieves para lo que, previamente, le compraría tres o cuatro libros de Historia.
Dicho y hecho me presenté sin previo aviso, no tenía como hacerlo, vestido de “La hormiga atómica” sobre la moto antediluviana…Sonrió al verme francamente, sabía perfectamente que la visita era pura y dura amistad.
Le di los libros, una “Historia ilustrada de la Revolución francesa”, “La España de Carlos III”, lo único que encontré en la Casa del Libro sobre nuestro país, y una novela de Le Carré que se desarrollaba en Rusia y él correspondió con una antiquísima edición de “Diez días que estremecieron al mundo” del periodista americano John Reed sobre la Revolución bolchevique y que tomó partido revolucionario haciéndose así famoso aunque no sabía si gracias al libro porque, por supuesto, no le había leído.
Reímos, charlamos, paseamos por la ribera disfrutando de los maravillosos ocres del arbolado, del silencio y del cantar de las aves…y andando, andando, andando llegamos a un diminuto camposanto en donde, con signo respeto, se quitó su ushanka y me guió a su parte lateral derecha.
No hizo falta que me dijera nada…una tumba en tierra con una cruz ortodoxa, un nombre, Vladimir Vladimirovich Gopieev y una fecha, 23 de agosto de 1946 y al lado otra con el nombre de Lena Vladimirovna Gopieeva y la fecha de su muerte: 4 de mayo de 1961.
Estuvimos allí unos diez minutos sin decir nada, quizás rezamos, al menos yo a mi manera lo hice, y antes de que se hiciera muy tarde para que yo volviera, retornamos a su casa casi en silencio.
La visita no me dejó indiferente porque creía que debía hacerla y estaba convencido de que a Ruslán le hizo bien hablar de cualquier cosa que le trajera amables recuerdos, de Historia por ejemplo, y olvidar lo malo para recordar lo menos malo, buena aunque difícil manera de sobrevivir mentalmente. En todo caso estaba contento porque hice lo que debía, lo que le debía.
Llegó la primera nevada, suave pero densa y suficiente para tener que encender la chimenea. No es que el invierno no me guste, todo lo contrario, sino que me pilla siempre por sorpresa, como sin avisar, y en realidad en esta parte del mundo siempre viene así produciendo un paisaje impresionante y un silencio que se escucha en la noche aunque solo por los soñadores.
También me ponía nostálgico y me daba por silbar y tararear entre dientes aquel tango de Carlos Gardel que decía algo así como “…las nieves del tiempo platearon mi sien…” pero no desde siempre, solo desde que me di cuenta de que algún pelo blanco asomaba en mi cabeza y parecía reírse de mí porque se retorcía como en una carcajada y daba, me daba, la impresión de que cuantos más me quitaba más me salían en una especie de summum del cachondeo.
Después venían unos días muy fríos pero sin precipitaciones, quizás algo de lluvia de esa que en algunas partes se llama calabobos, porque a lo bobo, a lo bobo, te van calando…
En mis reflexiones posaba la vista sobre aquellos papeles sin posible interpretación pero, siguiendo el consejo de Olga, los dejaba tal cual, los movía un poco y seguían sin encajar de ninguna manera.
Contenía palabras sueltas descifradas por Ruslán, tren, soldados, Omsk o Tomsk, Valodia, joyas, cajas, disparos…palabras sueltas que nada decían en número aproximado de cien…las cotejaba con el original y bastante había hecho el checheno poniendo a limpio aquel galimatías. Las palabras las había cambiado mil veces de posición, como si formaran un crucigrama o un autodefinido pero que si quieres arroz Catalina. Y lo más intrigante era la hoja que tenía claros dobleces con palabras también sueltas sin ningún sentido.
Días después, cuando ya nevaba con intensidad y no me hacía ninguna gracia ponerme las raquetas para ir a la ciudad, encontré un barco de papel, de esos que se hacían en el cole cuando nos enseñaban la papiroflexia y en una de sus caras se leía perfectamente entre la vela y el casco una frase y una dirección: “Por favor quien lo encuentre que avise a la familia Jasbulatov en la ulitsa Gerzen nº 7-1-4 A de Taskhent, soy su hijo Memet”
Me quedé tan impactado que ni siquiera pregunté a Olga como lo había hecho porque, evidentemente, había sido ella que me encontró desmadejado en la butaca con el barquito entre las manos.
- Te dije que no te obsesionaras, habló, y que ya se nos ocurriría algo si lo dejábamos tranquilo. Ahí lo tienes, esas palabras sueltas formaban una frase al ser dobladas adecuadamente. Los papeles hechos bolas ya estaban muy mal antes de meterlos en la botella y supongo que estaban escritos con algún palito cortado de una rama y manchados de cenizas del fuego. No podían durar. En cuanto al barquito…escondía dos tipos de dobleces, los del barco y otros hechos en forma de abanico seguramente para poderlos meter por el cuello de la botella, y estaban escritos mejor, probablemente con carbón, solo había que doblarlos adecuadamente.
