Como soy un inútil publico de mala manera los ocho primeros capítulos...si supiera hacerlo mejor....lo haría...mañana la segunda parte...
ÁMBAR
(VEINTIUN GRADOS BAJO CERO, II PARTE)
RAFAEL GONZÁLEZ CRESPO
LIMPIAS 2017
ÁMBAR
- Prologo
- Capítulo
I: La cabra siempre tira al monte.
- Capítulo
II: Vladimir tenía un Lada amarillo.
- Capítulo
III: Éramos pocos… y parió la abuela.
- Capítulo
IV: Baikal.
- Capítulo
V: ¿No querías taza? Pues toma taza y media.
- Capítulo
VI: Lilí Marlen
- Capítulo
VII: …que buenos son que nos llevan de excursión.
- Capítulo
VIII: Lo que une una cerveza que no lo separe el hombre.
- Capítulo
IX: La verdad tiene muchas aristas.
- Capítulo
X: Las botellas no siempre contienen vodka.
- Capitulo
XI: Kompromat
- Capítulo
XII: Cuando el frio invierno se presente…
- Capitulo
XIII: Algo se muere en el Alma cuando un amigo se va.
- Capítulo
XIV: Mañana será otro día…
- Capitulo
XV: La Sudba…tiene la culpa.
- Glosario
breve sobre las palabras rusas empleadas.
ÁMBAR
PRÓLOGO
Escribir es algo más
que emborronar cuartillas…escribir es sentir, es volver a vivir e incluso soñar
y nadie, absolutamente nadie que escriba, deja de sentirse identificado con
alguno o varios de los personajes que maneja aun cuando escriba sin percibir
que se está retratando…
Y esto es así porque
nuestra mente es rehén de sus vivencias, de su memoria, de sus miedos, de sus
alegrías, de su entorno, de su actividad profesional e incluso de su formación
y otros muchos factores.
Solo cuando son así
los libros tienen alma, alma que huele a celulosa pero alma al fin y al cabo y
solo de ese alma depende que el volumen sea bueno, malo o regular, inadvertido,
sentido, vivido, legible…
Y es que nadie puede
escribir situaciones que no ha vivido, sitios que no conoce o personas que no
existen en realidad y cuando lo hace
bien, que es a lo que aspiramos todos los escritores, surgen las palabras solas,
que los puntos y las comas ya se pondrán luego, como si fueran formando un
torrente de sensaciones que se sienten vívidas y vividas como cuando se tiene
la sensación, extraña sensación, de que aquello que nos sucede ya lo hemos
vivido antes, eso que llaman ahora el dejá vu, llenando nuestra mente de dudas
más que razonables sobre lo que pudo ser nuestra vida anterior…y futura…porque
todos creemos en algo o en alguien aunque solo sea en combate o cuando empieza
a hacer cosas raras el avión..
En esas dudas, y en la
línea expuesta, me muevo cuando escribo
y hoy presento para vosotros una historia que bien pudo ser así, o no, ¿por qué
no? Pero que, en realidad, solo refleja mis sensaciones sobre algo que debió
pasarme cuando era eslavo, o en mis sueños, independientemente de la trama
argumental que planteo, porque la enjundia del relato solo es creíble desde el
convencimiento de que lo he vivido de una forma u otra, lo he soñado o lo
viviré, solo que ni yo mismo se la respuesta a la incógnita temporal que llevo
dentro pero que, en su mayoría, es cierta.
Ámbar no es más que un
título, un envoltorio para describir el Alma eslava, como piensa y cómo
reacciona, como da vida a las personas haciéndolas distintas a cualquiera otra,
aunque el marco que la rodea sea de resina fósil. Y casi todo en él es verdad,
sucedió así aproximadamente…
En un país, Rusia,
lleno de arcanos, misterios, leyendas, creencias…que la mayoría de las veces
solo existen en nuestro imaginario, no solo se trata de entender lo increíble
sino de vivirlo, porque en Rusia todo es posible y lo contrario también, y es
por eso que fuera del mundo eslavo todo es un desconocimiento general incluso
de los porqué de su Historia y me afano escribiendo en hacerlo entendible desde
la estúpida prepotencia de que lo
entiendo, solo que no es verdad, simplemente lo intento pero como nadie sabe
nada pues paso por ser de los que más saben…solo hay que echarle cara al asunto.
Cuando escribo me pasa
como cuando hablo…al final me lio y no sé cómo acabar pero si sé cómo empiezo y
es que a veces es mejor dejar las cosas como están aunque siempre hay alguien
que quiere conocer la verdad, pero claro, ese alguien es raro que sea eslavo…
A fuer de ser reiterativo creo que
escribir una buena historia requiere dos cosas como mínimo, poner el alma en
ello y que sea verídica aunque parezca fruto de la imaginación...Vladimir
existió, me llamaba jitrii y decía que yo era rico...lo mataron en Bielorrusia
para robarle su Lada amarillo, su cadáver apareció a los seis meses de su
desaparición y su Lada nunca...tuve con él una cuenta corriente en una caja
española...confiaba en mí. A su muerte ,en plena depresión rusa, me las arreglé
para llevarle todo su dinero sin perder una peseta a su viuda que no entendía
por qué se lo devolvía...Cosas de la vida...escribir noveladas algunas de
nuestras andanzas es una forma de que siga viviendo, al menos en mi corazón.
Y también existen Viktor, el
chelnoki, Ruslán, varios Oleg y otros que retrato con las carencias de mi
pluma, y es que como decía Campoamor “Ojalá tuviera el don de la palabra” o
manejara el pincel mejor que la pluma…pero, claro, entonces pintaría y no
escribiría…
No creo en las obras de ficción
porque la realidad siempre la supera.
En todo caso os pongo en antecedentes
de que el ámbar solo es una excusa para recorrer Rusia de cabo a rabo a través
de su Historia, de su gente, de sus costumbres…en una época en que la miseria
merodeaba a este gran país como los buitres en torno a una oveja
desvalida…buitres que tienen nombre y apellidos porque, teniendo muchos
enemigos, quizás el peor carroñero de Rusia sea ella misma…la resignación, el
miedo como segunda naturaleza, la facilidad con que se apuntan a burlar las
leyes, y la creencia de que todo cambia para seguir igual o peor, hacen de su
sufrida gente una rara mezcla de oveja camino del matadero y águila imperial
capaz de comerse el mundo, mezcla que nos llevaría a un animal mitológico que
creo que aún no ha sido descrito…y que quizás, solo quizás, acabemos
bautizándolo leyendo estas malas cuatro líneas como el ovejáguila que tenía
bulimia…
No hagáis nada sin poner el alma en
ello, mejor no hacerlo…que hacerlo mal…
Capítulo I
La cabra siempre tira al monte
Amanece que
nos es poco decía no sé quién… echaba de menos mi época de vino y rosas pero no
me apetecía empezar de nuevo…pura pereza…aunque a lo mejor sí pero no me daba
cuenta…
La vida
transcurría tranquila , demasiado tranquila, y el mundo, nuestro mundo , se me
hacía demasiado pequeño….demasiados temores, que aquí el miedo es una segunda
piel adosada permanentemente al Alma eslava, y era feliz, éramos felices, pero
alguien acostumbrado a una vida nómada, y de asfalto para el reposo, no
encontraba por ningún lado el gusto por el campo y la huerta aunque a Olga le
pareciera, después de tanto sufrimiento, aquel paraíso terrenal en el que Eva y
Adán comían manzanas empujados por aquella serpiente puñetera…no se me daba
bien embotar a todo correr en Verano todas las bayas del mundo para comerlas
despacio en Invierno y mucho menos recogerlas…soy más de supermercado, no es
tan natural, ni tan barato pero es más cómodo…
Es cierto
que Rusia huele a trigo verde, a hierba recién segada, a campo y sudor…también
es cierto que , durante algún tiempo, me gustaba aquello pero no lo es menos
que los días eran tan previsibles que llegaban , a veces , a hacerse
odiosos…envidiaba a aquel Paco Umbral que iba a buscar el pan cada mañana y se
encontraba con Nadiuskha y mucho más su obra literaria porque siempre quise ser
escritor pero resulta que no tenía inspiración, y es sabido que los artistas
sin ella no somos nada…solo faltaba que el marido de Yulia me llevara a
pescar…claro que el Baikal no es cualquier cosa aunque no se pescara nada…y me
decía que si llegaba la propuesta me lo pensaría , pero era demasiado
respetuoso conmigo así que tendría que proponérselo yo.
Me gustaba ir dando un paseo en cualquier época del año al
hotel Art House. Una cadena internacional lo mantenía en aceptables condiciones
de todo tipo teniendo en cuenta que estaba incrustado en la mansión Bichikanov
del siglo XVIII, situado en la ribera derecha del río Angara antes de que este
calmase la sed del gran Yeniséi, y
que tenía un café más que aceptable aunque cuando lo pedía con leche la
camarera , demasiado pizpireta para su edad, me miraba con ese gesto tan ruso
que venía a decir que los extranjeros estábamos como un cencerro, lo que , en
mi caso, era cierto…lo único malo que tenía el susodicho alojamiento era que
estaba al otro lado del río con lo que , en ocasiones invernales, el paseo
había que darlo aceleradamente y
entre los crujidos que salían de mi boca al congelarse al contacto con la
atmosfera mi aliento, en ese efecto que algunos llaman “ los suspiros del
Yeti”. Estos paseos acelerados estaban de sobra compensados por la maravillosa
floración de la Primavera y el Otoño ocre que cubría las dos orillas del río
llenándole de pura Poesía, de puro deleite para la vista.
En verano
demasiado calor , no solía ir a por mí café y a engancharme a internet porque
la cafetería se llenaba de una variopinta fauna entre guiris en busca de
mamuts, que algunos creían que aun andaban por las calles, ecologistas de salón
que venían a salvar al lago sagrado Baikal de los excesos humanos, aventureros
de chichinabo, fotógrafos freelances en busca del éxito que les sacara del
anonimato y la pobreza, y chinos cargados hasta las trancas de productos marca
“La bandurria”…que montaban su mercadillo particular pagando previamente a todo
chichirimundi una espléndida propina para que miraran para otro lado.
El zoo lo
completaban algunas mozas aspirantes a modelos que, no sabía por qué, pensaban
que allí encontrarían a un agente americano que haría que sus sueños se
cumplieran…Solo encontraban a unos mamoncillos con pelo largo que las hablaban
de la pérdida del espíritu revolucionario de Lenin poniendo cara de
sufrimiento, o de estar estreñidos, con la sana intención de llevárselas al
huerto, no precisamente el de Getsemaní, y sin hacerlas una triste foto que
alimentara sus anhelos de gloria efímera en papel cauché…así, chavales, no hay
forma, me decía yo moviendo la cabeza en ese gesto universal de la negación. No
sabían que hacía años que los rusos habían cambiado la hoz y el martillo, cosas
para turistas, por la hoz y el Martini, rojo, claro…
Al final
el hotel parecía un camping para mochileros y la tranquilidad habitual se convertía
en una torre de Babel en la que nadie entendía más que el lenguaje universal de
los gestos, menos mi camarera favorita a la que de vez en cuando y por probar a
ver qué pasaba, la guiñaba el ojo o la hacía una reverencia a la vez que la
decía buenos días…pero no pasaba nada, la sutileza no era su punto fuerte y
creo que el sentido del humor tampoco. No me quedaba otra porque para
conectarme a Internet, ella debía de desconectar de su clavija un teléfono y
poner la mía y de paso avisar al FSB[1]
con lo que se apuntaba un tanto muy valioso. Me la imaginaba diciendo algo así
como “El que vive con la hija de Beria, el extranjero, está conectado…”. No
solo no me importaba sino que me divertía, que mis secretos eran tan
confesables que daban risa, pero Rusia funciona así, con lo que seguir el juego
haciéndome el bobo no era nada difícil, hasta la cara me salía muy natural.
Conocía de
memoria la ciudad después de dos años de retiro espiritual o lo que fuera.
Irkutsk,
ciudad más conocida por los Decembristas que por otra cosa…Decembristas así
llamados porque fue en Diciembre de 1825 cuando se sublevaron contra el Zar,
Decembristas que eran oficiales del Ejército, pertenecientes a la aristocracia
rusa y formados en Francia desde donde exportaron las ideas de la France
y su revolución, pero los gabachos, siempre hacen lo mismo y esta vez no sería
una excepción, se olvidaron algún detalle…les contaron lo de la Liberté,
Egalité y Fraternité pero omitieron que para ello había que dar matarile a unos
cuantos miles de monárquicos, y sin pestañear, por un procedimiento, muy poco
aseado, llamado guillotina y, a poder ser, con amplia difusión y un público
ávido de ver cómo funcionaba el invento y cuanto más numeroso mejor, para
después pasear cabezas en una pica recordando a los que no habían ido al
espectáculo lo que les podía pasar si pedían la devolución de las entradas que
no habían utilizado. El método lo perfeccionaron más tarde Lenin y Stalin con
notable éxito. Pero la culpa fue de los gabachos que, ya se sabe, andan escasos
de sutilité…
¿El
resultado? Cinco condenados a muerte y casi una centena de deportados a Siberia
y al extranjero en distintas condenas en cuanto al tiempo de duración y, eso
sí, con la pérdida de todos sus bienes…y todo por una mala explicación. Y es
que la mala leche es universal.
La mayoría
de estos oficiales deportados se llevaron a Irkutsk a sus familias y entre
todos formaron aquí un centro cultural de lo más selecto de Rusia, dando lugar
a un florecimiento en la ciudad que no había tenido ni soñado jamás desde su
fundación al principio del Siglo XVII, fundamentalmente reconocible hoy en día
por la cantidad de casas y palacios con un inconfundible estilo francés y
amansardados edificios, todavía hoy en bastante buen estado de conservación,
como la mansión Fainberg o la Casa Europa, y no digamos la casa de María
Volkonskaya, verdadera inspiradora del nacer cultural en estos lares, e incluso
las famosas casas de madera son especiales en esta parte de Siberia por la
riqueza de los marcos de sus ventanas, hechos en madera tallada y policromada
que las dan un valor añadido y resultan de una singular belleza.
Del paso
de Bakunin apenas nada… el ideólogo del anarquismo no quedó muy bien
parado aquí que los decembristas eran revolucionarios pero menos. De hecho se
carteaban con el héroe nacional ruso, el poeta Puskhin, muerto en un duelo a
manos de un oficial francés, que ironía más fina, por un quítame allá las
faldas de mi mujer Natalia Goncharova.
De una de
sus cartas, exquisitamente escritas, en la que se decía algo así como “… de la chispa
encendida por vosotros nacerá un nuevo orden...” sacó Lenin la palabra Iskra,
chispa, para el nombre del primer periódico revolucionario.
Nuestra
casa seguía siendo la misma, al menos exteriormente, porque ese miedo, tan
típicamente ruso, no permitía arreglar su exterior para no llamar la atención
pero interiormente si habíamos hecho muchos arreglos que nos permitían vivir
más que cómodos.
Nuestra
cocina era relativamente nueva, se había repartido la planta en piezas
separadas, el cuarto de baño era interior aunque con pozo, que no llegaba allí
el saneamiento, y un sofá en la salita de la tele, aunque yo prefería
tumbarme en el suelo a verla como hacía de niño con gran cabreo de mi padre que
decía que no sabía guardar la compostura…por eso decía Olga que yo era como un
osito de peluche porque nunca había abandonado mi alma de niño…un revoque
interior, con capa de pintura demasiado llamativa para mi gusto, nos aislaba
del frío mejor de lo que se podía imaginar pero es que los rusos en esto de
abrigarse y abrigar son unos maestros y saben muy bien lo que hacen.
También
los radiadores de aceite habían complementado a la rechka que por otra parte
ocupaba un espacio absolutamente necesario para movernos con cierta comodidad y
había que reducirla... Por supuesto que el icono seguía en la cocina, el lugar
de honor de la casa, aunque su valor era relativo…por razones obvias no
pertenecía a la herencia familiar ni era antiguo…
Por encima
de aquel decorado de cartón piedra reinaba Olga, absolutamente feliz, complaciente
y paciente y, por primera vez en su vida, segura de sí misma y de mi protección
o eso parecía. Se afanaba en las tareas de la casa a lo que yo ayudaba en las
labores más duras y en hacer los mandados como una excusa más para cruzar el
río camino del centro, y yo creo que lo sabía y sabía que me gustaba el paseo y
el café mañanero sobre todo por lo que se inventaba, en muchas ocasiones, algo
que requiriera mi salida por el simple placer de ver mi cara de alegría…
El
panorama, mi panorama, se completaba con alguna visita a Yulia, la hermana de
Olga, que seguía viviendo en Sludyanka, y que cuando nos veía abría los ojos
como platos, eso que ahora llaman ojiplática, como si no diera crédito a lo que
veía, o como si no nos hubiera visto nunca pero ,claro, creía en la Sudba, el
Destino, y en ese particular síno vivía la suerte de su hermana que , después
de todo lo pasado, tenía su personal cuento de hadas en el que yo, que cosas,
era el Príncipe azul, un azul precisamente del tono que a su hermana le gustaba,
que ya se sabe que este color tiene demasiados tonos…incluido el galuboi…
¿Era
feliz? Si, sin duda, pero no imaginaba mi vejez en aquel lugar, y no porque no
me aportara nada, al contrario, sino porque aún no abandonaba sin pena las
cosas de la juventud como recomendaba Kypling y lo peor era que Olga lo sabía y
no quería hacerla daño por nada del mundo, no se lo merecía y además sin duda
la quería pero lo cierto era que nuestros mundos eran muy distintos, distantes,
cada uno rehén de su educación, de sus raíces, de sus vivencias, tremendas
vivencias en el caso de ella, que se plasmaban en la tranquilidad que
significaba para uno esta vida, frente a la necesidad de que “pasara algo” del
otro.
A veces
pensaba buscar nuevamente a su hijo y traérselo arrastrando por la carretera
porque sabía que necesitaba verlo, necesitaba saber que estaba bien pero el
elemento estaría muy ocupado en plena picaresca a la rusa para obtener pingües
beneficios, espero que sin involucrarme a mi otra vez, y me prometía a mí mismo
hacerlo algún día y todavía no comprendía por qué había renunciado a los
papeles de Beria salvo porque tuviera otro negocio en marcha del que fuera más
fácil obtener réditos que convenciéndome a mí, sobre lo que seguro tendría
dudas, aunque yo no tuviera ninguna. Lo pasado, pasado está y así
seguiría. Pero tener un hijo así era como si una espada de Damocles oscilara
sobre nuestras cabezas.
