CAPÍTULO IX
La verdad tiene muchas aristas
En la Sudba no creía, o a lo mejor sí, pero en la
carabina de Ambrosio y en las pistolas del Coyote me parecía que sí porque las
cosas que me pasaban a mí no le pasaban a nadie…allí estaba sentado en una
silla de madera, creo que de cocina, anclada al suelo de la furgoneta con dos
listones atornillados al suelo y un conductor medio loco que dejaba a Vladimir
en pañales…supongo que las prisas de su actividad “profesional” le obligaban a
conducir de aquella manera pero yo no sabía a dónde agarrarme y mi trasero me
dolía y miraba a tras buscando desesperado
algo que poner entre mis posaderas y la madera…sin éxito, claro.
Me dio por reírme recordando un charlestón de no sé
quién que decía algo así como “Si vas a París papá cuidado con los apaches, si
en juerga de taxis vas procura salvar los baches…” y Viktor me secundaba con
grandes carcajadas sin saber el motivo de mi repentina risa. Pensé que cuando
vuelva a París supongo que me acordaré de estos viajecitos y tomaré un taxi de
lo más canalla para celebrarlo…
Después de tres horas por aquel camino, lodazal, bache
auténtico, llegamos a nuestro destino pero esta vez ni paramos a que los
vecinos nos saludaran, acompañaran, preguntaran, y fuimos directos a la casa de
Ruslán que nos abrió con un gesto amplio de su brazo invitándonos a entrar y
nos saludó diciéndome:
- Sabía que volvería, no se creyó ni una palabra de lo
que les dije e hizo bien. Aún me quedan cosas de su visita así que comeremos y
hablaremos y quizás le diga toda la verdad, mi verdad que la verdad nunca es
absoluta, y puede que le de algo que le ayude.
Entramos en la vivienda, acogedora, simple pero sin
falta y con su biblioteca impoluta. Quizás debería haberle traído algún libro pero
como nunca es tarde lo traería la próxima ocasión porque pensaba que este
encuentro no sería el último.
Viktor miraba todo con curiosidad y como nada sabía del objeto de nuestra visita,
se mantenía ligeramente apartado esperando, supuse, la oportunidad de saludar
lo cual hizo con un elegante ademán impropio quizás que sus maneras habituales.
Siempre me ha llamado la atención la Cultura general
de este pueblo, pueblo que comúnmente conoce otro idioma, habla de Literatura,
de Música, de Historia, con conocimientos superiores a la mayoría de la gente
de otras latitudes e incluso suelen tocar instrumentos musicales y siempre he
supuesto, aunque no lo conocía, que el recorrido educativo en la URSS debía de
haber sido muy largo.
Pasados los saludos, los brindis y los etc,s se hizo
una pausa esperando que alguien hablara sobre lo que me había llevado hasta allí
y para romperla me permití hablar el primero.
- Señor Mamedov, al salir de su casa vi una madera en
la corraliza con una inscripción que indicaba claramente haber pertenecido a un
vagón de tren soviético y tablas viejas rotuladas en alemán.
- Así es, dijo, vio usted bien pero seguro que se fijó
también en algo más…
- Si, fue mi respuesta.
- ¿Me podría decir que fue?
- Por supuesto pero no estoy seguro de si era lo que
creí.
- Adelante, respondió.
- Me pareció ver una escafandra de buzo y parte del
equipo que, unido al motor de una embarcación, bombea el aire para que se pueda
respirar. Soy de puerto de mar, de un mar muy bravío, el Cantábrico, y de niño
iba a ver a aquellos buzos que realmente no sabía lo que hacían pero que me
tenían absorto durante horas aunque siempre me acababan desilusionando porque
salían con las manos vacías, pero aun así, volvía y volvía siempre que podía y
me decepcionaba cuando no estaban. De mayor comprendí que su misión era repasar
los pilares del malecón corroídos por el mar y no la de pescar como creía
antes.
- Tiene razón eso es exactamente lo que vio aunque
hace muchos años que no se usa. De hecho ni siquiera sé si funciona.