Si, ya sé que no era lo que pensabas encontrar y que ahora no sabes qué hacer con esta noticia. El chico, el que fuera, supongo que era joven, estará en el fondo del lago, quizás su familia ya no viva en esta dirección y menuda papeleta ir a contarles lo que ni siquiera sabes por más que lo creas. Sé que en cuanto puedas harás gestiones e intentarás verles si los encuentras pero no será ni hoy ni mañana y en la primavera te espera mucho trabajo.
¿Ves cómo las botellas a veces no contienen vodka?, acabó mirándome con esa insolencia infantil que empleaba antes de decirme aquello de que los extranjeros éramos…solo la faltó añadir que no sabíamos ni descorchar… y tenía razón porque a mí lo del descorche siempre se me dio muy mal.

Me sorprendía cada día y además lo hacía con tal naturalidad que mostraba una inteligencia extraordinaria a lo que unía todo, bueno y malo, lo que la había enseñado su dura vida. Y más sorprendente era que solo recordara lo bueno sin lloriquear por ello, sin mostrar sus miedos y en cambio, enseñando una delicadeza que nadie podría espera si conociera su vida. Y encima me tomaba el pelo…

martes, 15 de agosto de 2017

Mis obras, editadas y futura...a petición de mis cuatro lectores...







En realidad estas son las seis de las que soy autor, la última en proceso de redacción pero a modo de coautor he participado en los dos tomos de la Historia Militar de Asturias y en los otros dos de la Historia del Ultrafondo en España con lo que mi número de lectores ha podido crecer hasta diez o doce...

ÁMBAR, capítulo IX : LA VERDAD TIENE MUCHAS ARISTAS...







                                  CAPÍTULO IX
                                 La verdad tiene muchas aristas
En la Sudba no creía, o a lo mejor sí, pero en la carabina de Ambrosio y en las pistolas del Coyote me parecía que sí porque las cosas que me pasaban a mí no le pasaban a nadie…allí estaba sentado en una silla de madera, creo que de cocina, anclada al suelo de la furgoneta con dos listones atornillados al suelo y un conductor medio loco que dejaba a Vladimir en pañales…supongo que las prisas de su actividad “profesional” le obligaban a conducir de aquella manera pero yo no sabía a dónde agarrarme y mi trasero me dolía y miraba a  tras buscando desesperado algo que poner entre mis posaderas y la madera…sin éxito, claro.
Me dio por reírme recordando un charlestón de no sé quién que decía algo así como “Si vas a París papá cuidado con los apaches, si en juerga de taxis vas procura salvar los baches…” y Viktor me secundaba con grandes carcajadas sin saber el motivo de mi repentina risa. Pensé que cuando vuelva a París supongo que me acordaré de estos viajecitos y tomaré un taxi de lo más canalla para celebrarlo…
Después de tres horas por aquel camino, lodazal, bache auténtico, llegamos a nuestro destino pero esta vez ni paramos a que los vecinos nos saludaran, acompañaran, preguntaran, y fuimos directos a la casa de Ruslán que nos abrió con un gesto amplio de su brazo invitándonos a entrar y nos saludó diciéndome:
- Sabía que volvería, no se creyó ni una palabra de lo que les dije e hizo bien. Aún me quedan cosas de su visita así que comeremos y hablaremos y quizás le diga toda la verdad, mi verdad que la verdad nunca es absoluta, y puede que le de algo que le ayude.
Entramos en la vivienda, acogedora, simple pero sin falta y con su biblioteca impoluta. Quizás debería haberle traído algún libro pero como nunca es tarde lo traería la próxima ocasión porque pensaba que este encuentro no sería el último.
Viktor miraba todo con curiosidad  y como nada sabía del objeto de nuestra visita, se mantenía ligeramente apartado esperando, supuse, la oportunidad de saludar lo cual hizo con un elegante ademán impropio quizás que sus maneras habituales.
Siempre me ha llamado la atención la Cultura general de este pueblo, pueblo que comúnmente conoce otro idioma, habla de Literatura, de Música, de Historia, con conocimientos superiores a la mayoría de la gente de otras latitudes e incluso suelen tocar instrumentos musicales y siempre he supuesto, aunque no lo conocía, que el recorrido educativo en la URSS debía de haber sido muy largo.
Pasados los saludos, los brindis y los etc,s se hizo una pausa esperando que alguien hablara sobre lo que me había llevado hasta allí y para romperla me permití hablar el primero.