Resumiendo, que es gerundio, la cabra, en este caso
yo, Alfredo Vigón, siempre tira al monte y espero que nadie le ponga años al
animalito…que echaba de menos el Lada amarillo chillón, más chillón que el
tractor de los Zapato Veloz, de mi amigo Vladimir y que añoraba la
mochila que no era precisamente azul.
Es curioso, todos queremos vivir muchos
años pero nadie quiere llegar a viejo. Parece evidente que son dos cosas
incompatibles, salvo para Matusalén que por la estepa le llamaban Mafusailov...y
yo aspiraba a imitarle o a ser eternamente joven aunque fuera como Dorian Grey,
a costa de verme cada mañana en un retrato que envejecía mi cara, mi ego y mi
alma....
De que Rusia es un
gran país no me cabía ninguna duda y en
él vivía yo mi particular aventura terrenal envuelto e imbuido en eso que
llaman el Alma Eslava…que encontrarle nombre a las cosas que no entendemos es
muy humano, cuando, yo creo, solo hay que sentir esas cosas, medir si nos
emocionan o nos cabrean. Y dejarse llevar por ellas como aquel que decía que a
Rusia o se la ama o se la odia obviando entenderla. Otra cosa es un vivo sin
vivir en mí, como Santa Teresa…
Desde que en una
visita del Patriarca de la Iglesia Ortodoxa a Occidente y se agarró un cabreo
de mil pares de Patrones de su Iglesia porque en un mapa antiguo se denominaba
a Rusia con el nombre de “Terra Incógnita”, se ha instalado en el resto del
mundo mundial un halito de misterio sobre todo lo que sucede o ha sucedido, o
está por suceder, en aquellas tierras que nos empeñamos en creer muy lejanas…y
es posible que hasta con cierta razón porque el ruso, el eslavo, también cree
en los misterios y en los milagros, probablemente porque cuando les falla la
Tierra , y les ha fallado en demasía, miran al Cielo, como todos hacemos, y
también porque tiene un cierto gusto romántico que convierte en héroes a los
poetas o a los actores y viven en un mundo de sueños, imperiales pero sueños.
Me encanta que la
gente crea en algo, que sueñe, creo que somos soñadores y que empezamos a morir
cuando dejamos de soñar y me cabrean esos falsos investigadores que se dedican
a desmantelar mitos y creencias destruyendo la ilusión de la gente. De hecho yo
aún creo en Died Maroz, Papá Noel, a pesar de mi corazón Mediterráneo, pero ¿y
si fuera adoptado y en realidad me apellidara Romanov? No creo, aunque a veces
lo pienso, pero una vez se lo dije a un
amigo en broma y se lo creyó tanto que la supuesta adopción apareció en un
periódico brasileño
Su historia está llena
de “falsos Dimitris” como aquel que en el llamado Interregno, se presentó como
hijo de Iván el Terrible, y que en realidad, se dice, era un monje llamado
Grigori, y acabó con la invasión polaca
y como el Rosario de la Aurora y el tal ¿Dimitri? o ¿Gregori? asesinado y
sustituido por Boris Godunov que, aunque era un verdadero gafe, al menos dio
lugar a una abundante obra literaria y musical. La realidad de todo este
embrollo fue que el pueblo prefería creer que era verdadero y que se salvó de
la matanza de la familia del tal Iván IV y que los boyardos se aprovecharon
para sacar ventajas a cambio de su apoyo. Nada nuevo bajo el Sol.
Otro episodio de este
pelaje sería el de la Princesa Tarakanova, que se decía hija de la Zarina
Isabel… se topó con Catalina la Grande en su intento y, tras ser llevada a
Rusia con engaños de uno de los supuestos amantes de la Cata, el Príncipe
Orlov, murió de tuberculosis en la
fortaleza de Pedro y Pablo en Piter sin que los duros interrogatorios a los que
fue sometida la apearan del burro. Hoy en día aún son muchos los que mantienen
que realmente era hija de Isabel de quien se dice estuvo embarazada dos veces del Conde Razumovsky, recluyendo a su primera
hija en un convento aunque de la segunda, la tal Tarakanova, con nombre de
cucaracha[2]… nada se
supo hasta su aparición en París con un supuesto testamento en la que se
reconocía su condición. Y nada se supo después aunque no resulta extraño porque
de existir alguna prueba habría sido destruida sobre la marcha.
La historia de la
muerte de Alejandro I está llena de todos los elementos propios de una novela
de misterio a la eslava. Muere en Tangarong, a orillas del mar de Azov,
oficialmente de malaria, pero ¿Qué tiene de romántico o heroico morir así? Se
dice, y seguramente será verdad, que cuando comprueban su cadáver, las medidas
antropométricas no coinciden con las de Zar, y aunque sus restos son enterrados
junto con los de los demás zares en San Petersburgo, dice la leyenda que no son
de él, que el verdadero se refugió en Siberia, que vivió como un stariets, un
ermitaño a la rusa, haciéndose llamar Fiodor Kuzmitch. Y yo también lo creo
porque me apetece que sea así que para mí es suficiente…
Podríamos estar
repasando tantas y tantas historias fantásticas hasta pasado mañana, a cual más
bella, y que entre todas han generado un
temor ritual entre los países que llegan a mezclar este sentir popular, este acerbo,
hasta con el mismísimo KGB. La ignorancia es atrevida. Todos creemos en algo,
esotérico o no, incluso los que no creen en nada, creen en algo…en ese nada…que
ya es creer porque muchas veces nada significa mucho.
De todas estas
creencias, Rasputín nada de nada a pesar de que su supuesto pene de veinte
centímetros se conserva en formol en un museo de la antigua Leningrado, la que
más me gusta es la de la princesa, en realidad Gran Duquesa, Anastasia, la que escapó de la matanza de la
familia imperial de Nicolás II en la casa de Ipatiev en Ekaterimburgo. Y digo
que escapó porque así lo creo y no quiero creer otra cosa. Mi admirada
Anastasia Nikolayevna vive porque lo digo yo que ya es suficiente motivo.
Leo todo lo que cae en
mis manos sobre ella, tratando de dar sentido a su final y creyendo que Anna
Anderson, probablemente enredada en un sinfín de problemas jurídicos, fue
víctima de las circunstancias y no del soviet de los Urales.
Por casualidad vi una
película antigua sobre ella protagonizada por Ingrid Bergman y ¡¡¡Yul
Brinner!!! del que aún no sabía que era romaní y ruso de Vladivostok. No sé si fue la magnífica interpretación, mi
calurosa imaginación, mi predilección por los personajes caídos en desgracia,
los perdedores, o mis tendencias a averiguar la parte de la verdad que me
interesa, nunca completa que puede ser hasta peligroso, pero el personaje me
fascinó y he leído y leo todo lo que cae en mis manos sobre mi Anastasia, mi
heroína de mirada triste. La realidad es que aún no habían aparecido sus restos
lo cual era altamente sospechoso por cuanto, lógicamente, deberían haber sido
enterrados junto con los de toda la familia de Nicolás.
Al menos es lo que se
desprende del relato del carnicero Mijail Medvedev en su libro “Torbellinos
hostiles”, mejor manuscrito, en el que se atribuye el mérito del asesinato
dejando a los matarifes restantes como simples espectadores. La crueldad del
personaje se manifiesta en su testamento en el que legó la pistola que utilizó
en los crímenes a Nikita Kruchev, que, en mi opinión, no era mejor que él. Su
tumba mancha para siempre el fantástico cementerio moscovita de Novodevichi no
muy lejos de la del heredero de su arma, tal para cual, sin que, al menos yo,
se sepa el destino último de la pistola de marras.
Hablaba muchas veces
con Olga sobre estos y otros muchos enigmas de la Historia rusa y curiosamente
estábamos de acuerdo aunque por motivos diferentes.
Ella creía firmemente
en lo más profundo de las leyendas como algo consustancial al sufrimiento ruso,
algo tenía que haber salido bien, no todo podía haber salido mal, por más que
Dostoyevskii dijera que el pueblo ruso amaba sufrir, y yo por lo que ya he
dicho, y porque me apetecía creer, y porque
la gustaba a ella que creyera y porque probablemente hubiera una parte de
verdad en muchas de ellas, por enrevesado que pareciera, porque la Historia, no solo de su país sino
de todo el mundo, y hablo de la verdadera Historia, hay que conocerla con una
buena provisión de tila mezclada con valeriana para que no se nos indigeste.
Olga y yo nos
entendíamos muy bien, siempre lo habíamos hecho, pero es que ella había
desarrollado un español, rusiñol, como el de los indios en las películas del
Oeste cuando decían “ No creer a casaca
azul pero invito a trago en Little Bighorn”,
lugar en donde los escabecharon cual perdices, que era más que suficiente, y mi ruso
prosperaba a pesar de todos los cantamañanas que al saber que era español me
hablaban en inglés, idioma que odio y del que solo sabía decir “Gibraltar
español” que ese peñón lo llevo clavado en el alma como si fuera una navaja
cachicuerna metida hasta el mango en el omóplato.
Nunca hablábamos de su
padre, el ínclito Lavrenti, en un pacto ni hablado ni escrito, que no era
cuestión de meterse en fangales, que eso ya lo hacía con frecuencia su hermana
empeñada en presentarme a su padre como si fuera un personaje de cuento de
Navidad…ni tanto como se decía ni tan calvo, que sí lo era, como lo pintaba
ella…pero sí alguna vez y con cierta reticencia sobre su hijo, el tal
Aleksander Volkov, al que ella llamaba Shasa.
Cuando la conversación
se ponía de color panza de burro zamorano yo solía hacer algún comentario del
tipo “Parece que va a llover” que era la señal, muy bien captada siempre por
ella, de que el tema no debía llegar a mayores, mayores que pasaban porque le
buscase como la busqué a ella y es que no hay nada como una mujer enamorada
para creer que su pareja es Tarzán de los monos y que lo puede hacer todo.
Además me estaba
volviendo supersticioso, a pesar de que
serlo trae mala suerte, y pensaba que no se debe de mentar la soga en casa del
ahorcado por razones obvias pero en este caso porque a fuerza de nombrarle
acabaría apareciendo…
CAPITULO II
Vladimir tenía un Lada amarillo
Malos años en Rusia, y
para los rusos, aquellos noventa, anuncio de la gran depresión económica que se
avecinaba…en todas las ciudades, grandes o pequeñas, unos individuos con
chaquetones de piel negra, y como si fuera un uniforme que los identificara,
esperaban a la puerta de los bancos a quienes, como yo, íbamos a cambiar
nuestras divisas por rublos, ofreciendo bastante más que el cambio oficial y
este acopio, de dólares y marcos fundamentalmente, fue el origen, junto con
otros factores, de algunas de las grandes fortunas y sobre todo de esa gente
conocida como “nuevos rusos”, en español nuevos ricos, cuya ostentosa
prepotencia se ha visto por medio mundo, en mi opinión dañando gravemente la
imagen de su país, sobre todo porque era, y es , falsa…
Lo malo no era
cambiárselos o no a estos matones de tres al cuarto, simples empleados, lo peor
era quedar señalado como alguien que manejaba dinero y si bien yo tenía mala
fama, misteriosa fama, y no sé si inmerecida, pero el apellido Beria aun pesaba
mucho en el imaginario popular, que en principio me mantenía a salvo, la
realidad es que no estaba seguro de nada pues vivir alejado del centro y sin
vecinos no me daba seguridad alguna y lo peor era que no sabía bien que hacer ,
como encontrar equilibrio entre tranquilidad y seguridad.
Tampoco los bancos
eran demasiado solventes…y el dinero que me enviaba mi banco desde España, venía
vía Nueva York con una merma del veinte por ciento por culpa de los costos y la
posibilidad de que cualquier día me encontrara con la puerta de la entidad
cerrada a cal y canto, que los bancos allí aparecían y desaparecían como el rio
Guadiana o decían con toda la caradura del mundo que vuelva usted mañana en un
remedo ya inventado por Mariano José de Larra que se alargaba hasta el
infinito…
Todo era complicado,
el correo llegaba a casa cada quince días en el hipotético caso de que lo
hubiera, y el teléfono que realmente me hubiera ayudado mucho, era imposible
obtenerlo. La tecnología llegaba hasta donde llegaba y los empleados públicos
también…cada vez que intentaba que me pusieran una línea la respuesta era
Nielziá…que, como todo el mundo sabe , quiere decir Nielziá, o , como decía
aquel torero, lo que no puede ser , no puede ser y además es imposible, y llamar desde el hotel solo servía para
algunas cosas porque me escuchaban hasta las cucarachas del sótano, que es en
donde normalmente se hacían las escuchas, que uno ya había corrido mucho y
sabía de esto.
Ni siquiera tenía
coche cuando realmente lo necesitaba aunque no fuera más que para salir
corriendo en caso de peligro así que me tuve que inventar un sistema con la
ayuda de mis viejas y peligrosas amistades que de enterarse Olga acabarían con
el Edén que ella se había creado mentalmente.
Así que debido a las
dificultades que manejar el dinero imprescindible creaba la situación, y muy de
vez en cuando, cogía el avión a Moscú, y podría hacerlo a cualquier otra
ciudad, pero Olga jamás volvería a aquella ciudad de su sufrimiento y por tanto
podía ir solo a un lugar en el que tenía muchos y enrevesados contactos,
forjados en favores mutuos y en esa complicidad entre, no sé si decir,
delincuentes, más bien pillos, que practican el hoy por ti, mañana por mí, que
nunca se sabe, y también, y por otra parte, allí las posibilidades eran mayores
que en ninguna parte aunque también el peligro, suponía, porque en la capital
de todas las Rusias siempre me he encontrado muy cómodo.
De entre toda aquella
patulea de la que podía fiarme porque yo también pertenecía a ella, elegí a
Katya…
Cuando llegué a Moscú
no tenía ningún plan previsto, algunos nombres, algunas direcciones, algunos
teléfonos que no sabía si me servirían de algo porque aún no habían llegado a
este Imperio decadente las guías telefónicas, datos con lo que a lo peor no
encontraría a nadie que en aquellos años convulsos todo era posible, venta de
pisos a constructores, derribos innecesarios, mudanzas a zonas en donde las
mafias no reinaran sin control…, fallecimientos imprevistos y accidentales…¿por
qué no?...si allí todo era posible…
Pero me alojé en el
hotel Ukraina por probar como era aquel mazacote, una de las Siete Hermanas que
coronaban Moscú como si fueran las velas de una tarta de cumpleaños de una niña
y no solo por probar, que también, sino
porque mis experiencias hoteleras anteriores no habían sido precisamente
buenas, sobre todo en el Rossia de casi cuatro mil habitaciones, en el que encontrar la habitación era como
hacer el Camino de Santiago descalzo aunque a céntrico no había quien le
ganara.
Y allí, y sin
pretenderlo, encontré la solución, más bien me vino la idea de quien pudiera
ser la persona adecuada para ayudarme a bajo coste porque la posibilidad de
Emma estaba rechazada de antemano, que me ayudó con todas sus fuerzas cuando
encontré a Olga pero que resultaba peligrosa en sus demandas, y nunca quise, y
menos ahora, aventuras que dejan sabor amargo y además no sabía si tendría contactos
útiles y demasiado miedo, aunque atrevida lo era y mucho.
Mi primera noche de
hotel moscovita fue un peregrinar de buenas mozas por la puerta de la
habitación, primero una, luego dos y finalmente tres… al principio creí que era
una oferta porque el precio disminuía pero debía de ser porque cuanto más
avanzaba la noche, tantas menos posibilidades de clientes les quedaban…abres la
puerta por si pasa algo y acabas dándote cuenta de que un extranjero solo, es
caza mayor por un puñado de dólares que diría Clint Eastwood. No hacía falta
ser un lince para pensar que estaban compinchadas con las diesurnayas,
encargadas de planta, del hotel en cuestión, que además tenían un alto grado de
dignidad mal entendida y una mala leche de preocupar.
Ambas, la dignidad y la
mala leche, remitieron mucho cuando hasta las narices de que me despertaran
salí en pijama y esperé a que la señora encargada de mi planta dejara de
hacerse la dormida, lo que hizo de inmediato en cuanto vislumbró un billete de
diez dólares aireándose en mi mano…la petición, hecha con cara de bobo como
corresponde a los extranjeros y que yo tenía muy bien ensayada, tampoco me
costaba mucho, me salía muy natural, de que estaba muy cansado y necesitaba
dormir, fue correspondida con un “no faltaría más que este es un hotel
respetable” cosa que no se creía ni ella pero que convenía aceptar…
En aquella Rusia
empobrecida Moscú no era una excepción, antes bien allí las dificultades eran
mayores que en un medio rural o de los llamados de provincias, porque en ellos aún
eran relativamente fáciles de encontrar los alimentos que en la capital
escaseaban, y era patético ver los gastronoms, las tiendas de comestibles,
absolutamente vacías en contraste con los miles de puestos de venta ambulante
que proliferaban en las grandes avenidas y en los pasos subterráneos del Metro
en los que se podían encontrar desde lencería de colores chillones a candados,
ropa y zapatos chinos, llaves inglesas y perfumes más falsos que Judas aunque
de acreditadas marcas, que el típico y empalagoso de toda la vida “Noches de
Moscú” hacía tiempo que ni siquiera se fabricaba.
La mercancía se
completaba con una amplia gama de relojes Vostok, Molnia, Komandirskii y otros
de la amplia oferta de mecánica soviética, por cierto muy buena. Supongo, no lo
sé, que eran alimentados de mercancía por los chelnoki, contrabandistas,
estraperlistas u otras variantes de los buscavidas y como de eso, de buscarse
la vida, se trataba, proliferaron como setas de Primavera para, y sobre todo,
hacer acopio de cosas inútiles, que en esto los soviéticos eran expertos y como
los hábitos occidentales no habían llegado todavía y ellos no se habían dedicado
a cambiar los suyos, habían convertido la ciudad en un mercado persa de enormes
dimensiones.
Solo en la Nueva
Arbat, la antigua Kalinin, y entre el edificio de Aeroflot y la confluencia con
Arbat la vieja, conté más de doscientos tenderetes y solo estaba vacía al
principio de la calle en donde el garito
Metelitsa, cuya acera estaba ocupada por coches blindados y unos supuestos
conductores tipo armario ropero con altillos que parecían del famoso barrio de
Liubertsy, famoso , como digo, por practicar sus habitantes exageradamente el
noble arte de levantar pesos y que tenían todos ellos medidas de modelo,
90-60-90 , solo que en cada brazo, y también a la altura de los almacenes
Viesná en donde la puerta de entrada había quedado libre aunque no entraba
nadie que tenían mejor oferta los tenderetes.