- ¿Por qué no nos dijo la verdad el otro día?
- Tengo miedo a los rusos, se lo que hicieron con mi
pueblo y con todos los que se les opusieron. Usted habrá leído muchas cosas
sobre la URSS y sobre Rusia, algunas incluso buenas, pero yo lo he vivido en
mis carnes como todo mi pueblo y no creo en ellos. Siempre tienen una segunda e
incluso tercera intención. ¿Conoce usted el Cáucaso? Es una tierra fértil, con ríos
caudalosos y limpios en donde le gente vive feliz. ¿Sabe que tenemos un vino de
gran calidad y sabor? Si no viviéramos tan aislados lo exportaríamos pero ni
eso nos dejaron hacer. Tampoco es tan extraño que sepamos hacerlo porque el
primer vino sobre la Tierra nació en la península Arábiga y creo que ya le
hablé de nuestros orígenes, acabó tomando un sorbo de cerveza y un respiro.
- Y ¿por qué conmigo si hablará? interpelé.
- Usted es distinto, tiene la mirada franca y no
parece tener demasiado interés, quizás solo quiera saber la verdad, quizás se
divierta investigando pero sobre todo no es ruso, no es eslavo, es español y en
principio eso me basta.
Casi me rio con la respuesta, no muchas veces ser
español te abre una puerta aunque en Rusia si por esa extraña fascinación que
aquella gente siempre ha tenido por lo español y es que en muchas cosas nos
parecemos, ingeniosos, divertidos, casi latinos…y es que estamos aparentemente
tan lejos que casi estamos al lado, como si nuestros pueblos se hubieran escurrido
en la curvatura de la bola terráquea hasta tocarse. La realidad es que estamos
muy cerca, mucho más que lo que tenemos en nuestro imaginario pero es que
siempre nos hacemos ideas equivocadas de lo que no conocemos. No hace tanto
también yo creía que estábamos muy lejos.
- ¿Me contará lo que sabe?
- Si, ya se lo he dicho pero que le sea útil o no es
cosa suya y de nadie más.
Y dicho esto comenzó su relato.
“No dije toda la verdad en nuestro primer encuentro,
no mentí pero no dije todo.
Cuando llegué pensé en que estaba lo suficientemente
lejos y en un lugar al que nadie vendría como para quedarme en él. Quizás
estaba tan roto física y moralmente que la decisión de no seguir adelante fue
condicionada por mi estado pero lo cierto es que me quedé. Era primavera o verano, más bien primavera, del
1946 pero no puedo precisar la fecha.
Aquí encontré cobijo en una familia formada por un
padre y su hija quienes se apiadaron de mi estado y me ayudaron y animaron a
quedarme cuando ya había tomado cuerpo en mí la idea de quedarme. Era el hombre
del que les hablé, del que dije estaba loco y no mentí solo que llegó a ese
estado después…su hija fue mi compañera, la mujer que me hizo feliz y me
abandonó pronto.
Aquí y con ellos pasé algún tiempo, poco, hasta que una
noche oímos disparos, gritos, gemidos, gran estruendo, quizás explosiones y nos
asustamos mucho. Por las rendijas de la casa mirábamos sin ver nada, estaba
todo demasiado lejos y no pudimos volver a los camastros muertos de miedo como
estábamos Los gritos de agonía y el tabletear de las ametralladoras eran
constantes y martilleaban nuestros oídos pero nada podíamos hacer.
Al amanecer cesó todo y nosotros no nos atrevíamos ni
a hablar, ni tan siquiera asomarnos. Pensé que lo que fuera que hubiera
sucedido, aunque era evidente que había muerto mucha gente, se tenía que haber
producido al otro lado de en donde nosotros nos encontrábamos pero ni estaba
seguro ni conocía los alrededores y además poca importancia tenía entonces
salvo que aquello que parecía un horror se nos acercara…mejor silencio y no
llamar la atención ni siquiera de nuestros vecinos, vecinos que, como nosotros,
habrían escuchado aquello y también callaban.