- Señor Mamedov, al salir de su casa vi una madera en la corraliza con una inscripción que indicaba claramente haber pertenecido a un vagón de tren soviético y tablas viejas rotuladas en alemán.
- Así es, dijo, vio usted bien pero seguro que se fijó también en algo más…
- Si, fue mi respuesta.
- ¿Me podría decir que fue?
- Por supuesto pero no estoy seguro de si era lo que creí.
- Adelante, respondió.
- Me pareció ver una escafandra de buzo y parte del equipo que, unido al motor de una embarcación, bombea el aire para que se pueda respirar. Soy de puerto de mar, de un mar muy bravío, el Cantábrico, y de niño iba a ver a aquellos buzos que realmente no sabía lo que hacían pero que me tenían absorto durante horas aunque siempre me acababan desilusionando porque salían con las manos vacías, pero aun así, volvía y volvía siempre que podía y me decepcionaba cuando no estaban. De mayor comprendí que su misión era repasar los pilares del malecón corroídos por el mar y no la de pescar como creía antes.
- Tiene razón eso es exactamente lo que vio aunque hace muchos años que no se usa. De hecho ni siquiera sé si funciona.
- ¿Por qué no nos dijo la verdad el otro día?
- Tengo miedo a los rusos, se lo que hicieron con mi pueblo y con todos los que se les opusieron. Usted habrá leído muchas cosas sobre la URSS y sobre Rusia, algunas incluso buenas, pero yo lo he vivido en mis carnes como todo mi pueblo y no creo en ellos. Siempre tienen una segunda e incluso tercera intención. ¿Conoce usted el Cáucaso? Es una tierra fértil, con ríos caudalosos y limpios en donde le gente vive feliz. ¿Sabe que tenemos un vino de gran calidad y sabor? Si no viviéramos tan aislados lo exportaríamos pero ni eso nos dejaron hacer. Tampoco es tan extraño que sepamos hacerlo porque el primer vino sobre la Tierra nació en la península Arábiga y creo que ya le hablé de nuestros orígenes, acabó tomando un sorbo de cerveza y un respiro.
- Y ¿por qué conmigo si hablará? interpelé.
- Usted es distinto, tiene la mirada franca y no parece tener demasiado interés, quizás solo quiera saber la verdad, quizás se divierta investigando pero sobre todo no es ruso, no es eslavo, es español y en principio eso me basta.
Casi me rio con la respuesta, no muchas veces ser español te abre una puerta aunque en Rusia si por esa extraña fascinación que aquella gente siempre ha tenido por lo español y es que en muchas cosas nos parecemos, ingeniosos, divertidos, casi latinos…y es que estamos aparentemente tan lejos que casi estamos al lado, como si nuestros pueblos se hubieran escurrido en la curvatura de la bola terráquea hasta tocarse. La realidad es que estamos muy cerca, mucho más que lo que tenemos en nuestro imaginario pero es que siempre nos hacemos ideas equivocadas de lo que no conocemos. No hace tanto también yo creía que estábamos muy lejos.
- ¿Me contará lo que sabe?
- Si, ya se lo he dicho pero que le sea útil o no es cosa suya y de nadie más.
Y dicho esto comenzó su relato.
“No dije toda la verdad en nuestro primer encuentro, no mentí pero no dije todo.
Cuando llegué pensé en que estaba lo suficientemente lejos y en un lugar al que nadie vendría como para quedarme en él. Quizás estaba tan roto física y moralmente que la decisión de no seguir adelante fue condicionada por mi estado pero lo cierto es que me quedé. Era  primavera o verano, más bien primavera, del 1946 pero no puedo precisar la fecha.
Aquí encontré cobijo en una familia formada por un padre y su hija quienes se apiadaron de mi estado y me ayudaron y animaron a quedarme cuando ya había tomado cuerpo en mí la idea de quedarme. Era el hombre del que les hablé, del que dije estaba loco y no mentí solo que llegó a ese estado después…su hija fue mi compañera, la mujer que me hizo feliz y me abandonó pronto.
Aquí y con ellos pasé algún tiempo, poco, hasta que una noche oímos disparos, gritos, gemidos, gran estruendo, quizás explosiones y nos asustamos mucho. Por las rendijas de la casa mirábamos sin ver nada, estaba todo demasiado lejos y no pudimos volver a los camastros muertos de miedo como estábamos Los gritos de agonía y el tabletear de las ametralladoras eran constantes y martilleaban nuestros oídos pero nada podíamos hacer.