En Leninskii Prospekt ni siquiera intenté
nunca hacer un cálculo, que había allí más gente que en el Bernabeu después de
un partido del Real Madrid, pero me compré un reloj chino de pila que al cambio
me costó algo así como veinticinco pesetas, porque el mío era demasiado
llamativo. El tal reloj, que aún conservo, tenía en la esfera la bandera de la
Marina de Guerra soviética y, simbologías aparte, era bonito pero sobre todo
cumplía la misión de no interesarle a nadie.
En aquella marabunta
inmersa en una fiebre de picaresca proletaria, y al grito de ¡¡¡Sálvese el que
pueda!!! la gente se las ingeniaba para llevarse algún rublo extra a casa fuera
cual fuera el procedimiento. Se volvió incluso a los oficios más antiguos del
mundo, echadoras de cartas por ejemplo, e incluso otros más antiguos…
Al más antiguo de
todos se dedicaba Katya, quien, con el consentimiento expreso del KGB con el
que colaboraba pasándole información de cuanto extranjero pasaba por sus manos,
por decirlo de una manera suave, rondaba
los hoteles Belgrad, Rossia y Sputnik. Pero, claro, había pasado algún tiempo y
es sabido los estragos que en nuestros encantos, que en el caso de Katya eran
muchos, hacían y hacen los años, por lo que
la brillante idea de buscarla en aquellos sitios o a través de su número
de teléfono y que me habían sugerido las visitas nocturnas, se me antojaba
difícil porque estaría retirada seguramente de aquellos menesteres aunque cabía
la posibilidad de que se hubiera convertido en madame que los tiempos la eran
propicios, y si lo era, manejaría dinero abundante y, como mínimo, de
procedencia dudosa por lo que tendría un método no muy complicado para
transformarlo en divisas legales y guardables… así que poco la costaría
transformar mis cuatro duros en rublos, digo yo, o encontrar un procedimiento
para que el dinero de España me llegara sin mengua considerable. Pero ¿Cómo
encontrarla? ¿Querría ayudarme?
Decidí darme un par de
días para pensar y para vagar por Moscú, esa ciudad que me fascina y que me
hace sentir eslavo, dueño de mis sueños pero esclavo del Destino. De todas
formas las ciudades las tengo clasificadas…Paris y Roma para volver mil veces,
Varsovia para pasar corriendo, Oviedo o Santander para vivir, Moscú para soñar…
La decadencia
moscovita me encantaba, hacía juego con la mía, y pensaba que debía de
progresar pero nunca parecerse a tantas ciudades sin alma ni olor. Las ciudades
deben de tener un olor especial que las haga reconocibles con los ojos cerrados
y si es así es porque tienen alma…si no tienen olor es mejor pasar de largo.
Moscú tenía olor, tenía alma y conservaba esa dignidad de los venidos a menos,
entre ofendida y resignada, como cuando no sé quién decía que el “Caballero de
la mano en el pecho” del Greco era un hijodalgo castellano tapándose un
descosido de su jubón. Pues tal cual.
En aquellos tiempos la
gente había vuelto atrás, a las caras tristes de la URSS, a las prisas, a la bolsa de plástico como
seña de identidad moscovita y la resignación se palpaba en el ambiente…las
mismas caras que cuando le pregunté a mi dentista que que me iría bien para los
dientes amarillos del tabaco y me contestó que lo mejor sería una corbata
marrón…
No sabía nunca por
dónde empezar a caminar, aunque poco me importaba, me sentía siempre cómodo en
aquella gran ciudad, y cuando trazaba un plan acababa sin cumplirlo porque un
lugar me llevaba a otro imprevisto cuando en realidad lo que me gustaba era ver
a la gente afanarse en sus quehaceres cotidianos, rigurosamente uniformados,
tanto hombres como mujeres, que el por si acaso se había instalado otra vez. Pero
me daba igual, Moscú hay que visitarla, hay que vivirla como si fuera la última
vez y a ello dediqué mis afanes que la inspiración para el enojoso asunto que
allí me llevaba ya llegaría, o no...
La segunda noche de
hotel al que llegué hecho unos zorros de caminar sin rumbo, empezó como la
anterior…La encargada de la planta seguramente pensó que a aquel extranjero no
le importaría mucho seguir pagando diez dólares
extra por su descanso porque seguramente tenía la idea equivocada, como todos, de que éramos ricos y
además bobos, idea también abonada por el esperpento de los turistas comprando
innecesariamente las cosas más extrañas entre las que una vez vi adquirir una
rama de plátanos entera de en torno a veinte kilos…Siempre que alguien me
preguntaba, casi nunca, le advertía de que fuera prudente con el dinero y no
solo por el riesgo de que le robaran, que también, sino por no ofender, por no ser
prepotentes ante una gente que lo estaba pasando mal y que no lo merecía y
además las consecuencias eran…que siguieron llegando señoritas a mi puerta.
A la primera no la
abrí pero me desveló y eso me cabreaba mucho, ahora también, y ya que estaba
despierto a la segunda la facilité el paso con una sonrisa.
Antes de que yo
pudiera decir nada me pidió cincuenta dólares y empezó a desnudarse…era muy joven…no la dejé, por supuesto pero su
cara era un poema mezcla de sorpresa y miedo, cuando saqué los cincuenta de
vellón y se los puse delante…
- No hago cosas raras,
me dijo
- Yo tampoco que
bastante raro soy yo, la contesté. Este dinero, continué, solo es la mitad de
lo que te daré si me consigues una información.
- Yo no sé nada,
contestó con firmeza.
- Seguro pero si te
mueves en un ambiente en el que alguien debe de saber en dónde encontrar a
Katya Pavliuchenko y darla un recado de mi parte, la dije alargándola el
billete y una tarjeta de cuando me presentaba como miembro de un sindicato
agrario español.
- Y si no la
encuentro…
- La encontrarás,
contesté, y además sé que me darás una respuesta la encuentres o no.
- ¿Por qué está tan
seguro? , dijo ella.
- Porque nunca me
equivoco cuando miro a la gente a los ojos. Y, por favor, dila a la diesurnaya
que no la voy a dar más dinero y que quiero dormir.
Dio media vuelta y
salió sin añadir nada.
Al menos la segunda
petición la hizo porque dormí como un lirón hasta casi las diez de la mañana
sin que nadie me molestara.
Las pilinguis no
madrugan pero la que conocía yo debía de ser aficionada porque cuando estaba
desayunando se presentó delante de mi correctamente tuneada y cambiada, tanto
que podría pasar por una señorita de internado cursi y ademanes encantadores.
No se anduvo por las ramas y me espetó:
- Katya Pavliuchenko solo trabaja para grandes clientes y dice que
usted solo es un amigo y que solo podrá verla si la paga por horas su
entrevista.
Supuse que estaría
cabreada conmigo aunque no podía adivinar el por qué pero aun así, y a falta de
otras alternativas, mi respuesta fue afirmativa, sin consultar la tarifa
horaria, y comenté que esperaría instrucciones.
- Ella se pondrá en
contacto con usted así que espere.
¡¡¡Que carácter!!! ¿No
podía salir? Claro que conociendo a Katya pretendería ponerme nervioso y, como
me conocía muy bien, sabía que hacerlo era muy difícil, así que me puse en lo
peor… aunque quizás lo mejor fuera hacer
lo contrario de lo que esperaba ella y darme un garbeo por mi antiguo distrito de
Pionerskaya en donde pasé muy buenos momentos. La desconcertaría pero no se
perdería por nada del mundo verme la cara y saber que quería. Dicho y hecho me
puse en marcha ante el asombro de la discípula poco aventajada que tenía
delante y al verla palidecer la dije que no había desayunado, lo cual era
cierto…
Total un día más por
la capital de todas las Rusias no me vendría mal y además dormiría mejor así
que me fui en el Metro hasta Pionerskaya para después llegar a la calle de los
Héroes de Panfilov andando, un largo paseo, a recordar los viejos tiempos en
los que conocí a Katya, que aún era estudiante, y a un montón de gente
encantadora que me invitaba a su cocina los domingos, cantaban conmigo y me
acompañaban a casa si me pasaba con el vodka, que no era lo normal ni mucho
menos pero que alguna vez pasó sobre todo por mi inexperiencia, que luego ya
aprendí a mezclarlo con agua o a dar solo un sorbo…
No debí hacerlo, me
entró una especie de morriña tal que ni siquiera intenté averiguar que había
sido de mis amigos, no quería sorpresas, ni buenas ni malas, y al llegar al
hotel le di diez dólares a la encargada para que me dejaran dormir y eso era un
gesto de generosidad impropio de mí. Me estaba volviendo blando.
Blando si pero
Maquiavelo a mi lado era un pardillo… a la mañana siguiente y después de un
placentero y reparador sueño, esta vez sin sorpresas, bajé al comedor dispuesto
a comerme si no el mundo si algún dulce, tostada o ambas cosas y cuando ya
saboreaba el café apareció Katya como una princesa eslava de guapa y elegante,
haciendo que todo el comedor se volviera a mirarla y es que hay gente que llena
todo lo que les rodea incluso cuando no hacen nada para ello que ,
evidentemente, no era el caso.
Sonriente, discreta y
hablando en voz baja, me llamó en su correcto español un torrente de cosas
acabadas todas en ón y en uta… ¿Por qué lo primero que se aprende de un idioma
son los tacos? Cualquiera diría al ver la escena que dos grandes amigos, o algo
más, se reencontraban después de largo tiempo porque, además, lo más gordo me
lo llamó al oído mientras me abrazaba en demasía para mi gusto discreto.
Renuncio a contar la
conversación porque con una sonrisa encantadora, de serpientes, me reprochó que
hacía años que no sabía nada de mí, que eso solo lo hacían los rusos y que cada
vez me parecía más a ellos y yo era español…que como me iba, que como la iba,
que bien gracias y que seguro que tenía algún problema pero que Katya no era
rencorosa y estaba resuelto de antemano, que además vivía con un aparatchik
nada celoso, por supuesto, y más le valía no serlo pensé yo, y que ella se
encargaba aun sin saber de qué se trataba. Tienen razón los que dicen que los
hombres no sabemos nada de mujeres…
La cosa fue sencilla y
se saldó con una comida en una tasca indecente, Moscú no daba para más, en la
que un cocinero de chichinabo se empeñó en hacer una tortilla de patata…matarle
no pero cadena perpetua casi seguro…aunque tengo que confesar que la comida fue
deliciosa porque Katya recordó nuestros tiempos, solo lo bueno que los dos
teníamos memoria selectiva, y nos reímos unas horas hasta que sus obligaciones
de gerente de empresa dedicada a hacer felices a los demás por unos miserables
billetes, la reclamaron. Y es que si tenía un defecto era el que precisamente
esos miserables billetes eran su última meta y, me imaginé, que el confort que
la proporcionaban, la anteúltima. Y nos despedimos haciéndonos promesas que no
cumpliríamos, y los dos lo sabíamos, aunque la nueva relación comercial nos
obligaría a estar en contacto.
El espinoso tema del
dinero lo tenía ella más que resuelto hace muchos años que nadie sabe lo que
puede pasar en el futuro y el horno estaba para pocos bollos, así que se abrió
cuentas en el extranjero en las que ingresaba su pasta mientras además la
producían beneficios, con lo que yo solo tenía que ingresar en una de ellas, la
española, la cantidad que ella a través de sus pupilas me proporcionaría, en
rublos y dólares o marcos, cuando, avisando previamente, me presentara en
Moscú.
Y con esto y un
bizcocho me volví para casa que ya echaba de menos mi colchón y mi
tranquilidad, porque Moscú agota aunque sea maravillosa.
Y un día detrás de
otro dejé pasar el tiempo lentamente, quizás demasiado lentamente, y así entre
paseos al bosque a recoger bayas, a Sludyanka por ver a la familia, al hotel de
Irkutsk y a Moscú a cumplir con las obligaciones económicas, pasaban mis días,
que las noches resultaban muy cálidas aun en Invierno, llenos de tranquilidad
que a mí me resultaba excesiva pero, era lo que había.
En una de mis vueltas
a casa y cuando me encontraba a una versta, algo de color amarillo llamó mi
atención en la valla aunque no distinguía lo que era. Al irme acercando me
pareció un coche. ¿Un coche? ¿He pensado que era un coche? Siiii y de un color
amarillo como cuando aún oriental se le da una patada en la ingle y se vuelve
de tono chillón, y solo conocía un vehículo así ¡¡¡ El Lada 124 de mi amigo
Vladimir
CAPITULO III
Éramos pocos… y parió la abuela
Se me aceleró el
pulso, se me alargó el paso, no sé si corrí pero es que solo podía ser…!!! Mi
amigo Vladimir ¡¡¡ Nadie podía tener un coche de aquel color y tan cochambroso
y nadie podía estar tan loco como para ir hasta allí en aquella máquina en
ruina…
En la puerta me
esperaban Olga y él, los dos con una sonrisa de oreja a oreja, y Vladimir
enseñándome las nuevas fundas de oro que se había puesto en la boca como si
fuera Belfegor, uno de los Siete Príncipes del Infierno que prometían encontrar
tesoros y proporcionar la Felicidad si a cambio le entregabas tu alma…que así
era Vladimir…
Nos fundimos en un
abrazo eterno ante la mirada comprensiva de Olga, un abrazo sin palabras aunque
él intentó, sin éxito, el saludo de los tres besos pero era tan fuerte el
abrazo que le fue imposible hasta pasado un buen rato. No me gustaba este
ritual porque se me solía olvidar que eran tres los ósculos y, al quedarme
parado, el tercero solía resultar demasiado centrado para mi gusto…
Era feo con mala leche
pero era nuestro feo así que hasta nos gustaba y parecía que le había ido bien
en esos tres largos años que habían pasado desde nuestra despedida porque
estaba lustroso, cuidado y hasta creo que había engordado unos doscientos
gramos.
Las preguntas se
agolpaban por parte de los dos sin esperar las respuestas así que acabamos a
carcajadas cuando Olga nos invitó a pasar a casa que, en su interior, causó
asombro a nuestro amigo del alma que ya fisgoneaba todo inclinado como estaba
para quitarse los zapatos en esa costumbre rusa que evita llenar de suciedad o
barro la pieza , dejándolos en el armario o estantería del hall.
Nos sentamos en la
cocina, lugar de honor para invitados de honor, aunque no sé si a Vladimir se
le podía considerar un invitado, y Olga empezó a poner la mesa siguiendo la
hospitalaria costumbre rusa de ofrecer el pan y la sal aunque la versión
moderna era comer sin importar la hora que fuera y poner sobre la mesa lo mejor
que hubiera en la despensa.
Vladimir me hizo un
gesto para que le siguiera al coche y allí abrió el capó y apareció un motor
nuevo flamante que me mostró con orgullo aunque el aspecto externo era tal cual
lo recordaba. Astuto como un campesino de la estepa, solo cambió lo que
importaba, no dotando al coche de nada que pudiera llamar la atención e incluso
tenía un ingenioso sistema para desmontar los limpiacristales cuando estaba
estacionado y no pensaba usarle que determinados repuestos eran absolutamente
imposible de encontrar por lo que el mini hurto era deporte de poco riesgo y
gran beneficio para uso propio o para la venta.
Después se dirigió al
maletero y sacó de él unas botellas de vino georgiano, que es sabido que de
visita siempre hay que llevar algo, vino dulzón que me recordaba a la quina
Santa Catalina que me daban mis padres para que no me quedara ruin, sin
conseguirlo, y que completaban con unas inyecciones de aceite de hígado de
bacalao con las que crecí, vaya que sí crecí, a fuerza de estirarme con el
dolor que producían aunque, la verdad, no fue mucho el estirón.
Sus tesoros, sacados
de aquello que siempre me pareció más la cueva de Alí Babá que un maletero, se
completaron con un queso italiano gorgonzola que olía que apestaba a pesar de
que él decía que estaba en perfecto estado y yo replicaba que lo que no mata engorda.
Todo hacía suponer que
le había ido muy bien pero, era ruso, u osetio, había que esperar a que
quisiera contar los detalles cosa que sucedería después de comer y reír y al
tercer trago de vodka.
Quizás hasta nos diría
el verdadero motivo de su visita pero no antes de apelar a la amistad para
siempre, brindar por Rusia y España y cantar alguna canción folclórico-patriótica
tipo “Katiusha”… que el proceso ya me lo conocía y veía venir el dolor de
cabeza si no andaba listo.
Resultó tal
cual…comimos, bebimos, reímos, brindamos, cantamos y cuando el nivel etílico
entró en fase determinante y antes de que la cosa pasara a mayores, pensé en
preguntarle qué asunto le había traído hasta nosotros.
- Os echaba de menos,
que a mí me ha ido muy bien pero vosotros no tenéis ni teléfono. Como llevo
aquí dos días esperándote he hecho alguna gestión y os lo pondrán en esta
semana y no creáis que me ha salido barato, pero vosotros sois más que amigos,
sois hermanos, así que todo está bien. Escucharan todo lo que habléis pero qué
más da si no habláis más que bobadas. Así estaremos en contacto más a menudo.
- Gracias Valodia de
corazón, la verdad es que lo necesitábamos mucho pero resulta que solo te creo
a medias, estoy seguro que hay algo más y esa sonrisilla de jitrii, astuto, me
dice que no me equivoco, repliqué.
- Tienes algo de
razón, necesitaba desaparecer algún tiempo y aquí nadie me buscará. Me ha ido
muy bien, los negocios son fáciles ahora y en el Cáucaso más. He comprado y
vendido de todo, incluso voluntades que en los tiempos que corren es fácil, y
se puede decir que he ganado dinero como para vivir siete vidas, tanto que ya
ni siquiera mi suegra me grita y ahora dice que qué suerte tuvo su hija al
encontrarme pero no es menos cierto que ha llegado un momento en el que tenía
algunos enemigos, ya sabes, en los negocios hay mucha competencia y hay cosas
que no todo el mundo entiende.
Intuía que no me diría
más pero que lo había, pero sé perfectamente cuando no es el momento de
insistir, cuando el interlocutor no se apeará de su burro, así que opté por
dejarle hacer.
- Unos días de
descanso me vendrán bien, pasearemos juntos, os invitaré a comer en algún sitio
cercano y haremos planes de futuro de esos que sabemos de antemano que no se
cumplirán como, por ejemplo, visitarme en mi casa de Tsjinvali, añadió.