Supongo que fuimos cobardes, eso que llaman la
responsabilidad compartida, que lo haga otro, lleva a la gente a la cobardía
colectiva y nos convertimos en cobardes colectivos como dice la teoría, algo
que se resume también en aquello de que el miedo tiene los ojos muy grandes.
Pasaron muchas horas antes de que reaccionáramos con
aparente normalidad y especuláramos
sobre lo sucedido y no éramos nosotros solos porque las ventanas de las escasas
viviendas seguían sin abrirse.
Era imposible que los combates llegaran hasta aquí
porque no llegaron ni en los momentos más duros de la guerra así que,
dedujimos, sólo podían ser ejecuciones, asesinatos más bien, de mucha gente
aunque ignorábamos los motivos.
Nos quedamos muy preocupados, silenciosos, y solo el
ruido de los quehaceres que producía la hija, Lena, rompía nuestros
pensamientos atormentados.
Así estuvimos dos o tres días más y cuando por fin
salimos, la orilla estaba llena de trastos, maderas, botellas y todo tipo de
restos que más bien parecían de un naufragio de aquellos débiles barcos que
surcaban nuestras aguas, o restos de un tren…
Una botella flotaba con algo dentro y la recogí con
curiosidad. Eran papeles apretujados y todo parecía indicar que eran mensajes,
escritos con la esperanza de que alguien supiera algo, o simplemente una broma
de los que suelen lanzar estos objetos al lago para saber tiempo después hasta
dónde había llegado pero no pude prestarle en principio atención porque un
hombre, quizás un cadáver, estaba tendido entre las rocas.
No sabíamos que hacer, nos acercamos con temor y le
vimos entero, con ropas militares echas jirones y lleno de sangre. Lo
intentamos girar para verle entero era de rasgos orientales, ojos rasgados,
quizás kazajo y decidimos sacarle de allí y tumbarle en la hierba. Estaba sin
sentido pero vivo pero allí no le podríamos ayudar.
Volvimos a casa a por una manta y unas maderas y le
trasladamos en unas parihuelas improvisadas.
Le quitamos la ropa, le lavamos las heridas con ayuda
de Lena pero aquello tenía muy mala pinta y no teníamos nada con que curarle
aquellas horribles heridas que convenimos serían de bala, solo trapos para
tratar de evitar que sangrara más y lo conseguimos a medias.
También le acercamos agua a la boca y conseguimos que
la tragara que nadie podría imaginar lo que aquel hombre habría pasado y seguro
que le hacía bien.
Al cabo de unas horas se despertó tremendamente
inquieto y murmurando palabras que no entendíamos, mirando a todos los lados y
procuramos tranquilizarle diciéndole en voz baja que éramos amigos y que estaba
a salvo. Seguramente tenía fiebre lo que nos preocupó más porque sólo podíamos
bajársela con trapos húmedos sobre la frente y los brazos y piernas y que se
quedará dormido otra vez nos tranquilizó porque pensamos que era de
agotamiento.
Durmió entre pesadillas hasta el día siguiente y
nosotros nos turnamos para vigilarle llenos de incertidumbre porque no sabíamos
qué hacer ni teníamos a quien pedir ayuda, solo algo parecido a rezar era
posible.
Cuando despertó, aún febril, no sabía dónde estaba. Se
lo dijimos y le advertimos que estaba a salvo entre amigos. Nos dio las
gracias, nos dijo que se llamaba Nikolai y que era de Yakutia, que se había
alistado para luchar contra el fascismo en el Ejército Rojo y que al final no
sabía contra quien luchaba.
Encuadrado en un conglomerado de tropas que se llamó
Primer Frente Bielorruso, fue separado con otros muchos de su unidad en los
combates de Konigsberg y empleado como escolta de un tren que nadie sabía
tripular y menos bajo el fuego, amigo y enemigo, con los alemanes en
desbandada, los tripulantes del tren muertos, vagones volcados y con la
consigna de hacerle retroceder. Todo un caos que él no sabía cómo se resolvió
pero si se acordaba de que mataron a todos los que se opusieron o dudaron. Se
subió al vagón que le mandaron y vagó por toda Rusia durante muchos días, no les
dejaban bajar en ninguna de las muchas paradas, siempre nocturnas y en parajes
aislados, en los que se descargaban cajas y se cargaban otras que pesaban como
muertos y que a él le parecían las mismas.
