martes, 3 de octubre de 2017

Ámbar, versión para imprimir...ocho primeros capítulos

                        

Como soy un inútil publico de mala manera los ocho primeros capítulos...si supiera hacerlo mejor....lo haría...mañana la segunda parte...








       

                       



                           











                              ÁMBAR
   (VEINTIUN GRADOS BAJO CERO, II PARTE)

                                      

              


                   


                       RAFAEL GONZÁLEZ CRESPO
                                LIMPIAS 2017
                


                                       ÁMBAR
- Prologo
- Capítulo I: La cabra siempre tira al monte.
- Capítulo II: Vladimir tenía un Lada amarillo.
- Capítulo III: Éramos pocos… y parió la abuela.
- Capítulo IV: Baikal.
- Capítulo V: ¿No querías taza? Pues toma taza y media.
- Capítulo VI: Lilí Marlen
- Capítulo VII: …que buenos son que nos llevan de excursión.
- Capítulo VIII: Lo que une una cerveza que no lo separe el hombre.
- Capítulo IX: La verdad tiene muchas aristas.
- Capítulo X: Las botellas no siempre contienen vodka.
- Capitulo XI: Kompromat
- Capítulo XII: Cuando el frio invierno se presente…
- Capitulo XIII: Algo se muere en el Alma cuando un amigo se va.
- Capítulo XIV: Mañana será otro día…
- Capitulo XV: La Sudba…tiene la culpa.
- Glosario breve sobre las palabras rusas empleadas.





                                     ÁMBAR
                               PRÓLOGO

Escribir es algo más que emborronar cuartillas…escribir es sentir, es volver a vivir e incluso soñar y nadie, absolutamente nadie que escriba, deja de sentirse identificado con alguno o varios de los personajes que maneja aun cuando escriba sin percibir que se está retratando…
Y esto es así porque nuestra mente es rehén de sus vivencias, de su memoria, de sus miedos, de sus alegrías, de su entorno, de su actividad profesional e incluso de su formación y otros muchos factores.
Solo cuando son así los libros tienen alma, alma que huele a celulosa pero alma al fin y al cabo y solo de ese alma depende que el volumen sea bueno, malo o regular, inadvertido, sentido, vivido, legible…
Y es que nadie puede escribir situaciones que no ha vivido, sitios que no conoce o personas que no existen en realidad  y cuando lo hace bien, que es a lo que aspiramos todos los escritores, surgen las palabras solas, que los puntos y las comas ya se pondrán luego, como si fueran formando un torrente de sensaciones que se sienten vívidas y vividas como cuando se tiene la sensación, extraña sensación, de que aquello que nos sucede ya lo hemos vivido antes, eso que llaman ahora el dejá vu, llenando nuestra mente de dudas más que razonables sobre lo que pudo ser nuestra vida anterior…y futura…porque todos creemos en algo o en alguien aunque solo sea en combate o cuando empieza a hacer cosas raras el avión..
En esas dudas, y en la línea expuesta, me  muevo cuando escribo y hoy presento para vosotros una historia que bien pudo ser así, o no, ¿por qué no? Pero que, en realidad, solo refleja mis sensaciones sobre algo que debió pasarme cuando era eslavo, o en mis sueños, independientemente de la trama argumental que planteo, porque la enjundia del relato solo es creíble desde el convencimiento de que lo he vivido de una forma u otra, lo he soñado o lo viviré, solo que ni yo mismo se la respuesta a la incógnita temporal que llevo dentro pero que, en su mayoría, es cierta.
Ámbar no es más que un título, un envoltorio para describir el Alma eslava, como piensa y cómo reacciona, como da vida a las personas haciéndolas distintas a cualquiera otra, aunque el marco que la rodea sea de resina fósil. Y casi todo en él es verdad, sucedió así aproximadamente…
En un país, Rusia, lleno de arcanos, misterios, leyendas, creencias…que la mayoría de las veces solo existen en nuestro imaginario, no solo se trata de entender lo increíble sino de vivirlo, porque en Rusia todo es posible y lo contrario también, y es por eso que fuera del mundo eslavo todo es un desconocimiento general incluso de los porqué de su Historia y me afano escribiendo en hacerlo entendible desde la estúpida  prepotencia de que lo entiendo, solo que no es verdad, simplemente lo intento pero como nadie sabe nada pues paso por ser de los que más saben…solo hay que echarle cara al  asunto.
Cuando escribo me pasa como cuando hablo…al final me lio y no sé cómo acabar pero si sé cómo empiezo y es que a veces es mejor dejar las cosas como están aunque siempre hay alguien que quiere conocer la verdad, pero claro, ese alguien es raro que sea eslavo…
A fuer de ser reiterativo creo que escribir una buena historia requiere dos cosas como mínimo, poner el alma en ello y que sea verídica aunque parezca fruto de la imaginación...Vladimir existió, me llamaba jitrii y decía que yo era rico...lo mataron en Bielorrusia para robarle su Lada amarillo, su cadáver apareció a los seis meses de su desaparición y su Lada nunca...tuve con él una cuenta corriente en una caja española...confiaba en mí. A su muerte ,en plena depresión rusa, me las arreglé para llevarle todo su dinero sin perder una peseta a su viuda que no entendía por qué se lo devolvía...Cosas de la vida...escribir noveladas algunas de nuestras andanzas es una forma de que siga viviendo, al menos en mi corazón.
Y también existen Viktor, el chelnoki, Ruslán, varios Oleg y otros que retrato con las carencias de mi pluma, y es que como decía Campoamor “Ojalá tuviera el don de la palabra” o manejara el pincel mejor que la pluma…pero, claro, entonces pintaría y no escribiría…
No creo en las obras de ficción porque la realidad siempre la supera.
En todo caso os pongo en antecedentes de que el ámbar solo es una excusa para recorrer Rusia de cabo a rabo a través de su Historia, de su gente, de sus costumbres…en una época en que la miseria merodeaba a este gran país como los buitres en torno a una oveja desvalida…buitres que tienen nombre y apellidos porque, teniendo muchos enemigos, quizás el peor carroñero de Rusia sea ella misma…la resignación, el miedo como segunda naturaleza, la facilidad con que se apuntan a burlar las leyes, y la creencia de que todo cambia para seguir igual o peor, hacen de su sufrida gente una rara mezcla de oveja camino del matadero y águila imperial capaz de comerse el mundo, mezcla que nos llevaría a un animal mitológico que creo que aún no ha sido descrito…y que quizás, solo quizás, acabemos bautizándolo leyendo estas malas cuatro líneas como el ovejáguila que tenía bulimia…
No hagáis nada sin poner el alma en ello, mejor no hacerlo…que hacerlo mal…
                                 

                  

                                      Capítulo I
                      La cabra siempre tira al monte
Amanece que nos es poco decía no sé quién… echaba de menos mi época de vino y rosas pero no me apetecía empezar de nuevo…pura pereza…aunque a lo mejor sí pero no me daba cuenta…
La vida transcurría tranquila , demasiado tranquila, y el mundo, nuestro mundo , se me hacía demasiado pequeño….demasiados temores, que aquí el miedo es una segunda piel adosada permanentemente al Alma eslava, y era feliz, éramos felices, pero alguien acostumbrado a una vida nómada, y de asfalto para el reposo, no encontraba por ningún lado el gusto por el campo y la huerta aunque a Olga le pareciera, después de tanto sufrimiento, aquel paraíso terrenal en el que Eva y Adán comían manzanas empujados por aquella serpiente puñetera…no se me daba bien embotar a todo correr en Verano todas las bayas del mundo para comerlas despacio en Invierno y mucho menos recogerlas…soy más de supermercado, no es tan natural, ni tan barato pero es más cómodo…
Es cierto que Rusia huele a trigo verde, a hierba recién segada, a campo y sudor…también es cierto que , durante algún tiempo, me gustaba aquello pero no lo es menos que los días eran tan previsibles que llegaban , a veces , a hacerse odiosos…envidiaba a aquel Paco Umbral que iba a buscar el pan cada mañana y se encontraba con Nadiuskha y mucho más su obra literaria porque siempre quise ser escritor pero resulta que no tenía inspiración, y es sabido que los artistas sin ella no somos nada…solo faltaba que el marido de Yulia me llevara a pescar…claro que el Baikal no es cualquier cosa aunque no se pescara nada…y me decía que si llegaba la propuesta me lo pensaría , pero era demasiado respetuoso conmigo así que tendría que proponérselo yo.
Me gustaba ir dando un paseo en cualquier época del año al hotel Art House. Una cadena internacional lo mantenía en aceptables condiciones de todo tipo teniendo en cuenta que estaba incrustado en la mansión Bichikanov del siglo XVIII, situado en la ribera derecha del río Angara antes de que este calmase la sed del gran Yeniséi,  y que tenía un café más que aceptable aunque cuando lo pedía con leche la camarera , demasiado pizpireta para su edad, me miraba con ese gesto tan ruso que venía a decir que los extranjeros estábamos como un cencerro, lo que , en mi caso, era cierto…lo único malo que tenía el susodicho alojamiento era que estaba al otro lado del río con lo que , en ocasiones invernales, el paseo había que darlo aceleradamente  y entre los crujidos que salían de mi boca al congelarse al contacto con la atmosfera mi aliento, en ese efecto que algunos llaman “ los suspiros del Yeti”. Estos paseos acelerados estaban de sobra compensados por la maravillosa floración de la Primavera y el Otoño ocre que cubría las dos orillas del río llenándole de pura Poesía, de puro deleite para la vista.
En verano demasiado calor , no solía ir a por mí café y a engancharme a internet porque la cafetería  se llenaba de una variopinta fauna entre guiris en busca de mamuts, que algunos creían que aun andaban por las calles, ecologistas de salón que venían a salvar al lago sagrado Baikal de los excesos humanos, aventureros de chichinabo, fotógrafos freelances en busca del éxito que les sacara del anonimato y la pobreza, y chinos cargados hasta las trancas de productos marca “La bandurria”…que montaban su mercadillo particular pagando previamente a todo chichirimundi una espléndida propina para que miraran para otro lado.
El zoo lo completaban algunas mozas aspirantes a modelos que, no sabía por qué, pensaban que allí encontrarían a un agente americano que haría que sus sueños se cumplieran…Solo encontraban a unos mamoncillos con pelo largo que las hablaban de la pérdida del espíritu revolucionario de Lenin poniendo cara de sufrimiento, o de estar estreñidos, con la sana intención de llevárselas al huerto, no precisamente el de Getsemaní, y sin hacerlas una triste foto que alimentara sus anhelos de gloria efímera en papel cauché…así, chavales, no hay forma, me decía yo moviendo la cabeza en ese gesto universal de la negación. No sabían que hacía años que los rusos habían cambiado la hoz y el martillo, cosas para turistas, por la hoz y el Martini, rojo, claro…
Al final el hotel parecía un camping para mochileros y la tranquilidad habitual se convertía en una torre de Babel en la que nadie entendía más que el lenguaje universal de los gestos, menos mi camarera favorita a la que de vez en cuando y por probar a ver qué pasaba, la guiñaba el ojo o la hacía una reverencia a la vez que la decía buenos días…pero no pasaba nada, la sutileza no era su punto fuerte y creo que el sentido del humor tampoco. No me quedaba otra porque para conectarme a Internet, ella debía de desconectar de su clavija un teléfono y poner la mía y de paso avisar al FSB[1] con lo que se apuntaba un tanto muy valioso. Me la imaginaba diciendo algo así como “El que vive con la hija de Beria, el extranjero, está conectado…”. No solo no me importaba sino que me divertía, que mis secretos eran tan confesables que daban risa, pero Rusia funciona así, con lo que seguir el juego haciéndome el bobo no era nada difícil, hasta la cara me salía muy natural.
Conocía de memoria la ciudad después de dos años de retiro espiritual o lo que fuera.
Irkutsk, ciudad más conocida por los Decembristas que por otra cosa…Decembristas así llamados porque fue en Diciembre de 1825 cuando se sublevaron contra el Zar, Decembristas que eran oficiales del Ejército, pertenecientes a la aristocracia rusa y formados en Francia desde  donde exportaron las ideas de la France y su revolución, pero los gabachos, siempre hacen lo mismo y esta vez no sería una excepción, se olvidaron algún detalle…les contaron lo de la Liberté, Egalité y Fraternité pero omitieron que para ello había que dar matarile a unos cuantos miles de monárquicos, y sin pestañear, por un procedimiento, muy poco aseado, llamado guillotina y, a poder ser, con amplia difusión y un público ávido de ver cómo funcionaba el invento y cuanto más numeroso mejor, para después pasear cabezas en una pica recordando a los que no habían ido al espectáculo lo que les podía pasar si pedían la devolución de las entradas que no habían utilizado. El método lo perfeccionaron más tarde Lenin y Stalin con notable éxito. Pero la culpa fue de los gabachos que, ya se sabe, andan escasos de sutilité…
¿El resultado? Cinco condenados a muerte y casi una centena de deportados a Siberia y al extranjero en distintas condenas en cuanto al tiempo de duración y, eso sí, con la pérdida de todos sus bienes…y todo por una mala explicación. Y es que la mala leche es universal.
La mayoría de estos oficiales deportados se llevaron a Irkutsk a sus familias y entre todos formaron aquí un centro cultural de lo más selecto de Rusia, dando lugar a un florecimiento en la ciudad que no había tenido ni soñado jamás desde su fundación al principio del Siglo XVII, fundamentalmente reconocible hoy en día por la cantidad de casas y palacios con un inconfundible estilo francés y amansardados edificios, todavía hoy en bastante buen estado de conservación, como la mansión Fainberg o la Casa Europa, y no digamos la casa de María Volkonskaya, verdadera inspiradora del nacer cultural en estos lares, e incluso las famosas casas de madera son especiales en esta parte de Siberia por la riqueza de los marcos de sus ventanas, hechos en madera tallada y policromada que las dan un valor añadido y resultan de una singular belleza.
Del paso de Bakunin  apenas nada… el ideólogo del anarquismo no quedó muy bien parado aquí que los decembristas eran revolucionarios pero menos. De hecho se carteaban con el héroe nacional ruso, el poeta Puskhin, muerto en un duelo a manos de un oficial francés, que ironía más fina, por un quítame allá las faldas de mi mujer Natalia Goncharova.
De una de sus cartas, exquisitamente escritas, en la que se decía algo así como “… de la chispa encendida por vosotros nacerá un nuevo orden...” sacó Lenin la palabra Iskra, chispa, para el nombre del primer periódico revolucionario.
Nuestra casa seguía siendo la misma, al menos exteriormente, porque ese miedo, tan típicamente ruso, no permitía arreglar su exterior para no llamar la atención pero interiormente si habíamos hecho muchos arreglos que nos permitían vivir más que cómodos.
Nuestra cocina era relativamente nueva, se había repartido la planta en piezas separadas, el cuarto de baño era interior aunque con pozo, que no llegaba allí el saneamiento, y un sofá  en la salita de la tele, aunque yo prefería tumbarme en el suelo a verla como hacía de niño con gran cabreo de mi padre que decía que no sabía guardar la compostura…por eso decía Olga que yo era como un osito de peluche porque nunca había abandonado mi alma de niño…un revoque interior, con capa de pintura demasiado llamativa para mi gusto, nos aislaba del frío mejor de lo que se podía imaginar pero es que los rusos en esto de abrigarse y abrigar son unos maestros y saben muy bien lo que hacen.
También los radiadores de aceite habían complementado a la rechka que por otra parte ocupaba un espacio absolutamente necesario para movernos con cierta comodidad y había que reducirla... Por supuesto que el icono seguía en la cocina, el lugar de honor de la casa, aunque su valor era relativo…por razones obvias no pertenecía a la herencia familiar ni era antiguo…
Por encima de aquel decorado de cartón piedra reinaba Olga, absolutamente feliz, complaciente y paciente y, por primera vez en su vida, segura de sí misma y de mi protección o eso parecía. Se afanaba en las tareas de la casa a lo que yo ayudaba en las labores más duras y en hacer los mandados como una excusa más para cruzar el río camino del centro, y yo creo que lo sabía y sabía que me gustaba el paseo y el café mañanero sobre todo por lo que se inventaba, en muchas ocasiones, algo que requiriera mi salida por el simple placer de ver mi cara de alegría…
El panorama, mi panorama, se completaba con alguna visita a Yulia, la hermana de Olga, que seguía viviendo en Sludyanka, y que cuando nos veía abría los ojos como platos, eso que ahora llaman ojiplática, como si no diera crédito a lo que veía, o como si no nos hubiera visto nunca pero ,claro, creía en la Sudba, el Destino, y en ese particular síno vivía la suerte de su hermana que , después de todo lo pasado, tenía su personal cuento de hadas en el que yo, que cosas, era el Príncipe azul, un azul precisamente del tono que a su hermana le gustaba, que ya se sabe que este color tiene demasiados tonos…incluido el galuboi…
¿Era feliz? Si, sin duda, pero no imaginaba mi vejez en aquel lugar, y no porque no me aportara nada, al contrario, sino porque aún no abandonaba sin pena las cosas de la juventud como recomendaba Kypling y lo peor era que Olga lo sabía y no quería hacerla daño por nada del mundo, no se lo merecía y además sin duda la quería pero lo cierto era que nuestros mundos eran muy distintos, distantes, cada uno rehén de su educación, de sus raíces, de sus vivencias, tremendas vivencias en el caso de ella, que se plasmaban en la tranquilidad que significaba para uno esta vida, frente a la necesidad de que “pasara algo” del otro.
A veces pensaba buscar nuevamente a su hijo y traérselo arrastrando por la carretera porque sabía que necesitaba verlo, necesitaba saber que estaba bien pero el elemento estaría muy ocupado en plena picaresca a la rusa para obtener pingües beneficios, espero que sin involucrarme a mi otra vez, y me prometía a mí mismo hacerlo algún día y todavía no comprendía por qué había renunciado a los papeles de Beria salvo porque tuviera otro negocio en marcha del que fuera más fácil obtener réditos que convenciéndome a mí, sobre lo que seguro tendría dudas, aunque yo no tuviera ninguna. Lo pasado,  pasado está y así seguiría. Pero tener un hijo así era como si una espada de Damocles oscilara sobre nuestras cabezas.
Resumiendo, que es gerundio, la cabra,  en este caso yo, Alfredo Vigón, siempre tira al monte y espero que nadie le ponga años al animalito…que echaba de menos el Lada amarillo chillón, más chillón que el tractor de los Zapato Veloz,  de mi amigo Vladimir y que añoraba la mochila que no era precisamente azul.
Es curioso, todos queremos vivir muchos años pero nadie quiere llegar a viejo. Parece evidente que son dos cosas incompatibles, salvo para Matusalén que por la estepa le llamaban Mafusailov...y yo aspiraba a imitarle o a ser eternamente joven aunque fuera como Dorian Grey, a costa de verme cada mañana en un retrato que envejecía mi cara, mi ego y mi alma....