Al amanecer cesó todo y nosotros no nos atrevíamos ni a hablar, ni tan siquiera asomarnos. Pensé que lo que fuera que hubiera sucedido, aunque era evidente que había muerto mucha gente, se tenía que haber producido al otro lado de en donde nosotros nos encontrábamos pero ni estaba seguro ni conocía los alrededores y además poca importancia tenía entonces salvo que aquello que parecía un horror se nos acercara…mejor silencio y no llamar la atención ni siquiera de nuestros vecinos, vecinos que, como nosotros, habrían escuchado aquello y también callaban.
Supongo que fuimos cobardes, eso que llaman la responsabilidad compartida, que lo haga otro, lleva a la gente a la cobardía colectiva y nos convertimos en cobardes colectivos como dice la teoría, algo que se resume también en aquello de que el miedo tiene los ojos muy grandes.
Pasaron muchas horas antes de que reaccionáramos con aparente normalidad  y especuláramos sobre lo sucedido y no éramos nosotros solos porque las ventanas de las escasas viviendas seguían sin abrirse.
Era imposible que los combates llegaran hasta aquí porque no llegaron ni en los momentos más duros de la guerra así que, dedujimos, sólo podían ser ejecuciones, asesinatos más bien, de mucha gente aunque ignorábamos los motivos.
Nos quedamos muy preocupados, silenciosos, y solo el ruido de los quehaceres que producía la hija, Lena, rompía nuestros pensamientos atormentados.
Así estuvimos dos o tres días más y cuando por fin salimos, la orilla estaba llena de trastos, maderas, botellas y todo tipo de restos que más bien parecían de un naufragio de aquellos débiles barcos que surcaban nuestras aguas, o restos de un tren…
Una botella flotaba con algo dentro y la recogí con curiosidad. Eran papeles apretujados y todo parecía indicar que eran mensajes, escritos con la esperanza de que alguien supiera algo, o simplemente una broma de los que suelen lanzar estos objetos al lago para saber tiempo después hasta dónde había llegado pero no pude prestarle en principio atención porque un hombre, quizás un cadáver, estaba tendido entre las rocas.
No sabíamos que hacer, nos acercamos con temor y le vimos entero, con ropas militares echas jirones y lleno de sangre. Lo intentamos girar para verle entero era de rasgos orientales, ojos rasgados, quizás kazajo y decidimos sacarle de allí y tumbarle en la hierba. Estaba sin sentido pero vivo pero allí no le podríamos ayudar.
Volvimos a casa a por una manta y unas maderas y le trasladamos en unas parihuelas improvisadas.
Le quitamos la ropa, le lavamos las heridas con ayuda de Lena pero aquello tenía muy mala pinta y no teníamos nada con que curarle aquellas horribles heridas que convenimos serían de bala, solo trapos para tratar de evitar que sangrara más y lo conseguimos a medias.
También le acercamos agua a la boca y conseguimos que la tragara que nadie podría imaginar lo que aquel hombre habría pasado y seguro que le hacía bien.
Al cabo de unas horas se despertó tremendamente inquieto y murmurando palabras que no entendíamos, mirando a todos los lados y procuramos tranquilizarle diciéndole en voz baja que éramos amigos y que estaba a salvo. Seguramente tenía fiebre lo que nos preocupó más porque sólo podíamos bajársela con trapos húmedos sobre la frente y los brazos y piernas y que se quedará dormido otra vez nos tranquilizó porque pensamos que era de agotamiento.
Durmió entre pesadillas hasta el día siguiente y nosotros nos turnamos para vigilarle llenos de incertidumbre porque no sabíamos qué hacer ni teníamos a quien pedir ayuda, solo algo parecido a rezar era posible.
Cuando despertó, aún febril, no sabía dónde estaba. Se lo dijimos y le advertimos que estaba a salvo entre amigos. Nos dio las gracias, nos dijo que se llamaba Nikolai y que era de Yakutia, que se había alistado para luchar contra el fascismo en el Ejército Rojo y que al final no sabía contra quien luchaba.
Encuadrado en un conglomerado de tropas que se llamó Primer Frente Bielorruso, fue separado con otros muchos de su unidad en los combates de Konigsberg y empleado como escolta de un tren que nadie sabía tripular y menos bajo el fuego, amigo y enemigo, con los alemanes en desbandada, los tripulantes del tren muertos, vagones volcados y con la consigna de hacerle retroceder. Todo un caos que él no sabía cómo se resolvió pero si se acordaba de que mataron a todos los que se opusieron o dudaron. Se subió al vagón que le mandaron y vagó por toda Rusia durante muchos días, no les dejaban bajar en ninguna de las muchas paradas, siempre nocturnas y en parajes aislados, en los que se descargaban cajas y se cargaban otras que pesaban como muertos y que a él le parecían las mismas.
En una ocasión entre las rendijas de su vagón vio un letrero de una estación y le pareció leer Omsk o Tomsk pero no estaba seguro de nada salvo de que marchaban haciendo zigzag hacia el Este, lo cual averiguó por el orto y el ocaso del Sol, casi siempre coincidente y más que del astro Rey, se guió de la luz porque el Sol realmente nunca lo vio.
