domingo, 13 de agosto de 2017

ÁMBAR, capítulo IX : LA VERDAD TIENE MUCHAS ARISTAS...







                                  CAPÍTULO IX
                                 La verdad tiene muchas aristas
En la Sudba no creía, o a lo mejor sí, pero en la carabina de Ambrosio y en las pistolas del Coyote me parecía que sí porque las cosas que me pasaban a mí no le pasaban a nadie…allí estaba sentado en una silla de madera, creo que de cocina, anclada al suelo de la furgoneta con dos listones atornillados al suelo y un conductor medio loco que dejaba a Vladimir en pañales…supongo que las prisas de su actividad “profesional” le obligaban a conducir de aquella manera pero yo no sabía a dónde agarrarme y mi trasero me dolía y miraba a  tras buscando desesperado algo que poner entre mis posaderas y la madera…sin éxito, claro.
Me dio por reírme recordando un charlestón de no sé quién que decía algo así como “Si vas a París papá cuidado con los apaches, si en juerga de taxis vas procura salvar los baches…” y Viktor me secundaba con grandes carcajadas sin saber el motivo de mi repentina risa. Pensé que cuando vuelva a París supongo que me acordaré de estos viajecitos y tomaré un taxi de lo más canalla para celebrarlo…
Después de tres horas por aquel camino, lodazal, bache auténtico, llegamos a nuestro destino pero esta vez ni paramos a que los vecinos nos saludaran, acompañaran, preguntaran, y fuimos directos a la casa de Ruslán que nos abrió con un gesto amplio de su brazo invitándonos a entrar y nos saludó diciéndome:
- Sabía que volvería, no se creyó ni una palabra de lo que les dije e hizo bien. Aún me quedan cosas de su visita así que comeremos y hablaremos y quizás le diga toda la verdad, mi verdad que la verdad nunca es absoluta, y puede que le de algo que le ayude.
Entramos en la vivienda, acogedora, simple pero sin falta y con su biblioteca impoluta. Quizás debería haberle traído algún libro pero como nunca es tarde lo traería la próxima ocasión porque pensaba que este encuentro no sería el último.
Viktor miraba todo con curiosidad  y como nada sabía del objeto de nuestra visita, se mantenía ligeramente apartado esperando, supuse, la oportunidad de saludar lo cual hizo con un elegante ademán impropio quizás que sus maneras habituales.
Siempre me ha llamado la atención la Cultura general de este pueblo, pueblo que comúnmente conoce otro idioma, habla de Literatura, de Música, de Historia, con conocimientos superiores a la mayoría de la gente de otras latitudes e incluso suelen tocar instrumentos musicales y siempre he supuesto, aunque no lo conocía, que el recorrido educativo en la URSS debía de haber sido muy largo.
Pasados los saludos, los brindis y los etc,s se hizo una pausa esperando que alguien hablara sobre lo que me había llevado hasta allí y para romperla me permití hablar el primero.
- Señor Mamedov, al salir de su casa vi una madera en la corraliza con una inscripción que indicaba claramente haber pertenecido a un vagón de tren soviético y tablas viejas rotuladas en alemán.
- Así es, dijo, vio usted bien pero seguro que se fijó también en algo más…
- Si, fue mi respuesta.
- ¿Me podría decir que fue?
- Por supuesto pero no estoy seguro de si era lo que creí.
- Adelante, respondió.
- Me pareció ver una escafandra de buzo y parte del equipo que, unido al motor de una embarcación, bombea el aire para que se pueda respirar. Soy de puerto de mar, de un mar muy bravío, el Cantábrico, y de niño iba a ver a aquellos buzos que realmente no sabía lo que hacían pero que me tenían absorto durante horas aunque siempre me acababan desilusionando porque salían con las manos vacías, pero aun así, volvía y volvía siempre que podía y me decepcionaba cuando no estaban. De mayor comprendí que su misión era repasar los pilares del malecón corroídos por el mar y no la de pescar como creía antes.