Algo saqué en claro,
al menos vivía en Osetia del Norte y teniendo en cuenta lo apegados que eran en
aquellas latitudes a la tierra, lo probable era que también fuera de allí como
supuse siempre.
Vladimir se despidió a
media tarde y Olga se dedicó a recoger el bardal que habíamos dejado de restos
de comida, botellas y papeles y yo la ayudaba en silencio. Pensé que algo la
preocupaba con lo que yo acabé preocupándome también aunque sin saber por qué.
En el momento mágico que
componen la alcoba y la noche, la abracé y la pregunté si la inquietaba algo.
- Si, contestó, aunque
no sé por qué. La visita de Vladimir me ha llenado de dudas y a la vez de
alegría. Es cierto que le tengo un profundo afecto porque te ayudó y me ayudó y
sin él seguramente lo hubiéramos tenido mucho más difícil pero a la vez me
produce desazón aunque no haya causa real.
- Mira Olga, es
nuestro amigo y lo ha demostrado con creces. Es cierto que es peculiar y que
sabemos muy poco de su vida pero sí estamos seguros de que es leal y, en los
tiempos que corren, la lealtad es una cualidad impagable, contesté.
- Tienes razón pero
¿por qué se presenta ahora así, sin motivo aparente y después de tanto tiempo?
Y no me digas que porque es ruso que tú nos entiendes muy bien pero yo los
entiendo mejor. Las ganas de vernos y abrazarnos tienen límites incluso en
Rusia. Y estoy feliz porque tú lo eres, no hay más que mirarte la cara y ver
como sonríes, pero yo tengo mis dudas. Creo que hay algo más.
- Pero qué más da,
habrá venido a otra cosa pero a nosotros no nos afecta, repliqué con aire
tranquilizador.
- Mira Alfredo, sé que
algún día te iras de aquí, de mi lado, y lo sé porque este mundo es demasiado
estrecho para ti y solo quiero que te vayas cuando a mí ya no me duela y tengo
la impresión, ojalá sea equivocada, de que Vladimir trae problemas, de que la
felicidad dura poquito aunque tú lo intentes todo para hacerme feliz. Sé que me
quieres y sé que quieres a Rusia, al menos a la Rusia campesina, a su
gente, pero también sé que este no es tu
mundo y que si no encuentras tu camino no serás feliz para siempre. Debes de
buscar ese camino pero cuando lo encuentres procura que no me duela.
- Eso no pasará nunca
Olga, dije con fuerza y convicción y la
abracé más fuerte para que sintiera que lo decía completamente seguro de
mis palabras.
Se quedó dormida en
mis brazos a cambio de provocarme a mí un insomnio monumental que me obligó a
levantarme a ver los cientos de anuncios que salían en la tele a aquella hora y
a fumar más de lo que debía.
Di más vueltas que el
cobrador de un tiovivo y, lo que es peor, las palabras de Olga me generaron un
mar de dudas con respecto a las intenciones de Vladimir y, sobre todo, a las
mías ¿Tendría razón? ¿Me conocía mejor que yo mismo? ¿Que había visto en
Vladimir?
Me prometí a mí mismo
no meterme en ninguna aventura y menos en algún lío ni por Vladimir ni por
nadie, simplemente por Olga y por mí pero la incertidumbre se apoderó de mí y
solo al amanecer me quedé dormido con la tele puesta y en una postura sobre el
sofá que me proporcionó una tortícolis monumental y un dolor de cabeza de esos
que solo se me pasan con café con dos gotas de vodka que así lo tomaba en la
ciudad aunque tenía que pagar a la camarera un chupito entero porque se negaba
a servirme dos gotas, ya se sabe, nielziá…yo creo que se bebía el resto…supongo
que para olvidar que quería trabajar en un hotel y lo hacía en un parque
zoológico lleno de mochilas y mochileros, tanto que, a veces, me preguntaba a qué
animal representaba yo…quería ser el tigre de Siberia pero creo que era la
jirafa de tanto estirar el cuello para observar, gratis, todo lo que pasaba a
mi alrededor y es que curioso…también lo soy y mucho.
Cuando desperté, Olga
me miraba con cara de asombro y no solo por mi postura acrobática en el sofá
sino porque jamás me perdía en todas las estaciones del año el maravilloso
amanecer, tanto con luz como con nieve o hielo pero sobre todo en Otoño cuando el tibio sol iluminaba el ocre de los
abedules haciéndoles de terciopelo.
No sabía ni a qué hora
me había dormido, ni cuánto dormí ni por supuesto que hora era, solo sabía que
necesitaba el café mojado con las gotas milagrosas y que dos operarios
circulaban por la casa como Perico por la suya martilleando la pared y a la vez
mi cabeza en un eco que me producía la sensación de peinarme con alfileres.
A mí mirada
inquisitiva Olga respondió con una sola palabra en voz baja: Teléfono. Tiene
bemoles la cosa, casi tres años para poner un aparato y Vladimir lo había
conseguido en tres días.
Al cabo de cierto
tiempo, que me pareció una eternidad, uno de los operarios se dirigió a mí y
yo, con un gesto, le redirigí a Olga que no estaba para explicaciones. Con
cierta desgana, estaría ya cansado que aquí cambiar una bombilla lleva una
semana, le indicó a ella que el teléfono, modelo teletrófono de Antonio Meucci
y de uniforme color negro que me daba grima porque soy alérgico a la baquelita,
ya estaba instalado pero que no sabía cuándo darían la línea ni el número
porque él solo lo instalaba… “España y yo somos así señora” decía Marquina, y
Rusia también que por algo somos primos hermanos.
Apenas se habían
marchado cuando el aparato aquel sonó, si sonó y el asombro de los dos supongo
que era inenarrable…¿no dijo aquel hombre que el número y la línea no sabía cuándo
los darían?¿serían pruebas? cógelo tú...no, no cógelo tú…y aquello seguía
sonando…en un gesto machista fingido, lo tomé en mi mano como si fuera de
cristal y, no sin temor, lo acerqué al oído y dije tímidamente lo típico de “Slyshaiu”,
escucho, y casi me da un pasmo cuando oigo la voz de cazalla de Vladimir
preguntándome si había dormido bien.
No salía de mi asombro
a pesar de saber que en Rusia todo es posible y lo contrario también pero
aquello era demasiado.
- Déjate de hacer
tonterías que os paso a buscar para ir a comer a un sitio en el que he
encargado la comida y además tengo que deciros una cosa.
Me senté, no estaba
para emociones fuertes, y apenas pude balbucear para preguntarle a qué hora
pasaría.
- En una hora estaré
allí, dijo y colgó sin más.
Se me cayeron dos
lagrimones imponentes con la alergia a aquel material y se lo dije a Olga que
se entristeció porque ni tenía que ponerse, según ella, ni sabía qué hacer. Para ella era una
experiencia nueva ir a comer fuera de casa. La tranquilicé diciéndola que era
normal, que se pusiera cualquier cosa, que solo éramos unos amigos y que
nuestro ilustre anfitrión solo quería pasar un rato con nosotros sin que
tuviéramos que poner la mesa ni recoger ni nada…solo charlar juntos. Tuve una
frase definitiva…
- Vístete de Olga y
estarás perfecta, la dije.
De repente se
tranquilizó y en unos minutos estaba radiante.
La bocina acatarrada del
Lada de Vladimir sonó llamándonos mientras se acercaba y nada más apearse se
dirigió a Olga para decirla que estaba preciosa. Ella me miró a mí en un gesto
de complicidad. Verdaderamente estaba muy guapa vestida con la naturalidad que
acostumbraba.
Nos llevó a un hotel, de
cuyo nombre no quiero acordarme, que tenía un comedor absolutamente rococó con
palcos sobre una pista de baile y que se cerraba con cortinones rojos que olían
a humedad. Me recordó a Lara y al canalla de Komarov del Doctor Zhivago y me
entraron ganas de asesinar al camarero si se llegaba a parecer a aquel
personaje turbio y sin escrúpulos. A aquel comedor solo le faltaba música y una
madame pero Vladimir era así y no sé por qué esperaba otra cosa.
Fundamentalmente la
comida era sencilla pero espléndida, ensalada Olivier, rusa, con un aliño que
quería ser César, pescado en gelatina, kolbasá, smetana para unos ricos blinys
de champiñones y una inmensa tarta de galletas y chocolate grande como para
invitar a todos los comensales si el salón estuviera lleno, que no lo estaba
salvo en dos mesas que ocupaban unos individuos vestidos con el inevitable
chaquetón de piel negra que me hizo sospechar su profesión, más bien su
ocupación, y además pude comprobar que nuestro amigo se sentía cómodo entre
ellos, tanto como incomodo me sentía yo.
Cuando acometimos la
tarta apareció en el centro un señor vestido, creo, de zíngaro con su
correspondiente acordeón y digo zíngaro porque si bien son muy talentosos para
la música con este instrumento son geniales. La escena era…no sé cómo decirlo,
solo faltaba una cabra haciendo de las suyas o un mono pasando la bandeja
aunque la canción era agradable. Vladimir no debió pensar lo mismo porque
rápidamente le dio un billete de cien rublos y le pidió que se fuera con la
música a otra parte. Por toda explicación dijo que quería hablar con nosotros.
Se me puso la carne de gallina.
Salió del local y
volvió con una caja de zapatos que
ofreció a Olga. Ella sorprendida le interrogó con la mirada y él la pidió que
la abriera. Al hacerlo la cara de Olga era todo un poema, entre sus manos salió
un collar de ámbar de dos vueltas con el cierre también en aquella maravilla y
que contenía un insecto atrapado en la resina, todo ello engarzado sobre plata.
Debía costar un dineral porque estas piezas se venden al peso y aquello, por el
aspecto debía de pesar lo suyo.
Si la cara de ella era
de asombro, la de Vladimir parecía la de un colegial que se hubiera corrido la
clase y estuviera columpiándose en un parque por primera vez. Y solo pensaba
que cuanto me iría a costar y no precisamente en dinero porque a fuerza de ser
estoico también me había hecho desconfiado, o cínico, aunque pensándolo bien, a
lo mejor lo era de nacimiento pero también era cierto que en Rusia la
tranquilidad era breve dada mi experiencia…
Nuestro amigo me pidió
que se lo colocara a la aturdida Olga mientras la dijo una de sus frases que
nunca sabía por dónde tomarlas: Algún día los marcos de tus ventanas serán de
ámbar. Es conocida la costumbre rusa de adornar los marcos de las ventadas con
tallas en madera pintadas de vivos colores pero en ámbar jamás vi ninguna.
Supuse que era una cortesía impropia de nuestro anfitrión ocasional pero
cortesía al fin y al cabo.
Pasadas las palabras
de agradecimiento y la sorpresa, esta vez agradable, Vladimir se dirigió a
nosotros.
- Olga, sé que es un
poco grande pero también sé que puedes cortarle y darle la mitad a tu hermana
Yulia e ir las dos igualitas como corresponde. No te disculpes porque sé que lo
harás y ya contaba con ello así que adelante.
Y siguió.
- Supongo que os
habréis preguntado cuanto tiempo estaré aquí, es lo lógico, pero aún no lo sé,
no depende de mí, pueden ser tres días, tres semanas o un mes. En realidad
estoy muy a gusto y tenía ganas de veros pero prefiero que me echéis de menos a
qué simplemente me echéis…
Estoy esperando a
alguien que llegará de un momento a otro y de ese alguien dependerá la duración
de mi estancia. Bueno de él exactamente no pero si en gran medida, por eso
estoy mirando hacia la entrada. Una vez más os sorprenderé, concluyó enseñando
sus recién estrenada fundas doradas… y dejándonos a nosotros absolutamente
pensativos intentando adivinar quién sería la persona a la que esperaba.
No habían pasado diez
minutos cuando Vladimir se levantó, alguien entraba en la sala, alto y con paso
seguro. Creí conocerle pero no podía ser…o si…la persona que avanzaba hacia
nosotros era Aleksander Volkov, el hijo de Olga…Ambos se fundieron en un abrazo
sin palabras que en ella me pareció de emoción pero en él demasiado fingido,
mientras nuestro amigo se reía feliz aunque no tanto como ella.
Allí estábamos los
cuatro…Olga miraba a su hijo como las vacas miran al tren, y a mí con ese gesto
como cuando Gary Cooper decía aquello de “Te lo advertí Flannagan, nunca
debiste cruzar el Mississippi…” y el caso era que me había advertido pero de
todo lo contrario pero, claro, ¡¡¡ qué sé yo de mujeres!!! Y Vladimir y
Aleksander hablaban ajenos a nuestros pensamientos lo cual me ponía en alerta
máxima, esa intuición que nunca me falla y que siempre me acompaña. Es como una
segunda piel que me ha sacado de múltiples apuros. Veríamos esta vez…
El Sol poniente teñía
de rojo y gualda, que casualidad, la herida plateada que producía en la tierra el paso del río Angara, generando
uno de los espectáculos más bellos de los tantos que solo la Madre Naturaleza
es capaz de crear.
Mientras disfrutaba de aquello a través de los
ventanales y con la mirada ensimismada, pensaba que éramos pocos y parió la
abuela…
CAPÍTULO IV
BAIKAL
Olga estaba exultante de
alegría, tenía a su hijo al lado, aunque no sabía por cuánto tiempo ni por qué
pero no la importaba tampoco, cada cual cree lo que quiere creer, y el hecho de
que su Sasha estuviera allí para ella era suficiente y, de hecho, me hubiera
mandado al hotel para que su niño durmiera en casa…solo que él no quería y se
fue al hotel en donde estaba Vladimir. Otra cosa era por qué quería irse ¿no
molestar? Eso no se lo creía ni él…simplemente necesitaba estar con su amigo
ocasional, suponía, charlando sobre lo que les había reunido allí, que no digo
que fuera malo pero bueno…tampoco.
En realidad a mí me
hubiera dado lo mismo dormir en el hotel, pernoctar diría, porque desde que
alguno de aquella extraña pareja andaba por nuestros parajes, no pegaba ojo
pensando que aquello explotaría por algún sitio y casi deseaba que fuera cuanto
antes porque aquello era puro suplicio tártaro, ruso por supuesto, dándole
vueltas a la cabeza tratando de adivinar qué pasaba. Preguntar era inútil, los
dos eran eslavos y por tanto hablarían cuando lo creyeran conveniente y no por
preguntar se adelantarían en sus cálculos.
Y Olga, en sus nubes,
haciendo planes para llevarlos a ver a Yulia y darle a su cuñado otro susto de
muerte, que el hombre solo verme le daban respingos a pesar de que realmente no
tenía ningún motivo. El miedo es libre y, aquel hombre enamorado, solo quería
vivir en Paz al lado de su mujer y más ahora cuando la suerte parecía sonreírle
humildemente, que tampoco aspiraba a más. La vida en Rusia era difícil, en provincias
más aún, y llevar una vida normal ya era todo un éxito.
Como ya teníamos
teléfono cada hora se llamaban durante largo tiempo contándose mil cosas que yo
ni sabía que sucedían y haciendo planes, entre otros los de visitarse
mutuamente porque Yulia y su marido no conocían aun nuestra casa, suponía que
porque él no quería ni por asomo acercarse a
mí. Pero algún día lo haría porque yo tenía que encontrar la forma de
que se sintiera cómodo conmigo aunque no sabía cómo y tendría que esperar a
esas ocasiones que, dicen, se pintan calvas.
Y no es que me
importara ir a Sludyanka en esta época del año en la que el lago tiene el color
azul inmenso del cielo que se refleja en su espejo, en la que su nivel sube por
la aportación de agua que le hacen sus trescientos veintiséis afluentes con la
única perdida del Angara que lo desagua hacia la ciudad, lo que no le deja ser
endorreico, con el color ocre de su arbolado costero y el sol y la luna
dotándole de un mágico hálito que invita a soñar.
Aun los pescadores
pueden salir a ganarse la vida antes de que las aguas espesen con el frío para
hacer el agosto en pleno octubre, que es el mejor mes para las capturas aunque
nunca he sabido por qué. En agosto es más rentable, y menos trabajoso, hacer
cruceros para turistas, para los viajeros, para los mochileros e incluso para
rusos que adoran al lago sagrado, al lago Baikal que con el rio Volga de Stenka
Razin conforman los dos pilares eslavos del culto al agua.
El caso es que me
apetecía a mí mismo volver al lago aunque lo había visitado varias veces pero
mi cuñado no me cobraría y la cosa no estaba para dispendios así que tendría
que buscar alguna excusa de esas que solo se me ocurren cuando paseo solo
mirando todo lo que se menea…estaba llegando a creer que me pasaba como a los
artistas que les llega la inspiración o no…pero es que mi estado de intranquilidad
era elevado y así no hay quien se inspire…dejaremos actuar a la Sudba y a ver
qué pasa…pensé…y no debía haberlo hecho… porque hablando del Rey de Roma, con
perdón porque hay otra versión que habla del ruin de la capital italiana, por
la puerta asoma…
Allí estaban de nuevo
el punto y la coma, que tal parecían un bigardo rubicundo de tez blanca y alguien
de menos que talla media, moreno como solo se es en el Cáucaso y, eso sí, los
dos con una sonrisa de oreja a oreja que parecía sacada de un anuncio de Licor
del Polo presagio, una vez más, de nada
bueno aunque sin embargo a mí me servía de alerta que no es poco, y es que aún
no sabían de mi habilidad para interpretar los gestos de los truhanes, y no es
que lo fueran en sentido estricto, no al menos Aleksander que era un perfecto
canallita, por quitarle años, aunque si Vladimir pero era de los míos, me había
demostrado que era mi amigo y estaba seguro de que no me fallaría, no al menos
mientras pudiera mantener lo que fuera que había pactado con el hijo de Olga en
el nivel de silencio que el asunto requiriese.
Y ahora tocaba esperar
mientras Aleksander hablaba con Olga y Vladimir, tras los saludos y abrazos de
rigor, me tranquilizaba con una enorme sonrisa y me decía que teníamos que
hablar en tanto que Volkov hablaba con su madre.
- No tengas miedo ni
preocupación por mi Alfredo, la palabra amigo en Rusia, como bien sabes, es
sagrada y nosotros somos amigos e incluso diría que algo más. Cuando pueda te
diré algo más pero ahora solo quiero que sepas que el niño de Olga solo me
quiere en principio como una forma de llegar a ti, y tampoco quiere
especialmente nada sino una coartada para acercarse al Baikal sin armar mucho
ruido y aprovechando que quiere visitar a su familia pero en cierto modo te
tiene demasiado respeto y sabe que eres más listo que él, así que me busca de
lazarillo para ablandarte o, al menos, para que no te entrometas y le estropees
el negocio que se trae entre manos. Yo no necesitaba muchas excusas para volver
a estar a tu lado y si además gano un puñado de rublos que él me pagará aunque
la aventura no salga bien, pues mucho mejor.