De que Rusia es un gran país no me cabía ninguna  duda y en él vivía yo mi particular aventura terrenal envuelto e imbuido en eso que llaman el Alma Eslava…que encontrarle nombre a las cosas que no entendemos es muy humano, cuando, yo creo, solo hay que sentir esas cosas, medir si nos emocionan o nos cabrean. Y dejarse llevar por ellas como aquel que decía que a Rusia o se la ama o se la odia obviando entenderla. Otra cosa es un vivo sin vivir en mí, como Santa Teresa…        
Desde que en una visita del Patriarca de la Iglesia Ortodoxa a Occidente y se agarró un cabreo de mil pares de Patrones de su Iglesia porque en un mapa antiguo se denominaba a Rusia con el nombre de “Terra Incógnita”, se ha instalado en el resto del mundo mundial un halito de misterio sobre todo lo que sucede o ha sucedido, o está por suceder, en aquellas tierras que nos empeñamos en creer muy lejanas…y es posible que hasta con cierta razón porque el ruso, el eslavo, también cree en los misterios y en los milagros, probablemente porque cuando les falla la Tierra , y les ha fallado en demasía, miran al Cielo, como todos hacemos, y también porque tiene un cierto gusto romántico que convierte en héroes a los poetas o a los actores y viven en un mundo de sueños, imperiales pero sueños.
Me encanta que la gente crea en algo, que sueñe, creo que somos soñadores y que empezamos a morir cuando dejamos de soñar y me cabrean esos falsos investigadores que se dedican a desmantelar mitos y creencias destruyendo la ilusión de la gente. De hecho yo aún creo en Died Maroz, Papá Noel, a pesar de mi corazón Mediterráneo, pero ¿y si fuera adoptado y en realidad me apellidara Romanov? No creo, aunque a veces lo pienso,  pero una vez se lo dije a un amigo en broma y se lo creyó tanto que la supuesta adopción apareció en un periódico brasileño
Su historia está llena de “falsos Dimitris” como aquel que en el llamado Interregno, se presentó como hijo de Iván el Terrible, y que en realidad, se dice, era un monje llamado Grigori, y  acabó con la invasión polaca y como el Rosario de la Aurora y el tal ¿Dimitri? o ¿Gregori? asesinado y sustituido por Boris Godunov que, aunque era un verdadero gafe, al menos dio lugar a una abundante obra literaria y musical. La realidad de todo este embrollo fue que el pueblo prefería creer que era verdadero y que se salvó de la matanza de la familia del tal Iván IV y que los boyardos se aprovecharon para sacar ventajas a cambio de su apoyo. Nada nuevo bajo el Sol.
Otro episodio de este pelaje sería el de la Princesa Tarakanova, que se decía hija de la Zarina Isabel… se topó con Catalina la Grande en su intento y, tras ser llevada a Rusia con engaños de uno de los supuestos amantes de la Cata, el Príncipe Orlov, murió de tuberculosis  en la fortaleza de Pedro y Pablo en Piter sin que los duros interrogatorios a los que fue sometida la apearan del burro. Hoy en día aún son muchos los que mantienen que realmente era hija de Isabel de quien se dice estuvo embarazada dos veces  del Conde Razumovsky, recluyendo a su primera hija en un convento aunque de la segunda, la tal Tarakanova, con nombre de cucaracha[2]… nada se supo hasta su aparición en París con un supuesto testamento en la que se reconocía su condición. Y nada se supo después aunque no resulta extraño porque de existir alguna prueba habría sido destruida sobre la marcha.
La historia de la muerte de Alejandro I está llena de todos los elementos propios de una novela de misterio a la eslava. Muere en Tangarong, a orillas del mar de Azov, oficialmente de malaria, pero ¿Qué tiene de romántico o heroico morir así? Se dice, y seguramente será verdad, que cuando comprueban su cadáver, las medidas antropométricas no coinciden con las de Zar, y aunque sus restos son enterrados junto con los de los demás zares en San Petersburgo, dice la leyenda que no son de él, que el verdadero se refugió en Siberia, que vivió como un stariets, un ermitaño a la rusa, haciéndose llamar Fiodor Kuzmitch. Y yo también lo creo porque me apetece que sea así que para mí es suficiente…
Podríamos estar repasando tantas y tantas historias fantásticas hasta pasado mañana, a cual más bella,  y que entre todas han generado un temor ritual entre los países que llegan a mezclar este sentir popular, este acerbo, hasta con el mismísimo KGB. La ignorancia es atrevida. Todos creemos en algo, esotérico o no, incluso los que no creen en nada, creen en algo…en ese nada…que ya es creer porque muchas veces nada significa mucho.
De todas estas creencias, Rasputín nada de nada a pesar de que su supuesto pene de veinte centímetros se conserva en formol en un museo de la antigua Leningrado, la que más me gusta es la de la princesa, en realidad Gran Duquesa,  Anastasia, la que escapó de la matanza de la familia imperial de Nicolás II en la casa de Ipatiev en Ekaterimburgo. Y digo que escapó porque así lo creo y no quiero creer otra cosa. Mi admirada Anastasia Nikolayevna vive porque lo digo yo que ya es suficiente motivo.
Leo todo lo que cae en mis manos sobre ella, tratando de dar sentido a su final y creyendo que Anna Anderson, probablemente enredada en un sinfín de problemas jurídicos, fue víctima de las circunstancias y no del soviet de los Urales.
Por casualidad vi una película antigua sobre ella protagonizada por Ingrid Bergman y ¡¡¡Yul Brinner!!! del que aún no sabía que era romaní y ruso de Vladivostok.  No sé si fue la magnífica interpretación, mi calurosa imaginación, mi predilección por los personajes caídos en desgracia, los perdedores, o mis tendencias a averiguar la parte de la verdad que me interesa, nunca completa que puede ser hasta peligroso, pero el personaje me fascinó y he leído y leo todo lo que cae en mis manos sobre mi Anastasia, mi heroína de mirada triste. La realidad es que aún no habían aparecido sus restos lo cual era altamente sospechoso por cuanto, lógicamente, deberían haber sido enterrados junto con los de toda la familia de Nicolás.
Al menos es lo que se desprende del relato del carnicero Mijail Medvedev en su libro “Torbellinos hostiles”, mejor manuscrito, en el que se atribuye el mérito del asesinato dejando a los matarifes restantes como simples espectadores. La crueldad del personaje se manifiesta en su testamento en el que legó la pistola que utilizó en los crímenes a Nikita Kruchev, que, en mi opinión, no era mejor que él. Su tumba mancha para siempre el fantástico cementerio moscovita de Novodevichi no muy lejos de la del heredero de su arma, tal para cual, sin que, al menos yo, se sepa el destino último de la pistola de marras.
Hablaba muchas veces con Olga sobre estos y otros muchos enigmas de la Historia rusa y curiosamente estábamos de acuerdo aunque por motivos diferentes.
Ella creía firmemente en lo más profundo de las leyendas como algo consustancial al sufrimiento ruso, algo tenía que haber salido bien, no todo podía haber salido mal, por más que Dostoyevskii dijera que el pueblo ruso amaba sufrir, y yo por lo que ya he dicho, y  porque me apetecía creer, y porque la gustaba a ella que creyera y porque probablemente hubiera una parte de verdad en muchas de ellas, por enrevesado que pareciera,  porque la Historia, no solo de su país sino de todo el mundo, y hablo de la verdadera Historia, hay que conocerla con una buena provisión de tila mezclada con valeriana para que no se nos indigeste.
Olga y yo nos entendíamos muy bien, siempre lo habíamos hecho, pero es que ella había desarrollado un español, rusiñol, como el de los indios en las películas del Oeste cuando decían  “ No creer a casaca azul pero invito a trago en Little Bighorn”,  lugar en donde los escabecharon cual perdices,  que era más que suficiente, y mi ruso prosperaba a pesar de todos los cantamañanas que al saber que era español me hablaban en inglés, idioma que odio y del que solo sabía decir “Gibraltar español” que ese peñón lo llevo clavado en el alma como si fuera una navaja cachicuerna metida hasta el mango en el omóplato.
Nunca hablábamos de su padre, el ínclito Lavrenti, en un pacto ni hablado ni escrito, que no era cuestión de meterse en fangales, que eso ya lo hacía con frecuencia su hermana empeñada en presentarme a su padre como si fuera un personaje de cuento de Navidad…ni tanto como se decía ni tan calvo, que sí lo era, como lo pintaba ella…pero sí alguna vez y con cierta reticencia sobre su hijo, el tal Aleksander Volkov, al que ella llamaba Shasa.
Cuando la conversación se ponía de color panza de burro zamorano yo solía hacer algún comentario del tipo “Parece que va a llover” que era la señal, muy bien captada siempre por ella, de que el tema no debía llegar a mayores, mayores que pasaban porque le buscase como la busqué a ella y es que no hay nada como una mujer enamorada para creer que su pareja es Tarzán de los monos y que lo puede hacer todo.
Además me estaba volviendo supersticioso,  a pesar de que serlo trae mala suerte, y pensaba que no se debe de mentar la soga en casa del ahorcado por razones obvias pero en este caso porque a fuerza de nombrarle acabaría apareciendo…
                                                          

