- Tiene razón eso es exactamente lo que vio aunque hace muchos años que no se usa. De hecho ni siquiera sé si funciona.
- ¿Por qué no nos dijo la verdad el otro día?
- Tengo miedo a los rusos, se lo que hicieron con mi pueblo y con todos los que se les opusieron. Usted habrá leído muchas cosas sobre la URSS y sobre Rusia, algunas incluso buenas, pero yo lo he vivido en mis carnes como todo mi pueblo y no creo en ellos. Siempre tienen una segunda e incluso tercera intención. ¿Conoce usted el Cáucaso? Es una tierra fértil, con ríos caudalosos y limpios en donde le gente vive feliz. ¿Sabe que tenemos un vino de gran calidad y sabor? Si no viviéramos tan aislados lo exportaríamos pero ni eso nos dejaron hacer. Tampoco es tan extraño que sepamos hacerlo porque el primer vino sobre la Tierra nació en la península Arábiga y creo que ya le hablé de nuestros orígenes, acabó tomando un sorbo de cerveza y un respiro.
- Y ¿por qué conmigo si hablará? interpelé.
- Usted es distinto, tiene la mirada franca y no parece tener demasiado interés, quizás solo quiera saber la verdad, quizás se divierta investigando pero sobre todo no es ruso, no es eslavo, es español y en principio eso me basta.
Casi me rio con la respuesta, no muchas veces ser español te abre una puerta aunque en Rusia si por esa extraña fascinación que aquella gente siempre ha tenido por lo español y es que en muchas cosas nos parecemos, ingeniosos, divertidos, casi latinos…y es que estamos aparentemente tan lejos que casi estamos al lado, como si nuestros pueblos se hubieran escurrido en la curvatura de la bola terráquea hasta tocarse. La realidad es que estamos muy cerca, mucho más que lo que tenemos en nuestro imaginario pero es que siempre nos hacemos ideas equivocadas de lo que no conocemos. No hace tanto también yo creía que estábamos muy lejos.
- ¿Me contará lo que sabe?
- Si, ya se lo he dicho pero que le sea útil o no es cosa suya y de nadie más.
Y dicho esto comenzó su relato.
“No dije toda la verdad en nuestro primer encuentro, no mentí pero no dije todo.
Cuando llegué pensé en que estaba lo suficientemente lejos y en un lugar al que nadie vendría como para quedarme en él. Quizás estaba tan roto física y moralmente que la decisión de no seguir adelante fue condicionada por mi estado pero lo cierto es que me quedé. Era  primavera o verano, más bien primavera, del 1946 pero no puedo precisar la fecha.
Aquí encontré cobijo en una familia formada por un padre y su hija quienes se apiadaron de mi estado y me ayudaron y animaron a quedarme cuando ya había tomado cuerpo en mí la idea de quedarme. Era el hombre del que les hablé, del que dije estaba loco y no mentí solo que llegó a ese estado después…su hija fue mi compañera, la mujer que me hizo feliz y me abandonó pronto.
Aquí y con ellos pasé algún tiempo, poco, hasta que una noche oímos disparos, gritos, gemidos, gran estruendo, quizás explosiones y nos asustamos mucho. Por las rendijas de la casa mirábamos sin ver nada, estaba todo demasiado lejos y no pudimos volver a los camastros muertos de miedo como estábamos Los gritos de agonía y el tabletear de las ametralladoras eran constantes y martilleaban nuestros oídos pero nada podíamos hacer.
Al amanecer cesó todo y nosotros no nos atrevíamos ni a hablar, ni tan siquiera asomarnos. Pensé que lo que fuera que hubiera sucedido, aunque era evidente que había muerto mucha gente, se tenía que haber producido al otro lado de en donde nosotros nos encontrábamos pero ni estaba seguro ni conocía los alrededores y además poca importancia tenía entonces salvo que aquello que parecía un horror se nos acercara…mejor silencio y no llamar la atención ni siquiera de nuestros vecinos, vecinos que, como nosotros, habrían escuchado aquello y también callaban.