En una ocasión entre las rendijas de su vagón vio un
letrero de una estación y le pareció leer Omsk o Tomsk pero no estaba seguro de
nada salvo de que marchaban haciendo zigzag hacia el Este, lo cual averiguó por
el orto y el ocaso del Sol, casi siempre coincidente y más que del astro Rey,
se guió de la luz porque el Sol realmente nunca lo vio.
Su desconcierto fue cuando aquel tren infernal se
paró, parecía que definitivamente, y les mandaron bajar. Sus huesos lo
agradecieron mucho y fue la primera vez que comieron algo caliente pero había
un gran pero porque aquello que veían era un puerto y tenían delante un!!! mar
¡¡¡.
Le corregimos
su error y le advertimos de que seguramente pararon en Port Baikal, en donde
moría la línea férrea que un día cruzó el lago, justo enfrente de en dónde nos
encontrábamos ahora y que por supuesto no era un mar sino un lago.
Su cara de asombro solo era comparable con su
desorientación porque había perdido el sentido temporal y no sabía ni cuantos
días habían errado por el mundo ni en qué fecha estábamos.
Estaba lleno de preguntas para las que nosotros solo
teníamos simples respuestas y nuestro objetivo era que se curase de todos su
males y no que se esforzara en contarnos todo aquello para lo que ya habría
tiempo pero no tuvimos que esforzarnos mucho porque a cada poco se quedaba
dormido.
Pasados algunos días Nikolai mejoró ostensiblemente, y
poco a poco hablaba de cosas menos dolorosas, la familia, su casa, los amigos y
vecinos, el frío de su tierra…solo su juventud le salvó aunque si no lo
hubiéramos encontrado seguramente hubiera tenido un desenlace fatal.
Nada le preguntamos, su forma de expresarse denotaba
agradecimiento y haciéndonos partícipes de sus vivencias familiares parecía
sentirse bien, suponíamos que porque, por fin, pensaba en volver.
Por la noche tenía pesadillas que no podíamos entender
y, con el tiempo, aprendimos a dormir libres de preocupación lo que ayudó mucho
a sobrellevar aquella situación que aún ignoraban nuestros vecinos. Pronto se
levantaría y empezaría a caminar y sería obligatorio empezar a dar
explicaciones. Parecía que la vida continuaba otra vez…
Un día, tiempo después que no puedo precisar, nos
manifestó su deseo de regresar a su casa en cuanto pudiera moverse con cierta
normalidad, algo que entendimos perfectamente e incluso nos llenó de pena
porque habíamos tomado cariño a Nikolai, era ya como uno más de nuestra
minúscula familia.
Empezamos a hacer cálculos de cómo ayudarle a llegar a
Irkutsk hasta donde había una distancia
poco razonable para hacerla a pié y en el pueblo sólo había alguna
bicicleta oxidada y dinero apenas teníamos porque cuando se devaluó el rublo
quitándole tres ceros a la moneda sólo se dio tres días para cambiar los
billetes y a esta zona la noticia llegó mucho más tarde con lo que nuestros
ahorros se convirtieron en papel mojado. Nuestro dinero provenía de nuestras
exiguas ventas de hortalizas en los pueblos de los alrededores y una vez al año
en el mercado de la capital y convenimos que, en este tema, tendría que
arreglarse sólo muy a nuestro pesar.
Él comprendía la situación pero quería regresar con
los suyos y no podíamos ni debíamos evitarlo.