Su desconcierto fue cuando aquel tren infernal se paró, parecía que definitivamente, y les mandaron bajar. Sus huesos lo agradecieron mucho y fue la primera vez que comieron algo caliente pero había un gran pero porque aquello que veían era un puerto y tenían delante un!!! mar ¡¡¡.
 Le corregimos su error y le advertimos de que seguramente pararon en Port Baikal, en donde moría la línea férrea que un día cruzó el lago, justo enfrente de en dónde nos encontrábamos ahora y que por supuesto no era un mar sino un lago.
Su cara de asombro solo era comparable con su desorientación porque había perdido el sentido temporal y no sabía ni cuantos días habían errado por el mundo ni en qué fecha estábamos.
Estaba lleno de preguntas para las que nosotros solo teníamos simples respuestas y nuestro objetivo era que se curase de todos su males y no que se esforzara en contarnos todo aquello para lo que ya habría tiempo pero no tuvimos que esforzarnos mucho porque a cada poco se quedaba dormido.
Pasados algunos días Nikolai mejoró ostensiblemente, y poco a poco hablaba de cosas menos dolorosas, la familia, su casa, los amigos y vecinos, el frío de su tierra…solo su juventud le salvó aunque si no lo hubiéramos encontrado seguramente hubiera tenido un desenlace fatal.
Nada le preguntamos, su forma de expresarse denotaba agradecimiento y haciéndonos partícipes de sus vivencias familiares parecía sentirse bien, suponíamos que porque, por fin,  pensaba en volver.
Por la noche tenía pesadillas que no podíamos entender y, con el tiempo, aprendimos a dormir libres de preocupación lo que ayudó mucho a sobrellevar aquella situación que aún ignoraban nuestros vecinos. Pronto se levantaría y empezaría a caminar y sería obligatorio empezar a dar explicaciones. Parecía que la vida continuaba otra vez…
Un día, tiempo después que no puedo precisar, nos manifestó su deseo de regresar a su casa en cuanto pudiera moverse con cierta normalidad, algo que entendimos perfectamente e incluso nos llenó de pena porque habíamos tomado cariño a Nikolai, era ya como uno más de nuestra minúscula familia.
Empezamos a hacer cálculos de cómo ayudarle a llegar a Irkutsk hasta donde había una distancia  poco razonable para hacerla a pié y en el pueblo sólo había alguna bicicleta oxidada y dinero apenas teníamos porque cuando se devaluó el rublo quitándole tres ceros a la moneda sólo se dio tres días para cambiar los billetes y a esta zona la noticia llegó mucho más tarde con lo que nuestros ahorros se convirtieron en papel mojado. Nuestro dinero provenía de nuestras exiguas ventas de hortalizas en los pueblos de los alrededores y una vez al año en el mercado de la capital y convenimos que, en este tema, tendría que arreglarse sólo muy a nuestro pesar.
Él comprendía la situación pero quería regresar con los suyos y no podíamos ni debíamos evitarlo.
Nos afanamos por recuperar su estado físico dando ya algún paseo ante el asombro de los vecinos que, al conocer su historia, le acogieron con simpatía y bromeaban con nuestro amigo. Le hacían mil preguntas que Nikolai contestaba con una sonrisa y paciencia infinita, sobre todo cuando le pedían que les hablara de aquella lejana tierra en donde nació que no sabían ni en donde estaba y que les parecía, como todo lo desconocido, una tierra mágica, llena de duendes buenos y en donde, como en el reino de Felipe II, nunca se ponía el Sol… error de bulto que él corregía con grandes carcajadas porque en realidad casi nunca salía el astro Rey…
Las compresas de romaskha, manzanilla, que le habíamos aplicado  dieron un estupendo resultado, aunque las heridas, tres, eran más bien superficiales, de haber sido más profundas seguramente no hubiéramos podido hacer nada por él.
Personalmente me seguía intrigando como llegó hasta nosotros y esperaba el momento adecuado para preguntárselo pero no hizo falta.