                                 CAPITULO II
                   Vladimir tenía un Lada amarillo
Malos años en Rusia, y para los rusos, aquellos noventa, anuncio de la gran depresión económica que se avecinaba…en todas las ciudades, grandes o pequeñas, unos individuos con chaquetones de piel negra, y como si fuera un uniforme que los identificara, esperaban a la puerta de los bancos a quienes, como yo, íbamos a cambiar nuestras divisas por rublos, ofreciendo bastante más que el cambio oficial y este acopio, de dólares y marcos fundamentalmente, fue el origen, junto con otros factores, de algunas de las grandes fortunas y sobre todo de esa gente conocida como “nuevos rusos”, en español nuevos ricos, cuya ostentosa prepotencia se ha visto por medio mundo, en mi opinión dañando gravemente la imagen de su país, sobre todo porque era, y es , falsa…
Lo malo no era cambiárselos o no a estos matones de tres al cuarto, simples empleados, lo peor era quedar señalado como alguien que manejaba dinero y si bien yo tenía mala fama, misteriosa fama, y no sé si inmerecida, pero el apellido Beria aun pesaba mucho en el imaginario popular, que en principio me mantenía a salvo, la realidad es que no estaba seguro de nada pues vivir alejado del centro y sin vecinos no me daba seguridad alguna y lo peor era que no sabía bien que hacer , como encontrar equilibrio entre tranquilidad y seguridad.
Tampoco los bancos eran demasiado solventes…y el dinero que me enviaba mi banco desde España, venía vía Nueva York con una merma del veinte por ciento por culpa de los costos y la posibilidad de que cualquier día me encontrara con la puerta de la entidad cerrada a cal y canto, que los bancos allí aparecían y desaparecían como el rio Guadiana o decían con toda la caradura del mundo que vuelva usted mañana en un remedo ya inventado por Mariano José de Larra que se alargaba hasta el infinito…
Todo era complicado, el correo llegaba a casa cada quince días en el hipotético caso de que lo hubiera, y el teléfono que realmente me hubiera ayudado mucho, era imposible obtenerlo. La tecnología llegaba hasta donde llegaba y los empleados públicos también…cada vez que intentaba que me pusieran una línea la respuesta era Nielziá…que, como todo el mundo sabe , quiere decir Nielziá, o , como decía aquel torero, lo que no puede ser , no puede ser y además es imposible,  y llamar desde el hotel solo servía para algunas cosas porque me escuchaban hasta las cucarachas del sótano, que es en donde normalmente se hacían las escuchas, que uno ya había corrido mucho y sabía de esto.
Ni siquiera tenía coche cuando realmente lo necesitaba aunque no fuera más que para salir corriendo en caso de peligro así que me tuve que inventar un sistema con la ayuda de mis viejas y peligrosas amistades que de enterarse Olga acabarían con el Edén que ella se había creado mentalmente.
Así que debido a las dificultades que manejar el dinero imprescindible creaba la situación, y muy de vez en cuando, cogía el avión a Moscú, y podría hacerlo a cualquier otra ciudad, pero Olga jamás volvería a aquella ciudad de su sufrimiento y por tanto podía ir solo a un lugar en el que tenía muchos y enrevesados contactos, forjados en favores mutuos y en esa complicidad entre, no sé si decir, delincuentes, más bien pillos, que practican el hoy por ti, mañana por mí, que nunca se sabe, y también, y por otra parte, allí las posibilidades eran mayores que en ninguna parte aunque también el peligro, suponía, porque en la capital de todas las Rusias siempre me he encontrado muy cómodo.
De entre toda aquella patulea de la que podía fiarme porque yo también pertenecía a ella, elegí a Katya…
Cuando llegué a Moscú no tenía ningún plan previsto, algunos nombres, algunas direcciones, algunos teléfonos que no sabía si me servirían de algo porque aún no habían llegado a este Imperio decadente las guías telefónicas, datos con lo que a lo peor no encontraría a nadie que en aquellos años convulsos todo era posible, venta de pisos a constructores, derribos innecesarios, mudanzas a zonas en donde las mafias no reinaran sin control…, fallecimientos imprevistos y accidentales…¿por qué no?...si allí todo era posible…
Pero me alojé en el hotel Ukraina por probar como era aquel mazacote, una de las Siete Hermanas que coronaban Moscú como si fueran las velas de una tarta de cumpleaños de una niña y no solo por probar, que también,  sino porque mis experiencias hoteleras anteriores no habían sido precisamente buenas, sobre todo en el Rossia de casi cuatro mil habitaciones,  en el que encontrar la habitación era como hacer el Camino de Santiago descalzo aunque a céntrico no había quien le ganara.
Y allí, y sin pretenderlo, encontré la solución, más bien me vino la idea de quien pudiera ser la persona adecuada para ayudarme a bajo coste porque la posibilidad de Emma estaba rechazada de antemano, que me ayudó con todas sus fuerzas cuando encontré a Olga pero que resultaba peligrosa en sus demandas, y nunca quise, y menos ahora, aventuras que dejan sabor amargo y además no sabía si tendría contactos útiles y demasiado miedo, aunque atrevida lo era y mucho.
Mi primera noche de hotel moscovita fue un peregrinar de buenas mozas por la puerta de la habitación, primero una, luego dos y finalmente tres… al principio creí que era una oferta porque el precio disminuía pero debía de ser porque cuanto más avanzaba la noche, tantas menos posibilidades de clientes les quedaban…abres la puerta por si pasa algo y acabas dándote cuenta de que un extranjero solo, es caza mayor por un puñado de dólares que diría Clint Eastwood. No hacía falta ser un lince para pensar que estaban compinchadas con las diesurnayas, encargadas de planta, del hotel en cuestión, que además tenían un alto grado de dignidad mal entendida y una mala leche de preocupar.
Ambas, la dignidad y la mala leche, remitieron mucho cuando hasta las narices de que me despertaran salí en pijama y esperé a que la señora encargada de mi planta dejara de hacerse la dormida, lo que hizo de inmediato en cuanto vislumbró un billete de diez dólares aireándose en mi mano…la petición, hecha con cara de bobo como corresponde a los extranjeros y que yo tenía muy bien ensayada, tampoco me costaba mucho, me salía muy natural, de que estaba muy cansado y necesitaba dormir, fue correspondida con un “no faltaría más que este es un hotel respetable” cosa que no se creía ni ella pero que convenía aceptar…
En aquella Rusia empobrecida Moscú no era una excepción, antes bien allí las dificultades eran mayores que en un medio rural o de los llamados de provincias, porque en ellos aún eran relativamente fáciles de encontrar los alimentos que en la capital escaseaban, y era patético ver los gastronoms, las tiendas de comestibles, absolutamente vacías en contraste con los miles de puestos de venta ambulante que proliferaban en las grandes avenidas y en los pasos subterráneos del Metro en los que se podían encontrar desde lencería de colores chillones a candados, ropa y zapatos chinos, llaves inglesas y perfumes más falsos que Judas aunque de acreditadas marcas, que el típico y empalagoso de toda la vida “Noches de Moscú” hacía tiempo que ni siquiera se fabricaba.
La mercancía se completaba con una amplia gama de relojes Vostok, Molnia, Komandirskii y otros de la amplia oferta de mecánica soviética, por cierto muy buena. Supongo, no lo sé, que eran alimentados de mercancía por los chelnoki, contrabandistas, estraperlistas u otras variantes de los buscavidas y como de eso, de buscarse la vida, se trataba, proliferaron como setas de Primavera para, y sobre todo, hacer acopio de cosas inútiles, que en esto los soviéticos eran expertos y como los hábitos occidentales no habían llegado todavía y ellos no se habían dedicado a cambiar los suyos, habían convertido la ciudad en un mercado persa de enormes dimensiones.
Solo en la Nueva Arbat, la antigua Kalinin, y entre el edificio de Aeroflot y la confluencia con Arbat la vieja, conté más de doscientos tenderetes y solo estaba vacía al principio de la calle  en donde el garito Metelitsa, cuya acera estaba ocupada por coches blindados y unos supuestos conductores tipo armario ropero con altillos que parecían del famoso barrio de Liubertsy, famoso , como digo, por practicar sus habitantes exageradamente el noble arte de levantar pesos y que tenían todos ellos medidas de modelo, 90-60-90 , solo que en cada brazo, y también a la altura de los almacenes Viesná en donde la puerta de entrada había quedado libre aunque no entraba nadie que tenían mejor oferta los tenderetes.
 En Leninskii Prospekt ni siquiera intenté nunca hacer un cálculo, que había allí más gente que en el Bernabeu después de un partido del Real Madrid, pero me compré un reloj chino de pila que al cambio me costó algo así como veinticinco pesetas, porque el mío era demasiado llamativo. El tal reloj, que aún conservo, tenía en la esfera la bandera de la Marina de Guerra soviética y, simbologías aparte, era bonito pero sobre todo cumplía la misión de no interesarle a nadie.
En aquella marabunta inmersa en una fiebre de picaresca proletaria, y al grito de ¡¡¡Sálvese el que pueda!!! la gente se las ingeniaba para llevarse algún rublo extra a casa fuera cual fuera el procedimiento. Se volvió incluso a los oficios más antiguos del mundo, echadoras de cartas por ejemplo, e incluso otros más antiguos…
Al más antiguo de todos se dedicaba Katya, quien, con el consentimiento expreso del KGB con el que colaboraba pasándole información de cuanto extranjero pasaba por sus manos, por decirlo de una manera  suave, rondaba los hoteles Belgrad, Rossia y Sputnik. Pero, claro, había pasado algún tiempo y es sabido los estragos que en nuestros encantos, que en el caso de Katya eran muchos, hacían y hacen los años, por lo que  la brillante idea de buscarla en aquellos sitios o a través de su número de teléfono y que me habían sugerido las visitas nocturnas, se me antojaba difícil porque estaría retirada seguramente de aquellos menesteres aunque cabía la posibilidad de que se hubiera convertido en madame que los tiempos la eran propicios, y si lo era, manejaría dinero abundante y, como mínimo, de procedencia dudosa por lo que tendría un método no muy complicado para transformarlo en divisas legales y guardables… así que poco la costaría transformar mis cuatro duros en rublos, digo yo, o encontrar un procedimiento para que el dinero de España me llegara sin mengua considerable. Pero ¿Cómo encontrarla? ¿Querría ayudarme?
Decidí darme un par de días para pensar y para vagar por Moscú, esa ciudad que me fascina y que me hace sentir eslavo, dueño de mis sueños pero esclavo del Destino. De todas formas las ciudades las tengo clasificadas…Paris y Roma para volver mil veces, Varsovia para pasar corriendo, Oviedo o Santander para vivir,  Moscú para soñar…
La decadencia moscovita me encantaba, hacía juego con la mía, y pensaba que debía de progresar pero nunca parecerse a tantas ciudades sin alma ni olor. Las ciudades deben de tener un olor especial que las haga reconocibles con los ojos cerrados y si es así es porque tienen alma…si no tienen olor es mejor pasar de largo. Moscú tenía olor, tenía alma y conservaba esa dignidad de los venidos a menos, entre ofendida y resignada, como cuando no sé quién decía que el “Caballero de la mano en el pecho” del Greco era un hijodalgo castellano tapándose un descosido de su jubón. Pues tal cual.
En aquellos tiempos la gente había vuelto atrás, a las caras tristes de la URSS,  a las prisas, a la bolsa de plástico como seña de identidad moscovita y la resignación se palpaba en el ambiente…las mismas caras que cuando le pregunté a mi dentista que que me iría bien para los dientes amarillos del tabaco y me contestó que lo mejor sería una corbata marrón…
No sabía nunca por dónde empezar a caminar, aunque poco me importaba, me sentía siempre cómodo en aquella gran ciudad, y cuando trazaba un plan acababa sin cumplirlo porque un lugar me llevaba a otro imprevisto cuando en realidad lo que me gustaba era ver a la gente afanarse en sus quehaceres cotidianos, rigurosamente uniformados, tanto hombres como mujeres, que el por si acaso se había instalado otra vez. Pero me daba igual, Moscú hay que visitarla, hay que vivirla como si fuera la última vez y a ello dediqué mis afanes que la inspiración para el enojoso asunto que allí me llevaba ya llegaría, o no...
La segunda noche de hotel al que llegué hecho unos zorros de caminar sin rumbo, empezó como la anterior…La encargada de la planta seguramente pensó que a aquel extranjero no le importaría mucho seguir pagando diez dólares  extra por su descanso porque seguramente tenía la idea  equivocada, como todos, de que éramos ricos y además bobos, idea también abonada por el esperpento de los turistas comprando innecesariamente las cosas más extrañas entre las que una vez vi adquirir una rama de plátanos entera de en torno a veinte kilos…Siempre que alguien me preguntaba, casi nunca, le advertía de que fuera prudente con el dinero y no solo por el riesgo de que le robaran, que también, sino por no ofender, por no ser prepotentes ante una gente que lo estaba pasando mal y que no lo merecía y además las consecuencias eran…que siguieron llegando señoritas a mi puerta.
A la primera no la abrí pero me desveló y eso me cabreaba mucho, ahora también, y ya que estaba despierto a la segunda la facilité el paso con una sonrisa.
Antes de que yo pudiera decir nada me pidió cincuenta dólares y empezó a desnudarse…era  muy joven…no la dejé, por supuesto pero su cara era un poema mezcla de sorpresa y miedo, cuando saqué los cincuenta de vellón y se los puse delante…
- No hago cosas raras, me dijo
- Yo tampoco que bastante raro soy yo, la contesté. Este dinero, continué, solo es la mitad de lo que te daré si me consigues una información.
- Yo no sé nada, contestó con firmeza.
- Seguro pero si te mueves en un ambiente en el que alguien debe de saber en dónde encontrar a Katya Pavliuchenko y darla un recado de mi parte, la dije alargándola el billete y una tarjeta de cuando me presentaba como miembro de un sindicato agrario español.
- Y si no la encuentro…
- La encontrarás, contesté, y además sé que me darás una respuesta la encuentres o no.
- ¿Por qué está tan seguro? , dijo ella.
- Porque nunca me equivoco cuando miro a la gente a los ojos. Y, por favor, dila a la diesurnaya que no la voy a dar más dinero y que quiero dormir.
Dio media vuelta y salió sin añadir nada.
Al menos la segunda petición la hizo porque dormí como un lirón hasta casi las diez de la mañana sin que nadie me molestara.
Las pilinguis no madrugan pero la que conocía yo debía de ser aficionada porque cuando estaba desayunando se presentó delante de mi correctamente tuneada y cambiada, tanto que podría pasar por una señorita de internado cursi y ademanes encantadores. No se anduvo por las ramas y me espetó:
- Katya Pavliuchenko  solo trabaja para grandes clientes y dice que usted solo es un amigo y que solo podrá verla si la paga por horas su entrevista.
Supuse que estaría cabreada conmigo aunque no podía adivinar el por qué pero aun así, y a falta de otras alternativas, mi respuesta fue afirmativa, sin consultar la tarifa horaria, y comenté que esperaría instrucciones.
- Ella se pondrá en contacto con usted así que espere.
¡¡¡Que carácter!!! ¿No podía salir? Claro que conociendo a Katya pretendería ponerme nervioso y, como me conocía muy bien, sabía que hacerlo era muy difícil, así que me puse en lo peor… aunque  quizás lo mejor fuera hacer lo contrario de lo que esperaba ella y darme un garbeo por mi antiguo distrito de Pionerskaya en donde pasé muy buenos momentos. La desconcertaría pero no se perdería por nada del mundo verme la cara y saber que quería. Dicho y hecho me puse en marcha ante el asombro de la discípula poco aventajada que tenía delante y al verla palidecer la dije que no había desayunado, lo cual era cierto…
Total un día más por la capital de todas las Rusias no me vendría mal y además dormiría mejor así que me fui en el Metro hasta Pionerskaya para después llegar a la calle de los Héroes de Panfilov andando, un largo paseo, a recordar los viejos tiempos en los que conocí a Katya, que aún era estudiante, y a un montón de gente encantadora que me invitaba a su cocina los domingos, cantaban conmigo y me acompañaban a casa si me pasaba con el vodka, que no era lo normal ni mucho menos pero que alguna vez pasó sobre todo por mi inexperiencia, que luego ya aprendí a mezclarlo con agua o a dar solo un sorbo…
No debí hacerlo, me entró una especie de morriña tal que ni siquiera intenté averiguar que había sido de mis amigos, no quería sorpresas, ni buenas ni malas, y al llegar al hotel le di diez dólares a la encargada para que me dejaran dormir y eso era un gesto de generosidad impropio de mí. Me estaba volviendo blando.
Blando si pero Maquiavelo a mi lado era un pardillo… a la mañana siguiente y después de un placentero y reparador sueño, esta vez sin sorpresas, bajé al comedor dispuesto a comerme si no el mundo si algún dulce, tostada o ambas cosas y cuando ya saboreaba el café apareció Katya como una princesa eslava de guapa y elegante, haciendo que todo el comedor se volviera a mirarla y es que hay gente que llena todo lo que les rodea incluso cuando no hacen nada para ello que , evidentemente, no era el caso.
Sonriente, discreta y hablando en voz baja, me llamó en su correcto español un torrente de cosas acabadas todas en ón y en uta… ¿Por qué lo primero que se aprende de un idioma son los tacos? Cualquiera diría al ver la escena que dos grandes amigos, o algo más, se reencontraban después de largo tiempo porque, además, lo más gordo me lo llamó al oído mientras me abrazaba en demasía para mi gusto discreto.
Renuncio a contar la conversación porque con una sonrisa encantadora, de serpientes, me reprochó que hacía años que no sabía nada de mí, que eso solo lo hacían los rusos y que cada vez me parecía más a ellos y yo era español…que como me iba, que como la iba, que bien gracias y que seguro que tenía algún problema pero que Katya no era rencorosa y estaba resuelto de antemano, que además vivía con un aparatchik nada celoso, por supuesto, y más le valía no serlo pensé yo, y que ella se encargaba aun sin saber de qué se trataba. Tienen razón los que dicen que los hombres no sabemos nada de mujeres…
La cosa fue sencilla y se saldó con una comida en una tasca indecente, Moscú no daba para más, en la que un cocinero de chichinabo se empeñó en hacer una tortilla de patata…matarle no pero cadena perpetua casi seguro…aunque tengo que confesar que la comida fue deliciosa porque Katya recordó nuestros tiempos, solo lo bueno que los dos teníamos memoria selectiva, y nos reímos unas horas hasta que sus obligaciones de gerente de empresa dedicada a hacer felices a los demás por unos miserables billetes, la reclamaron. Y es que si tenía un defecto era el que precisamente esos miserables billetes eran su última meta y, me imaginé, que el confort que la proporcionaban, la anteúltima. Y nos despedimos haciéndonos promesas que no cumpliríamos, y los dos lo sabíamos, aunque la nueva relación comercial nos obligaría a estar en contacto.
El espinoso tema del dinero lo tenía ella más que resuelto hace muchos años que nadie sabe lo que puede pasar en el futuro y el horno estaba para pocos bollos, así que se abrió cuentas en el extranjero en las que ingresaba su pasta mientras además la producían beneficios, con lo que yo solo tenía que ingresar en una de ellas, la española, la cantidad que ella a través de sus pupilas me proporcionaría, en rublos y dólares o marcos, cuando, avisando previamente, me presentara en Moscú.
Y con esto y un bizcocho me volví para casa que ya echaba de menos mi colchón y mi tranquilidad, porque Moscú agota aunque sea maravillosa.
Y un día detrás de otro dejé pasar el tiempo lentamente, quizás demasiado lentamente, y así entre paseos al bosque a recoger bayas, a Sludyanka por ver a la familia, al hotel de Irkutsk y a Moscú a cumplir con las obligaciones económicas, pasaban mis días, que las noches resultaban muy cálidas aun en Invierno, llenos de tranquilidad que a mí me resultaba excesiva pero, era lo que había.
En una de mis vueltas a casa y cuando me encontraba a una versta, algo de color amarillo llamó mi atención en la valla aunque no distinguía lo que era. Al irme acercando me pareció un coche. ¿Un coche? ¿He pensado que era un coche? Siiii y de un color amarillo como cuando aún oriental se le da una patada en la ingle y se vuelve de tono chillón, y solo conocía un vehículo así ¡¡¡ El Lada 124 de mi amigo Vladimir
                                   CAPITULO III
                    Éramos pocos… y parió la abuela
Se me aceleró el pulso, se me alargó el paso, no sé si corrí pero es que solo podía ser…!!! Mi amigo Vladimir ¡¡¡ Nadie podía tener un coche de aquel color y tan cochambroso y nadie podía estar tan loco como para ir hasta allí en aquella máquina en ruina…
En la puerta me esperaban Olga y él, los dos con una sonrisa de oreja a oreja, y Vladimir enseñándome las nuevas fundas de oro que se había puesto en la boca como si fuera Belfegor, uno de los Siete Príncipes del Infierno que prometían encontrar tesoros y proporcionar la Felicidad si a cambio le entregabas tu alma…que así era Vladimir…
Nos fundimos en un abrazo eterno ante la mirada comprensiva de Olga, un abrazo sin palabras aunque él intentó, sin éxito, el saludo de los tres besos pero era tan fuerte el abrazo que le fue imposible hasta pasado un buen rato. No me gustaba este ritual porque se me solía olvidar que eran tres los ósculos y, al quedarme parado, el tercero solía resultar demasiado centrado para mi gusto…
Era feo con mala leche pero era nuestro feo así que hasta nos gustaba y parecía que le había ido bien en esos tres largos años que habían pasado desde nuestra despedida porque estaba lustroso, cuidado y hasta creo que había engordado unos doscientos gramos.
Las preguntas se agolpaban por parte de los dos sin esperar las respuestas así que acabamos a carcajadas cuando Olga nos invitó a pasar a casa que, en su interior, causó asombro a nuestro amigo del alma que ya fisgoneaba todo inclinado como estaba para quitarse los zapatos en esa costumbre rusa que evita llenar de suciedad o barro la pieza , dejándolos en el armario o estantería del hall.
Nos sentamos en la cocina, lugar de honor para invitados de honor, aunque no sé si a Vladimir se le podía considerar un invitado, y Olga empezó a poner la mesa siguiendo la hospitalaria costumbre rusa de ofrecer el pan y la sal aunque la versión moderna era comer sin importar la hora que fuera y poner sobre la mesa lo mejor que hubiera en la despensa.
Vladimir me hizo un gesto para que le siguiera al coche y allí abrió el capó y apareció un motor nuevo flamante que me mostró con orgullo aunque el aspecto externo era tal cual lo recordaba. Astuto como un campesino de la estepa, solo cambió lo que importaba, no dotando al coche de nada que pudiera llamar la atención e incluso tenía un ingenioso sistema para desmontar los limpiacristales cuando estaba estacionado y no pensaba usarle que determinados repuestos eran absolutamente imposible de encontrar por lo que el mini hurto era deporte de poco riesgo y gran beneficio para uso propio o para la venta.
Después se dirigió al maletero y sacó de él unas botellas de vino georgiano, que es sabido que de visita siempre hay que llevar algo, vino dulzón que me recordaba a la quina Santa Catalina que me daban mis padres para que no me quedara ruin, sin conseguirlo, y que completaban con unas inyecciones de aceite de hígado de bacalao con las que crecí, vaya que sí crecí, a fuerza de estirarme con el dolor que producían aunque, la verdad, no fue mucho el estirón.
Sus tesoros, sacados de aquello que siempre me pareció más la cueva de Alí Babá que un maletero, se completaron con un queso italiano gorgonzola que olía que apestaba a pesar de que él decía que estaba en perfecto estado y yo replicaba  que lo que no mata engorda.
Todo hacía suponer que le había ido muy bien pero, era ruso, u osetio, había que esperar a que quisiera contar los detalles cosa que sucedería después de comer y reír y al tercer trago de vodka.
Quizás hasta nos diría el verdadero motivo de su visita pero no antes de apelar a la amistad para siempre, brindar por Rusia y España y cantar alguna canción folclórico-patriótica tipo “Katiusha”… que el proceso ya me lo conocía y veía venir el dolor de cabeza si no andaba listo.
Resultó tal cual…comimos, bebimos, reímos, brindamos, cantamos y cuando el nivel etílico entró en fase determinante y antes de que la cosa pasara a mayores, pensé en preguntarle qué asunto le había traído hasta nosotros.
- Os echaba de menos, que a mí me ha ido muy bien pero vosotros no tenéis ni teléfono. Como llevo aquí dos días esperándote he hecho alguna gestión y os lo pondrán en esta semana y no creáis que me ha salido barato, pero vosotros sois más que amigos, sois hermanos, así que todo está bien. Escucharan todo lo que habléis pero qué más da si no habláis más que bobadas. Así estaremos en contacto más a menudo.
- Gracias Valodia de corazón, la verdad es que lo necesitábamos mucho pero resulta que solo te creo a medias, estoy seguro que hay algo más y esa sonrisilla de jitrii, astuto, me dice que no me equivoco, repliqué.
- Tienes algo de razón, necesitaba desaparecer algún tiempo y aquí nadie me buscará. Me ha ido muy bien, los negocios son fáciles ahora y en el Cáucaso más. He comprado y vendido de todo, incluso voluntades que en los tiempos que corren es fácil, y se puede decir que he ganado dinero como para vivir siete vidas, tanto que ya ni siquiera mi suegra me grita y ahora dice que qué suerte tuvo su hija al encontrarme pero no es menos cierto que ha llegado un momento en el que tenía algunos enemigos, ya sabes, en los negocios hay mucha competencia y hay cosas que no todo el mundo entiende.
Intuía que no me diría más pero que lo había, pero sé perfectamente cuando no es el momento de insistir, cuando el interlocutor no se apeará de su burro, así que opté por dejarle hacer.
- Unos días de descanso me vendrán bien, pasearemos juntos, os invitaré a comer en algún sitio cercano y haremos planes de futuro de esos que sabemos de antemano que no se cumplirán como, por ejemplo, visitarme en mi casa de Tsjinvali, añadió.
Algo saqué en claro, al menos vivía en Osetia del Norte y teniendo en cuenta lo apegados que eran en aquellas latitudes a la tierra, lo probable era que también fuera de allí como supuse siempre.
Vladimir se despidió a media tarde y Olga se dedicó a recoger el bardal que habíamos dejado de restos de comida, botellas y papeles y yo la ayudaba en silencio. Pensé que algo la preocupaba con lo que yo acabé preocupándome también aunque sin saber por qué.
En el momento mágico que componen la alcoba y la noche, la abracé y la pregunté si la inquietaba algo.
- Si, contestó, aunque no sé por qué. La visita de Vladimir me ha llenado de dudas y a la vez de alegría. Es cierto que le tengo un profundo afecto porque te ayudó y me ayudó y sin él seguramente lo hubiéramos tenido mucho más difícil pero a la vez me produce desazón aunque no haya causa real.
- Mira Olga, es nuestro amigo y lo ha demostrado con creces. Es cierto que es peculiar y que sabemos muy poco de su vida pero sí estamos seguros de que es leal y, en los tiempos que corren, la lealtad es una cualidad impagable, contesté.
- Tienes razón pero ¿por qué se presenta ahora así, sin motivo aparente y después de tanto tiempo? Y no me digas que porque es ruso que tú nos entiendes muy bien pero yo los entiendo mejor. Las ganas de vernos y abrazarnos tienen límites incluso en Rusia. Y estoy feliz porque tú lo eres, no hay más que mirarte la cara y ver como sonríes, pero yo tengo mis dudas. Creo que hay algo más.
- Pero qué más da, habrá venido a otra cosa pero a nosotros no nos afecta, repliqué con aire tranquilizador.
- Mira Alfredo, sé que algún día te iras de aquí, de mi lado, y lo sé porque este mundo es demasiado estrecho para ti y solo quiero que te vayas cuando a mí ya no me duela y tengo la impresión, ojalá sea equivocada, de que Vladimir trae problemas, de que la felicidad dura poquito aunque tú lo intentes todo para hacerme feliz. Sé que me quieres y sé que quieres a Rusia, al menos a la Rusia campesina, a su gente,  pero también sé que este no es tu mundo y que si no encuentras tu camino no serás feliz para siempre. Debes de buscar ese camino pero cuando lo encuentres procura que no me duela.
- Eso no pasará nunca Olga, dije con fuerza y convicción y la  abracé más fuerte para que sintiera que lo decía completamente seguro de mis palabras.
Se quedó dormida en mis brazos a cambio de provocarme a mí un insomnio monumental que me obligó a levantarme a ver los cientos de anuncios que salían en la tele a aquella hora y a fumar más de lo que debía.
Di más vueltas que el cobrador de un tiovivo y, lo que es peor, las palabras de Olga me generaron un mar de dudas con respecto a las intenciones de Vladimir y, sobre todo, a las mías ¿Tendría razón? ¿Me conocía mejor que yo mismo? ¿Que había visto en Vladimir?
Me prometí a mí mismo no meterme en ninguna aventura y menos en algún lío ni por Vladimir ni por nadie, simplemente por Olga y por mí pero la incertidumbre se apoderó de mí y solo al amanecer me quedé dormido con la tele puesta y en una postura sobre el sofá que me proporcionó una tortícolis monumental y un dolor de cabeza de esos que solo se me pasan con café con dos gotas de vodka que así lo tomaba en la ciudad aunque tenía que pagar a la camarera un chupito entero porque se negaba a servirme dos gotas, ya se sabe, nielziá…yo creo que se bebía el resto…supongo que para olvidar que quería trabajar en un hotel y lo hacía en un parque zoológico lleno de mochilas y mochileros, tanto que, a veces, me preguntaba a qué animal representaba yo…quería ser el tigre de Siberia pero creo que era la jirafa de tanto estirar el cuello para observar, gratis, todo lo que pasaba a mi alrededor y es que curioso…también lo soy y mucho.
Cuando desperté, Olga me miraba con cara de asombro y no solo por mi postura acrobática en el sofá sino porque jamás me perdía en todas las estaciones del año el maravilloso amanecer, tanto con luz como con nieve o hielo pero sobre todo en Otoño  cuando el tibio sol iluminaba el ocre de los abedules haciéndoles de terciopelo.
No sabía ni a qué hora me había dormido, ni cuánto dormí ni por supuesto que hora era, solo sabía que necesitaba el café mojado con las gotas milagrosas y que dos operarios circulaban por la casa como Perico por la suya martilleando la pared y a la vez mi cabeza en un eco que me producía la sensación de peinarme con alfileres.
A mí mirada inquisitiva Olga respondió con una sola palabra en voz baja: Teléfono. Tiene bemoles la cosa, casi tres años para poner un aparato y Vladimir lo había conseguido en tres días.
Al cabo de cierto tiempo, que me pareció una eternidad, uno de los operarios se dirigió a mí y yo, con un gesto, le redirigí a Olga que no estaba para explicaciones. Con cierta desgana, estaría ya cansado que aquí cambiar una bombilla lleva una semana, le indicó a ella que el teléfono, modelo teletrófono de Antonio Meucci y de uniforme color negro que me daba grima porque soy alérgico a la baquelita, ya estaba instalado pero que no sabía cuándo darían la línea ni el número porque él solo lo instalaba… “España y yo somos así señora” decía Marquina, y Rusia también que por algo somos primos hermanos.
Apenas se habían marchado cuando el aparato aquel sonó, si sonó y el asombro de los dos supongo que era inenarrable…¿no dijo aquel hombre que el número y la línea no sabía cuándo los darían?¿serían pruebas? cógelo tú...no, no cógelo tú…y aquello seguía sonando…en un gesto machista fingido, lo tomé en mi mano como si fuera de cristal y, no sin temor, lo acerqué al oído y dije tímidamente lo típico de “Slyshaiu”, escucho, y casi me da un pasmo cuando oigo la voz de cazalla de Vladimir preguntándome si había dormido bien.
No salía de mi asombro a pesar de saber que en Rusia todo es posible y lo contrario también pero aquello era demasiado.
- Déjate de hacer tonterías que os paso a buscar para ir a comer a un sitio en el que he encargado la comida y además tengo que deciros una cosa.
Me senté, no estaba para emociones fuertes, y apenas pude balbucear para preguntarle a qué hora pasaría.
- En una hora estaré allí, dijo y colgó sin más.
Se me cayeron dos lagrimones imponentes con la alergia a aquel material y se lo dije a Olga que se entristeció porque ni tenía que ponerse, según ella,  ni sabía qué hacer. Para ella era una experiencia nueva ir a comer fuera de casa. La tranquilicé diciéndola que era normal, que se pusiera cualquier cosa, que solo éramos unos amigos y que nuestro ilustre anfitrión solo quería pasar un rato con nosotros sin que tuviéramos que poner la mesa ni recoger ni nada…solo charlar juntos. Tuve una frase definitiva…
- Vístete de Olga y estarás perfecta, la dije.
De repente se tranquilizó y en unos minutos estaba radiante.
La bocina acatarrada del Lada de Vladimir sonó llamándonos mientras se acercaba y nada más apearse se dirigió a Olga para decirla que estaba preciosa. Ella me miró a mí en un gesto de complicidad. Verdaderamente estaba muy guapa vestida con la naturalidad que acostumbraba.
Nos llevó a un hotel, de cuyo nombre no quiero acordarme, que tenía un comedor absolutamente rococó con palcos sobre una pista de baile y que se cerraba con cortinones rojos que olían a humedad. Me recordó a Lara y al canalla de Komarov del Doctor Zhivago y me entraron ganas de asesinar al camarero si se llegaba a parecer a aquel personaje turbio y sin escrúpulos. A aquel comedor solo le faltaba música y una madame pero Vladimir era así y no sé por qué esperaba otra cosa.
Fundamentalmente la comida era sencilla pero espléndida, ensalada Olivier, rusa, con un aliño que quería ser César, pescado en gelatina, kolbasá, smetana para unos ricos blinys de champiñones y una inmensa tarta de galletas y chocolate grande como para invitar a todos los comensales si el salón estuviera lleno, que no lo estaba salvo en dos mesas que ocupaban unos individuos vestidos con el inevitable chaquetón de piel negra que me hizo sospechar su profesión, más bien su ocupación, y además pude comprobar que nuestro amigo se sentía cómodo entre ellos, tanto como incomodo me sentía yo.
Cuando acometimos la tarta apareció en el centro un señor vestido, creo, de zíngaro con su correspondiente acordeón y digo zíngaro porque si bien son muy talentosos para la música con este instrumento son geniales. La escena era…no sé cómo decirlo, solo faltaba una cabra haciendo de las suyas o un mono pasando la bandeja aunque la canción era agradable. Vladimir no debió pensar lo mismo porque rápidamente le dio un billete de cien rublos y le pidió que se fuera con la música a otra parte. Por toda explicación dijo que quería hablar con nosotros. Se me puso la carne de gallina.
Salió del local y volvió con una caja de zapatos  que ofreció a Olga. Ella sorprendida le interrogó con la mirada y él la pidió que la abriera. Al hacerlo la cara de Olga era todo un poema, entre sus manos salió un collar de ámbar de dos vueltas con el cierre también en aquella maravilla y que contenía un insecto atrapado en la resina, todo ello engarzado sobre plata. Debía costar un dineral porque estas piezas se venden al peso y aquello, por el aspecto debía de pesar lo suyo.
Si la cara de ella era de asombro, la de Vladimir parecía la de un colegial que se hubiera corrido la clase y estuviera columpiándose en un parque por primera vez. Y solo pensaba que cuanto me iría a costar y no precisamente en dinero porque a fuerza de ser estoico también me había hecho desconfiado, o cínico, aunque pensándolo bien, a lo mejor lo era de nacimiento pero también era cierto que en Rusia la tranquilidad era breve dada mi experiencia…
Nuestro amigo me pidió que se lo colocara a la aturdida Olga mientras la dijo una de sus frases que nunca sabía por dónde tomarlas: Algún día los marcos de tus ventanas serán de ámbar. Es conocida la costumbre rusa de adornar los marcos de las ventadas con tallas en madera pintadas de vivos colores pero en ámbar jamás vi ninguna. Supuse que era una cortesía impropia de nuestro anfitrión ocasional pero cortesía al fin y al cabo.
Pasadas las palabras de agradecimiento y la sorpresa, esta vez agradable, Vladimir se dirigió a nosotros.
- Olga, sé que es un poco grande pero también sé que puedes cortarle y darle la mitad a tu hermana Yulia e ir las dos igualitas como corresponde. No te disculpes porque sé que lo harás y ya contaba con ello así que adelante.
Y siguió.
- Supongo que os habréis preguntado cuanto tiempo estaré aquí, es lo lógico, pero aún no lo sé, no depende de mí, pueden ser tres días, tres semanas o un mes. En realidad estoy muy a gusto y tenía ganas de veros pero prefiero que me echéis de menos a qué simplemente me echéis…
Estoy esperando a alguien que llegará de un momento a otro y de ese alguien dependerá la duración de mi estancia. Bueno de él exactamente no pero si en gran medida, por eso estoy mirando hacia la entrada. Una vez más os sorprenderé, concluyó enseñando sus recién estrenada fundas doradas… y dejándonos a nosotros absolutamente pensativos intentando adivinar quién sería la persona a la que esperaba.
No habían pasado diez minutos cuando Vladimir se levantó, alguien entraba en la sala, alto y con paso seguro. Creí conocerle pero no podía ser…o si…la persona que avanzaba hacia nosotros era Aleksander Volkov, el hijo de Olga…Ambos se fundieron en un abrazo sin palabras que en ella me pareció de emoción pero en él demasiado fingido, mientras nuestro amigo se reía feliz aunque no tanto como ella.
Allí estábamos los cuatro…Olga miraba a su hijo como las vacas miran al tren, y a mí con ese gesto como cuando Gary Cooper decía aquello de “Te lo advertí Flannagan, nunca debiste cruzar el Mississippi…” y el caso era que me había advertido pero de todo lo contrario pero, claro, ¡¡¡ qué sé yo de mujeres!!! Y Vladimir y Aleksander hablaban ajenos a nuestros pensamientos lo cual me ponía en alerta máxima, esa intuición que nunca me falla y que siempre me acompaña. Es como una segunda piel que me ha sacado de múltiples apuros. Veríamos esta vez…
El Sol poniente teñía de rojo y gualda, que casualidad, la herida plateada que producía en  la tierra el paso del río Angara, generando uno de los espectáculos más bellos de los tantos que solo la Madre Naturaleza es capaz de crear.
 Mientras disfrutaba de aquello a través de los ventanales y con la mirada ensimismada, pensaba que éramos pocos y parió la abuela…