Supongo que fuimos cobardes, eso que llaman la responsabilidad compartida, que lo haga otro, lleva a la gente a la cobardía colectiva y nos convertimos en cobardes colectivos como dice la teoría, algo que se resume también en aquello de que el miedo tiene los ojos muy grandes.
Pasaron muchas horas antes de que reaccionáramos con aparente normalidad  y especuláramos sobre lo sucedido y no éramos nosotros solos porque las ventanas de las escasas viviendas seguían sin abrirse.
Era imposible que los combates llegaran hasta aquí porque no llegaron ni en los momentos más duros de la guerra así que, dedujimos, sólo podían ser ejecuciones, asesinatos más bien, de mucha gente aunque ignorábamos los motivos.
Nos quedamos muy preocupados, silenciosos, y solo el ruido de los quehaceres que producía la hija, Lena, rompía nuestros pensamientos atormentados.
Así estuvimos dos o tres días más y cuando por fin salimos, la orilla estaba llena de trastos, maderas, botellas y todo tipo de restos que más bien parecían de un naufragio de aquellos débiles barcos que surcaban nuestras aguas, o restos de un tren…
Una botella flotaba con algo dentro y la recogí con curiosidad. Eran papeles apretujados y todo parecía indicar que eran mensajes, escritos con la esperanza de que alguien supiera algo, o simplemente una broma de los que suelen lanzar estos objetos al lago para saber tiempo después hasta dónde había llegado pero no pude prestarle en principio atención porque un hombre, quizás un cadáver, estaba tendido entre las rocas.
No sabíamos que hacer, nos acercamos con temor y le vimos entero, con ropas militares echas jirones y lleno de sangre. Lo intentamos girar para verle entero era de rasgos orientales, ojos rasgados, quizás kazajo y decidimos sacarle de allí y tumbarle en la hierba. Estaba sin sentido pero vivo pero allí no le podríamos ayudar.
Volvimos a casa a por una manta y unas maderas y le trasladamos en unas parihuelas improvisadas.
Le quitamos la ropa, le lavamos las heridas con ayuda de Lena pero aquello tenía muy mala pinta y no teníamos nada con que curarle aquellas horribles heridas que convenimos serían de bala, solo trapos para tratar de evitar que sangrara más y lo conseguimos a medias.
También le acercamos agua a la boca y conseguimos que la tragara que nadie podría imaginar lo que aquel hombre habría pasado y seguro que le hacía bien.
Al cabo de unas horas se despertó tremendamente inquieto y murmurando palabras que no entendíamos, mirando a todos los lados y procuramos tranquilizarle diciéndole en voz baja que éramos amigos y que estaba a salvo. Seguramente tenía fiebre lo que nos preocupó más porque sólo podíamos bajársela con trapos húmedos sobre la frente y los brazos y piernas y que se quedará dormido otra vez nos tranquilizó porque pensamos que era de agotamiento.
Durmió entre pesadillas hasta el día siguiente y nosotros nos turnamos para vigilarle llenos de incertidumbre porque no sabíamos qué hacer ni teníamos a quien pedir ayuda, solo algo parecido a rezar era posible.
Cuando despertó, aún febril, no sabía dónde estaba. Se lo dijimos y le advertimos que estaba a salvo entre amigos. Nos dio las gracias, nos dijo que se llamaba Nikolai y que era de Yakutia, que se había alistado para luchar contra el fascismo en el Ejército Rojo y que al final no sabía contra quien luchaba.