Nos afanamos por recuperar su estado físico dando ya
algún paseo ante el asombro de los vecinos que, al conocer su historia, le
acogieron con simpatía y bromeaban con nuestro amigo. Le hacían mil preguntas
que Nikolai contestaba con una sonrisa y paciencia infinita, sobre todo cuando
le pedían que les hablara de aquella lejana tierra en donde nació que no sabían
ni en donde estaba y que les parecía, como todo lo desconocido, una tierra
mágica, llena de duendes buenos y en donde, como en el reino de Felipe II,
nunca se ponía el Sol… error de bulto que él corregía con grandes carcajadas
porque en realidad casi nunca salía el astro Rey…
Las compresas de romaskha, manzanilla, que le habíamos
aplicado dieron un estupendo resultado,
aunque las heridas, tres, eran más bien superficiales, de haber sido más
profundas seguramente no hubiéramos podido hacer nada por él.
Personalmente me seguía intrigando como llegó hasta
nosotros y esperaba el momento adecuado para preguntárselo pero no hizo falta.
Estábamos los dos solos sentados en el banco de la
puerta tomando el sol y empezó a contarme en detalle sus sufrimientos, sus
desengaños revolucionarios y como llegó hasta aquí intentando salvar su vida
que querían cortar precisamente los suyos. Ya no sé quiénes son los míos salvo
vosotros, dijo con una amarga sonrisa. Y continuó:
“La vida en el tren era infernal, poca comida y
siempre fría, apenas agua potable al extremo de bebernos la orina muchas
veces…estábamos en él unos cien soldados que vigilábamos en las paradas y otros
treinta aproximadamente, que no llevaban uniforme ni distintivo alguno, nos
vigilaban a nosotros. Algunos soldados dejaban de luchar y se dejaban morir y
sus cuerpos se tiraban a la vía antes de que se descompusieran y olieran peor
de los hedores que ya teníamos en nuestro propio cuerpo. Me resultó curioso que
todos fuéramos de las regiones asiáticas de la URSS, Turkmenistán, Uzbekistán,
Yakutia, Kirguistán…pero tampoco le di mucha importancia y en nuestras largas
noches nos confortábamos contando cosas de nuestras tierras. Era verano, creo,
y el cielo se cubría de estrellas…
Siempre de noche y en sitios despoblados, hacíamos
paradas en las que se descargaban cajas de distintos tamaños y se cargaban
otras que pesaban como plomo. Llegué a la conclusión de que eran las mismas
cajas solo que más pesadas y todas rotuladas en alemán pero no se lo dije a
nadie. ¿Por qué? Pues porque algunas veces quitábamos tablas de alguna caja
para calentarnos en barriles o cubos prendiéndolas fuego y calentar la bazofia
que nos daban. Las primeras, las que suponíamos cargadas en Konigsberg,
llevaban cosas envueltas en telas relativamente pesadas pero las nuevas tenían
los mismos rótulos solo que al quitarlas las tablas en algunas aparecían
piedras y era absurdo que cargáramos con ellas. Todo parecía indicar que sustituían
su contenido pero era imposible saber el motivo aunque el robo parecía como el
más claro y muy bien organizado. Decidimos no arrancar más maderas por sí notaban
los hombres de oscuro lo que hacíamos, solo que a medida que avanzábamos hacia
el Este el frío era mayor por la noche y murieron más compañeros. Aquello se
convirtió en un viaje al Infierno sin billete de vuelta.
Personalmente decidí sobrevivir y estar muy atento
porque si se habían dado cuenta de que conocíamos el cambio de las cajas, seguramente
pasaría algo nada bueno cuando ya no nos necesitaran…
El transito duró en torno a cuarenta y cinco días
contados según la luz de cada jornada y la oscuridad de la noche aunque no
siempre pude apuntarlos todos por lo que el cálculo es aproximado y estimo que
llegamos aquí a finales de Septiembre o principios de Octubre, aunque ahora no
se en que día estamos, comentó mientras yo asentía con la cabeza y con la mano
le indicaba que era veinte de Octubre mostrando la mano abierta cuatro veces y
dirigiéndola hacia él.