                                   CAPÍTULO IV
                                        BAIKAL
Olga estaba exultante de alegría, tenía a su hijo al lado, aunque no sabía por cuánto tiempo ni por qué pero no la importaba tampoco, cada cual cree lo que quiere creer, y el hecho de que su Sasha estuviera allí para ella era suficiente y, de hecho, me hubiera mandado al hotel para que su niño durmiera en casa…solo que él no quería y se fue al hotel en donde estaba Vladimir. Otra cosa era por qué quería irse ¿no molestar? Eso no se lo creía ni él…simplemente necesitaba estar con su amigo ocasional, suponía, charlando sobre lo que les había reunido allí, que no digo que fuera malo pero bueno…tampoco.
En realidad a mí me hubiera dado lo mismo dormir en el hotel, pernoctar diría, porque desde que alguno de aquella extraña pareja andaba por nuestros parajes, no pegaba ojo pensando que aquello explotaría por algún sitio y casi deseaba que fuera cuanto antes porque aquello era puro suplicio tártaro, ruso por supuesto, dándole vueltas a la cabeza tratando de adivinar qué pasaba. Preguntar era inútil, los dos eran eslavos y por tanto hablarían cuando lo creyeran conveniente y no por preguntar se adelantarían en sus cálculos.
Y Olga, en sus nubes, haciendo planes para llevarlos a ver a Yulia y darle a su cuñado otro susto de muerte, que el hombre solo verme le daban respingos a pesar de que realmente no tenía ningún motivo. El miedo es libre y, aquel hombre enamorado, solo quería vivir en Paz al lado de su mujer y más ahora cuando la suerte parecía sonreírle humildemente, que tampoco aspiraba a más. La vida en Rusia era difícil, en provincias más aún, y llevar una vida normal ya era todo un éxito.
Como ya teníamos teléfono cada hora se llamaban durante largo tiempo contándose mil cosas que yo ni sabía que sucedían y haciendo planes, entre otros los de visitarse mutuamente porque Yulia y su marido no conocían aun nuestra casa, suponía que porque él no quería ni por asomo acercarse a  mí. Pero algún día lo haría porque yo tenía que encontrar la forma de que se sintiera cómodo conmigo aunque no sabía cómo y tendría que esperar a esas ocasiones que, dicen, se pintan calvas.
Y no es que me importara ir a Sludyanka en esta época del año en la que el lago tiene el color azul inmenso del cielo que se refleja en su espejo, en la que su nivel sube por la aportación de agua que le hacen sus trescientos veintiséis afluentes con la única perdida del Angara que lo desagua hacia la ciudad, lo que no le deja ser endorreico, con el color ocre de su arbolado costero y el sol y la luna dotándole de un mágico hálito que invita a soñar.
Aun los pescadores pueden salir a ganarse la vida antes de que las aguas espesen con el frío para hacer el agosto en pleno octubre, que es el mejor mes para las capturas aunque nunca he sabido por qué. En agosto es más rentable, y menos trabajoso, hacer cruceros para turistas, para los viajeros, para los mochileros e incluso para rusos que adoran al lago sagrado, al lago Baikal que con el rio Volga de Stenka Razin conforman los dos pilares eslavos del culto al agua.
El caso es que me apetecía a mí mismo volver al lago aunque lo había visitado varias veces pero mi cuñado no me cobraría y la cosa no estaba para dispendios así que tendría que buscar alguna excusa de esas que solo se me ocurren cuando paseo solo mirando todo lo que se menea…estaba llegando a creer que me pasaba como a los artistas que les llega la inspiración o no…pero es que mi estado de intranquilidad era elevado y así no hay quien se inspire…dejaremos actuar a la Sudba y a ver qué pasa…pensé…y no debía haberlo hecho… porque hablando del Rey de Roma, con perdón porque hay otra versión que habla del ruin de la capital italiana, por la puerta asoma…
Allí estaban de nuevo el punto y la coma, que tal parecían un bigardo rubicundo de tez blanca y alguien de menos que talla media, moreno como solo se es en el Cáucaso y, eso sí, los dos con una sonrisa de oreja a oreja que parecía sacada de un anuncio de Licor del Polo  presagio, una vez más, de nada bueno aunque sin embargo a mí me servía de alerta que no es poco, y es que aún no sabían de mi habilidad para interpretar los gestos de los truhanes, y no es que lo fueran en sentido estricto, no al menos Aleksander que era un perfecto canallita, por quitarle años, aunque si Vladimir pero era de los míos, me había demostrado que era mi amigo y estaba seguro de que no me fallaría, no al menos mientras pudiera mantener lo que fuera que había pactado con el hijo de Olga en el nivel de silencio que el asunto requiriese.
Y ahora tocaba esperar mientras Aleksander hablaba con Olga y Vladimir, tras los saludos y abrazos de rigor, me tranquilizaba con una enorme sonrisa y me decía que teníamos que hablar en tanto que Volkov hablaba con su madre.
- No tengas miedo ni preocupación por mi Alfredo, la palabra amigo en Rusia, como bien sabes, es sagrada y nosotros somos amigos e incluso diría que algo más. Cuando pueda te diré algo más pero ahora solo quiero que sepas que el niño de Olga solo me quiere en principio como una forma de llegar a ti, y tampoco quiere especialmente nada sino una coartada para acercarse al Baikal sin armar mucho ruido y aprovechando que quiere visitar a su familia pero en cierto modo te tiene demasiado respeto y sabe que eres más listo que él, así que me busca de lazarillo para ablandarte o, al menos, para que no te entrometas y le estropees el negocio que se trae entre manos. Yo no necesitaba muchas excusas para volver a estar a tu lado y si además gano un puñado de rublos que él me pagará aunque la aventura no salga bien, pues mucho mejor.
- Pero ¿De qué se trata? inquirí yo.
-Solo te puedo decir que cuando dije a Olga que sus ventanas serían algún día de ámbar no la mentía aunque no os dierais cuenta. De eso se trata, de ámbar. ¿Recuerdas la famosa cámara de ámbar desaparecida de Tsarkoye Tsielo en la Gran Guerra Patria? Pues Aleksander cree que una parte fue traída desde Kaliningrado hasta aquí y escondida en alguna gruta de de la costa.
Me senté y no porque me temblara nada sino para tomarme un respiro y pensar en una respuesta ante aquella historia inverosímil que Vladimir me planteaba…Ámbar, Catalina la Grande, guerra, alemanes…
- Vladimir, repliqué, este capullo se está convirtiendo para mí en una pesadilla¡¡¡
Apuré una especie de vodka con sabor limón que me quemaba la garganta cuando la bebía de un golpe, zalpon como se dice en ruso, y la cabeza empezó a darme vueltas como si en vez de un chupito me hubiera bebido cosa de un kilo de aquel brebaje. Y ya sé que he dicho kilo y por algo será.
En cuanto pudiera iría al hotel a buscar en Internet toda la información posible sobre aquel asunto del que solo sabía cuatro cosas y a medias y pensando en ir mañana mismo pasó lo que tenía que pasar.
Y allí llegaban el niñato y su madre tan sonrientes y felices…y Olga se dio cuenta de que algo no iba bien, me conocía mejor que nadie, al ver mi cara y mi actitud y se quedó callada mientras Aleksander me miraba diciendo.
-Ya es hora de que conozca al resto de la familia así que si no tienes ningún inconveniente me gustaría ir con mi madre a visitar a mi tía Yulia.
- Ningún inconveniente y no solo eso sino que tengo una gran curiosidad por presenciar vuestro encuentro, dije burlón.
Olga intervino diciendo que si era así mañana llamaría a su hermana para preparar la visita y Vladimir sonriendo dijo que él también iría y aprovecharía para dar un paseo por la costa del lago.
Yo callé `pero miré con mirada asesina a Volkov para que supiera que estaba alerta y que no le iba a ser fácil manipular la visita mientras pensaba a la vez que lo de internet podía esperar aunque tardara un par de días más en salir de la ignorancia que podía más mi curiosidad que mis ganas de saber exactamente que era aquello de la Cámara del Ámbar , cuanto valía, donde se perdió e incluso algo de su historia porque vagamente recordaba que fue obra de orfebres alemanes pero no sabía cómo llegó a Rusia y también me apetecía saber si fue un robo o no porque podría ser que los alemanes solo trataran de recuperar algo que era suyo cuando se la llevaron. El hecho de que aquellos dos personajes creyeran que una parte estaba en las orillas del Baikal, se escapaba de mi capacidad de comprensión y ya me lo aclararían cuando no les quedara más remedio porque si del hijo de Olga no confiaba lo más mínimo, de Vladimir si, totalmente, y sabría cómo hacer para seguir siendo mi amigo y no perder su parte legítima en aquel negocio. Su lealtad estaba sobradamente probada.
Pasamos unas horas charlando y comiendo kolbasa, blinys de setas con esmetana, gelatinas de pescado y bebiendo vodka aunque yo la tomaba con unos hielos y limón, agitada, no mezclada, en un pequeño homenaje a James Bond, aquel agente 007 con licencia para matar con una secretaria que se llamaba Monnie Penny y que había protagonizado la película de “Desde Rusia con amor” de mis sueños juveniles, casi, casi como Miguel Strogoff de importante en mi imaginario. También lo hacía porque esta costumbre social me levantaba un enorme dolor de cabeza y ya no me cabían más excusas para no tomarla sin ofender a nadie y a sus brindis inacabables y sobre todo me costaba beberla en aquellas comidas interminables en las que se bailaba entre plato y plato y se acababan a las mil de la noche en una secuencia en la que ya no se sabía si era comida, merienda o cena.
Vladimir sonreía y callaba y no sé si pensaría, como yo, que el tal Aleksander era un embaucador de tres al cuarto, experto en engatusar a juzgar por lo bien que lo hacía con su madre y lo intentaba con nosotros, anticipándose a lo que Olga pensaba o quería oír con lo que uno podía muy bien creer que estaba en una sesión de espiritismo barato. El cuadro era de comedia, tú me engañas, yo hago como que lo consigues…solo que a orillas del Baikal más podría pensarse que rodábamos una película de ficción con nosotros de absurdos protagonistas.
Ya anochecido nos despedimos durante un buen rato, que también allí las despedidas duran lo suyo. Vladimir me miró casi con resignación y nada más marcharse, Olga se metió en la despensa para abastecer a su hermana como si tuviera que comer para dos meses en un día y ante mi mirada socarrona, me dijo:
- Alfredo nosotros vivimos bien.
- ¿Me has visto pensar? contesté. Sabes que no me importa pero no sé si Yulia, más bien su marido, se sentirán ofendidos.
- No lo creo, dijo ella. Somos hermanas y no tienen por qué. Además tu bien sabes que nadie va de visita sin algún regalo.
 - Me voy a dormir Olga la cabeza me da alguna vuelta…y no sé por qué. No te acuestes tarde porque mañana debiéramos salir temprano para volver antes de que caiga la noche y quizás debieras llamar a tu hermana ahora que aun estará levantada  para ver si estarán en casa cuando lleguemos y decirla que no compre nada, que no haga nada, solo que estén.
- Lo haré ahora mismo.
Con las mismas me fui a dormir. No me extraña que los rusos beban vodka porque caí casi feliz en los brazos de Morfeo y supongo que con esa sonrisa bobolona que dan los cuarenta grados del brebaje, nada que ver con la que decía mi madre que tenía dormido que, según ella, era el único momento en que no estaba liando alguna travesura, pero seguramente serían cosas de madre porque yo siempre he sido una especie de ángel. Mañana será otro día, me dije, y si consigo que no me duela la cabeza  al levantarme, hasta estaba seguro de que sería muy interesante.
                                     



