- Pero ¿De qué se
trata? inquirí yo.
-Solo te puedo decir
que cuando dije a Olga que sus ventanas serían algún día de ámbar no la mentía
aunque no os dierais cuenta. De eso se trata, de ámbar. ¿Recuerdas la famosa cámara
de ámbar desaparecida de Tsarkoye Tsielo en la Gran Guerra Patria? Pues
Aleksander cree que una parte fue traída desde Kaliningrado hasta aquí y escondida
en alguna gruta de de la costa.
Me senté y no porque
me temblara nada sino para tomarme un respiro y pensar en una respuesta ante
aquella historia inverosímil que Vladimir me planteaba…Ámbar, Catalina la
Grande, guerra, alemanes…
- Vladimir, repliqué,
este capullo se está convirtiendo para mí en una pesadilla¡¡¡
Apuré una especie de
vodka con sabor limón que me quemaba la garganta cuando la bebía de un golpe,
zalpon como se dice en ruso, y la cabeza empezó a darme vueltas como si en vez
de un chupito me hubiera bebido cosa de un kilo de aquel brebaje. Y ya sé que
he dicho kilo y por algo será.
En cuanto pudiera iría
al hotel a buscar en Internet toda la información posible sobre aquel asunto
del que solo sabía cuatro cosas y a medias y pensando en ir mañana mismo pasó
lo que tenía que pasar.
Y allí llegaban el niñato
y su madre tan sonrientes y felices…y Olga se dio cuenta de que algo no iba
bien, me conocía mejor que nadie, al ver mi cara y mi actitud y se quedó
callada mientras Aleksander me miraba diciendo.
-Ya es hora de que
conozca al resto de la familia así que si no tienes ningún inconveniente me
gustaría ir con mi madre a visitar a mi tía Yulia.
- Ningún inconveniente
y no solo eso sino que tengo una gran curiosidad por presenciar vuestro
encuentro, dije burlón.
Olga intervino
diciendo que si era así mañana llamaría a su hermana para preparar la visita y
Vladimir sonriendo dijo que él también iría y aprovecharía para dar un paseo
por la costa del lago.
Yo callé `pero miré
con mirada asesina a Volkov para que supiera que estaba alerta y que no le iba
a ser fácil manipular la visita mientras pensaba a la vez que lo de internet
podía esperar aunque tardara un par de días más en salir de la ignorancia que
podía más mi curiosidad que mis ganas de saber exactamente que era aquello de
la Cámara del Ámbar , cuanto valía, donde se perdió e incluso algo de su
historia porque vagamente recordaba que fue obra de orfebres alemanes pero no
sabía cómo llegó a Rusia y también me apetecía saber si fue un robo o no porque
podría ser que los alemanes solo trataran de recuperar algo que era suyo cuando
se la llevaron. El hecho de que aquellos dos personajes creyeran que una parte
estaba en las orillas del Baikal, se escapaba de mi capacidad de comprensión y
ya me lo aclararían cuando no les quedara más remedio porque si del hijo de
Olga no confiaba lo más mínimo, de Vladimir si, totalmente, y sabría cómo hacer
para seguir siendo mi amigo y no perder su parte legítima en aquel negocio. Su
lealtad estaba sobradamente probada.
Pasamos unas horas
charlando y comiendo kolbasa, blinys de setas con esmetana, gelatinas de
pescado y bebiendo vodka aunque yo la tomaba con unos hielos y limón, agitada,
no mezclada, en un pequeño homenaje a James Bond, aquel agente 007 con licencia
para matar con una secretaria que se llamaba Monnie Penny y que había
protagonizado la película de “Desde Rusia con amor” de mis sueños juveniles,
casi, casi como Miguel Strogoff de importante en mi imaginario. También lo
hacía porque esta costumbre social me levantaba un enorme dolor de cabeza y ya
no me cabían más excusas para no tomarla sin ofender a nadie y a sus brindis
inacabables y sobre todo me costaba beberla en aquellas comidas interminables
en las que se bailaba entre plato y plato y se acababan a las mil de la noche
en una secuencia en la que ya no se sabía si era comida, merienda o cena.
Vladimir sonreía y
callaba y no sé si pensaría, como yo, que el tal Aleksander era un embaucador
de tres al cuarto, experto en engatusar a juzgar por lo bien que lo hacía con
su madre y lo intentaba con nosotros, anticipándose a lo que Olga pensaba o
quería oír con lo que uno podía muy bien creer que estaba en una sesión de
espiritismo barato. El cuadro era de comedia, tú me engañas, yo hago como que
lo consigues…solo que a orillas del Baikal más podría pensarse que rodábamos
una película de ficción con nosotros de absurdos protagonistas.
Ya anochecido nos
despedimos durante un buen rato, que también allí las despedidas duran lo suyo.
Vladimir me miró casi con resignación y nada más marcharse, Olga se metió en la
despensa para abastecer a su hermana como si tuviera que comer para dos meses
en un día y ante mi mirada socarrona, me dijo:
- Alfredo nosotros
vivimos bien.
- ¿Me has visto
pensar? contesté. Sabes que no me importa pero no sé si Yulia, más bien su
marido, se sentirán ofendidos.
- No lo creo, dijo
ella. Somos hermanas y no tienen por qué. Además tu bien sabes que nadie va de
visita sin algún regalo.
- Me voy a dormir Olga la cabeza me da alguna
vuelta…y no sé por qué. No te acuestes tarde porque mañana debiéramos salir
temprano para volver antes de que caiga la noche y quizás debieras llamar a tu
hermana ahora que aun estará levantada para
ver si estarán en casa cuando lleguemos y decirla que no compre nada, que no
haga nada, solo que estén.
- Lo haré ahora mismo.
Con las mismas me fui
a dormir. No me extraña que los rusos beban vodka porque caí casi feliz en los
brazos de Morfeo y supongo que con esa sonrisa bobolona que dan los cuarenta
grados del brebaje, nada que ver con la que decía mi madre que tenía dormido
que, según ella, era el único momento en que no estaba liando alguna travesura,
pero seguramente serían cosas de madre porque yo siempre he sido una especie de
ángel. Mañana será otro día, me dije, y si consigo que no me duela la cabeza al levantarme, hasta estaba seguro de que
sería muy interesante.
CAPÍTULO V
¿No querías taza? Pues toma taza y media…
El Sol de Otoño se
colaba temprano por mi ventana sin cortinas, había dormido como un niño, lo que
soy, y estaba dispuesto a empezar una jornada que, como mínimo, se presentaba
interesante y llena de incógnitas que no tenía ni idea de cómo se iban a
resolver.
Sobre todo tenía un
interés casi morboso en saber que
milonga nos contarían sobre sus ganas repentinas de visitarnos y como me iban a
liar, y al cuñado de Olga, para que les ayudáramos, y procuraría no reírme
para no descubrir a Vladimir porque si
Aleksander se daba cuenta de que ya estaba en antecedentes todo el tinglado se
caería. !!!Cuanto me apetecía saber cómo habían llegado a la conclusión de que
el ámbar estaba en el Baikal y de qué manera se las iban a arreglar para
encontrarlo¡¡¡ Mi imaginación era grande pero no tanta…
Olía ya a café
caliente que Olga hacía estupendamente aunque ella era más de té, como todos en
Rusia. Me moví perezoso para asearme y presentarme bien pues los visitantes,
como aquellos de la serie “V”, se presentarían de forma imprevista y
probablemente pronto y casi sin darme cuenta y sumido en mis pensamientos, me
encontré en la mesa comiendo una rebanada de pan frito tranquilamente.
Me sobresaltó el
claxon acatarrado de Vladimir y miré displicentemente la hora, las diez y
media, mala para visitas y mala también
para atragantarme con el pan. Supuse que el coche de Volkov, aún no le había
visto, sería demasiado llamativo para ir por aquellos andurriales.
A media mañana
estábamos en camino a Sludyanka llenos
de paquetes, bultos y una maleta harto sospechosa propiedad de los dos socios
ocasionales en el asunto de la resina fósil que ya veríamos como acababa y,
antes, como empezaba.
La llegada fue digna
de una película cómica, Yulia y su marido en la puerta de su casa, ella medio
histérica de felicidad y radiante con su mejor, supuse, vestido; él con una
cara a medio camino entre el miedo y la curiosidad; Olga loca de alegría, su
hijo con una encantadora sonrisa que olía a falsa que apestaba y Vladimir…al
margen, atento a todo lo que se movía y dispuesto a no dejar escapar nada a su
mirada inquisidora y dos pasos por detrás para no perder la perspectiva.
¿Y yo? Pues parecía el
único intruso en aquella reunión así que me apoyé en Vladimir y le dije algo así como que creía
que iba a llover cuando la realidad era que hacía un Sol radiante. Él sí que me
entendía pero algo me decía que estaba preocupado, probablemente por mí, así
que decidí pasarle el brazo por encima del hombro y, apretándole, le dije que
nuestra amistad era inquebrantable y por primera vez ese día, le vi sonreír. En
realidad el gesto era el que él empleaba para tranquilizarme y creo que, en
alguien que solo era atrevido cuando se pasaba en la dosis de vodka, era todo
un símbolo de nuestra unión por malos vientos que surcaran la tierra, por peor
resultado que tuviera su aventura, siempre juntos, Semper
Fidelis como
en la Legión.
Comimos y bebimos a la
rusa como cuando hay algo que celebrar, es decir mucho, muchísimo, bailando
entre plato y plato, brindando por todo lo imaginable, por el amor, por el encuentro, por la salud, por Rusia y
España, por la amistad, por la salud otra vez…lo de bailar se me daba mal pero
peor a Vladimir…era la auténtica estampa del Oso Ruso y ponía en la reunión la
nota cómica hasta casi hacerme olvidar que estaban allí por algo pero ¿Quién
estropeaba a Olga y Yulia su fiesta?
Aleksander se manejaba
muy bien, se dejaba querer, estrujar…y era muy hábil en la conversación, tanto
que de no estar enterado de que algo tramaba, nadie diría que su preguntas solo
tenían la intención de agradar al marido de su tía y hacer así que participara
en la conversación y en la fiesta.
Dos cosas me llamaron
la atención, ambas antes de que el vodka y las vueltas del baile nos marearan,
y las dos relacionadas con la actividad pesquera en el lago. Aparentemente
inocuas pero no estaba yo para ser bien pensado precisamente.
Como al descuido
Aleksander preguntó a su tío que qué tal se ganaba la vida con la pesca y que
tipos de especies se pescaban allí.
Aquel hombre sencillo
se desvivió por darle toda clase de explicaciones y así me enteré de que los
peces más abundantes eran el siluro, el esturión siberiano, el omul y una
especie de trucha llamada lenok.
- Las comercializamos
de tres formas diferentes, dijo, dependiendo de la época del año. En invierno
hacemos unas perforaciones en la capa de hielo de más de un metro de espesor
para pescar con caña o con redes pequeñas según creamos que hay o no
posibilidades de pescar mucho o no. Como nada más salir del agua el pez se
congela lo vendemos así que es una forma muy natural de conservación. En
realidad pescamos poco y vendemos poco…Los barcos los sacamos a tierra y los mantenemos de pie con unas palancas de
madera. Aunque su casco es metálico el hielo acaba por deformarlo por la
presión que sufre y aunque las cuadernas son muy fuertes acaban perdiendo su
curvatura por eso lo hacemos así.
La época más
fructífera es el verano y parte del otoño y además complementamos la pesca con
paseos para los turistas que llegan de todo el mundo y para aficionados a la
pesca a los que alquilamos los aparejos y las cañas, continuó. En esta época el
pescado lo ponemos a secar al Sol y lo vendemos en rodajas alargadas que se
conservan mucho tiempo y que se comen así, casi en crudo y tienen un valor
alimenticio igual de grande que el pescado fresco que aunque lo vendemos lo es
en mucha menos proporción.
Aleksander escuchaba y
asentía con la cabeza y el gesto y sin interrumpir, los demás escuchábamos a
aquel buen hombre que se ganaba la vida duramente, sobre todo su mujer y Olga
que le veían participar y hablar de su trabajo como uno más lo que le situaba
por momentos en el centro de la reunión.
Al acabar la charla,
Aleksander, con gesto de interés, preguntó por qué no se daba en aquellas aguas
el llamado pescado de roca, de anzuelo tan apreciado en otras partes.
- Pues simplemente
porque no hay rocas, o no en la abundancia y formas como para que se de ese
pescado que dices, y que yo no conozco. El lago Baikal está rodeado de altas montañas
y por cada vaguada baja durante todo el año una gran cantidad de agua, sobre
todo en la época del deshielo que produce más de trescientas corrientes de agua
hacia el rio, lo que unido a la acción de hielo y del viento provoca la rotura
de las rocas, muy blandas en todo caso, dando lugar a arenales muy finos en
donde en verano la gente se baña y se tiende al Sol. Simplemente hay pocas
rocas, concluyó.
- Entonces su costa no
es muy escarpada, dijo Aleksander, por lo que supongo será de fácil acceso, quizás
con grutas bonitas para visitar y fotografiar.
-No lo creas,
respondió, hay muchas torcas verticales y de cierta profundidad generadas por
las cuñas del hielo pero grutas no, las bóvedas que se generarían no
resistirían los embates y la presión y se derrumbarían transformándose luego en
esas finas arenas que antes te decía. Las torcas no son muy profundas, más bien
son grietas de cierta anchura y que no llegan, creo yo, a la profundidad que
tendrían si encontraran el agua. En cualquier caso las pocas veces que nos
acercamos a ellas procuramos que no sea demasiado porque en ocasiones se
producen unos efectos sifón que puede absorberte. Es peligroso.
La conversación se
generalizó otra vez y yo tomé muy buena cuenta de lo que se había hablado
aunque no lo encajaba en nada concreto porque no tenía ninguna información
previa pero no se me olvidaría lo escuchado.
Más tarde Aleksander
volvió a la carga preguntando si se podría navegar por el lago, alegando que le
gustaría conocerlo y hacer fotografías a lo que encontró seguramente la
respuesta que esperaba.
- Tendría que hablar
con mis dos compañeros pero pasado mañana no hará viento y saldremos a pescar.
Quizás podáis salir con nosotros y hacer las fotos que con buena luz serán estupendas.
Llamad mañana y lo concretamos. En caso de ir prepararos para madrugar porque
el omul es muy madrugador y además necesitamos aprovechar al máximo las horas
de luz. Estaremos como mínimo siete horas en el agua.
- Sería genial, dijo
Aleksander, así que mañana llamaremos para concretarlo si te parece. Y comenzó
a darnos una lección de fotografía con las que sacó de la maleta misteriosa,
varias alemanas Voigslander Vitesse y una enorme Zhenit soviética armada de un
potente teleobjetivo.
Así que me esperaba una
bonita excursión pero no estaba dispuesto a ir, ni dejarles solos a ellos, si
no tenía de antemano toda la información de lo que se traían entre manos
aquella insólita pareja…
La fiesta continuaba
con un protagonista de excepción, Aleksander, capaz de bailar con madre y tía a
la vez, ahora con una, ahora con la otra, haciéndolas sentir importantes y
felices y sobre todo reír. Era un perfecto galán hasta cabrearme porque yo era,
y soy, ciertamente patoso. Me disgustaba que alguien invadiera mi espacio y
menos alguien en el que no confiaba así que en cuanto puede y en medio de un
arrebato agarré a Olga por el talle y me puse a bailar con ella. La verdad es
que esperé a que sonara una canción lenta…que se adaptaba más a mis
cualidades…pocas cualidades, y rezando para que no durara mucho aquello.
Al acabar la canción
era Vladimir el que interrogaba a Oleg, el marido de Yulia, sobre Port Baikal.
- Este puerto está a
unos sesenta kilómetros pero no lo usamos habitualmente.
- ¿Por qué?
- Hay varias razones,
la principal es que los restos del antiguo ferrocarril no permiten acercarse
para atracar el barco salvo cuando el agua está muy alta y es peligroso porque
es en pleno deshielo y el lago desagua por el rio Angara, la única salida que
tiene, y se forma una fuerte corriente que puede estrellarnos contra el muelle.
Solo llegamos a un kilómetro de allí
cuando los esturiones siberianos intentan volver al lago después de desovar
pero solo es durante un mes, más o menos, y sigue siendo peligroso.
- Pero, insistió
Vladimir. ¿Una estación de ferrocarril? ¿A
dónde iba?
- Bueno, eso es una de
las cosas menos conocidas del Transiberiano pero me extraña que vosotros no lo
sepáis. Este tren al principio atravesaba el lago en barco, los vagones se
cargaba en Port Baikal a través de grandes vías y los pasajeros iban en otros
barcos durante la travesía hasta Mysovaya en la otra ribera para desde allí
seguir por el método natural, por tierra…. El barco que llevaba a los pasajeros
está en Irkutsk en forma de monumento aunque pocos se paran a mirarlo. Años más
tarde se abandonó esta fórmula para hacer la vía férrea actual toda por tierra.
Durante la Gran Guerra
Patria y durante el largo invierno se construyó una vía sobre el hielo pero yo
no la he conocido y en Rusia se vive poco así que no quedan personas mayores
que lo vieran y todo lo que se sabe es de oídas, de boca en boca. Todo lo que
rodea a este tren y a esa vía es puro misterio se dice que se usaba para llevar
lejos los tesoros del país para que no cayeran en manos de los fascistas que,
según cuentan ya habían robado todo lo que pudieron para llevarlo a Alemania.
- Me dejas muy
sorprendido con lo que cuentas, para mi es nuevo, comentó haciendo un gran
papel teatral que seguro hubiera sido
digno de un gran aplauso de haber tenido otro público, y es muy interesante lo
que cuentas. Hemos traído un buen equipo fotográfico, quizás podríamos
acercarnos pasado mañana a una distancia en la que se pudieran hacer fotos, me
encantaría y voy a estudiar todo lo que pueda sobre este asunto.
- No depende solo de
mí, replicó Oleg, pero supongo que si no interfiere en nuestro trabajo y en
nuestra ruta no habrá inconveniente.
- No perderéis el día
seguro, dijo aquel viejo zorro, y no quiero ofenderte pero os pagaremos generosamente
y a lo mejor no necesitáis pescar.