Estábamos los dos solos sentados en el banco de la puerta tomando el sol y empezó a contarme en detalle sus sufrimientos, sus desengaños revolucionarios y como llegó hasta aquí intentando salvar su vida que querían cortar precisamente los suyos. Ya no sé quiénes son los míos salvo vosotros, dijo con una amarga sonrisa. Y continuó:
“La vida en el tren era infernal, poca comida y siempre fría, apenas agua potable al extremo de bebernos la orina muchas veces…estábamos en él unos cien soldados que vigilábamos en las paradas y otros treinta aproximadamente, que no llevaban uniforme ni distintivo alguno, nos vigilaban a nosotros. Algunos soldados dejaban de luchar y se dejaban morir y sus cuerpos se tiraban a la vía antes de que se descompusieran y olieran peor de los hedores que ya teníamos en nuestro propio cuerpo. Me resultó curioso que todos fuéramos de las regiones asiáticas de la URSS, Turkmenistán, Uzbekistán, Yakutia, Kirguistán…pero tampoco le di mucha importancia y en nuestras largas noches nos confortábamos contando cosas de nuestras tierras. Era verano, creo, y el cielo se cubría de estrellas…
Siempre de noche y en sitios despoblados, hacíamos paradas en las que se descargaban cajas de distintos tamaños y se cargaban otras que pesaban como plomo. Llegué a la conclusión de que eran las mismas cajas solo que más pesadas y todas rotuladas en alemán pero no se lo dije a nadie. ¿Por qué? Pues porque algunas veces quitábamos tablas de alguna caja para calentarnos en barriles o cubos prendiéndolas fuego y calentar la bazofia que nos daban. Las primeras, las que suponíamos cargadas en Konigsberg, llevaban cosas envueltas en telas relativamente pesadas pero las nuevas tenían los mismos rótulos solo que al quitarlas las tablas en algunas aparecían piedras y era absurdo que cargáramos con ellas. Todo parecía indicar que sustituían su contenido pero era imposible saber el motivo aunque el robo parecía como el más claro y muy bien organizado. Decidimos no arrancar más maderas por sí notaban los hombres de oscuro lo que hacíamos, solo que a medida que avanzábamos hacia el Este el frío era mayor por la noche y murieron más compañeros. Aquello se convirtió en un viaje al Infierno sin billete de vuelta.
Personalmente decidí sobrevivir y estar muy atento porque si se habían dado cuenta de que conocíamos el cambio de las cajas, seguramente pasaría algo nada bueno cuando ya no nos necesitaran…
El transito duró en torno a cuarenta y cinco días contados según la luz de cada jornada y la oscuridad de la noche aunque no siempre pude apuntarlos todos por lo que el cálculo es aproximado y estimo que llegamos aquí a finales de Septiembre o principios de Octubre, aunque ahora no se en que día estamos, comentó mientras yo asentía con la cabeza y con la mano le indicaba que era veinte de Octubre mostrando la mano abierta cuatro veces y dirigiéndola hacia él.
Pero no me hagan caso porque en el tren vivimos casi unos cuatro meses porque cuando el Primer Frente giró hacia Alemania, camino de Berlín, nosotros retrocedimos hasta Minsk en donde estuvimos haciendo maniobras y cambiando vagones muchos días. Allí estuvimos bien, y hasta las chicas nos trataban con alegría, éramos soldados que estábamos salvando a la Patria y a punto de conseguirlo, solo que yo no las hacía caso porque pensaba en mi novia de Yakutsk.
Tengo muchas dudas sobre las fechas porque los terribles combates de Konigsberg ni se cuanto duraron ni quiero recordarlos…sangre y muertos por todos los lados y de los dos bandos…los alemanes era muy jóvenes, más incluso que nosotros, casi niños…y muchos de los nuestros tenían dudas a la hora de disparar. No quiero ni pensar en ello.
Al llegar aquí no sabíamos ni donde estábamos pero tampoco nos preocupaba, nos pudimos lavar en el agua, comimos caliente y nuestras necesidades quedaron ampliamente satisfechas y hechas con la intimidad necesaria. Solo el hecho de respirar aire puro, de estirar el cuerpo entumecido de dormir sobre la madera de los vagones y sentir cierta caricia del sol nos hacía reír como si estuviéramos de excursión. No sabíamos si había acabado la guerra, aun no lo sé, pero no nos importaba, estábamos a salvo y sólo eso importaba. De repente todo había pasado, todo era bello como nuestro país al que habíamos salvado entre todos con nuestro esfuerzo y con nuestra sangre y nos bañábamos en el agua jugando como los críos…
Algún día después, nos pusieron a trabajar en la descarga de los vagones y nos pusimos a ello con la inocencia de quien realmente siente que la vida le vuelve a sonreír. Las cargas eran muy pesadas y ya no estaban los que furtivamente las cambiaban en nuestras paradas aunque si seguían aquellos civiles que nos vigilaban sin que nadie les vigilara a ellos…
Tardamos varios días en bajar y apilar las cajas y, cuando acabamos, el tren retrocedió y desapareció, desprendido ya de varios vagones tan deteriorados que los tiramos al agua.