                                    CAPÍTULO V
                ¿No querías taza? Pues toma taza y media…
El Sol de Otoño se colaba temprano por mi ventana sin cortinas, había dormido como un niño, lo que soy, y estaba dispuesto a empezar una jornada que, como mínimo, se presentaba interesante y llena de incógnitas que no tenía ni idea de cómo se iban a resolver.
Sobre todo tenía un interés  casi morboso en saber que milonga nos contarían sobre sus ganas repentinas de visitarnos y como me iban a liar, y al cuñado de Olga, para que les ayudáramos, y procuraría no reírme para  no descubrir a Vladimir porque si Aleksander se daba cuenta de que ya estaba en antecedentes todo el tinglado se caería. !!!Cuanto me apetecía saber cómo habían llegado a la conclusión de que el ámbar estaba en el Baikal y de qué manera se las iban a arreglar para encontrarlo¡¡¡ Mi imaginación era grande pero no tanta…
Olía ya a café caliente que Olga hacía estupendamente aunque ella era más de té, como todos en Rusia. Me moví perezoso para asearme y presentarme bien pues los visitantes, como aquellos de la serie “V”, se presentarían de forma imprevista y probablemente pronto y casi sin darme cuenta y sumido en mis pensamientos, me encontré en la mesa comiendo una rebanada de pan frito tranquilamente.
Me sobresaltó el claxon acatarrado de Vladimir y miré displicentemente la hora, las diez y media, mala  para visitas y mala también para atragantarme con el pan. Supuse que el coche de Volkov, aún no le había visto, sería demasiado llamativo para ir por aquellos andurriales.
A media mañana estábamos en camino  a Sludyanka llenos de paquetes, bultos y una maleta harto sospechosa propiedad de los dos socios ocasionales en el asunto de la resina fósil que ya veríamos como acababa y, antes, como empezaba.
La llegada fue digna de una película cómica, Yulia y su marido en la puerta de su casa, ella medio histérica de felicidad y radiante con su mejor, supuse, vestido; él con una cara a medio camino entre el miedo y la curiosidad; Olga loca de alegría, su hijo con una encantadora sonrisa que olía a falsa que apestaba y Vladimir…al margen, atento a todo lo que se movía y dispuesto a no dejar escapar nada a su mirada inquisidora y dos pasos por detrás para no perder la perspectiva.
¿Y yo? Pues parecía el único intruso en aquella reunión así que me apoyé en  Vladimir y le dije algo así como que creía que iba a llover cuando la realidad era que hacía un Sol radiante. Él sí que me entendía pero algo me decía que estaba preocupado, probablemente por mí, así que decidí pasarle el brazo por encima del hombro y, apretándole, le dije que nuestra amistad era inquebrantable y por primera vez ese día, le vi sonreír. En realidad el gesto era el que él empleaba para tranquilizarme y creo que, en alguien que solo era atrevido cuando se pasaba en la dosis de vodka, era todo un símbolo de nuestra unión por malos vientos que surcaran la tierra, por peor resultado que tuviera su aventura, siempre juntos, Semper Fidelis como en la Legión.
Comimos y bebimos a la rusa como cuando hay algo que celebrar, es decir mucho, muchísimo, bailando entre plato y plato, brindando por todo lo imaginable, por el amor,  por el encuentro, por la salud, por Rusia y España, por la amistad, por la salud otra vez…lo de bailar se me daba mal pero peor a Vladimir…era la auténtica estampa del Oso Ruso y ponía en la reunión la nota cómica hasta casi hacerme olvidar que estaban allí por algo pero ¿Quién estropeaba a Olga y Yulia su fiesta?
Aleksander se manejaba muy bien, se dejaba querer, estrujar…y era muy hábil en la conversación, tanto que de no estar enterado de que algo tramaba, nadie diría que su preguntas solo tenían la intención de agradar al marido de su tía y hacer así que participara en la conversación y en la fiesta.
Dos cosas me llamaron la atención, ambas antes de que el vodka y las vueltas del baile nos marearan, y las dos relacionadas con la actividad pesquera en el lago. Aparentemente inocuas pero no estaba yo para ser bien pensado precisamente.
Como al descuido Aleksander preguntó a su tío que qué tal se ganaba la vida con la pesca y que tipos de especies se pescaban allí.
Aquel hombre sencillo se desvivió por darle toda clase de explicaciones y así me enteré de que los peces más abundantes eran el siluro, el esturión siberiano, el omul y una especie de trucha llamada lenok.
- Las comercializamos de tres formas diferentes, dijo, dependiendo de la época del año. En invierno hacemos unas perforaciones en la capa de hielo de más de un metro de espesor para pescar con caña o con redes pequeñas según creamos que hay o no posibilidades de pescar mucho o no. Como nada más salir del agua el pez se congela lo vendemos así que es una forma muy natural de conservación. En realidad pescamos poco y vendemos poco…Los barcos los sacamos a tierra  y los mantenemos de pie con unas palancas de madera. Aunque su casco es metálico el hielo acaba por deformarlo por la presión que sufre y aunque las cuadernas son muy fuertes acaban perdiendo su curvatura por eso lo hacemos así.
La época más fructífera es el verano y parte del otoño y además complementamos la pesca con paseos para los turistas que llegan de todo el mundo y para aficionados a la pesca a los que alquilamos los aparejos y las cañas, continuó. En esta época el pescado lo ponemos a secar al Sol y lo vendemos en rodajas alargadas que se conservan mucho tiempo y que se comen así, casi en crudo y tienen un valor alimenticio igual de grande que el pescado fresco que aunque lo vendemos lo es en mucha menos proporción.
Aleksander escuchaba y asentía con la cabeza y el gesto y sin interrumpir, los demás escuchábamos a aquel buen hombre que se ganaba la vida duramente, sobre todo su mujer y Olga que le veían participar y hablar de su trabajo como uno más lo que le situaba por momentos en el centro de la reunión.
Al acabar la charla, Aleksander, con gesto de interés, preguntó por qué no se daba en aquellas aguas el llamado pescado de roca, de anzuelo tan apreciado en otras partes.
- Pues simplemente porque no hay rocas, o no en la abundancia y formas como para que se de ese pescado que dices, y que yo no conozco. El lago Baikal está rodeado de altas montañas y por cada vaguada baja durante todo el año una gran cantidad de agua, sobre todo en la época del deshielo que produce más de trescientas corrientes de agua hacia el rio, lo que unido a la acción de hielo y del viento provoca la rotura de las rocas, muy blandas en todo caso, dando lugar a arenales muy finos en donde en verano la gente se baña y se tiende al Sol. Simplemente hay pocas rocas, concluyó.
- Entonces su costa no es muy escarpada, dijo Aleksander, por lo que supongo será de fácil acceso, quizás con grutas bonitas para visitar y fotografiar.
-No lo creas, respondió, hay muchas torcas verticales y de cierta profundidad generadas por las cuñas del hielo pero grutas no, las bóvedas que se generarían no resistirían los embates y la presión y se derrumbarían transformándose luego en esas finas arenas que antes te decía. Las torcas no son muy profundas, más bien son grietas de cierta anchura y que no llegan, creo yo, a la profundidad que tendrían si encontraran el agua. En cualquier caso las pocas veces que nos acercamos a ellas procuramos que no sea demasiado porque en ocasiones se producen unos efectos sifón que puede absorberte. Es peligroso.
La conversación se generalizó otra vez y yo tomé muy buena cuenta de lo que se había hablado aunque no lo encajaba en nada concreto porque no tenía ninguna información previa pero no se me olvidaría lo escuchado.
Más tarde Aleksander volvió a la carga preguntando si se podría navegar por el lago, alegando que le gustaría conocerlo y hacer fotografías a lo que encontró seguramente la respuesta que esperaba.
- Tendría que hablar con mis dos compañeros pero pasado mañana no hará viento y saldremos a pescar. Quizás podáis salir con nosotros y hacer las fotos que con buena luz serán estupendas. Llamad mañana y lo concretamos. En caso de ir prepararos para madrugar porque el omul es muy madrugador y además necesitamos aprovechar al máximo las horas de luz. Estaremos como mínimo siete horas en el agua.
- Sería genial, dijo Aleksander, así que mañana llamaremos para concretarlo si te parece. Y comenzó a darnos una lección de fotografía con las que sacó de la maleta misteriosa, varias alemanas Voigslander Vitesse y una enorme Zhenit soviética armada de un potente teleobjetivo.
Así que me esperaba una bonita excursión pero no estaba dispuesto a ir, ni dejarles solos a ellos, si no tenía de antemano toda la información de lo que se traían entre manos aquella insólita pareja…
La fiesta continuaba con un protagonista de excepción, Aleksander, capaz de bailar con madre y tía a la vez, ahora con una, ahora con la otra, haciéndolas sentir importantes y felices y sobre todo reír. Era un perfecto galán hasta cabrearme porque yo era, y soy, ciertamente patoso. Me disgustaba que alguien invadiera mi espacio y menos alguien en el que no confiaba así que en cuanto puede y en medio de un arrebato agarré a Olga por el talle y me puse a bailar con ella. La verdad es que esperé a que sonara una canción lenta…que se adaptaba más a mis cualidades…pocas cualidades, y rezando para que no durara mucho aquello.
Al acabar la canción era Vladimir el que interrogaba a Oleg, el marido de Yulia, sobre Port Baikal.
- Este puerto está a unos sesenta kilómetros pero no lo usamos habitualmente.
- ¿Por qué?
- Hay varias razones, la principal es que los restos del antiguo ferrocarril no permiten acercarse para atracar el barco salvo cuando el agua está muy alta y es peligroso porque es en pleno deshielo y el lago desagua por el rio Angara, la única salida que tiene, y se forma una fuerte corriente que puede estrellarnos contra el muelle. Solo llegamos  a un kilómetro de allí cuando los esturiones siberianos intentan volver al lago después de desovar pero solo es durante un mes, más o menos, y sigue siendo peligroso.
- Pero, insistió Vladimir. ¿Una estación de ferrocarril? ¿A  dónde iba?
- Bueno, eso es una de las cosas menos conocidas del Transiberiano pero me extraña que vosotros no lo sepáis. Este tren al principio atravesaba el lago en barco, los vagones se cargaba en Port Baikal a través de grandes vías y los pasajeros iban en otros barcos durante la travesía hasta Mysovaya en la otra ribera para desde allí seguir por el método natural, por tierra…. El barco que llevaba a los pasajeros está en Irkutsk en forma de monumento aunque pocos se paran a mirarlo. Años más tarde se abandonó esta fórmula para hacer la vía férrea actual toda por tierra.
Durante la Gran Guerra Patria y durante el largo invierno se construyó una vía sobre el hielo pero yo no la he conocido y en Rusia se vive poco así que no quedan personas mayores que lo vieran y todo lo que se sabe es de oídas, de boca en boca. Todo lo que rodea a este tren y a esa vía es puro misterio se dice que se usaba para llevar lejos los tesoros del país para que no cayeran en manos de los fascistas que, según cuentan ya habían robado todo lo que pudieron para llevarlo a Alemania.
- Me dejas muy sorprendido con lo que cuentas, para mi es nuevo, comentó haciendo un gran papel teatral que  seguro hubiera sido digno de un gran aplauso de haber tenido otro público, y es muy interesante lo que cuentas. Hemos traído un buen equipo fotográfico, quizás podríamos acercarnos pasado mañana a una distancia en la que se pudieran hacer fotos, me encantaría y voy a estudiar todo lo que pueda sobre este asunto.
- No depende solo de mí, replicó Oleg, pero supongo que si no interfiere en nuestro trabajo y en nuestra ruta no habrá inconveniente.
- No perderéis el día seguro, dijo aquel viejo zorro, y no quiero ofenderte pero os pagaremos generosamente y a lo mejor no necesitáis pescar.
- No es cuestión de dinero sino de que sea posible. Aquí, con nosotros, el dinero no te solucionará nada porque seréis nuestros invitados y sería una grave ofensa para vosotros pagar y para nosotros aceptarlo. Somos pobres pero nuestra hospitalidad está por encima del dinero y no os cobraremos, de eso estoy seguro sin consultar con mis compañeros.
- Lo sé pero habría que encontrar una manera de compensaros.
- Si, la hay, solo se trata de que estéis contentos, dijo Oleg.
Empecé a hacerme idea de lo que tramaban y pensé que aunque tuvieran un plan aquello les, nos, quedaba grande, salvo que no estuvieran solos…
De vuelta a casa admiraba el sol poniente y rojo que iluminaba tenuemente los abedules ocres haciéndome pensar en lo sabía que era la Naturaleza que era capaz de permitir semejante floración en tan poco tiempo y antes de que la nieve se echara encima. Me medio desperté de  aquella visión en un gran bache que atravesó Vladimir como Perico por su casa y casi sin pensar dije:
- Mañana a las diez estaré en el hotel que me apetece desayunar con vosotros, dije como una forma de aplazar el viaje en el barco de Oleg .
Aquellos dos granujas se miraron sin decir nada y yo pensé que cuando me quejaba de mi escasa actividad era un insensato y que aquella Sudba de las narices se reía de mí y decía aquello tan español de ¿No quieres taza? Pues vas a tomar taza y media…Todo sea por Olga.
                              
                           