Encuadrado en un conglomerado de tropas que se llamó Primer Frente Bielorruso, fue separado con otros muchos de su unidad en los combates de Konigsberg y empleado como escolta de un tren que nadie sabía tripular y menos bajo el fuego, amigo y enemigo, con los alemanes en desbandada, los tripulantes del tren muertos, vagones volcados y con la consigna de hacerle retroceder. Todo un caos que él no sabía cómo se resolvió pero si se acordaba de que mataron a todos los que se opusieron o dudaron. Se subió al vagón que le mandaron y vagó por toda Rusia durante muchos días, no les dejaban bajar en ninguna de las muchas paradas, siempre nocturnas y en parajes aislados, en los que se descargaban cajas y se cargaban otras que pesaban como muertos y que a él le parecían las mismas.
En una ocasión entre las rendijas de su vagón vio un letrero de una estación y le pareció leer Omsk o Tomsk pero no estaba seguro de nada salvo de que marchaban haciendo zigzag hacia el Este, lo cual averiguó por el orto y el ocaso del Sol, casi siempre coincidente y más que del astro Rey, se guió de la luz porque el Sol realmente nunca lo vio.
Su desconcierto fue cuando aquel tren infernal se paró, parecía que definitivamente, y les mandaron bajar. Sus huesos lo agradecieron mucho y fue la primera vez que comieron algo caliente pero había un gran pero porque aquello que veían era un puerto y tenían delante un!!! mar ¡¡¡.
 Le corregimos su error y le advertimos de que seguramente pararon en Port Baikal, en donde moría la línea férrea que un día cruzó el lago, justo enfrente de en dónde nos encontrábamos ahora y que por supuesto no era un mar sino un lago.
Su cara de asombro solo era comparable con su desorientación porque había perdido el sentido temporal y no sabía ni cuantos días habían errado por el mundo ni en qué fecha estábamos.
Estaba lleno de preguntas para las que nosotros solo teníamos simples respuestas y nuestro objetivo era que se curase de todos su males y no que se esforzara en contarnos todo aquello para lo que ya habría tiempo pero no tuvimos que esforzarnos mucho porque a cada poco se quedaba dormido.
Pasados algunos días Nikolai mejoró ostensiblemente, y poco a poco hablaba de cosas menos dolorosas, la familia, su casa, los amigos y vecinos, el frío de su tierra…solo su juventud le salvó aunque si no lo hubiéramos encontrado seguramente hubiera tenido un desenlace fatal.
Nada le preguntamos, su forma de expresarse denotaba agradecimiento y haciéndonos partícipes de sus vivencias familiares parecía sentirse bien, suponíamos que porque, por fin,  pensaba en volver.
Por la noche tenía pesadillas que no podíamos entender y, con el tiempo, aprendimos a dormir libres de preocupación lo que ayudó mucho a sobrellevar aquella situación que aún ignoraban nuestros vecinos. Pronto se levantaría y empezaría a caminar y sería obligatorio empezar a dar explicaciones. Parecía que la vida continuaba otra vez…
Un día, tiempo después que no puedo precisar, nos manifestó su deseo de regresar a su casa en cuanto pudiera moverse con cierta normalidad, algo que entendimos perfectamente e incluso nos llenó de pena porque habíamos tomado cariño a Nikolai, era ya como uno más de nuestra minúscula familia.
Empezamos a hacer cálculos de cómo ayudarle a llegar a Irkutsk hasta donde había una distancia  poco razonable para hacerla a pié y en el pueblo sólo había alguna bicicleta oxidada y dinero apenas teníamos porque cuando se devaluó el rublo quitándole tres ceros a la moneda sólo se dio tres días para cambiar los billetes y a esta zona la noticia llegó mucho más tarde con lo que nuestros ahorros se convirtieron en papel mojado. Nuestro dinero provenía de nuestras exiguas ventas de hortalizas en los pueblos de los alrededores y una vez al año en el mercado de la capital y convenimos que, en este tema, tendría que arreglarse sólo muy a nuestro pesar.
Él comprendía la situación pero quería regresar con los suyos y no podíamos ni debíamos evitarlo.