Pero no me hagan caso porque en el tren vivimos casi
unos cuatro meses porque cuando el Primer Frente giró hacia Alemania, camino de
Berlín, nosotros retrocedimos hasta Minsk en donde estuvimos haciendo maniobras
y cambiando vagones muchos días. Allí estuvimos bien, y hasta las chicas nos
trataban con alegría, éramos soldados que estábamos salvando a la Patria y a
punto de conseguirlo, solo que yo no las hacía caso porque pensaba en mi novia
de Yakutsk.
Tengo muchas dudas sobre las fechas porque los
terribles combates de Konigsberg ni se cuanto duraron ni quiero recordarlos…sangre
y muertos por todos los lados y de los dos bandos…los alemanes era muy jóvenes,
más incluso que nosotros, casi niños…y muchos de los nuestros tenían dudas a la
hora de disparar. No quiero ni pensar en ello.
Al llegar aquí no sabíamos ni donde estábamos pero
tampoco nos preocupaba, nos pudimos lavar en el agua, comimos caliente y
nuestras necesidades quedaron ampliamente satisfechas y hechas con la intimidad
necesaria. Solo el hecho de respirar aire puro, de estirar el cuerpo entumecido
de dormir sobre la madera de los vagones y sentir cierta caricia del sol nos
hacía reír como si estuviéramos de excursión. No sabíamos si había acabado la
guerra, aun no lo sé, pero no nos importaba, estábamos a salvo y sólo eso
importaba. De repente todo había pasado, todo era bello como nuestro país al
que habíamos salvado entre todos con nuestro esfuerzo y con nuestra sangre y
nos bañábamos en el agua jugando como los críos…
Algún día después, nos pusieron a trabajar en la
descarga de los vagones y nos pusimos a ello con la inocencia de quien
realmente siente que la vida le vuelve a sonreír. Las cargas eran muy pesadas y
ya no estaban los que furtivamente las cambiaban en nuestras paradas aunque si
seguían aquellos civiles que nos vigilaban sin que nadie les vigilara a ellos…
Tardamos varios días en bajar y apilar las cajas y,
cuando acabamos, el tren retrocedió y desapareció, desprendido ya de varios
vagones tan deteriorados que los tiramos al agua.
Aún estuvimos parados tres o cuatro días esperando a
que llegaran algunos barcos pequeños que
se llevarían a no sabemos dónde aquellas misteriosas cajas, cajas que
tuvimos que cargar en ellos, que hacían viajes de ida y vuelta y no a mucha
distancia porque no tardaban mucho en regresar y además su marcha, pensé,
debería ser lenta necesariamente, por la carga y porque el agua comenzaba a
espesarse con el frio dificultándola.
Un mal día, acabada aparentemente nuestra tarea, nos
mandaron formar sobre un muelle de madera que se adentraba en el agua. De
repente llegaron unos camiones, creo que cuatro, levantaron las lonas y varias
ametralladoras dispararon sobre nosotros que empezamos a caer como las piezas
de ese juego que se llama Madera y Negro. Me dieron y también caí agarrado a
una tabla y empecé a nadar como loco huyendo de aquello. Asustado, agarrotado y
desconcertado, nadé y nadé agarrado a mi tabla en dirección a una luz que veía
a lo lejos e incluso creo que me quedé dormido o desvanecido sobre ella…La luz
se hizo primero exigua y después nula cuando creo que llegó el amanecer pero no
me paré hasta llegar a unas rocas en las que me escondí…lo demás ya lo
sabes…sin vosotros estaría muerto, sin vosotros nunca volvería a casa…”
- Eso es lo que nunca conté, dijo Ruslán, ni tampoco
conté lo que sucedió después.
Viktor estaba anonadado con el relato, un buen
ciudadano que creía a pies juntillas las maravillas soviéticas y la gran
victoria en lo que conocía como la Gran Guerra Patria, y yo casi pero
permanecimos en silencio ambos respetando la pausa y el dolor que el recuerdo
traía a aquel hombre.
Pasado un embarazoso silencio, continuó.