- No es cuestión de
dinero sino de que sea posible. Aquí, con nosotros, el dinero no te solucionará
nada porque seréis nuestros invitados y sería una grave ofensa para vosotros
pagar y para nosotros aceptarlo. Somos pobres pero nuestra hospitalidad está
por encima del dinero y no os cobraremos, de eso estoy seguro sin consultar con
mis compañeros.
- Lo sé pero habría
que encontrar una manera de compensaros.
- Si, la hay, solo se
trata de que estéis contentos, dijo Oleg.
Empecé a hacerme idea
de lo que tramaban y pensé que aunque tuvieran un plan aquello les, nos,
quedaba grande, salvo que no estuvieran solos…
De vuelta a casa
admiraba el sol poniente y rojo que iluminaba tenuemente los abedules ocres
haciéndome pensar en lo sabía que era la Naturaleza que era capaz de permitir
semejante floración en tan poco tiempo y antes de que la nieve se echara encima.
Me medio desperté de aquella visión en
un gran bache que atravesó Vladimir como Perico por su casa y casi sin pensar
dije:
- Mañana a las diez
estaré en el hotel que me apetece desayunar con vosotros, dije como una forma
de aplazar el viaje en el barco de Oleg .
Aquellos dos granujas
se miraron sin decir nada y yo pensé que cuando me quejaba de mi escasa actividad
era un insensato y que aquella Sudba de las narices se reía de mí y decía
aquello tan español de ¿No quieres taza? Pues vas a tomar taza y media…Todo sea
por Olga.
CAPÍTULO VI
Lili Marlen
Estábamos en la
cafetería del hotel, a las diez en punto y se mascaba la tragedia que dirían
los peliculeros…Vladimir, Aleksander y yo… bueno y la camarera que debía de
tener mal día porque hacia media hora que la habíamos pedido un café con leche
y una botella de Vodka con dos limones. Suponíamos que estaría ordeñando a la
vaca pero el problema era que no empezaríamos a hablar hasta cerciorarse de que
la chica no podría escuchar la conversación. Aun no sabían que también avisaría
al FSB como hacía cada día que yo aparecía por allí.
Me sentía obligado a
decirles algo y lo dije.
- Sea lo que sea lo
que os traéis entre manos no quiero de ninguna manera que Olga sufra de tal
manera que no puede enterarse de que la visita de Aleksander es más interesada
de lo que ella pueda suponer aunque intuya algo, que tonta no es. Está feliz
porque su hijo ha venido a verla y nada ni nadie pueden quitarla esa ilusión.
Este es el trato, yo os ayudo en lo que sea
que buscáis y Olga no sufre. ¿Queda claro? Y tu Aleksander no trates de poner
cara de decir eso de jamás se me habría ocurrido, porque tú eres capaz de eso y
de mucho más así que quita el gesto de indignación que no cuela…y deja de mover
el culo en la silla que me acabarás poniendo nervioso. No te aplicaré el tercer
grado pero empezar a contarme todo de pe a pa y dejar de esperar a la camarera,
simplemente tarda porque no la cogen el teléfono en el FSB, les llama cada vez
que yo vengo y, supongo que no escucha porque no les hace falta que esto debe
de estar de micrófonos hasta arriba pero como hay nada que ocultar y tú, Aleksander, eres uno de ellos pues nada
que temer, digo yo, o si…tú dirás…
- Nada que ocultar,
dijo, en realidad es casi oficial lo que nos ha traído aquí así que nada
llamará la atención, más bien me felicitarán por hacer mi trabajo a conciencia.
- Eso no se lo cree
nadie, eres un autosuficiente, y empezar mintiéndome no es buen camino. Tú
verás, le dije, pero puedo ayudar o puedo echar a pique lo que os traigáis
entre manos. Elige.
Vladimir inició un
amago de protesta, sabía que no me engañarían, o al menos no lo suficiente, por
lo que advirtió a Volkov de que me hiciera caso o esto, lo que fuera, no
funcionaría.
Al fin llegó la
camarera que displicentemente, como acostumbraba, dejó los servicios, más bien
los tiró, sobre la mesa que entre aquellos tres nada había que rascar, bueno de
uno quizás sí pero hablaba demasiado y muy serio…ya habrá otras ocasiones…debió
pensar. De todas las maneras a uno ya le conocía y los otros dos tenían pinta
de cualquier cosa menos de turistas con pasta.
Me recosté en la
butaca y puse aire de pasar de todo, como aquel que decía lo del anuncio de
Kodak…Revele aquí su rollo…
- Se trata de la
Cámara de Ámbar, comenzó Aleksander.
-Pero ¿eso no es una leyenda?
interrumpí.
- No, no lo es,
continuó. Esa cámara existió y está en algún lugar. Te contaré todo lo que se
sobre ella.
- Pues adelante, dije
intrigado.
- Esto que le voy a
decir no forma parte de los arcanos de la Historia de Rusia y la URSS, más bien
lo que constituye un misterio es la desaparición de la Cámara de Ámbar…
A principios del Siglo
XVIII los orfebres alemanes decoraron una gran sala para el Palacio Imperial de
Berlín compuesta de ámbar y oro que recubrían las paredes en paneles ricamente
decorados, incluidos algunos muebles del mismo material adosado a los muros. No
se sabe ni cuánto tiempo ni cuantos kilos de resina fósil emplearon pues el
resultado debía de ser de tal pureza, sin burbujas ni insectos atrapados, que
se valora en muchas toneladas el material empleado. El resultado debió de ser
espectacular al extremo de que Pedro I en uno de sus viajes quedó fascinado por
la obra y así lo manifestó de tal forma
que algún tiempo después Federico I de Prusia se la regaló como una muestra de
amistad entre los dos países y al objeto de reforzar sus relaciones de todo
tipo.
No era fácil encontrar
acomodo a tal maravilla y solo en tiempos de la Zarina Isabel, se instaló en el
palacio de Catalina en Tsarskoye Selo y allí permaneció hasta que los alemanes
en la Gran Guerra Patria se acercaron a Leningrado a la que sitiaron durante
novecientos días, tiempo que aprovecharon para apoderarse de todos los bienes
que pudieron, cuadros, joyas, esculturas…y la cámara.
En realidad los
soviéticos habían protegido y escondido todo lo que pudieron pero esta joya no
pudieron al no tener personal cualificado para desmontarla lo que hizo muy fácil
a los fascistas apoderarse de ella y, ellos, si tenían gente que pudiera desmontarla
y si fueron tan cuidadosos como el caso merecía. Parece ser que la encontraron
y desmontaron en Septiembre de 1941.
Antes de que las cosas
se pusieran más feas de lo que ya estaban, los alemanes cargaron un montón de
vagones de tren con lo expoliado y le dirigieron hacia Konigsberg, la actual
Kaliningrado, en donde fue visto por última vez a finales de ese mismo año.
Parece ser que estuvo
allí junto con otras obras de arte hasta que la RAF empezó a bombardear aquel
territorio en el año 1944 pero cuando nuestras tropas ocuparon la zona ya en el
verano de 1945 el tren ya no estaba allí.
A partir de aquí las
teorías se disparan, que se llevó a Polonia, que se destruyó en los bombardeos,
que bandas de ambos bandos lo fueron robando sin saber el valor real de su
botín…pero ¿Cuánto? ¿Tres cajas? ¿Un vagón? ¿Cómo puede desaparecer un tren de
cuarenta o cincuenta unidades y al menos dos locomotoras? ¿A dónde fue a parar?
Y esto es todo lo que
se sabe de una manera resumida y hasta el día de hoy, al menos oficialmente.
- Pero algo más habrá
cuando vosotros estáis husmeando en ello y a sabiendas de que esto os queda demasiado
grande salvo que no estéis solos…
- Tenemos una teoría
basada en un testigo más bien un viejo loco que cuenta historias que nadie cree
y que vive en Sukhaya al otro lado del lago, en las páginas de un viejo diario
y en la Intuición.
-Sí, claro, la
intuición, la Sudba, y Yaga Babá…
- No, es una teoría
sólida o al menos creíble. El FSB y antes el KGB nunca dejaron de investigar de
una manera discreta para no ofender a Alemania. Se consideraba este tesoro algo
así como cuando una pareja de novios discuten y se separan, deben de devolverse
los regalos por mucho que cueste…y este podría ser el caso. Pero la URSS nunca
quiso devolverla alegando aquello de Santa Rita, lo que se da no se quita…
Los resultados fueron
nulos, sin testigos, eliminados seguramente, o muertos que la esperanza de vida
aquí es pequeñita, sin nada por dónde empezar solo la idea de que estaba en
Kaliningrado porque alguien vio algún rótulo a través de una rendija de un
vagón que, en alemán, podía significar cualquier cosa pero alguien creyó leer la palabra amber y ahí se
desataron las elucubraciones.
Nosotros también
elucubramos pero hemos recogido documentación suficiente para creer que el tren
no avanzó, era imposible en aquel infierno de fuego que se desató en Konigsberg
y menos sin que nadie lo viera. Creemos que el tren retrocedió pero no
entendemos por qué ni por qué tan lejos como creemos.
Todo lo que se trasladó
al Este, fabricas, arte, personas… pasó los Urales y allí se quedó y solo
podemos pensar que alguien no entendió las ordenes u obró de mala fe con la
maligna intención de hacerse con el tesoro al acabar la guerra y si sobrevivía
en ella, por lo que tenemos que creer que era alguien con cierto poder, alguien
que pudo dar la orden y que no estaba implicado en los combates. Lógicamente
debería haber redactado algún documento, carta, plano…pero no lo hemos
encontrado, tan solo un viejo diario, más bien tres hojas, de alguien que suponemos trabajaba en los
ferrocarriles, diario que aún no te podemos enseñar porque no lo tenemos.
Para nosotros es
prioritario hablar con un tal Ruslán Mamedov, de origen checheno, el hombre que
vive en la parte Este del Baikal, al
lado del antiguo desembarcadero, al que todo el mundo tacha de loco ¿Has oído
ese dicho de ” Salud siberiana y longevidad caucásica”? El hombre debe de andar
por los noventa años lo que no ayuda a su credibilidad pero resulta que nuestra
gente habla de un relato coherente que queremos escuchar en vivo.
Es una pena que Oleg no
conozca esa parte del litoral y no sé cómo nos las arreglaremos para ir hasta
allí sin que parezca lo que es, concluyó.
Había estado hablando
más de media hora y todavía no había rumiado yo todo el contenido de la charla,
charla que me parecía inconexa, poco creíble aun en Rusia y con demasiadas
lagunas para hilarla hasta hacer de ella una aventura realizable aun a
sabiendas de que no me había dicho todo, probablemente intencionadamente, y no
me lo diría hasta saber si podía confiar en mi ayuda o hasta que creyera
llegado el momento por las causas que fueran.
La historia del ámbar
la conocía superficialmente aunque tampoco se sabía mucho más en general, pero
hasta el extremo de que hubieran desaparecido varias toneladas de aquella resina
y de metales preciosos montados en un tren no solo no lo sabía sino que no
entraba en mi cabeza, tenía que haber algo más.
Había alguna pregunta
que necesitaba hacer y esperé en silencio hasta que la camarera me trajo el
segundo café, cuestión de diez minutos, tiempo sobrado para desconcertar a
aquel Rasputín de pacotilla, y todavía me tomé otro respiro revolviendo el
azúcar negro mientras mis dos interlocutores me miraban atónitos y creí que de
un momento a otro saltarían preguntándome sobre aquello pero no lo hicieron…a
lo mejor me devolvían la jugarreta y me pagaban con la misma moneda como ese
juego de niños que el primero que habla pierde. Intentaré, pensé, no darle importancia a lo contado, como si
fuera otro juego así que de repente, cuando ya los tenía desquiciados y
riéndome, me tomé un sorbo del brebaje que allí llamaban café, y dije:
- Si fuera escritor
estaría delante de una bonita historia de la que tú me has hecho un breve
resumen, una hipótesis interesante pero sobre la que habría que investigar,
indagar, inventar…una salida lógica.
Se me ocurren un
montón de preguntas pero estoy seguro que lo que tenga que saber o lo averiguo
yo o me lo iréis dando en pequeñas dosis como el jarabe para la tos.
En realidad no me
interesa mucho el tema, si el FSB no ha podido encontrar el tren, suponiendo
que exista, mal lo voy a hacer yo por más que me esfuerce. Soy tirando a
estoico y de la escuela de Santo Tomás…si no lo veo, no lo creo…
Hay una cuestión
principal que me martillea la cabeza desde que os escucho ¿Por qué me
necesitáis? ¿Qué puedo aportaros yo? ¿Cómo me vais a involucrar en esto y que
saco yo de ello?
Supongo que Aleksander
Volkov esperaba la pregunta porque reaccionó inmediatamente y dijo:
- Es fácil. Una vez en
Oviedo le dije que sabíamos de usted más que nadie, es bueno en su trabajo,
tiene carisma y suerte, suerte porque la busca sin duda y porque como piensa en
eslavo, cree en la Sudba, en el Destino, aunque lo niegue, porque es el Destino
el que le ha guiado hasta aquí.
Por otra parte y por
más que se esfuerce Olga, aquí se aburre, este no es su sitio, usted es de
asfalto, de ciudad, y confunde Rusia con Moscú y San Petersburgo. Necesita
moverse, necesita mantener los cinco sentidos alerta porque si no lo hace
languidece y eso es peligroso a su edad para la salud mental y esa será su
recompensa porque el dinero para usted no es un estímulo y no porque no lo
necesite, que tampoco, sino porque nunca ha tenido importancia para usted que
aún recuerdo su negativa a vender el manuscrito de mi abuelo
Se acerca el invierno
y tengo que volver a mis obligaciones antes, aquí no puedo estar largo tiempo y
usted tiene el tiempo, las ganas y la adaptación al medio y amigos que le
respetan y le ayudaran. El tedio invernal no le afectará así
Usted se encargaría de
averiguar todo lo posible sobre este asunto por si es cierto que aquel tren
retrocedió hasta Sukhaya, Vladimir se acercará a Kaliningrado y Bielorrusia y
yo coordinaría desde Moscú y ayudaría a buscar documentación que interese sobre
lo que descubran.
Otra cosa sería
averiguar cómo retrocedió hasta aquí. La idea de raíles de tren sobre el hielo
no es nueva porque en la guerra ruso-japonesa se construyó una vía de treinta y
ocho kilómetros aunque solo se utilizó para transportar municiones y
artillería, las tropas cruzaron el lago sobre trineos o a caballo. Se supone
que las vibraciones de las locomotoras podrían resquebrajar el hielo abriendo
grietas que se tragarían los vagones. Posteriormente lo que se hizo con el
transiberiano fue embarcarle y se descartó el trazado ferroviario porque solo
sería útil cuando el espesor del hielo fuera de dos metros o más, y solo
durante tres o cuatro meses al año, y aun así sería peligroso.
Quizás el tren que
buscamos no sea tal sino algún vagón que fuera remolcado sobre el hielo o
embarcado en algún buque de tonelaje medio poco habituales por estas latitudes…
Existe la posibilidad
de que se oponga a este pequeño trabajo y por eso no espero una respuesta ahora
porque estoy seguro de que sería negativa pero cuando duerma al lado de mi
madre, lo piense y lo analice la contestación será otra y si no es así es que
no le conozco de nada…ya sabe lo que nos dijeron de usted…inteligente,
impulsivo, con suerte y algo bocazas y esto último es lo que no le dio
precisamente buena fama entre sus jefes pero si entre sus compañeros que le
consideran una leyenda, acabó.
Me tomé mi tiempo para
contestar, el niñato había salido además pelotillero pero estaba seguro de que
sabía de mi hasta de qué lado dormía y que no mentía en cuanto que cuando se
reunió conmigo en Asturias se había informado, le habían informado, a
conciencia. Lo de ser una leyenda me hacía gracia y la tal se habría engordado
hasta límites de película con mi “desaparición” de la escena y mi exilio dorado
en el quinto pino que era la parte del mundo en la que vivía.
De repente me encontré
diciendo que aceptaba pero el día estaba de sobresaltos o bromas, o las dos
cosas porque Volkov sacó dos billetes de diez dólares y se los extendió
resignado a Vladimir quien riéndose a carcajadas dijo:
- No es tan listo como
se cree, apostó conmigo que dirías que no a la primera pero es que no te conoce
de nada…
- Vladimir eres un
viejo zorro, dije, pero me hace gracia que me conozcas tan bien. Me voy a casa,
vosotros os emborrachareis como cosacos y yo pensaré como decirla a Olga todo
esto. Si todo va bien iremos a ver al tal Ruslán mañana o pasado, dependerá de cómo me levante así
que si de verdad tenéis prisa procurar que duerma bien y no me deis más la lata
por hoy. Y del viaje en barco con Oleg …iros olvidando…si hay que hacerlo seré
yo el que diga cuando.
Aún tengo otra
curiosidad… ¿Cuánto vale ese ámbar?
- No es solo una
cuestión de dinero, respondió Aleksander, sino de prestigio nacional, de
recuperar lo que es nuestro, de no dejar impune un expolio tan grande… ¿Valor?
En Kaliningrado se
extrae tanto que se dice que Polonia obtiene más beneficio robándolo a los
vecinos que extrayéndolo legalmente en su propio territorio. Por otra parte la
limpieza del material empleado así como el trabajo artesanal realizado le da un
valor añadido que es incalculable. Yo creo que en este caso es una cuestión de
honor y que con su valor real no se puede ni especular, algo así como esos
coleccionistas que creen que valen mucho sus piezas recopiladas con muchos años
de esfuerzo de todo tipo pero que, sin embargo, solo valen lo que le quieran
dar en el mercado por ellas.
- Supongo que en lo
del prestigio entra el tuyo profesional y ya te ves ascendiendo como loco a la
cima…, dije, pero te voy a decir algo que aún no has aprendido…el prestigio, la
fama no solo son efímeros por gratos que sean sino que además no dan de comer…
Me miró con esa mirada
que refleja la prepotencia de la juventud, aquello de “Que sabrá este carroza”
pero preferí no contestarle, no merecía la pena dar explicaciones profundas a
esta generación de tuercebotas que más que relevarnos a los veteranos, nos
empujaban en una lucha por deshacerse de nosotros que no era tal porque
nosotros no nos defendíamos que ya estábamos cansados de enseñar sin frutos a
toda aquella patulea igual en todos os países. A veces pensaba en qué habríamos
hecho tan mal para que nuestros herederos no tuvieran ni idea del esfuerzo, el
honor, la satisfacción del deber cumplido o simplemente de disfrutar sin prisas
de lo que teníamos sin soñar en lo que tenían otros……que corra el escalafón…
Ya en la acera nos
estrechamos la mano aunque con cierta desgana y nos despedimos casi a la
francesa…sin decir nada…y caminé pensativo y subiéndome el cuello del abrigo.