Nos afanamos por recuperar su estado físico dando ya algún paseo ante el asombro de los vecinos que, al conocer su historia, le acogieron con simpatía y bromeaban con nuestro amigo. Le hacían mil preguntas que Nikolai contestaba con una sonrisa y paciencia infinita, sobre todo cuando le pedían que les hablara de aquella lejana tierra en donde nació que no sabían ni en donde estaba y que les parecía, como todo lo desconocido, una tierra mágica, llena de duendes buenos y en donde, como en el reino de Felipe II, nunca se ponía el Sol… error de bulto que él corregía con grandes carcajadas porque en realidad casi nunca salía el astro Rey…
Las compresas de romaskha, manzanilla, que le habíamos aplicado  dieron un estupendo resultado, aunque las heridas, tres, eran más bien superficiales, de haber sido más profundas seguramente no hubiéramos podido hacer nada por él.
Personalmente me seguía intrigando como llegó hasta nosotros y esperaba el momento adecuado para preguntárselo pero no hizo falta.
Estábamos los dos solos sentados en el banco de la puerta tomando el sol y empezó a contarme en detalle sus sufrimientos, sus desengaños revolucionarios y como llegó hasta aquí intentando salvar su vida que querían cortar precisamente los suyos. Ya no sé quiénes son los míos salvo vosotros, dijo con una amarga sonrisa. Y continuó:
“La vida en el tren era infernal, poca comida y siempre fría, apenas agua potable al extremo de bebernos la orina muchas veces…estábamos en él unos cien soldados que vigilábamos en las paradas y otros treinta aproximadamente, que no llevaban uniforme ni distintivo alguno, nos vigilaban a nosotros. Algunos soldados dejaban de luchar y se dejaban morir y sus cuerpos se tiraban a la vía antes de que se descompusieran y olieran peor de los hedores que ya teníamos en nuestro propio cuerpo. Me resultó curioso que todos fuéramos de las regiones asiáticas de la URSS, Turkmenistán, Uzbekistán, Yakutia, Kirguistán…pero tampoco le di mucha importancia y en nuestras largas noches nos confortábamos contando cosas de nuestras tierras. Era verano, creo, y el cielo se cubría de estrellas…
Siempre de noche y en sitios despoblados, hacíamos paradas en las que se descargaban cajas de distintos tamaños y se cargaban otras que pesaban como plomo. Llegué a la conclusión de que eran las mismas cajas solo que más pesadas y todas rotuladas en alemán pero no se lo dije a nadie. ¿Por qué? Pues porque algunas veces quitábamos tablas de alguna caja para calentarnos en barriles o cubos prendiéndolas fuego y calentar la bazofia que nos daban. Las primeras, las que suponíamos cargadas en Konigsberg, llevaban cosas envueltas en telas relativamente pesadas pero las nuevas tenían los mismos rótulos solo que al quitarlas las tablas en algunas aparecían piedras y era absurdo que cargáramos con ellas. Todo parecía indicar que sustituían su contenido pero era imposible saber el motivo aunque el robo parecía como el más claro y muy bien organizado. Decidimos no arrancar más maderas por sí notaban los hombres de oscuro lo que hacíamos, solo que a medida que avanzábamos hacia el Este el frío era mayor por la noche y murieron más compañeros. Aquello se convirtió en un viaje al Infierno sin billete de vuelta.
Personalmente decidí sobrevivir y estar muy atento porque si se habían dado cuenta de que conocíamos el cambio de las cajas, seguramente pasaría algo nada bueno cuando ya no nos necesitaran…
El transito duró en torno a cuarenta y cinco días contados según la luz de cada jornada y la oscuridad de la noche aunque no siempre pude apuntarlos todos por lo que el cálculo es aproximado y estimo que llegamos aquí a finales de Septiembre o principios de Octubre, aunque ahora no se en que día estamos, comentó mientras yo asentía con la cabeza y con la mano le indicaba que era veinte de Octubre mostrando la mano abierta cuatro veces y dirigiéndola hacia él.