- Creo que se confundía en las fechas salvo en las de
su llegada nuestra casa, porque Hitler se suicidó en Mayo de 1945 cuando
nuestras tropas ya habían entrado en Berlín pero, la verdad, no creo que eso
sea importante. En realidad eso lo supimos mucho después y tampoco yo mismo
estaba seguro de la fecha en la que llegué.
Nikolai un día se marchó sin que pudiéramos hacer
mucho por ayudarle. Nos regaló su última sonrisa y aun le puedo ver sendero
abajo con un petate que le cosió Lena y en dónde llevaba comida, poca, para el
camino. Nunca más lo vimos, no sabemos si llegó a su casa pero no descarto aun
que se ponga en contacto conmigo porque desgraciadamente nadie más queda de los
que le conocimos.
Su ausencia nos dejó llenos de dudas, vacíos, nos
habíamos volcado en él y ahora nuestros días, dedicados a los trabajos
cotidianos, eran muy largos y nuestras noches aún más. Nos llegamos a
acostumbrar, el tiempo lo cura todo, y dejamos de hablar sobre aquella persona
que llenó por un tiempo nuestras vidas aunque, estoy seguro, estaba seguro, de
que en nuestro fuero interno no lo olvidábamos y estaba en lo cierto…
- Debemos estar orgullosos de haber ayudado a aquel
chico, me dijo mi compañero, y no dejo de pensar que somos mucho más solidarios
los que nada tenemos, quizás porque no tenemos miedo a perder nada.
- Tienes razón, contesté, y espero que él ayude a
otras personas, que nuestro recuerdo le sirva para ser mejor. Me gustaría saber
si ha llegado a su casa pero ha pasado ya mucho tiempo…
- ¿No tienes curiosidad por saber que hay de cierto en
lo que nos contó?
- `Pues si te digo que no, mentiría pero tengo miedo
de que no nos guste lo que encontremos aunque sea un tesoro…porque no sabríamos
que hacer con él y porque estaría manchado de sangre. Por otra parte no sé cómo
podríamos encontrar nada, yo ni siquiera sé nadar aunque nací al lado de un
rio.
Por toda respuesta me llevó a un cobertizo cercano al
agua y levantando una lona me mostró ese trasto que usted vio en su primera
visita montado sobre un barca. No sabía lo que era y su explicación no me
convenció porque no la entendía.
Con grandes carcajadas me dijo que sería él quien
buceara, que yo sólo tendría que quedarme en la barca evitando que se moviera
del lugar y atento a una cuerda de la que tiraría cuando quisiera subir a la
superficie para que el motor le ayudara a subir porque sus pesadas botas con
suela de plomo no le permitirían subir por sí mismo.
Me entró el pánico al oírle, el agua siempre me ha
dado miedo y tengo claustrofobia, las dos cosas juntas me alejaban de cualquier
aventura como la que mi amigo me proponía y me negué en redondo a seguir
escuchándole, no quería participar en algo que pudiera poner en peligro su vida
y quedarme sólo. Es posible que piense que era egoísmo, que también, pero sobre
todo era miedo, ese sentimiento irracional que todos tenemos a algo y que
ningún razonamiento nos le hace desaparecer.
No insistió ese día…pero los siguientes fueron un
bombardeo en el que encontró el apoyo sibilino de Lena que probablemente vio en
todo aquello una forma de buscar otro futuro allí o en cualquier otra parte, de
forma que mi fortaleza, presunta porque solo se basaba en el miedo, se fue
minando poco a poco y trataba de convencerme de que si lo había hecho muchas
veces era porque se podía y porque sabía y, poco a poco, hasta me reprochaba no
ayudar a quienes me habían acogido en su casa, en su hogar.
Un buen día me planté delante de él y le dije:
- Estoy dispuesto, enséñame lo que tengo que hacer y
vamos a ello.
- Tendremos que repasar todo, arreglar las juntas de
la barca, engrasar los motores…Estate tranquilo que no será mañana ni pasado y
ahora a comer que necesitaremos fuerzas.