                              CAPÍTULO VI
                                     Lili Marlen
Estábamos en la cafetería del hotel, a las diez en punto y se mascaba la tragedia que dirían los peliculeros…Vladimir, Aleksander y yo… bueno y la camarera que debía de tener mal día porque hacia media hora que la habíamos pedido un café con leche y una botella de Vodka con dos limones. Suponíamos que estaría ordeñando a la vaca pero el problema era que no empezaríamos a hablar hasta cerciorarse de que la chica no podría escuchar la conversación. Aun no sabían que también avisaría al FSB como hacía cada día que yo aparecía por allí.
Me sentía obligado a decirles algo y lo dije.
- Sea lo que sea lo que os traéis entre manos no quiero de ninguna manera que Olga sufra de tal manera que no puede enterarse de que la visita de Aleksander es más interesada de lo que ella pueda suponer aunque intuya algo, que tonta no es. Está feliz porque su hijo ha venido a verla y nada ni nadie pueden quitarla esa ilusión.
 Este es el trato, yo os ayudo en lo que sea que buscáis y Olga no sufre. ¿Queda claro? Y tu Aleksander no trates de poner cara de decir eso de jamás se me habría ocurrido, porque tú eres capaz de eso y de mucho más así que quita el gesto de indignación que no cuela…y deja de mover el culo en la silla que me acabarás poniendo nervioso. No te aplicaré el tercer grado pero empezar a contarme todo de pe a pa y dejar de esperar a la camarera, simplemente tarda porque no la cogen el teléfono en el FSB, les llama cada vez que yo vengo y, supongo que no escucha porque no les hace falta que esto debe de estar de micrófonos hasta arriba pero como hay nada que ocultar y  tú, Aleksander, eres uno de ellos pues nada que temer, digo yo, o si…tú dirás…
- Nada que ocultar, dijo, en realidad es casi oficial lo que nos ha traído aquí así que nada llamará la atención, más bien me felicitarán por hacer mi trabajo a conciencia.
- Eso no se lo cree nadie, eres un autosuficiente, y empezar mintiéndome no es buen camino. Tú verás, le dije, pero puedo ayudar o puedo echar a pique lo que os traigáis entre manos. Elige.
Vladimir inició un amago de protesta, sabía que no me engañarían, o al menos no lo suficiente, por lo que advirtió a Volkov de que me hiciera caso o esto, lo que fuera, no funcionaría.
Al fin llegó la camarera que displicentemente, como acostumbraba, dejó los servicios, más bien los tiró, sobre la mesa que entre aquellos tres nada había que rascar, bueno de uno quizás sí pero hablaba demasiado y muy serio…ya habrá otras ocasiones…debió pensar. De todas las maneras a uno ya le conocía y los otros dos tenían pinta de cualquier cosa menos de turistas con pasta.
Me recosté en la butaca y puse aire de pasar de todo, como aquel que decía lo del anuncio de Kodak…Revele aquí su rollo…
- Se trata de la Cámara de Ámbar, comenzó Aleksander.
-Pero ¿eso no es una leyenda? interrumpí.
- No, no lo es, continuó. Esa cámara existió y está en algún lugar. Te contaré todo lo que se sobre ella.
- Pues adelante, dije intrigado.
- Esto que le voy a decir no forma parte de los arcanos de la Historia de Rusia y la URSS, más bien lo que constituye un misterio es la desaparición de la Cámara de Ámbar…
A principios del Siglo XVIII los orfebres alemanes decoraron una gran sala para el Palacio Imperial de Berlín compuesta de ámbar y oro que recubrían las paredes en paneles ricamente decorados, incluidos algunos muebles del mismo material adosado a los muros. No se sabe ni cuánto tiempo ni cuantos kilos de resina fósil emplearon pues el resultado debía de ser de tal pureza, sin burbujas ni insectos atrapados, que se valora en muchas toneladas el material empleado. El resultado debió de ser espectacular al extremo de que Pedro I en uno de sus viajes quedó fascinado por la obra y así  lo manifestó de tal forma que algún tiempo después Federico I de Prusia se la regaló como una muestra de amistad entre los dos países y al objeto de reforzar sus relaciones de todo tipo.
No era fácil encontrar acomodo a tal maravilla y solo en tiempos de la Zarina Isabel, se instaló en el palacio de Catalina en Tsarskoye Selo y allí permaneció hasta que los alemanes en la Gran Guerra Patria se acercaron a Leningrado a la que sitiaron durante novecientos días, tiempo que aprovecharon para apoderarse de todos los bienes que pudieron, cuadros, joyas, esculturas…y la cámara.
En realidad los soviéticos habían protegido y escondido todo lo que pudieron pero esta joya no pudieron al no tener personal cualificado para desmontarla lo que hizo muy fácil a los fascistas apoderarse de ella y, ellos, si tenían gente que pudiera desmontarla y si fueron tan cuidadosos como el caso merecía. Parece ser que la encontraron y desmontaron en Septiembre de 1941.
Antes de que las cosas se pusieran más feas de lo que ya estaban, los alemanes cargaron un montón de vagones de tren con lo expoliado y le dirigieron hacia Konigsberg, la actual Kaliningrado, en donde fue visto por última vez a finales de ese mismo año.
Parece ser que estuvo allí junto con otras obras de arte hasta que la RAF empezó a bombardear aquel territorio en el año 1944 pero cuando nuestras tropas ocuparon la zona ya en el verano de 1945 el tren ya no estaba allí.
A partir de aquí las teorías se disparan, que se llevó a Polonia, que se destruyó en los bombardeos, que bandas de ambos bandos lo fueron robando sin saber el valor real de su botín…pero ¿Cuánto? ¿Tres cajas? ¿Un vagón? ¿Cómo puede desaparecer un tren de cuarenta o cincuenta unidades y al menos dos locomotoras? ¿A dónde fue a parar?
Y esto es todo lo que se sabe de una manera resumida y hasta el día de hoy, al menos oficialmente.
- Pero algo más habrá cuando vosotros estáis husmeando en ello y a sabiendas de que esto os queda demasiado grande salvo que no estéis solos…
- Tenemos una teoría basada en un testigo más bien un viejo loco que cuenta historias que nadie cree y que vive en Sukhaya al otro lado del lago, en las páginas de un viejo diario y en la Intuición.
-Sí, claro, la intuición, la Sudba, y Yaga Babá…
- No, es una teoría sólida o al menos creíble. El FSB y antes el KGB nunca dejaron de investigar de una manera discreta para no ofender a Alemania. Se consideraba este tesoro algo así como cuando una pareja de novios discuten y se separan, deben de devolverse los regalos por mucho que cueste…y este podría ser el caso. Pero la URSS nunca quiso devolverla alegando aquello de Santa Rita, lo que se da no se quita…
Los resultados fueron nulos, sin testigos, eliminados seguramente, o muertos que la esperanza de vida aquí es pequeñita, sin nada por dónde empezar solo la idea de que estaba en Kaliningrado porque alguien vio algún rótulo a través de una rendija de un vagón que, en alemán, podía significar cualquier cosa pero  alguien creyó leer la palabra amber y ahí se desataron las elucubraciones.
Nosotros también elucubramos pero hemos recogido documentación suficiente para creer que el tren no avanzó, era imposible en aquel infierno de fuego que se desató en Konigsberg y menos sin que nadie lo viera. Creemos que el tren retrocedió pero no entendemos por qué ni por qué tan lejos como creemos.
Todo lo que se trasladó al Este, fabricas, arte, personas… pasó los Urales y allí se quedó y solo podemos pensar que alguien no entendió las ordenes u obró de mala fe con la maligna intención de hacerse con el tesoro al acabar la guerra y si sobrevivía en ella, por lo que tenemos que creer que era alguien con cierto poder, alguien que pudo dar la orden y que no estaba implicado en los combates. Lógicamente debería haber redactado algún documento, carta, plano…pero no lo hemos encontrado, tan solo un viejo diario, más bien tres hojas,  de alguien que suponemos trabajaba en los ferrocarriles, diario que aún no te podemos enseñar porque no lo tenemos.
Para nosotros es prioritario hablar con un tal Ruslán Mamedov, de origen checheno, el hombre que  vive en la parte Este del Baikal, al lado del antiguo desembarcadero, al que todo el mundo tacha de loco ¿Has oído ese dicho de ” Salud siberiana y longevidad caucásica”? El hombre debe de andar por los noventa años lo que no ayuda a su credibilidad pero resulta que nuestra gente habla de un relato coherente que queremos escuchar en vivo.
Es una pena que Oleg no conozca esa parte del litoral y no sé cómo nos las arreglaremos para ir hasta allí sin que parezca lo que es, concluyó.
Había estado hablando más de media hora y todavía no había rumiado yo todo el contenido de la charla, charla que me parecía inconexa, poco creíble aun en Rusia y con demasiadas lagunas para hilarla hasta hacer de ella una aventura realizable aun a sabiendas de que no me había dicho todo, probablemente intencionadamente, y no me lo diría hasta saber si podía confiar en mi ayuda o hasta que creyera llegado el momento por las causas que fueran.
La historia del ámbar la conocía superficialmente aunque tampoco se sabía mucho más en general, pero hasta el extremo de que hubieran desaparecido varias toneladas de aquella resina y de metales preciosos montados en un tren no solo no lo sabía sino que no entraba en mi cabeza, tenía que haber algo más.
Había alguna pregunta que necesitaba hacer y esperé en silencio hasta que la camarera me trajo el segundo café, cuestión de diez minutos, tiempo sobrado para desconcertar a aquel Rasputín de pacotilla, y todavía me tomé otro respiro revolviendo el azúcar negro mientras mis dos interlocutores me miraban atónitos y creí que de un momento a otro saltarían preguntándome sobre aquello pero no lo hicieron…a lo mejor me devolvían la jugarreta y me pagaban con la misma moneda como ese juego de niños que el primero que habla pierde. Intentaré, pensé,  no darle importancia a lo contado, como si fuera otro juego así que de repente, cuando ya los tenía desquiciados y riéndome, me tomé un sorbo del brebaje que allí llamaban café, y dije:
- Si fuera escritor estaría delante de una bonita historia de la que tú me has hecho un breve resumen, una hipótesis interesante pero sobre la que habría que investigar, indagar, inventar…una salida lógica.
Se me ocurren un montón de preguntas pero estoy seguro que lo que tenga que saber o lo averiguo yo o me lo iréis dando en pequeñas dosis como el jarabe para la tos.
En realidad no me interesa mucho el tema, si el FSB no ha podido encontrar el tren, suponiendo que exista, mal lo voy a hacer yo por más que me esfuerce. Soy tirando a estoico y de la escuela de Santo Tomás…si no lo veo, no lo creo…
Hay una cuestión principal que me martillea la cabeza desde que os escucho ¿Por qué me necesitáis? ¿Qué puedo aportaros yo? ¿Cómo me vais a involucrar en esto y que saco yo de ello?
Supongo que Aleksander Volkov esperaba la pregunta porque reaccionó inmediatamente y dijo:
- Es fácil. Una vez en Oviedo le dije que sabíamos de usted más que nadie, es bueno en su trabajo, tiene carisma y suerte, suerte porque la busca sin duda y porque como piensa en eslavo, cree en la Sudba, en el Destino, aunque lo niegue, porque es el Destino el que le ha guiado hasta aquí.
Por otra parte y por más que se esfuerce Olga, aquí se aburre, este no es su sitio, usted es de asfalto, de ciudad, y confunde Rusia con Moscú y San Petersburgo. Necesita moverse, necesita mantener los cinco sentidos alerta porque si no lo hace languidece y eso es peligroso a su edad para la salud mental y esa será su recompensa porque el dinero para usted no es un estímulo y no porque no lo necesite, que tampoco, sino porque nunca ha tenido importancia para usted que aún recuerdo su negativa a vender el manuscrito de mi abuelo
Se acerca el invierno y tengo que volver a mis obligaciones antes, aquí no puedo estar largo tiempo y usted tiene el tiempo, las ganas y la adaptación al medio y amigos que le respetan y le ayudaran. El tedio invernal no le afectará así
Usted se encargaría de averiguar todo lo posible sobre este asunto por si es cierto que aquel tren retrocedió hasta Sukhaya, Vladimir se acercará a Kaliningrado y Bielorrusia y yo coordinaría desde Moscú y ayudaría a buscar documentación que interese sobre lo que descubran.
Otra cosa sería averiguar cómo retrocedió hasta aquí. La idea de raíles de tren sobre el hielo no es nueva porque en la guerra ruso-japonesa se construyó una vía de treinta y ocho kilómetros aunque solo se utilizó para transportar municiones y artillería, las tropas cruzaron el lago sobre trineos o a caballo. Se supone que las vibraciones de las locomotoras podrían resquebrajar el hielo abriendo grietas que se tragarían los vagones. Posteriormente lo que se hizo con el transiberiano fue embarcarle y se descartó el trazado ferroviario porque solo sería útil cuando el espesor del hielo fuera de dos metros o más, y solo durante tres o cuatro meses al año, y aun así sería peligroso.
Quizás el tren que buscamos no sea tal sino algún vagón que fuera remolcado sobre el hielo o embarcado en algún buque de tonelaje medio poco habituales por estas latitudes…
Existe la posibilidad de que se oponga a este pequeño trabajo y por eso no espero una respuesta ahora porque estoy seguro de que sería negativa pero cuando duerma al lado de mi madre, lo piense y lo analice la contestación será otra y si no es así es que no le conozco de nada…ya sabe lo que nos dijeron de usted…inteligente, impulsivo, con suerte y algo bocazas y esto último es lo que no le dio precisamente buena fama entre sus jefes pero si entre sus compañeros que le consideran una leyenda, acabó.
Me tomé mi tiempo para contestar, el niñato había salido además pelotillero pero estaba seguro de que sabía de mi hasta de qué lado dormía y que no mentía en cuanto que cuando se reunió conmigo en Asturias se había informado, le habían informado, a conciencia. Lo de ser una leyenda me hacía gracia y la tal se habría engordado hasta límites de película con mi “desaparición” de la escena y mi exilio dorado en el quinto pino que era la parte del mundo en la que vivía.
De repente me encontré diciendo que aceptaba pero el día estaba de sobresaltos o bromas, o las dos cosas porque Volkov sacó dos billetes de diez dólares y se los extendió resignado a Vladimir quien riéndose a carcajadas dijo:
- No es tan listo como se cree, apostó conmigo que dirías que no a la primera pero es que no te conoce de nada…
- Vladimir eres un viejo zorro, dije, pero me hace gracia que me conozcas tan bien. Me voy a casa, vosotros os emborrachareis como cosacos y yo pensaré como decirla a Olga todo esto. Si todo va bien iremos a ver al tal Ruslán mañana  o pasado, dependerá de cómo me levante así que si de verdad tenéis prisa procurar que duerma bien y no me deis más la lata por hoy. Y del viaje en barco con Oleg …iros olvidando…si hay que hacerlo seré yo el que diga cuando.
Aún tengo otra curiosidad… ¿Cuánto vale ese ámbar?
- No es solo una cuestión de dinero, respondió Aleksander, sino de prestigio nacional, de recuperar lo que es nuestro, de no dejar impune un expolio tan grande… ¿Valor?
En Kaliningrado se extrae tanto que se dice que Polonia obtiene más beneficio robándolo a los vecinos que extrayéndolo legalmente en su propio territorio. Por otra parte la limpieza del material empleado así como el trabajo artesanal realizado le da un valor añadido que es incalculable. Yo creo que en este caso es una cuestión de honor y que con su valor real no se puede ni especular, algo así como esos coleccionistas que creen que valen mucho sus piezas recopiladas con muchos años de esfuerzo de todo tipo pero que, sin embargo, solo valen lo que le quieran dar en el mercado por ellas.
- Supongo que en lo del prestigio entra el tuyo profesional y ya te ves ascendiendo como loco a la cima…, dije, pero te voy a decir algo que aún no has aprendido…el prestigio, la fama no solo son efímeros por gratos que sean sino que además no dan de comer…
Me miró con esa mirada que refleja la prepotencia de la juventud, aquello de “Que sabrá este carroza” pero preferí no contestarle, no merecía la pena dar explicaciones profundas a esta generación de tuercebotas que más que relevarnos a los veteranos, nos empujaban en una lucha por deshacerse de nosotros que no era tal porque nosotros no nos defendíamos que ya estábamos cansados de enseñar sin frutos a toda aquella patulea igual en todos os países. A veces pensaba en qué habríamos hecho tan mal para que nuestros herederos no tuvieran ni idea del esfuerzo, el honor, la satisfacción del deber cumplido o simplemente de disfrutar sin prisas de lo que teníamos sin soñar en lo que tenían otros……que corra el escalafón…
Ya en la acera nos estrechamos la mano aunque con cierta desgana y nos despedimos casi a la francesa…sin decir nada…y caminé pensativo y subiéndome el cuello del abrigo. Yo diría que, sin ninguna causa aparente, me había hecho viejo de repente.
Me dio por silbar “Lilí Marlen” que es una canción de perdedores…e imaginaba como alguien pensó que levantaría la moral de las tropas…Marlen Dietrich podría ser que lo hiciera pero la Marlen de la canción…no…Es como el “Yo te diré” de “Los últimos de Filipinas” pero en versión menos heroica y más teutona…
Y las letras de las dos  son infumables…Nos creamos mitos, o nos crean, rarísimos…la paloma de la Paz, un animal que todo lo ensucia, lo atasca y lo destruye al extremo de conocérsela como la rata del aire… o el despertar que dice la versión española… ¿Se puede elegir un momento del día peor? Ojeras, resaca, tos, ganas de ir al baño…ya solo quedamos tres o cuatro poetas…hasta, yo mismo, casi me consideraba el anteúltimo romántico…