Pero no me hagan caso porque en el tren vivimos casi unos cuatro meses porque cuando el Primer Frente giró hacia Alemania, camino de Berlín, nosotros retrocedimos hasta Minsk en donde estuvimos haciendo maniobras y cambiando vagones muchos días. Allí estuvimos bien, y hasta las chicas nos trataban con alegría, éramos soldados que estábamos salvando a la Patria y a punto de conseguirlo, solo que yo no las hacía caso porque pensaba en mi novia de Yakutsk.
Tengo muchas dudas sobre las fechas porque los terribles combates de Konigsberg ni se cuanto duraron ni quiero recordarlos…sangre y muertos por todos los lados y de los dos bandos…los alemanes era muy jóvenes, más incluso que nosotros, casi niños…y muchos de los nuestros tenían dudas a la hora de disparar. No quiero ni pensar en ello.
Al llegar aquí no sabíamos ni donde estábamos pero tampoco nos preocupaba, nos pudimos lavar en el agua, comimos caliente y nuestras necesidades quedaron ampliamente satisfechas y hechas con la intimidad necesaria. Solo el hecho de respirar aire puro, de estirar el cuerpo entumecido de dormir sobre la madera de los vagones y sentir cierta caricia del sol nos hacía reír como si estuviéramos de excursión. No sabíamos si había acabado la guerra, aun no lo sé, pero no nos importaba, estábamos a salvo y sólo eso importaba. De repente todo había pasado, todo era bello como nuestro país al que habíamos salvado entre todos con nuestro esfuerzo y con nuestra sangre y nos bañábamos en el agua jugando como los críos…
Algún día después, nos pusieron a trabajar en la descarga de los vagones y nos pusimos a ello con la inocencia de quien realmente siente que la vida le vuelve a sonreír. Las cargas eran muy pesadas y ya no estaban los que furtivamente las cambiaban en nuestras paradas aunque si seguían aquellos civiles que nos vigilaban sin que nadie les vigilara a ellos…
Tardamos varios días en bajar y apilar las cajas y, cuando acabamos, el tren retrocedió y desapareció, desprendido ya de varios vagones tan deteriorados que los tiramos al agua.
Aún estuvimos parados tres o cuatro días esperando a que llegaran algunos barcos pequeños que  se llevarían a no sabemos dónde aquellas misteriosas cajas, cajas que tuvimos que cargar en ellos, que hacían viajes de ida y vuelta y no a mucha distancia porque no tardaban mucho en regresar y además su marcha, pensé, debería ser lenta necesariamente, por la carga y porque el agua comenzaba a espesarse con el frio dificultándola.
Un mal día, acabada aparentemente nuestra tarea, nos mandaron formar sobre un muelle de madera que se adentraba en el agua. De repente llegaron unos camiones, creo que cuatro, levantaron las lonas y varias ametralladoras dispararon sobre nosotros que empezamos a caer como las piezas de ese juego que se llama Madera y Negro. Me dieron y también caí agarrado a una tabla y empecé a nadar como loco huyendo de aquello. Asustado, agarrotado y desconcertado, nadé y nadé agarrado a mi tabla en dirección a una luz que veía a lo lejos e incluso creo que me quedé dormido o desvanecido sobre ella…La luz se hizo primero exigua y después nula cuando creo que llegó el amanecer pero no me paré hasta llegar a unas rocas en las que me escondí…lo demás ya lo sabes…sin vosotros estaría muerto, sin vosotros nunca volvería a casa…”
- Eso es lo que nunca conté, dijo Ruslán, ni tampoco conté lo que sucedió después.
Viktor estaba anonadado con el relato, un buen ciudadano que creía a pies juntillas las maravillas soviéticas y la gran victoria en lo que conocía como la Gran Guerra Patria, y yo casi pero permanecimos en silencio ambos respetando la pausa y el dolor que el recuerdo traía a aquel hombre.
Pasado un embarazoso silencio, continuó.