Yo diría que, sin ninguna causa aparente, me había hecho viejo de repente.
Me dio por silbar
“Lilí Marlen” que es una canción de perdedores…e imaginaba como alguien pensó que
levantaría la moral de las tropas…Marlen Dietrich podría ser que lo hiciera
pero la Marlen de la canción…no…Es como el “Yo te diré” de “Los últimos de
Filipinas” pero en versión menos heroica y más teutona…
Y las letras de las
dos son infumables…Nos creamos mitos, o
nos crean, rarísimos…la paloma de la Paz, un animal que todo lo ensucia, lo
atasca y lo destruye al extremo de conocérsela como la rata del aire… o el
despertar que dice la versión española… ¿Se puede elegir un momento del día
peor? Ojeras, resaca, tos, ganas de ir al baño…ya solo quedamos tres o cuatro poetas…hasta,
yo mismo, casi me consideraba el anteúltimo romántico…
CAPITULO VII.
“…Que buenos son que nos llevan de excursión”.
Solo en esta parte del mundo el cielo es tan azul y
las estrellas forman una alfombra maravillosa casi, casi, como la de Aladino.
Hace algún tiempo vi un espectáculo similar al pasar el cometa Halley sobre
Briansk y nunca lo olvidaré. A la vista de aquella maravilla la relacioné con aquella
otra por lo que, a pesar de la Marlen,
llegué a casa contento.
Había conseguido aplazar el viaje en barco que el agua
me gusta más bien poco, me había enterado, más o menos, de lo que se traían
entre manos aquella extraña pareja y ya me veía en plena actividad con las
neuronas revolucionadas. Cada día me recordaban más a aquella película de Forqué de “Maribel y la
extraña familia”…
Al llegar a casa dormitaba Olga, pensaría que llegaría
tarde, confiaba en mí pero se perdió el espectáculo aunque supongo que lo
habría visto mil veces.
Me urgía más ver al checheno centenario que ir a hacer
fotos en barco pero aún no lo haría, necesitaba pensar y sobre todo cabrear a
Volkov haciéndole esperar y perder tiempo así que dormiría como un Niño Jesús y
pensaría en cómo llegar a Sukhaya hasta
donde había, más o menos, ciento cuarenta kilómetros por una carretera infernal
lo que nos llevaría, probablemente, unas tres horas. Bien, me dije, mañana será
otro día…que convertiré en sabático.
Y llegó mañana…no es cierto que con la edad se coma y
se duerma menos…como como un león y duermo como un lirón, bonito pareado, y de
no ser por el olor a pan frito y café me hubieran dado las mil del día
siguiente pero ¿Quién se resiste a los desayunos de Olga? Después vendrían los
huevos con embutido que había que desayunar fuerte porque luego cortaría leña
para el próximo invierno por si las cosas se ponían enrevesadas y luego no
podía hacerlo. Para el siguiente año ya había echado el ojo al hijo de un vecino
que vivía a unas dos verstas para que se encargara, previo pago, de cortar en
rodajas los troncos porque a mí no se me daba bien…al contrario que lo de comer
y dormir y además me gustaba tener el defecto de la vagancia…un maravilloso
defecto que ni siquiera entra en la lista de los pecados de ninguna religión lo
que le hace más atractivo aun…
Más tarde me
acercaría a ver a la extraña pareja para preparar el viaje pasado mañana a
Sukhaya…sabiendo que a Volkov le pondría de los nervios el nuevo aplazamiento…la
vida es dura amigo Aleksander y seguro que Vladimir se reiría por lo bajini…
Después de comer y dar una cabezada comencé a andar
camino de Irkustk al encuentro de los dos ganapanes…estaba cansado porque
cortar troncos en rodajas no es muy placentero y además mi trabajo era
intelectual, los librepensadores sudamos poco y menos a mi edad y , creo, que
hacemos falta a la Humanidad ¿Qué sería de ella sin nosotros?
Volvió a tomar cuerpo en mi mente, mientras
andaba, la idea de comprar un vehículo
que muchas veces consideré necesario, no sabía si coche, moto con sidecar,
bici, caballos o huskys para trineo…en realidad como un día tuviera una
emergencia lo pasaría mal…siempre lo dejé para otro día por la dichosa pereza,
por no significarme mucho y porque no estaba seguro de que le gustara a Olga.
Ahora el problema surgía de nuevo por si tenía que moverme por aquellas costas
solo, porque no conocía a nadie que me pudiera llevar y mucho menos de la confianza necesaria
para que se enterara de lo que nos traíamos entre manos.
También el factor seguridad era importante a la hora
de pensar en un vehículo e incluso en la necesidad de irnos a vivir a la
ciudad, idea que iba tomaba cuerpo en mí.. Allí todo el mundo nos conocía y
sabía que vivíamos solos y, de momento, el miedo como segunda naturaleza propia
de los rusos, nos mantenía a salvo, que Beria aún era mucho Beria, pero corrían
malos tiempos y los robos proliferaban a veces con fatales consecuencias y, en
todo caso, el susto era peor que lo poco o nada que nos pudieran robar.
El caso era que Olga no quería cambiar de casa en un
reflejo romántico muy propio de ella y aun asumiendo que yo prefería el asfalto
se mostraba reticente a cualquier cambio algo muy frecuente en los rusos que
creen que nada puede cambiar.
Y en estos pensamientos estaba cuando entré por la
puerta de la cafetería del hotel en donde, sentados en la barra, me esperaban
Vladimir sonriente y Aleksander con la cara de cabreo que se correspondía con
su estado de ánimo. Les saludé con una alegría fingida para cabrearle más y le
hice un guiño de complicidad a Vladimir al que casi se le escapa una carcajada.
No me entretuve mucho, lo justo, y quedamos para el
día siguiente a las nueve para que pasaran a recogerme por casa.
La noche pasó rápida y a las nueve en punto me
despedía de Olga con un beso y me subía al tanque de Vladimir, muy discreto,
por la otra punta, para moverse con prudencia. Desayuné muy ligero porque el
viaje se me apetecía movidito con aquel piloto, ya tenía ciertas experiencias,
y no tenía ganas de marearme, al menos no demasiado. A las ruedas no quise ni
mirar porque estaba seguro de que no me gustaría su estado. Creo que eran
todavía las que llevaba cuando nos conocimos…
Estaba en lo cierto, viajar por aquel camino de cabras
con Vladimir al volante era poco emocionante, muy arriesgado y altamente
peligroso, tanto que podría considerarse deporte de riesgo solo que aún no era
disciplina olímpica…la adrenalina se ponía a tope solo que no había que
discurrir para salir de ella ni te daba tiempo siquiera a otra cosa que no
fuera agarrarse a las cuerdas que llevaba el coche en donde debería de haber
unos asideros. A Vladimir como a Rusia, no hacía falta entenderles, solo se
necesitaba asumirles…
A los pocos kilómetros ya tenía el estómago a la
altura del maletero cuando Aleksander me alargó unos folios para que los echara
un vistazo…!!! Para eso estaba yo¡¡¡. Ante su insistencia los miré. Eran unas
fotocopias de unos diez folios garrapateados y con la letra muy aumentada que
me hicieron pensar que en tamaño normal no serían más de siete u ocho
cuartillas, con muchos saltos, marcas de dobleces y el lápiz tan pasado que
hacían la lectura ilegible. Creí recordar que Aleksander me habló de tres hojas
aunque supuse sería una forma de explicarse como cualquier otra. Los volví a
doblar y los guardé en un bolsillo prometiéndole leerlos en casa despacio. Hizo
un gesto raro pero calló y nunca supo que las utilicé para secarme el sudor de
la frente.
Llegamos a nuestro destino sobre las doce como había
calculado y sentí un alivio general solo empañado porque había que regresar por
el mismo camino y nos dispusimos a encontrar al tal Ruslán, algo que no sería
difícil porque aquello tenía bastante
menos de un centenar de casas de madera adornadas con las maravillosas ventanas
polícromas y más bien era una aldea que otra cosa.
Tampoco tuvimos que indagar mucho, no debían de tener
muchas visitas porque al ruido del coche se abrió la ventana de la primera casa
y una señora de avanzada edad nos daba la bienvenida a la vez que nos
preguntaba que nos había llevado hasta allí e inmediatamente se ofreció a
acompañarnos supongo que más guiada por el chismorreo, en un lugar en el que
nunca pasaba nada, que por su afán de ayudarnos.
En cuanto pisó la calle se encargó de airear a la
vecindad que aquellos forasteros buscaban a Ruslán, vecindad que se unió al
cortejo signo inequívoco de que allí pasaban pocas cosas como había pensado y
de que nuestra visita daría tema de conversación durante mucho tiempo. Nuestro
cortejo debió de alcanzar unas veinte personas y hasta casi sentí que éramos
importantes. Claro que si llegan a saber que yo era español se hubieran unido
todos, algunos lo hacían desde las ventanas, e incluso habrían avisado a los
pueblos cercanos. Era una especie de “Bienvenido Mr. Marshall” de Berlanga en
versión estepa…
A unos doscientos metros se hallaba la casa quizás más
grande de la aldea lo que me hizo pensar que la persona que buscábamos no vivía
sola, lo cual podría dificultar las cosas que, es sabido, que entre dos o más
no se puede guardar un secreto.
Nos abrió, absolutamente sorprendido por las llamadas
a voces de sus vecinos, un hombre alto, arrugado de cara y el pelo negro
azabache, de una edad indefinida entre los cincuenta y los cien años
aproximadamente que no entendía nada de lo que pasaba al ver a sus amigos
acompañados de tres extraños.
Hechas las aclaraciones pertinentes le costó a aquel
hombre deprenderse de aquella gente que no se conformaba con saber casi nada y,
aunque con esfuerzo, conseguimos quedarnos solos al cabo de un cuarto de hora.
- Me llamo Ruslán, dijo el hombre, algo que intuyo que
ya saben y no puedo imaginar el motivo de su visita, más aun cuando mis vecinos
piensan que estoy loco, igual que algunos del KGB que vinieron antes que ustedes. Siento que no
hayan avisado para recibirlos con la hospitalidad necesaria pero no imagino
cómo podrían hacerlo ni que podría haber hecho yo. Supongo que traerán algo
para brindar lo cual ya será suficiente.
Esta es mi casa, continuó, algo grande pero necesito
todo el espacio del que dispongo para mis cosas, principalmente mi biblioteca
que me acompaña en mis largos días y me da respuesta a muchas cosas de las que
hoy pasan. En la Historia están las claves de hacia dónde camina la Humanidad
aunque a veces parezca que en vez de avanzar retroceda pero es que somos tan
torpes que repetimos cíclicamente todos los errores, cada cosa que pasa es como
una especie de “ya lo había visto antes”…. Les diré algo de mí antes de conocer
los motivos de su visita.
Mientras hablaba observé la vivienda que, como casi
todas, solo constaba de una pieza, pero estaba limpia y ordenada, no tenía
icono, todo en madera y en una esquina al lado de una ventana tenía estanterías
llenas de libros manoseados y con la pátina del tiempo en sus lomos. Eran
libros, como él había dicho, en su mayoría de Historia.
- Soy checheno. Ustedes no pueden entendernos, dijo
Ruslán. Los rusos dicen que el Cáucaso es ruso pero que nosotros no somos rusos
y por tanto nunca nos han tratado como tales sino como súbditos. En cierto modo
tienen razón, no somos eslavos, evidentemente, y nuestro origen, mezclándose
razas de todo tipo, podría considerarse más árabe que otra cosa. Descendemos de
Noé y es sabido que su Arca, tras el Diluvio Universal, se posó en el monte
Ararat y por tanto fuimos la primera civilización sobre la tierra. No somos
esclavos, somos hijos de reyes y merecemos ser tratados como tales.
Cuando la invasión alemana nos dieron la
independencia, incluso Calmucia fue independiente, y nos alistamos en sus filas
sin pensar en más allá salvo que nos daban lo que queríamos. Yo aún no tenía
barba y estudiaba Historia en la Universidad de Grozny, paseaba con las chicas
por la orilla del rio Terek y soñaba con un mundo mejor así que también me
alisté.
Lo demás ya lo saben, los alemanes perdieron y
nuestros pueblos fueron utilizados como carne de cañón contra las fuerzas
alemanas en retirada. Nos pusieron en primera línea sin armamento, si
avanzábamos nos mataban los alemanes, si retrocedíamos lo hacían los
soviéticos…los que más suerte tuvieron fueron deportados al Este en donde su
destino no fue mejor…un día eché a correr, deserté, y no paré en mucho tiempo,
siempre huyendo como un animal herido y tras muchas vicisitudes llegué a este
sitio que me pareció mágico y lo suficientemente alejado como para que no me
encontraran jamás.
No soy tan viejo como la gente de aquí cree, no llego
a los noventa años pero mi vida ha sido
muy dura y a mí me da igual lo que piensen, incluso creen que estoy loco porque
oigo por la noche gritos humanos de la gente que se tragó el hielo entre sus
grietas…
Aquí encontré una buena mujer que me dio eso que
algunos llaman Amor, calentando mi cuerpo por las noches y mi alma por el día
pero murió muy joven y no me dio hijos por lo que me he convertido en un lobo
solitario, aunque vivo tranquilo esperando no sufrir demasiado y sin querer
recordar. El sueño de abrazar a lo que quede de mi familia y morir en mis
montañas ya hace mucho que lo he abandonado.
No sé lo que buscan, tampoco me importa mucho, pero si
sé que no puedo contarles nada porque nada sé salvo mi vida, mi dura vida, que
no creo sea lo que buscan.
Quizás usted, dijo dirigiéndose a mí, que es ajeno a
este mundo, pueda intuir lo que les cuento como una tragedia personal pero es
la de millones de personas que tuvieron la desgracia de nacer en el Cáucaso y
vivir en tiempos difíciles. Nacer en el lugar equivocado y en el tiempo
equivocado.
Es posible que usted también esté loco o que, como yo,
huya de algo, dijo dirigiéndose a mí, porque no tiene otra explicación que un
español esté aquí. Yo llegué aquí en Febrero de 1946, creo, y no he salido
nunca de estas costas y solo me acompaña una radio que funciona cuando quiere
pero usted parece tenerlo todo, es joven, de un país que tiene Sol todo el año,
playas de finas arenas y Paz así que sólo puedo pensar que está en el culo del
Mundo por Amor.
En cualquier caso les estoy agradecido porque hoy no
voy a estar solo, voy a beber samagón con ustedes, he revivido mis peores y
mejores días y me han llenado la despensa que ya las fuerzas me fallan para
salir a cazar y al lago le tengo miedo porque se ha llevado muchas vidas,
concluyó.
Deberíamos contarle, pensé, nuestro interés por el
tren aun a costa de pasar por locos como él, pero preferí que Volkov tomara la iniciativa mientras
pensaba en mi amigo del alma Vladimir cuya cara se había transfigurado en un
rictus de tristeza. Él también era descendiente de Noé, o eso creía yo
entonces, y conocía la tragedia de aquellos pueblos y sé que, en cierto modo,
sentía que había traicionado a sus gentes al pasarse con armas y bagajes al
mundo eslavo.
Cosas de la vida, de esta puñetera vida, en un siglo
en el que nos habíamos dedicado a destruirnos más que a construir un futuro
justo. Nos hemos empeñado desde tiempos
remotos en que aquello del valle de lágrimas fuera realidad y a Fe que lo hemos
conseguido y es que la estupidez humana no tiene límites.
Me limité a decirle, medio en broma, que éramos
vecinos, que vivía en Irkutsk y esperar a que alguien más hablase.
- Cuando llegue la primavera, dijo Volkov, le llevaré
a Chechenia. Si usted quiere se quedará en su tierra y si no es así le volveré
a traer. No tiene que preocuparse de nada, yo lo pagaré todo y supongo que
preguntarle si alguna vez se ha subido a un avión es una tontería pero no se
alarme, si no se atreve iremos en tren. Y esto nada tiene que ver con el
resultado de nuestras gestiones y si usted puede ayudarnos o no.
Me sorprendió la rápida respuesta de Aleksander porque
creí que hablaba sinceramente quizás porque la vena colonial, el sentimiento de
culpa, y a la vez de protección, ruso, sobre aquellos territorios conquistados,
o simplemente porque la naturaleza humana no responde a patrones establecidos,
le hacían parecer honesto. Nadie sabe nada de nadie, ni siquiera uno mismo.
También pensaba que me había equivocado, que Ruslán vivía solo y que era un
hombre singular.
- Me deja asombrado, respondió Ruslán, usted no me
conoce de nada y a pesar de ello y de que no sabe si le puedo ayudar, me ofrece
mi sueño, morir en mi tierra mirando hacia el monte Elbrus y rodeado de mi
familia y ¿sabe? veo en su mirada que es sincero. Tiene razón, nunca he volado
pero si usted hace el esfuerzo de llevarme a casa yo haré el esfuerzo de ir en
avión y estoy seguro de que tendré más curiosidad que miedo. Ahora mis noches
serán más largas esperándole por primavera. No sé quién pero alguien se lo
pagará con creces, quizás ese Dios en el que de una u otra forma todos creemos
aunque no sea más que cuando estamos en peligro.
- Lo dicho, dicho está y si acepta lo doy por hecho,
dijo Aleksander.
Queremos saber que se dice o que sabe de un tesoro que
robaron los fascistas en la Gran Guerra Patria y, creemos, recuperado por el
Ejército Rojo en Kalinigrado y que suponemos fue traído hasta aquí, hasta el
lago a mediados o finales del 1945 aproximadamente. Tenemos razones para pensar
que llegó aquí en tren pero no sabemos qué pasó después, si lo descargaron, lo
hundieron o siguió más adelante.
- Quizás haya oído hablar de la Cámara de Ámbar,
supongo que sí, y entera o parte de ella pudo ser traída hasta aquí, dijo
Vladimir que quizás al suponer que era caucásico pensó sería más fácil para él
terciar en la conversación.
- Yo también he oído la historia del ámbar y del
tesoro pero no puedo decirles nada, dijo el hombre, Tampoco pude decir nada a
otros que vinieron antes y que decían ser eso que llaman caza tesoros aunque
supongo que eran del NKVD o como se llame ahora, creo que FSB... No les creí,
claro, como tampoco creeré ahora lo que me digan ustedes y casi prefiero que no
me lo digan porque me da igual.