                         CAPITULO VII.
          “…Que buenos son que nos llevan de excursión”.
Solo en esta parte del mundo el cielo es tan azul y las estrellas forman una alfombra maravillosa casi, casi, como la de Aladino. Hace algún tiempo vi un espectáculo similar al pasar el cometa Halley sobre Briansk y nunca lo olvidaré. A la vista de aquella maravilla la relacioné con aquella otra por lo  que, a pesar de la Marlen, llegué a casa contento.
Había conseguido aplazar el viaje en barco que el agua me gusta más bien poco, me había enterado, más o menos, de lo que se traían entre manos aquella extraña pareja y ya me veía en plena actividad con las neuronas revolucionadas. Cada día me recordaban más a  aquella película de Forqué de “Maribel y la extraña familia”…
Al llegar a casa dormitaba Olga, pensaría que llegaría tarde, confiaba en mí pero se perdió el espectáculo aunque supongo que lo habría visto mil veces.
Me urgía más ver al checheno centenario que ir a hacer fotos en barco pero aún no lo haría, necesitaba pensar y sobre todo cabrear a Volkov haciéndole esperar y perder tiempo así que dormiría como un Niño Jesús y pensaría en cómo llegar a  Sukhaya hasta donde había, más o menos, ciento cuarenta kilómetros por una carretera infernal lo que nos llevaría, probablemente, unas tres horas. Bien, me dije, mañana será otro día…que convertiré en sabático.
Y llegó mañana…no es cierto que con la edad se coma y se duerma menos…como como un león y duermo como un lirón, bonito pareado, y de no ser por el olor a pan frito y café me hubieran dado las mil del día siguiente pero ¿Quién se resiste a los desayunos de Olga? Después vendrían los huevos con embutido que había que desayunar fuerte porque luego cortaría leña para el próximo invierno por si las cosas se ponían enrevesadas y luego no podía hacerlo. Para el siguiente año ya había echado el ojo al hijo de un vecino que vivía a unas dos verstas para que se encargara, previo pago, de cortar en rodajas los troncos porque a mí no se me daba bien…al contrario que lo de comer y dormir y además me gustaba tener el defecto de la vagancia…un maravilloso defecto que ni siquiera entra en la lista de los pecados de ninguna religión lo que le hace más atractivo aun…
Más tarde  me acercaría a ver a la extraña pareja para preparar el viaje pasado mañana a Sukhaya…sabiendo que a Volkov le pondría de los nervios el nuevo aplazamiento…la vida es dura amigo Aleksander y seguro que Vladimir se reiría por lo bajini…
Después de comer y dar una cabezada comencé a andar camino de Irkustk al encuentro de los dos ganapanes…estaba cansado porque cortar troncos en rodajas no es muy placentero y además mi trabajo era intelectual, los librepensadores sudamos poco y menos a mi edad y , creo, que hacemos falta a la Humanidad ¿Qué sería de ella sin nosotros?
Volvió a tomar cuerpo en mi mente, mientras andaba,  la idea de comprar un vehículo que muchas veces consideré necesario, no sabía si coche, moto con sidecar, bici, caballos o huskys para trineo…en realidad como un día tuviera una emergencia lo pasaría mal…siempre lo dejé para otro día por la dichosa pereza, por no significarme mucho y porque no estaba seguro de que le gustara a Olga. Ahora el problema surgía de nuevo por si tenía que moverme por aquellas costas solo, porque no conocía a nadie que me pudiera  llevar y mucho menos de la confianza necesaria para que se enterara de lo que nos traíamos entre manos.
También el factor seguridad era importante a la hora de pensar en un vehículo e incluso en la necesidad de irnos a vivir a la ciudad, idea que iba tomaba cuerpo en mí.. Allí todo el mundo nos conocía y sabía que vivíamos solos y, de momento, el miedo como segunda naturaleza propia de los rusos, nos mantenía a salvo, que Beria aún era mucho Beria, pero corrían malos tiempos y los robos proliferaban a veces con fatales consecuencias y, en todo caso, el susto era peor que lo poco o nada que nos pudieran robar.
El caso era que Olga no quería cambiar de casa en un reflejo romántico muy propio de ella y aun asumiendo que yo prefería el asfalto se mostraba reticente a cualquier cambio algo muy frecuente en los rusos que creen que nada puede cambiar.
Y en estos pensamientos estaba cuando entré por la puerta de la cafetería del hotel en donde, sentados en la barra, me esperaban Vladimir sonriente y Aleksander con la cara de cabreo que se correspondía con su estado de ánimo. Les saludé con una alegría fingida para cabrearle más y le hice un guiño de complicidad a Vladimir al que casi se le escapa una carcajada.
No me entretuve mucho, lo justo, y quedamos para el día siguiente a las nueve para que pasaran a recogerme por casa.
La noche pasó rápida y a las nueve en punto me despedía de Olga con un beso y me subía al tanque de Vladimir, muy discreto, por la otra punta, para moverse con prudencia. Desayuné muy ligero porque el viaje se me apetecía movidito con aquel piloto, ya tenía ciertas experiencias, y no tenía ganas de marearme, al menos no demasiado. A las ruedas no quise ni mirar porque estaba seguro de que no me gustaría su estado. Creo que eran todavía las que llevaba cuando nos conocimos…
Estaba en lo cierto, viajar por aquel camino de cabras con Vladimir al volante era poco emocionante, muy arriesgado y altamente peligroso, tanto que podría considerarse deporte de riesgo solo que aún no era disciplina olímpica…la adrenalina se ponía a tope solo que no había que discurrir para salir de ella ni te daba tiempo siquiera a otra cosa que no fuera agarrarse a las cuerdas que llevaba el coche en donde debería de haber unos asideros. A Vladimir como a Rusia, no hacía falta entenderles, solo se necesitaba asumirles…
A los pocos kilómetros ya tenía el estómago a la altura del maletero cuando Aleksander me alargó unos folios para que los echara un vistazo…!!! Para eso estaba yo¡¡¡. Ante su insistencia los miré. Eran unas fotocopias de unos diez folios garrapateados y con la letra muy aumentada que me hicieron pensar que en tamaño normal no serían más de siete u ocho cuartillas, con muchos saltos, marcas de dobleces y el lápiz tan pasado que hacían la lectura ilegible. Creí recordar que Aleksander me habló de tres hojas aunque supuse sería una forma de explicarse como cualquier otra. Los volví a doblar y los guardé en un bolsillo prometiéndole leerlos en casa despacio. Hizo un gesto raro pero calló y nunca supo que las utilicé para secarme el sudor de la frente.
Llegamos a nuestro destino sobre las doce como había calculado y sentí un alivio general solo empañado porque había que regresar por el mismo camino y nos dispusimos a encontrar al tal Ruslán, algo que no sería difícil porque aquello  tenía bastante menos de un centenar de casas de madera adornadas con las maravillosas ventanas polícromas y más bien era una aldea que otra cosa.
Tampoco tuvimos que indagar mucho, no debían de tener muchas visitas porque al ruido del coche se abrió la ventana de la primera casa y una señora de avanzada edad nos daba la bienvenida a la vez que nos preguntaba que nos había llevado hasta allí e inmediatamente se ofreció a acompañarnos supongo que más guiada por el chismorreo, en un lugar en el que nunca pasaba nada, que por su afán de ayudarnos.
En cuanto pisó la calle se encargó de airear a la vecindad que aquellos forasteros buscaban a Ruslán, vecindad que se unió al cortejo signo inequívoco de que allí pasaban pocas cosas como había pensado y de que nuestra visita daría tema de conversación durante mucho tiempo. Nuestro cortejo debió de alcanzar unas veinte personas y hasta casi sentí que éramos importantes. Claro que si llegan a saber que yo era español se hubieran unido todos, algunos lo hacían desde las ventanas, e incluso habrían avisado a los pueblos cercanos. Era una especie de “Bienvenido Mr. Marshall” de Berlanga en versión estepa…
A unos doscientos metros se hallaba la casa quizás más grande de la aldea lo que me hizo pensar que la persona que buscábamos no vivía sola, lo cual podría dificultar las cosas que, es sabido, que entre dos o más no se puede guardar un secreto.
Nos abrió, absolutamente sorprendido por las llamadas a voces de sus vecinos, un hombre alto, arrugado de cara y el pelo negro azabache, de una edad indefinida entre los cincuenta y los cien años aproximadamente que no entendía nada de lo que pasaba al ver a sus amigos acompañados de tres extraños.
Hechas las aclaraciones pertinentes le costó a aquel hombre deprenderse de aquella gente que no se conformaba con saber casi nada y, aunque con esfuerzo, conseguimos quedarnos solos al cabo de un cuarto de hora.
- Me llamo Ruslán, dijo el hombre, algo que intuyo que ya saben y no puedo imaginar el motivo de su visita, más aun cuando mis vecinos piensan que estoy loco, igual que algunos del KGB  que vinieron antes que ustedes. Siento que no hayan avisado para recibirlos con la hospitalidad necesaria pero no imagino cómo podrían hacerlo ni que podría haber hecho yo. Supongo que traerán algo para brindar lo cual ya será suficiente.
Esta es mi casa, continuó, algo grande pero necesito todo el espacio del que dispongo para mis cosas, principalmente mi biblioteca que me acompaña en mis largos días y me da respuesta a muchas cosas de las que hoy pasan. En la Historia están las claves de hacia dónde camina la Humanidad aunque a veces parezca que en vez de avanzar retroceda pero es que somos tan torpes que repetimos cíclicamente todos los errores, cada cosa que pasa es como una especie de “ya lo había visto antes”…. Les diré algo de mí antes de conocer los motivos de su visita.
Mientras hablaba observé la vivienda que, como casi todas, solo constaba de una pieza, pero estaba limpia y ordenada, no tenía icono, todo en madera y en una esquina al lado de una ventana tenía estanterías llenas de libros manoseados y con la pátina del tiempo en sus lomos. Eran libros, como él había dicho, en su mayoría de Historia.
- Soy checheno. Ustedes no pueden entendernos, dijo Ruslán. Los rusos dicen que el Cáucaso es ruso pero que nosotros no somos rusos y por tanto nunca nos han tratado como tales sino como súbditos. En cierto modo tienen razón, no somos eslavos, evidentemente, y nuestro origen, mezclándose razas de todo tipo, podría considerarse más árabe que otra cosa. Descendemos de Noé y es sabido que su Arca, tras el Diluvio Universal, se posó en el monte Ararat y por tanto fuimos la primera civilización sobre la tierra. No somos esclavos, somos hijos de reyes y merecemos ser tratados como tales.
Cuando la invasión alemana nos dieron la independencia, incluso Calmucia fue independiente, y nos alistamos en sus filas sin pensar en más allá salvo que nos daban lo que queríamos. Yo aún no tenía barba y estudiaba Historia en la Universidad de Grozny, paseaba con las chicas por la orilla del rio Terek y soñaba con un mundo mejor así que también me alisté.
Lo demás ya lo saben, los alemanes perdieron y nuestros pueblos fueron utilizados como carne de cañón contra las fuerzas alemanas en retirada. Nos pusieron en primera línea sin armamento, si avanzábamos nos mataban los alemanes, si retrocedíamos lo hacían los soviéticos…los que más suerte tuvieron fueron deportados al Este en donde su destino no fue mejor…un día eché a correr, deserté, y no paré en mucho tiempo, siempre huyendo como un animal herido y tras muchas vicisitudes llegué a este sitio que me pareció mágico y lo suficientemente alejado como para que no me encontraran jamás.
No soy tan viejo como la gente de aquí cree, no llego a los noventa  años pero mi vida ha sido muy dura y a mí me da igual lo que piensen, incluso creen que estoy loco porque oigo por la noche gritos humanos de la gente que se tragó el hielo entre sus grietas…
Aquí encontré una buena mujer que me dio eso que algunos llaman Amor, calentando mi cuerpo por las noches y mi alma por el día pero murió muy joven y no me dio hijos por lo que me he convertido en un lobo solitario, aunque vivo tranquilo esperando no sufrir demasiado y sin querer recordar. El sueño de abrazar a lo que quede de mi familia y morir en mis montañas ya hace mucho que lo he abandonado.
No sé lo que buscan, tampoco me importa mucho, pero si sé que no puedo contarles nada porque nada sé salvo mi vida, mi dura vida, que no creo sea lo que buscan.
Quizás usted, dijo dirigiéndose a mí, que es ajeno a este mundo, pueda intuir lo que les cuento como una tragedia personal pero es la de millones de personas que tuvieron la desgracia de nacer en el Cáucaso y vivir en tiempos difíciles. Nacer en el lugar equivocado y en el tiempo equivocado.
Es posible que usted también esté loco o que, como yo, huya de algo, dijo dirigiéndose a mí, porque no tiene otra explicación que un español esté aquí. Yo llegué aquí en Febrero de 1946, creo, y no he salido nunca de estas costas y solo me acompaña una radio que funciona cuando quiere pero usted parece tenerlo todo, es joven, de un país que tiene Sol todo el año, playas de finas arenas y Paz así que sólo puedo pensar que está en el culo del Mundo por Amor.
En cualquier caso les estoy agradecido porque hoy no voy a estar  solo, voy a beber  samagón con ustedes, he revivido mis peores y mejores días y me han llenado la despensa que ya las fuerzas me fallan para salir a cazar y al lago le tengo miedo porque se ha llevado muchas vidas, concluyó.
Deberíamos contarle, pensé, nuestro interés por el tren aun a costa de pasar por locos como él, pero preferí  que Volkov tomara la iniciativa mientras pensaba en mi amigo del alma Vladimir cuya cara se había transfigurado en un rictus de tristeza. Él también era descendiente de Noé, o eso creía yo entonces, y conocía la tragedia de aquellos pueblos y sé que, en cierto modo, sentía que había traicionado a sus gentes al pasarse con armas y bagajes al mundo eslavo.
Cosas de la vida, de esta puñetera vida, en un siglo en el que nos habíamos dedicado a destruirnos más que a construir un futuro justo. Nos hemos empeñado desde  tiempos remotos en que aquello del valle de lágrimas fuera realidad y a Fe que lo hemos conseguido y es que la estupidez humana no tiene límites.
Me limité a decirle, medio en broma, que éramos vecinos, que vivía en Irkutsk y esperar a que alguien más hablase.
- Cuando llegue la primavera, dijo Volkov, le llevaré a Chechenia. Si usted quiere se quedará en su tierra y si no es así le volveré a traer. No tiene que preocuparse de nada, yo lo pagaré todo y supongo que preguntarle si alguna vez se ha subido a un avión es una tontería pero no se alarme, si no se atreve iremos en tren. Y esto nada tiene que ver con el resultado de nuestras gestiones y si usted puede ayudarnos o no.
Me sorprendió la rápida respuesta de Aleksander porque creí que hablaba sinceramente quizás porque la vena colonial, el sentimiento de culpa, y a la vez de protección, ruso, sobre aquellos territorios conquistados, o simplemente porque la naturaleza humana no responde a patrones establecidos, le hacían parecer honesto. Nadie sabe nada de nadie, ni siquiera uno mismo. También pensaba que me había equivocado, que Ruslán vivía solo y que era un hombre singular.
- Me deja asombrado, respondió Ruslán, usted no me conoce de nada y a pesar de ello y de que no sabe si le puedo ayudar, me ofrece mi sueño, morir en mi tierra mirando hacia el monte Elbrus y rodeado de mi familia y ¿sabe? veo en su mirada que es sincero. Tiene razón, nunca he volado pero si usted hace el esfuerzo de llevarme a casa yo haré el esfuerzo de ir en avión y estoy seguro de que tendré más curiosidad que miedo. Ahora mis noches serán más largas esperándole por primavera. No sé quién pero alguien se lo pagará con creces, quizás ese Dios en el que de una u otra forma todos creemos aunque no sea más que cuando estamos en peligro.
- Lo dicho, dicho está y si acepta lo doy por hecho, dijo Aleksander.
Queremos saber que se dice o que sabe de un tesoro que robaron los fascistas en la Gran Guerra Patria y, creemos, recuperado por el Ejército Rojo en Kalinigrado y que suponemos fue traído hasta aquí, hasta el lago a mediados o finales del 1945 aproximadamente. Tenemos razones para pensar que llegó aquí en tren pero no sabemos qué pasó después, si lo descargaron, lo hundieron o siguió más adelante.
- Quizás haya oído hablar de la Cámara de Ámbar, supongo que sí, y entera o parte de ella pudo ser traída hasta aquí, dijo Vladimir que quizás al suponer que era caucásico pensó sería más fácil para él terciar en la conversación.
- Yo también he oído la historia del ámbar y del tesoro pero no puedo decirles nada, dijo el hombre, Tampoco pude decir nada a otros que vinieron antes y que decían ser eso que llaman caza tesoros aunque supongo que eran del NKVD o como se llame ahora, creo que FSB... No les creí, claro, como tampoco creeré ahora lo que me digan ustedes y casi prefiero que no me lo digan porque me da igual.
Si es cierto todo esto sobre el tesoro, yo no estaría aquí todavía pero alguien que pudo estar me contó algo inconexo, quizás verdad, pero aquel hombre, aquel vecino, vivió algo que le hizo desvariar y aunque se dice que los niños y los locos siempre dicen la verdad, no puedo concluir en nada concreto porque hablaba de una gran tragedia, de disparos en la noche, de cadáveres que, por la noche, se tragaba entre alaridos el hielo mientras gemían…más bien creo que los crujidos del hielo le hacían soñar esas cosas y es sabido que la noche agrava y agranda  los ruidos. Nunca me dijo otra cosa, no al menos que recuerde y que les pueda servir. Lo lamento pero estoy seguro que saben ustedes más que yo.
En lo único que les puedo servir quizás sea que tengo una carta marina de la época por si decidieran buscar en los fondos del lago con esos aparatos modernos que todo lo ven. Se la ofrezco pero es posible que los residuos arrastrados por los afluentes hayan modificado el fondo sustancialmente, e incluso les ofrezco una barca muy modesta pero con motor que tendrían que tripular ustedes porque ya no salgo en ella. Es todo lo que puedo hacer y todo lo que se.
Si recordara algo útil me las arreglaría para hacérselo saber a través de una persona que viene cada quince o veinte días con alimentos, baterías para aparatos eléctricos pequeños, ropa china y cosas así pero aunque aún conservo buena memoria dudo que algo me viniera a la cabeza de repente. También preguntaré a mis vecinos aunque quedan sólo tres o cuatro que hayan podido vivir en las fechas que me dicen, los jóvenes estaban en la guerra y los niños bastante tenían con comer, dormir e ir a casa del vecino que hacía de maestro, acabó Ruslán.
Se hizo un espeso silencio como si nadie hubiera asimilado lo dicho, no se lo creyeran o estuvieran, estuviéramos, decepcionados, o las tres cosas o simplemente evaluando lo que aquel hombre les contaba. El menos sorprendido era yo porque nada esperaba…simplemente me mantenía la curiosidad de hacia dónde derivaría aquello, suponiendo que derivara, que era mucho suponer…tampoco entendía muy bien que en un país como aquel alguien casi privadamente se metiera en aquel fangal porque dinero, lo que se dice dinero, no sacaría ni un rublo porque de encontrarse pasaría inmediatamente a propiedad estatal como correspondía, pero problemas, lo que se dice problemas, los tendría de todos los colores del Arco Iris.
- Bien, habló Aleksander. Lo hemos intentado y ahora brindemos por la amistad, por que pronto nos veamos otra vez y por ese viaje que haremos en primavera. También tengo curiosidad por conocer el Cáucaso así que, pienso, que será un inolvidable viaje.
Bebimos, comimos, cantamos y por momentos creo que olvidamos aquella extraña historia de tesoros y ámbar e incluso  me di un pequeño paseo mirando aquel maravilloso paisaje y llenando de curiosidad a los vecinos que, sin ninguna timidez, me preguntaban de donde era y cómo había llegado hasta tan lejos.
Me los quité de encima con una sonrisa y cuatro palabras en mal ruso para decir que no les entendía y que era español lo cual les asombraba aún más y es que de siempre, en Rusia, lo español era muy admirado y querido a pesar de que durante muchos años estuvimos separados no sólo por la distancia sino por la Política y de que, oficialmente, nuestras relaciones diplomáticas llegaron muy tarde con la apertura del Consulado ruso en Cádiz allá por mediados del siglo XVIII, relaciones que se interrumpieron con el tsunami que arrasó la costa entre la Tacita de Plata, Cádiz, y Lisboa a los pocos años.
Con desgana iban volviendo a las casas y cerrando las ventanas, con tanta como me volví yo al encuentro de mis amigos sobre todo por lo bien que me encontraba en aquellos parajes pero preocupado a la vez porque se hacía tarde para volver por aquellos derroteros a oscuras. Silbaba siguiendo una costumbre que tenía desde niño y en esta ocasión la pieza elegida era la Sonata para cuerda de Tchaycovsky y,  me parecía que los pajarillos hacían un coro con su trinos que no lo hubiera mejorado ninguna gran orquesta.
Ya anochecía cuando emprendimos el camino de regreso y el manto de la noche se extendía sobre el sagrado Baikal convirtiéndole en una gran mancha de color azul oscuro.
Sabía por experiencia que Vladimir era más seguro conduciendo cuando había trasegado algún litro de alcohol, fuera cual fuera su graduación. Aun así me agarré a las falsas asas de cuerda del Lada amarillo y cerré los ojos lo que pude…
Llevaban una sonrisa de oreja a oreja así que deduje que habían visto algo favorable a sus intereses solo que, aunque no me lo dijeran, me daba igual porque yo también lo había visto…
Al salir de la cabaña de aquel hombre, me fijé en un cobertizo de madera en el que se adivinaban aperos de labranza y material para la pesca solo que en una de las paredes había un panel  en el que todavía se podían leer claramente caracteres cirílicos y el inequívoco emblema de los ferrocarriles soviéticos con el numeral IS-20-019 y una especie de puerta de madera estaba formada por tablillas rotuladas en alemán aunque ilegibles por el paso del tiempo  y no habían llegado allí por casualidad. Y eso era lo que ellos también habían visto.
Tendría que volver a ver al checheno pero no sabía cómo llegar hasta allí sin ayuda, aunque estaba seguro de que conmigo hablaría pero si iba solo. Porque además había visto algo que a aquellos dos personajes les pasó desapercibido…apilada entre trastos se encontraba una escafandra de buceo y el motorcillo que suministraba oxigeno por el procedimiento de girar una gran rueda que accionaba unos émbolos que seguro estaba en alguna de las barcas que había en el puerto. Y es que el señor Mamedov era muy listo y desconfiaba, como él mismo había dicho, de los rusos. Estaba seguro de que no habían reparado en ello porque no eran de puerto de mar y no sabían lo que era…o si…
Iban tan contentos que se pusieron a cantar algo que creí una canción infantil como aquella que tarareábamos en el autobús cuando en el cole nos llevaban de excursión…” Que buenos son los señores profesores, que buenos son que nos llevan de excursión”. Solo entendía una especie de broma “…Stradivarius, samavarius, chepujarius…”
También su desproporcionada alegría podría ser porque mañana se iban…me quedaría solo y por extraño que pudiera parecer, que lo era, les echaría de menos, más bien a Vladimir, aunque me dejaban tareas para entretenerme que no era poco.
Llegamos a casa de milagro, todos menos mi estómago que se quedó entre los diez primeros kilómetros del retorno en una parada de emergencia en la que di de comer a todos los peces del lago el mismo menú que comimos, pero no digerí, en aquel pueblo, obsequio gratuito de parte de nuestro ínclito piloto al que, encima, teníamos que darle las gracias por llevarnos y traernos…
                                   