- Creo que se confundía en las fechas salvo en las de su llegada nuestra casa, porque Hitler se suicidó en Mayo de 1945 cuando nuestras tropas ya habían entrado en Berlín pero, la verdad, no creo que eso sea importante. En realidad eso lo supimos mucho después y tampoco yo mismo estaba seguro de la fecha en la que llegué.
Nikolai un día se marchó sin que pudiéramos hacer mucho por ayudarle. Nos regaló su última sonrisa y aun le puedo ver sendero abajo con un petate que le cosió Lena y en dónde llevaba comida, poca, para el camino. Nunca más lo vimos, no sabemos si llegó a su casa pero no descarto aun que se ponga en contacto conmigo porque desgraciadamente nadie más queda de los que le conocimos.
Su ausencia nos dejó llenos de dudas, vacíos, nos habíamos volcado en él y ahora nuestros días, dedicados a los trabajos cotidianos, eran muy largos y nuestras noches aún más. Nos llegamos a acostumbrar, el tiempo lo cura todo, y dejamos de hablar sobre aquella persona que llenó por un tiempo nuestras vidas aunque, estoy seguro, estaba seguro, de que en nuestro fuero interno no lo olvidábamos y estaba en lo cierto…
- Debemos estar orgullosos de haber ayudado a aquel chico, me dijo mi compañero, y no dejo de pensar que somos mucho más solidarios los que nada tenemos, quizás porque no tenemos miedo a perder nada.
- Tienes razón, contesté, y espero que él ayude a otras personas, que nuestro recuerdo le sirva para ser mejor. Me gustaría saber si ha llegado a su casa pero ha pasado ya mucho tiempo…
- ¿No tienes curiosidad por saber que hay de cierto en lo que nos contó?
- `Pues si te digo que no, mentiría pero tengo miedo de que no nos guste lo que encontremos aunque sea un tesoro…porque no sabríamos que hacer con él y porque estaría manchado de sangre. Por otra parte no sé cómo podríamos encontrar nada, yo ni siquiera sé nadar aunque nací al lado de un rio.
Por toda respuesta me llevó a un cobertizo cercano al agua y levantando una lona me mostró ese trasto que usted vio en su primera visita montado sobre un barca. No sabía lo que era y su explicación no me convenció porque no la entendía.
Con grandes carcajadas me dijo que sería él quien buceara, que yo sólo tendría que quedarme en la barca evitando que se moviera del lugar y atento a una cuerda de la que tiraría cuando quisiera subir a la superficie para que el motor le ayudara a subir porque sus pesadas botas con suela de plomo no le permitirían subir por sí mismo.
Me entró el pánico al oírle, el agua siempre me ha dado miedo y tengo claustrofobia, las dos cosas juntas me alejaban de cualquier aventura como la que mi amigo me proponía y me negué en redondo a seguir escuchándole, no quería participar en algo que pudiera poner en peligro su vida y quedarme sólo. Es posible que piense que era egoísmo, que también, pero sobre todo era miedo, ese sentimiento irracional que todos tenemos a algo y que ningún razonamiento nos le hace desaparecer.
No insistió ese día…pero los siguientes fueron un bombardeo en el que encontró el apoyo sibilino de Lena que probablemente vio en todo aquello una forma de buscar otro futuro allí o en cualquier otra parte, de forma que mi fortaleza, presunta porque solo se basaba en el miedo, se fue minando poco a poco y trataba de convencerme de que si lo había hecho muchas veces era porque se podía y porque sabía y, poco a poco, hasta me reprochaba no ayudar a quienes me habían acogido en su casa, en su hogar.
Un buen día me planté delante de él y le dije:
- Estoy dispuesto, enséñame lo que tengo que hacer y vamos a ello.
- Tendremos que repasar todo, arreglar las juntas de la barca, engrasar los motores…Estate tranquilo que no será mañana ni pasado y ahora a comer que necesitaremos fuerzas.