Aún estuvimos parados tres o cuatro días esperando a que llegaran algunos barcos pequeños que  se llevarían a no sabemos dónde aquellas misteriosas cajas, cajas que tuvimos que cargar en ellos, que hacían viajes de ida y vuelta y no a mucha distancia porque no tardaban mucho en regresar y además su marcha, pensé, debería ser lenta necesariamente, por la carga y porque el agua comenzaba a espesarse con el frio dificultándola.
Un mal día, acabada aparentemente nuestra tarea, nos mandaron formar sobre un muelle de madera que se adentraba en el agua. De repente llegaron unos camiones, creo que cuatro, levantaron las lonas y varias ametralladoras dispararon sobre nosotros que empezamos a caer como las piezas de ese juego que se llama Madera y Negro. Me dieron y también caí agarrado a una tabla y empecé a nadar como loco huyendo de aquello. Asustado, agarrotado y desconcertado, nadé y nadé agarrado a mi tabla en dirección a una luz que veía a lo lejos e incluso creo que me quedé dormido o desvanecido sobre ella…La luz se hizo primero exigua y después nula cuando creo que llegó el amanecer pero no me paré hasta llegar a unas rocas en las que me escondí…lo demás ya lo sabes…sin vosotros estaría muerto, sin vosotros nunca volvería a casa…”
- Eso es lo que nunca conté, dijo Ruslán, ni tampoco conté lo que sucedió después.
Viktor estaba anonadado con el relato, un buen ciudadano que creía a pies juntillas las maravillas soviéticas y la gran victoria en lo que conocía como la Gran Guerra Patria, y yo casi pero permanecimos en silencio ambos respetando la pausa y el dolor que el recuerdo traía a aquel hombre.
Pasado un embarazoso silencio, continuó.
- Creo que se confundía en las fechas salvo en las de su llegada nuestra casa, porque Hitler se suicidó en Mayo de 1945 cuando nuestras tropas ya habían entrado en Berlín pero, la verdad, no creo que eso sea importante. En realidad eso lo supimos mucho después y tampoco yo mismo estaba seguro de la fecha en la que llegué.
Nikolai un día se marchó sin que pudiéramos hacer mucho por ayudarle. Nos regaló su última sonrisa y aun le puedo ver sendero abajo con un petate que le cosió Lena y en dónde llevaba comida, poca, para el camino. Nunca más lo vimos, no sabemos si llegó a su casa pero no descarto aun que se ponga en contacto conmigo porque desgraciadamente nadie más queda de los que le conocimos.
Su ausencia nos dejó llenos de dudas, vacíos, nos habíamos volcado en él y ahora nuestros días, dedicados a los trabajos cotidianos, eran muy largos y nuestras noches aún más. Nos llegamos a acostumbrar, el tiempo lo cura todo, y dejamos de hablar sobre aquella persona que llenó por un tiempo nuestras vidas aunque, estoy seguro, estaba seguro, de que en nuestro fuero interno no lo olvidábamos y estaba en lo cierto…
- Debemos estar orgullosos de haber ayudado a aquel chico, me dijo mi compañero, y no dejo de pensar que somos mucho más solidarios los que nada tenemos, quizás porque no tenemos miedo a perder nada.
- Tienes razón, contesté, y espero que él ayude a otras personas, que nuestro recuerdo le sirva para ser mejor. Me gustaría saber si ha llegado a su casa pero ha pasado ya mucho tiempo…
- ¿No tienes curiosidad por saber que hay de cierto en lo que nos contó?
- `Pues si te digo que no, mentiría pero tengo miedo de que no nos guste lo que encontremos aunque sea un tesoro…porque no sabríamos que hacer con él y porque estaría manchado de sangre. Por otra parte no sé cómo podríamos encontrar nada, yo ni siquiera sé nadar aunque nací al lado de un rio.
Por toda respuesta me llevó a un cobertizo cercano al agua y levantando una lona me mostró ese trasto que usted vio en su primera visita montado sobre un barca. No sabía lo que era y su explicación no me convenció porque no la entendía.
Con grandes carcajadas me dijo que sería él quien buceara, que yo sólo tendría que quedarme en la barca evitando que se moviera del lugar y atento a una cuerda de la que tiraría cuando quisiera subir a la superficie para que el motor le ayudara a subir porque sus pesadas botas con suela de plomo no le permitirían subir por sí mismo.
Me entró el pánico al oírle, el agua siempre me ha dado miedo y tengo claustrofobia, las dos cosas juntas me alejaban de cualquier aventura como la que mi amigo me proponía y me negué en redondo a seguir escuchándole, no quería participar en algo que pudiera poner en peligro su vida y quedarme sólo. Es posible que piense que era egoísmo, que también, pero sobre todo era miedo, ese sentimiento irracional que todos tenemos a algo y que ningún razonamiento nos le hace desaparecer.