Estuvimos mucho tiempo arreglando aquello, engrasando,
hundiendo la barca en el agua para que la madera se hinchase, probando el traje
de buzo, la maquinaria, el motor, y haciendo un plan de cómo actuar. El tubo
que suministraba el oxígeno solo alcanzaba unos cuarenta metros por lo que
nuestro límite de trabajo sólo alcanzaría muy poca distancia desde la ribera.
Si admitíamos que Nikolai dijo que el trayecto de los barcos era corto, quizás
tuviéramos suerte y de no ser así nuestra aventura acabaría muy pronto.
Cuando todo estuvo preparado y comprobado, fuimos
varios días a Port Baikal y con una cuerda de la que colgaba un saco con
piedras, fuimos midiendo la profundidad.
Lo que pudiéramos llamar la plataforma rocosa del
fondo tenía muy poca profundidad lo que alargaba nuestra zona de operaciones a
unos ochocientos metros pero no teniendo ni idea del rumbo tomado por las
embarcaciones, nos pusimos de acuerdo para empezar en torno a los quinientos
metros del puerto y recorrer la línea de Norte a Sur, de izquierda a derecha, y
nos propusimos recorrer cada jornada cuya duración dependería de la luz
natural, una franja en forma de
circunferencia y de no más de cincuenta metros de anchura, más o menos
lo que alcanzara la vista bajo el agua y a los metros de la tubería del oxígeno.
Dicho y hecho y tan pronto salía el Sol, estábamos en
la barca y tardábamos en llegar al otro lado una media hora y trabajábamos unas
cuatro o cinco horas aunque al buzo había que sacarle cada hora para que
oxigenara directamente del aire y descansara de algo que a mí me resultaba muy
duro.
Marcamos el inicio de nuestra tarea con una vieja
rueda anclada con un saco relleno de piedras pero solo teníamos una por lo que
casi cada día teníamos que empezar de nuevo o a ojo de buen cubero, con el
augurio de que tardaríamos mucho y con pocas posibilidades de encontrar nada.
Estuvimos unos diez días explorando y si bien me
parecía que perderíamos el tiempo, mi amigo estaba entusiasmado con la tarea y
no paraba de hablar del fondo marino que veía ni cuando, ya por la tarde,
recogíamos tablas con la que íbamos construyendo un nuevo cobertizo, tablas seguramente
desprendidas de las cargas transportadas y rotuladas en alemán, para nosotros
incomprensible.
Un mal día no llevábamos en la tarea ni diez minutos
cuando mi amigo tiró de la cuerda que servía de testigo desesperadamente para
que lo izara. Lo hice apresuradamente y asustado por lo que hubiera podido
pasar.
No era persona humana, a través del cristal de la
escafandra vi sus ojos fuera de las órbitas empecé a quitársela lo más rápido
que pude. Nada más verse libre comenzó a gritar ¡!!Están todos muertos, están
todos muertos¡¡¡” y se agarró a mí de tal forma que casi vuelca la barca y
caemos al agua.
Le pregunté qué pasaba pero solo repetía lo de que
estaban todos muertos.
Volvimos a nuestra ribera sin articular palabra y
empecé a pensar que había dado con los restos de aquellos a los que
ametrallaron a los que, sin duda, tiraron al agua con algún peso para que no
salieran a la superficie, seguramente comidos en parte por los peces, lo que
configuraría un tétrico espectáculo.
Nunca más volvió a decir nada coherente, apenas
hablaba y su mirada estaba perdida. Los vecinos empezaron a decir que se había
vuelto loco y, poco después, murió dejándonos muy solos.
Y esta es la historia tal como yo la recuerdo, tal
como la viví y, como ya le he dicho, esta es mi verdad pero ya sabe usted que
la verdad tiene muchas aristas. Las de mi verdad están clavadas en mis recuerdos
como puñales, concluyó, y nunca he hablado de ello, antes bien lo negué cuando
otros, como ya le he dicho, vinieron antes.
Me quedé estupefacto, lo que contaba era tremendo y no
tenía ningún motivo para mentir y la cara de Viktor, demasiado joven, era un
poema, se acababa de enterar de la parte oscura de la Historia de su país.
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