Estuvimos mucho tiempo arreglando aquello, engrasando, hundiendo la barca en el agua para que la madera se hinchase, probando el traje de buzo, la maquinaria, el motor, y haciendo un plan de cómo actuar. El tubo que suministraba el oxígeno solo alcanzaba unos cuarenta metros por lo que nuestro límite de trabajo sólo alcanzaría muy poca distancia desde la ribera. Si admitíamos que Nikolai dijo que el trayecto de los barcos era corto, quizás tuviéramos suerte y de no ser así nuestra aventura acabaría muy pronto.
Cuando todo estuvo preparado y comprobado, fuimos varios días a Port Baikal y con una cuerda de la que colgaba un saco con piedras, fuimos midiendo la profundidad.
Lo que pudiéramos llamar la plataforma rocosa del fondo tenía muy poca profundidad lo que alargaba nuestra zona de operaciones a unos ochocientos metros pero no teniendo ni idea del rumbo tomado por las embarcaciones, nos pusimos de acuerdo para empezar en torno a los quinientos metros del puerto y recorrer la línea de Norte a Sur, de izquierda a derecha, y nos propusimos recorrer cada jornada cuya duración dependería de la luz natural, una franja en forma de  circunferencia y de no más de cincuenta metros de anchura, más o menos lo que alcanzara la vista bajo el agua y a los metros de la tubería del oxígeno.
Dicho y hecho y tan pronto salía el Sol, estábamos en la barca y tardábamos en llegar al otro lado una media hora y trabajábamos unas cuatro o cinco horas aunque al buzo había que sacarle cada hora para que oxigenara directamente del aire y descansara de algo que a mí me resultaba muy duro.
Marcamos el inicio de nuestra tarea con una vieja rueda anclada con un saco relleno de piedras pero solo teníamos una por lo que casi cada día teníamos que empezar de nuevo o a ojo de buen cubero, con el augurio de que tardaríamos mucho y con pocas posibilidades de encontrar nada.
Estuvimos unos diez días explorando y si bien me parecía que perderíamos el tiempo, mi amigo estaba entusiasmado con la tarea y no paraba de hablar del fondo marino que veía ni cuando, ya por la tarde, recogíamos tablas con la que íbamos construyendo un  nuevo cobertizo, tablas seguramente desprendidas de las cargas transportadas y rotuladas en alemán, para nosotros incomprensible.
Un mal día no llevábamos en la tarea ni diez minutos cuando mi amigo tiró de la cuerda que servía de testigo desesperadamente para que lo izara. Lo hice apresuradamente y asustado por lo que hubiera podido pasar.
No era persona humana, a través del cristal de la escafandra vi sus ojos fuera de las órbitas empecé a quitársela lo más rápido que pude. Nada más verse libre comenzó a gritar ¡!!Están todos muertos, están todos muertos¡¡¡” y se agarró a mí de tal forma que casi vuelca la barca y caemos al agua.
Le pregunté qué pasaba pero solo repetía lo de que estaban todos muertos.
Volvimos a nuestra ribera sin articular palabra y empecé a pensar que había dado con los restos de aquellos a los que ametrallaron a los que, sin duda, tiraron al agua con algún peso para que no salieran a la superficie, seguramente comidos en parte por los peces, lo que configuraría un tétrico espectáculo.
Nunca más volvió a decir nada coherente, apenas hablaba y su mirada estaba perdida. Los vecinos empezaron a decir que se había vuelto loco y, poco después, murió dejándonos muy solos.
Y esta es la historia tal como yo la recuerdo, tal como la viví y, como ya le he dicho, esta es mi verdad pero ya sabe usted que la verdad tiene muchas aristas. Las de mi verdad están clavadas en mis recuerdos como puñales, concluyó, y nunca he hablado de ello, antes bien lo negué cuando otros, como ya le he dicho, vinieron antes.

Me quedé estupefacto, lo que contaba era tremendo y no tenía ningún motivo para mentir y la cara de Viktor, demasiado joven, era un poema, se acababa de enterar de la parte oscura de la Historia de su país.

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