No insistió ese día…pero los siguientes fueron un bombardeo en el que encontró el apoyo sibilino de Lena que probablemente vio en todo aquello una forma de buscar otro futuro allí o en cualquier otra parte, de forma que mi fortaleza, presunta porque solo se basaba en el miedo, se fue minando poco a poco y trataba de convencerme de que si lo había hecho muchas veces era porque se podía y porque sabía y, poco a poco, hasta me reprochaba no ayudar a quienes me habían acogido en su casa, en su hogar.
Un buen día me planté delante de él y le dije:
- Estoy dispuesto, enséñame lo que tengo que hacer y vamos a ello.
- Tendremos que repasar todo, arreglar las juntas de la barca, engrasar los motores…Estate tranquilo que no será mañana ni pasado y ahora a comer que necesitaremos fuerzas.
Estuvimos mucho tiempo arreglando aquello, engrasando, hundiendo la barca en el agua para que la madera se hinchase, probando el traje de buzo, la maquinaria, el motor, y haciendo un plan de cómo actuar. El tubo que suministraba el oxígeno solo alcanzaba unos cuarenta metros por lo que nuestro límite de trabajo sólo alcanzaría muy poca distancia desde la ribera. Si admitíamos que Nikolai dijo que el trayecto de los barcos era corto, quizás tuviéramos suerte y de no ser así nuestra aventura acabaría muy pronto.
Cuando todo estuvo preparado y comprobado, fuimos varios días a Port Baikal y con una cuerda de la que colgaba un saco con piedras, fuimos midiendo la profundidad.
Lo que pudiéramos llamar la plataforma rocosa del fondo tenía muy poca profundidad lo que alargaba nuestra zona de operaciones a unos ochocientos metros pero no teniendo ni idea del rumbo tomado por las embarcaciones, nos pusimos de acuerdo para empezar en torno a los quinientos metros del puerto y recorrer la línea de Norte a Sur, de izquierda a derecha, y nos propusimos recorrer cada jornada cuya duración dependería de la luz natural, una franja en forma de  circunferencia y de no más de cincuenta metros de anchura, más o menos lo que alcanzara la vista bajo el agua y a los metros de la tubería del oxígeno.
Dicho y hecho y tan pronto salía el Sol, estábamos en la barca y tardábamos en llegar al otro lado una media hora y trabajábamos unas cuatro o cinco horas aunque al buzo había que sacarle cada hora para que oxigenara directamente del aire y descansara de algo que a mí me resultaba muy duro.
Marcamos el inicio de nuestra tarea con una vieja rueda anclada con un saco relleno de piedras pero solo teníamos una por lo que casi cada día teníamos que empezar de nuevo o a ojo de buen cubero, con el augurio de que tardaríamos mucho y con pocas posibilidades de encontrar nada.
Estuvimos unos diez días explorando y si bien me parecía que perderíamos el tiempo, mi amigo estaba entusiasmado con la tarea y no paraba de hablar del fondo marino que veía ni cuando, ya por la tarde, recogíamos tablas con la que íbamos construyendo un  nuevo cobertizo, tablas seguramente desprendidas de las cargas transportadas y rotuladas en alemán, para nosotros incomprensible.
Un mal día no llevábamos en la tarea ni diez minutos cuando mi amigo tiró de la cuerda que servía de testigo desesperadamente para que lo izara. Lo hice apresuradamente y asustado por lo que hubiera podido pasar.
No era persona humana, a través del cristal de la escafandra vi sus ojos fuera de las órbitas empecé a quitársela lo más rápido que pude. Nada más verse libre comenzó a gritar ¡!!Están todos muertos, están todos muertos¡¡¡” y se agarró a mí de tal forma que casi vuelca la barca y caemos al agua.
Le pregunté qué pasaba pero solo repetía lo de que estaban todos muertos.
Volvimos a nuestra ribera sin articular palabra y empecé a pensar que había dado con los restos de aquellos a los que ametrallaron a los que, sin duda, tiraron al agua con algún peso para que no salieran a la superficie, seguramente comidos en parte por los peces, lo que configuraría un tétrico espectáculo.
Nunca más volvió a decir nada coherente, apenas hablaba y su mirada estaba perdida. Los vecinos empezaron a decir que se había vuelto loco y, poco después, murió dejándonos muy solos.
Y esta es la historia tal como yo la recuerdo, tal como la viví y, como ya le he dicho, esta es mi verdad pero ya sabe usted que la verdad tiene muchas aristas. Las de mi verdad están clavadas en mis recuerdos como puñales, concluyó, y nunca he hablado de ello, antes bien lo negué cuando otros, como ya le he dicho, vinieron antes.

Me quedé estupefacto, lo que contaba era tremendo y no tenía ningún motivo para mentir y la cara de Viktor, demasiado joven, era un poema, se acababa de enterar de la parte oscura de la Historia de su país.