                               Capítulo VIII
            Lo que une la cerveza que no lo separe el hombre
Con la marcha de aquellos dos que llamé “la extraña pareja”, mi vida volvía por momentos a la rutina aunque, pensaba, tan solo hasta que me organizara y me pusiera manos a la obra en aquella historieta de locos que por momentos parecía pudiera ser real.
Me preocupó la manera de despedirse de Vladimir, serio, alejado de su habitual sonrisa y sin palabras pero supuse que le costaba alejarse de mí, algo que era mutuo porque me pasaba lo mismo. Lo dejé pasar sin preguntar solo que el abrazo fue más fuerte, más sentido, más como si fuera el último. Un cuervo, negro como el sobaco de un grillo, volaba sobre nosotros con su mal agüero anunciado por su graznar extravagante.
 Lo primero que tenía que hacer era encontrar quien me llevara y trajera por aquellos caminos intransitables pero me lo tomaría con calma que no era tarea fácil…de momento volvería al hotel a buscar información en Internet si es que había algo y a dar que hablar al FSB  sobre mis extrañas costumbres y compañías. Si admitíamos como cierto que Aleksander era uno de ellos, mi grado de preocupación que antes era irrisorio, ahora se evaporaba totalmente…pelillos a la mar, o al lago, y a buscar.
Uno de aquellos días después de la marcha, entraba en la cafetería cuando un energúmeno, tamaño armario ropero, se abalanzó sobre mí y agarrándome por el cuello me suspendió en el aire gritándome como loco. Al subir y a la altura de su entrepierna le largué una patada que dio como resultado que acabamos los dos en el suelo, el de dolor y yo porque me soltó…una señorita, que llevaba una ropa cuatro tallas menos que la que necesitaba y pintarrajeada como para Carnaval, me llamaba animal y otras lindezas mientras propiciaba cuidados al bigardo que se retorcía de dolor como si un dentista le hubiera sacado tres muelas sin anestesia. La lógica de algunas personas es difícil de entender…ahora resultaba que el animal era yo…
De repente la escena tragicómica subió de tono y la chica, con cara compungida, le decía al elemento que se había equivocado, que no era yo el extranjero que la molestaba… y aquel pobre hombre casi se desmaya no sé si pensando en las consecuencias o en que había arriesgado su virilidad por nada, una nada que no se pudiera arreglar con unas cervezas “Baltika”,  así que en menos que canta un gallo estábamos sentados en una mesa pidiéndonos disculpas mutuas aunque yo no sabía por qué, él había olvidado, momentáneamente supuse,  a la chica chillona y yo al señor Internet y a San Google al que pensaba consultar todo lo que se supiera sobre el ámbar robado y sobre las teorías sobre su desaparición que, imaginaba, variadas y variopintas.
Se llamaba Viktor y era chelnoki, esa especie de arregla todo, busca cosas, contrabandista bueno... que proliferaron a la caída de la URSS y cuando Rusia estaba al borde del colapso que la llevó a la quiebra posteriormente. Si alguien necesitaba una medicina él iba a buscarla; si en el mercado no había candados el traía un un montón; si las tiendas de ropa estaban vacías él marchaba a China y montaba un tenderete con el cargamento y si alguien necesitaba un favor también se lo hacía.
Hábiles con los cambios de divisas, sabían cual utilizar en cada caso y ganar con el cambio. Al lado de los delincuentes habituales eran casi los ángeles de la guarda a los que se podía recurrir en cualquier ocasión. Conocí a muchos de ellos y eran unos personajes singulares pero resulta que además eran, en general, buena gente y este me preguntaba si sería de la misma buena condición.
Aparentaba una larga treintena de años, había estado en Chechenia y a la vuelta se las había arreglado, no pregunté cómo, para comprar una furgoneta con los asientos de madera y dedicarse a recorrer kilómetros, buscarse la vida y ser el más listo de la escuela para sobrevivir y mi impresión me decía que le iba bien, y que era algo así como un noble bruto y que las circunstancias de nuestro encuentro eran tan especiales que seguramente había encontrado un buen amigo porque aquel cacho de carne con ojos no valía para enemigo ni por unas faldas, más bien pantalones, demasiado ajustadas.
Yo le puse en antecedentes brevemente de quien era, que hacía allí, con quien vivía y que estaba buscando alguien que por un precio razonable me llevara a algunos lugares de la costa y con sorpresa, me enteré de que ya sabía ahora quién era yo y sobre todo quien era Beria, había oído hablar de mí. y con cara de determinación, se ofreció a acompañarme jurándome amistad eterna y discreción absoluta y le creí porque aún no habíamos bebido lo suficiente para pasar a la fase etílica de las canciones regionales.
- Quizás te necesite dentro de un par de días, le dije, pero no estoy dispuesto a pagar una fortuna, tendremos que pactar los precios de cada viaje como se hace con los taxistas clandestinos, que la cosa también anda mal para mí, le mentí a sabiendas de que no me creería porque en el imaginario popular todos los extranjeros éramos ricos…
- No habrá problema, respondió, hacemos el servicio y me pagas lo que consideres justo. No habrá quejas ni de mi servicio ni del precio porque de esta forma yo tendré que hacerlo muy bien para que tú me pagues bien, y me tendió la mano con esa señal de acuerdo universal entre gente de bien que me recordaba a los tratantes de ganado del Norte para los que valía más darse la mano que cualquier documento ante notario, formalidad que no solían hacer, e incluso las deudas así contraídas se heredaban entre los familiares cuando alguno de los del apretón fallecía.
Cuando la chica voluptuosa ya se estaba cabreando por el ningún caso que la hacía, nos dimos los teléfonos de contacto y me dispuse a volver a casa antes de que cayera la noche. Me estaba volviendo miedoso con la edad, quizás fuera mejor decir acomodado, comodón o algo así y también cuidadoso porque sabía que Olga me esperaba.
Caminaba como siempre, deprisa y silbando la canción de los Platters “Only you”. Silbaba para alejar a los espíritus que se escondían entre los árboles que bordeaban el camino que, es sabido que salen de noche y se comen a los extranjeros bobos con patatas.
Dediqué el día siguiente entero a examinar las fotocopias que me había dado Aleksander con escaso éxito, más bien ninguno. Fui incapaz incluso de ponerlas en orden aunque, creía yo, formaban parte de un diario personal escrito por una persona culta por lo gótico de la letra que hacía aún más difícil completar las palabras, y con marcas evidentes de haber estado dobladas mil veces de cualquier manera excepto dos que parecían seguir algún parámetro indescifrable para mí antes de hacer otra bola con ellos.
Traté en vano de completar las palabras borrosas y conseguí hacerlo con alguna pero que no llegaban a formar una frase entera ni mucho menos. Necesitaría la ayuda de algún experto en caligrafía cirílica y mucha suerte porque tras muchas horas no saqué ninguna conclusión.
Me dieron las del alba, no las del Duque, pasado de sueño como si hubiera tomado tres litros de café y ya al amanecer me dormí de cualquier manera encima de los papeles malditos, malditos papeles.
Un suave toque en la espalda me despertó, Olga me indicaba que en la cama estaría mejor y tenía razón pero ya estaba lanzado otra vez con los papeles que habían caído por el suelo y que recogí sin contestarla, simplemente la hice un guiño y me dirigí a la cocinilla para prepararme, ahora sí, un litro de café y apenas sin darme cuenta y como un autómata estaba encima de de la mesa de nuevo mirando la forma de descifrar aquello.
Volviendo mil veces a los dobleces indicaban que habían formado una bola como para esconderlos rápidamente de la vista de alguien, y otros dos formaban una especie de abanico pero, a mi parecer, con el sentido invertido, pero no significaba nada porque nada legible estaba en ellos.
Acabé cabreado que es lo que me pasa cuando no entiendo algo, más bien no le encuentro explicación, y no sé por qué, confié en que el checheno al que visitaría cuanto antes me ayudara porque estaba seguro de que sabía más, mucho más de lo que dijo.
Un par de días después llamé a Viktor para quedar con él cuando pudiera pero estaba de viaje de “negocios” y no volvería hasta la próxima semana por lo que quedamos en que me llamaría cuando pudiera o eso entendí porque usaba un radio- teléfono de construcción artesanal que hacía mil ecos.
Dejé  pasar las horas y los días con los papeles durmiendo el sueño de los justos sobre la mesa. Sabía por experiencia que si me obcecaba no adelantaría nada y que, como un genio que era, dejándolo estar me llegaría la inspiración que alimenta a los artistas, y se abriría una ventana por la que la luz del Este entraría a raudales. Y es que hasta yo tenía mi método que casi nunca funcionaba.
Volví a mis rutinas decidido a saber más que nadie sobre tesoros expoliados por los fascistas como botín de guerra y sobre la famosa Cámara y me pasaba largas horas en el café hotelero viendo cómo la pizpireta camarera se afanaba en mirar por encima de mi hombro para poder chivatearse a quien en verdad le interesasen mis andanzas, lo que además era señal inequívoca de que debía haber abandonado su loco sueño de ser modelo, artista, marcharse de aquel lugar o cualquiera que fuera. Que dura es la vida de las aspirantes a estrellas…
Era obligado ir allí porque si bien Vladimir había hecho malabares con el teléfono, se había quedado corto con el milagro de incluirme como usuario de aquel sistema basado en el Transit militar, que permitía acceder a toda la información, o casi, del mundo.
Casi lo agradecía porque de tener la conexión en casa estaría todo el tiempo pegado a la pantalla de un ordenador y dejaría de darme mi paseo, visitar el zoológico del hotel, hacer ejercicio y pisar el asfalto que yo soy de esos y de rural nada, casi nada…al final soy como el del chiste malo de aquel que tenía un trilema, si trilema, no dilema…no sabía si iba a conectarme con el mundo, a tratar con gente diversa o a ver como la camarera se las arreglaba para tardar media hora en ponerme un café, tiempo que tardaban en el FSB en coger el teléfono supongo que con absoluta desgana porque secretos, lo que se dice secretos, yo no tenía ninguno, ni siquiera indiscreciones, salvo que la ínclita fuera más lista de lo que pensaba y viera que cosas buscaba en el sistema infernal de conocimiento inventado, como todo, por los yanquis, aunque aquí pronto se diría que había sido un ruso de Akademgorodok y que su nombre había sido borrado intencionadamente por la propaganda occidental.
Así supe, lee que te lee mil datos,  que, en general, tenía cada vagón de tren una capacidad de unos cuatrocientos kilos en la época de que se trataba, que la carga posible también dependía de la potencia de la máquina y, sobre todo, del volumen del cargamento, medido en pies cúbicos, y de su forma.
Si estábamos hablando de seis toneladas de la resina fósil, según el ciudadano Internet, sin contar con el tamaño de las piezas, tendríamos que convenir que se necesitaban, como mínimo, doce vagones y quedaría por ver si con una locomotora era suficiente o se necesitaría otra complementaría. En el peor de los casos quizás veinte vagones.
Si el supuesto tren llevaba solo el ámbar y no otras cosas, y siempre trabajando con conjeturas de peso y volumen, podría haber pasado desapercibido entre los cientos de trenes que en aquellos años de guerra circulaban en todas las direcciones y casi al libre albedrío de cada comisario, y el simple hecho de que alguien hubiera leído la palabra “amber” en alguna caja seguía sin significar nada, al menos para mí.
El asunto se estaba convirtiendo en un auténtico galimatías pero no estaba dispuesto a comerme el coco con algo de lo que no sacaría ningún beneficio y sí múltiples problemas y me prometí no dejarme ni llevar por la imaginación ni liar por aquellos dos socios ocasionales en los que nacía la historia tan poco consistente. Seguiría leyendo, informándome, e iría a ver a Ruslán sobre todo porque estaba seguro de que me esperaba y porque la curiosidad es un vicio universal.
Mientras, disfrutaría del paisaje, de mis paseos y del ruido y olores que salían del lago, olores y colores maravillosos y no sabía por qué olía a mar si es de agua dulce. Los ruidos eran otra cosa…de día el murmullo de las olas…el canto de los pájaros…el crujir de las hojas de las beriosas…de noche….todos los duendes del bosque salían a pasear llenando la oscuridad de alegría…y bendiciendo los sueños…los ruidos nocturnos, cada estación distintos,, cada noche distintos, llenaban la noche de silencios…Olga, romanticismo puro y duro a pesar de su dramática existencia, decía que era porque ya nos habíamos acostumbrado a los ruidos…yo, de capital, estoico y analista, pensaba que aquel era el lugar más mágico del mundo…aunque ansiara pisar el asfalto de nuevo. Parecía nuestra vida una paradoja en la que ella veía blanco lo que yo veía negro y al revés, ella era conformista y yo no, Olga veía fácil lo que yo veía difícil y viceversa…y tantos y tantos contrastes que parecía imposible tanta armonía en nuestra vida en común y sin embargo, la había.
Por todo ello dudaba en contarla la extraña aventura en la que me habían embarcado su hijo y Vladimir, seguramente no me reprocharía nada pero haría un mohín con la nariz muy característico de cuando algo no la gustaba.
El caso era que no sabía muy bien como planteárselo, quizás diciéndola solo una media verdad, o media mentira, que no sabía que era más grave,  como si el asunto no fuera conmigo, medio en broma…aunque dudo mucho que me creyera porque me conocía demasiado y sabía perfectamente que no me interesaba el dinero, ni la presunta, y efímera, fama del conquistador de arcanos sino que mi vida estaba marcada por las emociones, el riesgo y una especie de alma quijotesca propia de aquel caballero de la Mancha del que gente, como Tostoi, decían que bien podría haber sido un bagatir ruso pero que resultaba ser genuinamente español. A este respecto hay un juego palabras en ruso que me gustaba utilizar cuando me preguntaban si era rico…no soy bagatii, soy bagatir…no soy rico soy un caballero andante…
Lo cierto es que se lo dije tal cual, con pelos y señales y con todo lo que hasta el momento sabía, que no la sorprendió en absoluto y que lo único que me comentó fue que necesitaba la actividad, tener la cabeza ocupada por lo que aquella extraña historia me vendría bien así que, burla burlando, me comprometí a hacer lo que pudiera pero sin liar a nadie más en aquello que no sabía cómo llamar…
No hay sinfonía más perfecta que la que componen los elementos de la Naturaleza y cuando ésta es la siberiana se mezclan todo tipo de sonidos, ora agudos, ora suaves…ora tranquilos, ora desatados, ahora relajados…en una maravillosa dirección del Creador que te lleva a un éxtasis de sensaciones…Podría ser que yo también tuviera una vena romántica porque era capaz de vivir esta armonía natural, disfrutarla…dormir a pierna suelta…solo que me defendía de ojos y oídos ajenos con una capa de dureza, rozando el cinismo, que me hacía impermeable a curiosidades e indiscreciones…cada uno es como es y no como los demás creen.
Estaba en estos pensamientos “filosóficos” cuando de repente me dio por pensar en lo fascinante que es el mundo eslavo y no por quienes lo componen que, metidos en sus rutinas, no se dan cuenta  de cómo son, sino para quienes, como yo, lo descubren de una u otra forma y me eché a reír acordándome de que hacía poco, muy poco, descubrí un misterio que llevaba sin resolver veinte años… las camas, mejor dicho la ropa de cama, lo que ellos llaman el pastiel, se componía entre otras cosas de una doble sábana con un agujero redondo en el centro…jamás supe para que servía y una especie de pudor me impedía preguntar…las cábalas eran de todo tipo, desde eróticas hasta para meter por él  un aparato de esos metálicos que calientan la cama, o un ladrillo refractario con la misma finalidad…nada de nada…nada que ver…
Un día Olga, tiempo atrás,  dijo que el invierno estaba siendo particularmente frío y que convenía poner una manta  para dormir…la dije que lo hiciera y mi sorpresa fue que la metía por el agujero de la sábana a modo de edredón. Me eché a reír como un niño pequeño con Gaby, Fofó y Miliki y ella me miró con el gesto que ponen para decir que los extranjeros somos bobos…
-No sabes ni hacer una cama, tú que te crees tan listo y eres tan  bobo como todos los extranjeros. Se hace así, tú no tienes ni idea de la escasez con la que hemos vivido y de esta forma la manta no recibe el sudor, no se roza y no hay que lavarla evitando de esta forma gastar jabón y el montón de trabajo que da limpiarla y secarla…
Lo dijo sin acritud, sonriendo con esa dulzura que solo ella tenía.
- No te enfades, pude decir a duras penas aguantándome la risa, nunca vi hacer esto y me ha resultado curioso y reírse es bueno para la salud, sin aclarar que aquella cosa tan sencilla había sido uno de los misterios más ridículos de mi vida.
- Más te valdría ayudarme patoso o esta noche dormirás en un sillón muerto de frío.
Así era ella y así era yo, dos mundos tan distintos unidos por la alegría y las ganas de vivir. ¿Por qué la vida no podía ser igual para todos?¿Cómo hemos construido, yo también, un mundo de locos?
Vaya día que llevaba me dije…Sócrates a mi lado era un pringao… filosofar era precisamente mi forma favorita de relajarme.
Y así un día y otro día y de Flandes no volvía…cuando un estruendo de aparato desconocido me despertó a eso de las nueve de la mañana…somnoliento miré por la ventana Norte de la pieza y creí que había vuelto a la segunda Guerra Mundial al ver una moto antediluviana con sidecar y un conductor grande, grande, grande, con un casco de piel con orejeras de piloto de cazas y con unas gafas de la misma época que solo las faltaba unos limpia parabrisas, eso sí, tirados de una cuerda para que funcionaran.
Bajo aquella parafernalia se adivinaba una sonrisa que no identificaba debido probablemente al sueño, ya que tenía, por supuesto, un ojo medio abierto y el otro medio cerrado y el Sol radiante ese día, no ayudaba para nada a aclarar quién era el desconocido visitante. Agarré por si acaso lo primero que me vino a la mano que no era otra cosa que una sartén y esperé a que el obsoleto elemento se despojara de todo aquello.
Cuando lo hizo, su sonrisa se convirtió en franca carcajada puesto que no era ni más ni menos que mi nuevo amigo Viktor, el chelnoki, que se dirigió a mí con los brazos extendidos en sigo inequívoco de abrazo.
Las palmadas se debieron oír hasta en Kamchatka y es que el tío era una mula parda acorde con su estatura y bien pensé que su mano era como una pala de construcción por el efecto que produjo en mis omoplatos…y encima madrugador que hasta Olga se despertó y asomaba su carita asustada por encima de mi hombro.
Pasado esos momento indescriptibles él solito se lió a hablar para explicarnos, si eso era posible, su aparatosa incursión en nuestra casa.
- He roto con Tatiana, la rubia, me armó un lio nada más marcharte, llamándome de todo y  reprochándome que no la hubiera hecho ni caso después de sentarme contigo. Me dijo que si no me casaba con ella en una semana lo mejor es que me marchara al infierno…así que la hice caso…me marché…aunque no a donde ella quería. No es que no la quiera sino que no puedo casarme ahora. Mi vida es peligrosa, un día en alguna frontera me coserán a tiros por haber dado poca mordida, por error o para robarme y necesito prestar toda mi atención a mi trabajo para que eso pase lo más tarde posible y con responsabilidades detrás eso no es posible. Traté de explicárselo pero ella solo pensaba en gritar por lo que me di la vuelta y ni miré para atrás. Si el Destino, la Sudba, quiere nos volveremos a reunir.
Resumiendo estos días no tengo a donde ir, o no me apetece ir a cualquier sitio y mi mercancía ya está colocada, me sobra tiempo y he pensado que podría visitarte y hablar de nuestros asuntos para concretar cuando hacemos ese viaje o lo que sea que necesitas realizar. Además me pica la curiosidad de que busca aquí un español que vive con la hija de Beria en esta parte del mundo alejada de todo lo que merece la pena. Al menos espero que tengas mucha cerveza porque la comida ya la he traído yo, concluyó esperando mi respuesta.
Tardé en contestarle mientras me miraba con el gesto de esos búhos que se fijan mucho pero no asimilan, esperando sin duda que le diera la bienvenida sin pensar en que su llegada triunfal era exagerada y madrugadora a partes iguales… y mi cabeza iba más rápida que su palabrería porque ya estaba pensando en cuanto me cobraría por la moto…
-Pero Viktor, le dije, ¿no ves la hora que es? A estas horas solo están levantados los que no se han acostado y tú, aunque empiezo a sospechar que tampoco has dormido. Eres bienvenido, daremos el paseo, hablaremos y beberemos  pero ¿puedes esperar a que me lave y desayune?
Se puso colorado como un niño porque era grande pero impulsivo y ni siquiera había supuesto que alguien durmiera cuando él estaba despierto…
- Lo siento mucho, ni siquiera había pensado que estuvierais en la cama. Si queréis me vuelvo y vengo otro día, dijo con voz compungida.
- Nooo, repliqué, no te estoy riñendo, me alegro de verte, nos alegramos de verte pero debemos arreglarnos, desayunar…ya sabes, esas cosas que hace la gente normal al levantarse.
Le puse una condición para olvidar su inoportuna aparición que acepto encantado y era que me dejara dar una vuelta en la moto.
Con orgullo me dijo que la había comprado en Volgogrado como chatarra y que la había arreglado él solito, que, es sabido, que los rusos son unos mecánicos excelentes y, en esto, solo en esto, se parecía a Vladimir que era capaz de arreglar cualquier cosa incluido amarrar el motor de su Lada al chasis con cables de teléfono.
La moto era una Zündapp KS 750 alemana y no porque yo supiera de motos sino porque lo ponía en un costado bien visible, moto muy famosa que había visto en fotos, películas y documentales mil veces. Debía de tener unos veinte caballos y su palanca de cambios, muy aparatosa, parecía indicar que tenía cuatro posiciones adelante y la marcha atrás…empujando…
Verdaderamente era un buen conversador pero yo ya estaba pensando en la moto y tenía dudas de informarle sobre el verdadero motivo del viaje a Sukhaya. ¿Lo entendería? ¿Sabría algo al respecto? ¿Merecería esa confianza? Creía que sí y hay cosas en las que nunca me equivoco, mi primera impresión siempre es la buena y rara vez he tenido que rectificar en esto. Lo único que me retraía era su capacidad para entender el entramado de aquella historia y sus consecuencias y el hecho de ni siquiera suponer lo que pudiera pensar de nosotros tres aunque bien podía en primera instancia ocultarle la participación de los otros dos instigadores, en sentido peyorativo, del proyecto. Después de comer quizás fuera el  momento más adecuado, en medio del sopor, de los brindis y de la digestión para pillarle más relajado y preguntarle sobre que había oído del tren, del ámbar, de los supuestos tesoros o de los espíritus del lago.
Pasada la comida y como había previsto, empecé a hablar con Olga sobre la Cámara de Ámbar y su destino desconocido. Aquel hombretón no sabía ni de que estábamos hablando…de hecho ni se atrevió a preguntar nada a pesar de los detalles que yo exageraba sobre su valor y las posibilidades de encontrarla que había, o sea ninguna. Pero aquello le sonaba a arameo y si bien es cierto que escuchó con interés, no convenía no dejarle participar en la conversación parecería grosero así que pasé a preguntarle sobre las leyendas de lago y ahí se mostró sino muy explícito si conversador.
- He oído lo de todos, que por la noche se levantan los cadáveres que allí echaron durante la Gran Guerra Patria y nos visitan recordándonos que vivimos porque ellos se sacrificaron por nosotros, lo cual no es del todo cierto porque los asesinaron según se dice. A los niños cuando no quieren comer o se portan mal se les asusta diciendo que por la noche vendrán a buscarlos y lo cierto es que a mí también me acojonan a veces…
Debe de ser sobre todo en invierno porque el hielo es tan gordo y a la vez tan frágil que al rozarse sus trozos y sus grietas producen un ruido que asemeja a un quejido lo cual hace más creíble la leyenda, pero sólo es eso, una leyenda. También por el día se oyen los quejidos pero si se sabe por qué se producen. La temperatura es tan baja que el aliento al salir de la boca se hiela y produce un sonido que llamamos el Suspiro del Yeti. Cosas de nuestra tierra.
- No importa, dije que ya sabía los de los suspiros, sólo quería saber tu versión de esas cosas porque de lo que hablábamos Olga y yo, he visto que no sabías nada y no quería parecer maleducado al dejarte al margen de la conversación. Dejémoslo así y vamos a probar tu moto que me ha encantado.
Alegremente se levantó y me extendió una llave casi como una inglesa.
- Aquí ya se sabe…es la del candado que le he puesto para que no me la roben porque el arranque no tiene, no he sabido cómo ponerle un seguro, dijo como disculpándose.
Salimos riéndonos y me senté sobre ella con un cuidado que tal parecía que era de porcelana de Ghzel. También se trataba de que pareciera que apreciaba su moto pero no tanto como para que cuando le pidiera vendérmela subiera el precio, que en negocios estaba seguro que me sacaba mucha ventaja.
Mientras me ponía el supuesto casco me gritaba ¡¡¡Arranca!!! ¡¡¡ Arranca!!! Pero yo no sabía hacerlo por más que miraba así que él se reía más y más…y acercándose al manillar le dio a un botón y aquello se puso en marcha con estrépito. Menos mal que no tenía metida ninguna marcha porque si no me lo llevo por delante. Después se metió en el asiento del sidecar y me indicó como poner aquello a rodar pero algo no entendí bien porque salimos disparados y Viktor, que se había levantado un poco para indicarme, cayó sobre el asiento como un fardo…
En primera y entre risas salimos de allí ante el mohín de asombro y risa de Olga que debía de pensar que éramos como niños pequeños.
Hablar en marcha era imposible por lo que adoptamos el sistema de signos levantando el pulgar riéndonos a carcajadas y casi llegamos a la entrada de la ciudad antes de dar la vuelta y pensando que no se si sería capaz de controlar aquel aparato.
Sudorosos y risueños volvimos a casa dispuestos a tomarnos unas birras para refrescarnos y allí le dije que necesitaba ir a Sukhaya a hacer unas gestiones y, sin preguntar el motivo, me dijo que al día siguiente  mismo podríamos ir y con grandes carcajadas añadió que en la moto nooooooo.
Quedamos temprano aunque no tanto como hoy…y me fui a dormir pensando que aquel tipo era legal y que nada separaría lo que había unido la cerveza…


                          





[1]  FSB. SERVICIO FEDERAL DE SEGURIDAD. Sucesor del KGB desde 1991.
[2] Tarakan significa cucaracha.

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