Si es cierto todo esto sobre el tesoro, yo no estaría
aquí todavía pero alguien que pudo estar me contó algo inconexo, quizás verdad,
pero aquel hombre, aquel vecino, vivió algo que le hizo desvariar y aunque se
dice que los niños y los locos siempre dicen la verdad, no puedo concluir en
nada concreto porque hablaba de una gran tragedia, de disparos en la noche, de
cadáveres que, por la noche, se tragaba entre alaridos el hielo mientras
gemían…más bien creo que los crujidos del hielo le hacían soñar esas cosas y es
sabido que la noche agrava y agranda los
ruidos. Nunca me dijo otra cosa, no al menos que recuerde y que les pueda
servir. Lo lamento pero estoy seguro que saben ustedes más que yo.
En lo único que les puedo servir quizás sea que tengo
una carta marina de la época por si decidieran buscar en los fondos del lago
con esos aparatos modernos que todo lo ven. Se la ofrezco pero es posible que
los residuos arrastrados por los afluentes hayan modificado el fondo sustancialmente,
e incluso les ofrezco una barca muy modesta pero con motor que tendrían que
tripular ustedes porque ya no salgo en ella. Es todo lo que puedo hacer y todo
lo que se.
Si recordara algo útil me las arreglaría para
hacérselo saber a través de una persona que viene cada quince o veinte días con
alimentos, baterías para aparatos eléctricos pequeños, ropa china y cosas así
pero aunque aún conservo buena memoria dudo que algo me viniera a la cabeza de
repente. También preguntaré a mis vecinos aunque quedan sólo tres o cuatro que
hayan podido vivir en las fechas que me dicen, los jóvenes estaban en la guerra
y los niños bastante tenían con comer, dormir e ir a casa del vecino que hacía
de maestro, acabó Ruslán.
Se hizo un espeso silencio como si nadie hubiera
asimilado lo dicho, no se lo creyeran o estuvieran, estuviéramos,
decepcionados, o las tres cosas o simplemente evaluando lo que aquel hombre les
contaba. El menos sorprendido era yo porque nada esperaba…simplemente me
mantenía la curiosidad de hacia dónde derivaría aquello, suponiendo que
derivara, que era mucho suponer…tampoco entendía muy bien que en un país como
aquel alguien casi privadamente se metiera en aquel fangal porque dinero, lo
que se dice dinero, no sacaría ni un rublo porque de encontrarse pasaría
inmediatamente a propiedad estatal como correspondía, pero problemas, lo que se
dice problemas, los tendría de todos los colores del Arco Iris.
- Bien, habló Aleksander. Lo hemos intentado y ahora
brindemos por la amistad, por que pronto nos veamos otra vez y por ese viaje
que haremos en primavera. También tengo curiosidad por conocer el Cáucaso así
que, pienso, que será un inolvidable viaje.
Bebimos, comimos, cantamos y por momentos creo que
olvidamos aquella extraña historia de tesoros y ámbar e incluso me di un pequeño paseo mirando aquel
maravilloso paisaje y llenando de curiosidad a los vecinos que, sin ninguna
timidez, me preguntaban de donde era y cómo había llegado hasta tan lejos.
Me los quité de encima con una sonrisa y cuatro
palabras en mal ruso para decir que no les entendía y que era español lo cual
les asombraba aún más y es que de siempre, en Rusia, lo español era muy
admirado y querido a pesar de que durante muchos años estuvimos separados no
sólo por la distancia sino por la Política y de que, oficialmente, nuestras
relaciones diplomáticas llegaron muy tarde con la apertura del Consulado ruso
en Cádiz allá por mediados del siglo XVIII, relaciones que se interrumpieron
con el tsunami que arrasó la costa entre la Tacita de Plata, Cádiz, y Lisboa a
los pocos años.
Con desgana iban volviendo a las casas y cerrando las
ventanas, con tanta como me volví yo al encuentro de mis amigos sobre todo por
lo bien que me encontraba en aquellos parajes pero preocupado a la vez porque
se hacía tarde para volver por aquellos derroteros a oscuras. Silbaba siguiendo
una costumbre que tenía desde niño y en esta ocasión la pieza elegida era la
Sonata para cuerda de Tchaycovsky y, me
parecía que los pajarillos hacían un coro con su trinos que no lo hubiera
mejorado ninguna gran orquesta.
Ya anochecía cuando emprendimos el camino de regreso y
el manto de la noche se extendía sobre el sagrado Baikal convirtiéndole en una
gran mancha de color azul oscuro.
Sabía por experiencia que Vladimir era más seguro
conduciendo cuando había trasegado algún litro de alcohol, fuera cual fuera su
graduación. Aun así me agarré a las falsas asas de cuerda del Lada amarillo y
cerré los ojos lo que pude…
Llevaban una sonrisa de oreja a oreja así que deduje
que habían visto algo favorable a sus intereses solo que, aunque no me lo
dijeran, me daba igual porque yo también lo había visto…
Al salir de la cabaña de aquel hombre, me fijé en un
cobertizo de madera en el que se adivinaban aperos de labranza y material para
la pesca solo que en una de las paredes había un panel en el que todavía se podían leer claramente
caracteres cirílicos y el inequívoco emblema de los ferrocarriles soviéticos
con el numeral IS-20-019 y una especie de puerta de madera estaba formada por
tablillas rotuladas en alemán aunque ilegibles por el paso del tiempo y no habían llegado allí por casualidad. Y eso
era lo que ellos también habían visto.
Tendría que volver a ver al checheno pero no sabía
cómo llegar hasta allí sin ayuda, aunque estaba seguro de que conmigo hablaría
pero si iba solo. Porque además había visto algo que a aquellos dos personajes
les pasó desapercibido…apilada entre trastos se encontraba una escafandra de
buceo y el motorcillo que suministraba oxigeno por el procedimiento de girar
una gran rueda que accionaba unos émbolos que seguro estaba en alguna de las
barcas que había en el puerto. Y es que el señor Mamedov era muy listo y
desconfiaba, como él mismo
había dicho, de los rusos. Estaba seguro de que no habían reparado en ello
porque no eran de puerto de mar y no sabían lo que era…o si…
Iban tan contentos que se pusieron a cantar algo que
creí una canción infantil como aquella que tarareábamos en el autobús cuando en
el cole nos llevaban de excursión…” Que buenos son los señores profesores, que
buenos son que nos llevan de excursión”. Solo entendía una especie de broma
“…Stradivarius, samavarius, chepujarius…”
También su desproporcionada alegría podría ser porque
mañana se iban…me quedaría solo y por extraño que pudiera parecer, que lo era,
les echaría de menos, más bien a Vladimir, aunque me dejaban tareas para
entretenerme que no era poco.
Llegamos a casa de milagro, todos menos mi estómago
que se quedó entre los diez primeros kilómetros del retorno en una parada de
emergencia en la que di de comer a todos los peces del lago el mismo menú que
comimos, pero no digerí, en aquel pueblo, obsequio gratuito de parte de nuestro
ínclito piloto al que, encima, teníamos que darle las gracias por llevarnos y
traernos…
Capítulo VIII
Lo que une la cerveza que no lo separe el
hombre
Con la marcha de aquellos dos que llamé “la extraña
pareja”, mi vida volvía por momentos a la rutina aunque, pensaba, tan solo
hasta que me organizara y me pusiera manos a la obra en aquella historieta de
locos que por momentos parecía pudiera ser real.
Me preocupó la manera de despedirse de Vladimir,
serio, alejado de su habitual sonrisa y sin palabras pero supuse que le costaba
alejarse de mí, algo que era mutuo porque me pasaba lo mismo. Lo dejé pasar sin
preguntar solo que el abrazo fue más fuerte, más sentido, más como si fuera el
último. Un cuervo, negro como el sobaco de un grillo, volaba sobre nosotros con
su mal agüero anunciado por su graznar extravagante.
Lo primero que
tenía que hacer era encontrar quien me llevara y trajera por aquellos caminos
intransitables pero me lo tomaría con calma que no era tarea fácil…de momento
volvería al hotel a buscar información en Internet si es que había algo y a dar
que hablar al FSB sobre mis extrañas
costumbres y compañías. Si admitíamos como cierto que Aleksander era uno de
ellos, mi grado de preocupación que antes era irrisorio, ahora se evaporaba
totalmente…pelillos a la mar, o al lago, y a buscar.
Uno de aquellos días después de la marcha, entraba en
la cafetería cuando un energúmeno, tamaño armario ropero, se abalanzó sobre mí
y agarrándome por el cuello me suspendió en el aire gritándome como loco. Al
subir y a la altura de su entrepierna le largué una patada que dio como
resultado que acabamos los dos en el suelo, el de dolor y yo porque me soltó…una
señorita, que llevaba una ropa cuatro tallas menos que la que necesitaba y pintarrajeada
como para Carnaval, me llamaba animal y otras lindezas mientras propiciaba
cuidados al bigardo que se retorcía de dolor como si un dentista le hubiera
sacado tres muelas sin anestesia. La lógica de algunas personas es difícil de
entender…ahora resultaba que el animal era yo…
De repente la escena tragicómica subió de tono y la
chica, con cara compungida, le decía al elemento que se había equivocado, que
no era yo el extranjero que la molestaba… y aquel pobre hombre casi se desmaya
no sé si pensando en las consecuencias o en que había arriesgado su virilidad
por nada, una nada que no se pudiera arreglar con unas cervezas “Baltika”, así que en menos que canta un gallo estábamos
sentados en una mesa pidiéndonos disculpas mutuas aunque yo no sabía por qué,
él había olvidado, momentáneamente supuse,
a la chica chillona y yo al señor Internet y a San Google al que pensaba
consultar todo lo que se supiera sobre el ámbar robado y sobre las teorías
sobre su desaparición que, imaginaba, variadas y variopintas.
Se llamaba Viktor y era chelnoki, esa especie de
arregla todo, busca cosas, contrabandista bueno... que proliferaron a la caída
de la URSS y cuando Rusia estaba al borde del colapso que la llevó a la quiebra
posteriormente. Si alguien necesitaba una medicina él iba a buscarla; si en el
mercado no había candados el traía un un montón; si las tiendas de ropa estaban
vacías él marchaba a China y montaba un tenderete con el cargamento y si
alguien necesitaba un favor también se lo hacía.
Hábiles con los cambios de divisas, sabían cual
utilizar en cada caso y ganar con el cambio. Al lado de los delincuentes
habituales eran casi los ángeles de la guarda a los que se podía recurrir en cualquier
ocasión. Conocí a muchos de ellos y eran unos personajes singulares pero
resulta que además eran, en general, buena gente y este me preguntaba si sería
de la misma buena condición.
Aparentaba una larga treintena de años, había estado
en Chechenia y a la vuelta se las había arreglado, no pregunté cómo, para
comprar una furgoneta con los asientos de madera y dedicarse a recorrer
kilómetros, buscarse la vida y ser el más listo de la escuela para sobrevivir y
mi impresión me decía que le iba bien, y que era algo así como un noble bruto y
que las circunstancias de nuestro encuentro eran tan especiales que seguramente
había encontrado un buen amigo porque aquel cacho de carne con ojos no valía
para enemigo ni por unas faldas, más bien pantalones, demasiado ajustadas.
Yo le puse en antecedentes brevemente de quien era,
que hacía allí, con quien vivía y que estaba buscando alguien que por un precio
razonable me llevara a algunos lugares de la costa y con sorpresa, me enteré de
que ya sabía ahora quién era yo y sobre todo quien era Beria, había oído hablar
de mí. y con cara de determinación, se ofreció a acompañarme jurándome amistad
eterna y discreción absoluta y le creí porque aún no habíamos bebido lo suficiente
para pasar a la fase etílica de las canciones regionales.
- Quizás te necesite dentro de un par de días, le
dije, pero no estoy dispuesto a pagar una fortuna, tendremos que pactar los
precios de cada viaje como se hace con los taxistas clandestinos, que la cosa
también anda mal para mí, le mentí a sabiendas de que no me creería porque en
el imaginario popular todos los extranjeros éramos ricos…
- No habrá problema, respondió, hacemos el servicio y
me pagas lo que consideres justo. No habrá quejas ni de mi servicio ni del
precio porque de esta forma yo tendré que hacerlo muy bien para que tú me
pagues bien, y me tendió la mano con esa señal de acuerdo universal entre gente
de bien que me recordaba a los tratantes de ganado del Norte para los que valía
más darse la mano que cualquier documento ante notario, formalidad que no
solían hacer, e incluso las deudas así contraídas se heredaban entre los
familiares cuando alguno de los del apretón fallecía.
Cuando la chica voluptuosa ya se estaba cabreando por
el ningún caso que la hacía, nos dimos los teléfonos de contacto y me dispuse a
volver a casa antes de que cayera la noche. Me estaba volviendo miedoso con la
edad, quizás fuera mejor decir acomodado, comodón o algo así y también
cuidadoso porque sabía que Olga me esperaba.
Caminaba como siempre, deprisa y silbando la canción
de los Platters “Only you”. Silbaba para alejar a los espíritus que se
escondían entre los árboles que bordeaban el camino que, es sabido que salen de
noche y se comen a los extranjeros bobos con patatas.
Dediqué el día siguiente entero a examinar las
fotocopias que me había dado Aleksander con escaso éxito, más bien ninguno. Fui
incapaz incluso de ponerlas en orden aunque, creía yo, formaban parte de un
diario personal escrito por una persona culta por lo gótico de la letra que
hacía aún más difícil completar las palabras, y con marcas evidentes de haber
estado dobladas mil veces de cualquier manera excepto dos que parecían seguir
algún parámetro indescifrable para mí antes de hacer otra bola con ellos.
Traté en vano de completar las palabras borrosas y
conseguí hacerlo con alguna pero que no llegaban a formar una frase entera ni
mucho menos. Necesitaría la ayuda de algún experto en caligrafía cirílica y
mucha suerte porque tras muchas horas no saqué ninguna conclusión.
Me dieron las del alba, no las del Duque, pasado de
sueño como si hubiera tomado tres litros de café y ya al amanecer me dormí de
cualquier manera encima de los papeles malditos, malditos papeles.
Un suave toque en la espalda me despertó, Olga me
indicaba que en la cama estaría mejor y tenía razón pero ya estaba lanzado otra
vez con los papeles que habían caído por el suelo y que recogí sin contestarla,
simplemente la hice un guiño y me dirigí a la cocinilla para prepararme, ahora
sí, un litro de café y apenas sin darme cuenta y como un autómata estaba encima
de de la mesa de nuevo mirando la forma de descifrar aquello.
Volviendo mil veces a los dobleces indicaban que
habían formado una bola como para esconderlos rápidamente de la vista de
alguien, y otros dos formaban una especie de abanico pero, a mi parecer, con el
sentido invertido, pero no significaba nada porque nada legible estaba en ellos.
Acabé cabreado que es lo que me pasa cuando no
entiendo algo, más bien no le encuentro explicación, y no sé por qué, confié en
que el checheno al que visitaría cuanto antes me ayudara porque estaba seguro
de que sabía más, mucho más de lo que dijo.
Un par de días después llamé a Viktor para quedar con
él cuando pudiera pero estaba de viaje de “negocios” y no volvería hasta la
próxima semana por lo que quedamos en que me llamaría cuando pudiera o eso
entendí porque usaba un radio- teléfono de construcción artesanal que hacía mil
ecos.
Dejé pasar las
horas y los días con los papeles durmiendo el sueño de los justos sobre la
mesa. Sabía por experiencia que si me obcecaba no adelantaría nada y que, como
un genio que era, dejándolo estar me llegaría la inspiración que alimenta a los
artistas, y se abriría una ventana por la que la luz del Este entraría a
raudales. Y es que hasta yo tenía mi método que casi nunca funcionaba.
Volví a mis rutinas decidido a saber más que nadie
sobre tesoros expoliados por los fascistas como botín de guerra y sobre la
famosa Cámara y me pasaba largas horas en el café hotelero viendo cómo la
pizpireta camarera se afanaba en mirar por encima de mi hombro para poder
chivatearse a quien en verdad le interesasen mis andanzas, lo que además era
señal inequívoca de que debía haber abandonado su loco sueño de ser modelo,
artista, marcharse de aquel lugar o cualquiera que fuera. Que dura es la vida
de las aspirantes a estrellas…
Era obligado ir allí porque si bien Vladimir había hecho
malabares con el teléfono, se había quedado corto con el milagro de incluirme
como usuario de aquel sistema basado en el Transit militar, que permitía
acceder a toda la información, o casi, del mundo.
Casi lo agradecía porque de tener la conexión en casa
estaría todo el tiempo pegado a la pantalla de un ordenador y dejaría de darme
mi paseo, visitar el zoológico del hotel, hacer ejercicio y pisar el asfalto
que yo soy de esos y de rural nada, casi nada…al final soy como el del chiste
malo de aquel que tenía un trilema, si trilema, no dilema…no sabía si iba a
conectarme con el mundo, a tratar con gente diversa o a ver como la camarera se
las arreglaba para tardar media hora en ponerme un café, tiempo que tardaban en
el FSB en coger el teléfono supongo que con absoluta desgana porque secretos,
lo que se dice secretos, yo no tenía ninguno, ni siquiera indiscreciones, salvo
que la ínclita fuera más lista de lo que pensaba y viera que cosas buscaba en
el sistema infernal de conocimiento inventado, como todo, por los yanquis,
aunque aquí pronto se diría que había sido un ruso de Akademgorodok y que su
nombre había sido borrado intencionadamente por la propaganda occidental.
Así supe, lee que te lee mil datos, que, en general, tenía cada vagón de tren una
capacidad de unos cuatrocientos kilos en la época de que se trataba, que la
carga posible también dependía de la potencia de la máquina y, sobre todo, del
volumen del cargamento, medido en pies cúbicos, y de su forma.
Si estábamos hablando de seis toneladas de la resina
fósil, según el ciudadano Internet, sin contar con el tamaño de las piezas,
tendríamos que convenir que se necesitaban, como mínimo, doce vagones y
quedaría por ver si con una locomotora era suficiente o se necesitaría otra
complementaría. En el peor de los casos quizás veinte vagones.
Si el supuesto tren llevaba solo el ámbar y no otras
cosas, y siempre trabajando con conjeturas de peso y volumen, podría haber
pasado desapercibido entre los cientos de trenes que en aquellos años de guerra
circulaban en todas las direcciones y casi al libre albedrío de cada comisario,
y el simple hecho de que alguien hubiera leído la palabra “amber” en alguna
caja seguía sin significar nada, al menos para mí.
El asunto se estaba convirtiendo en un auténtico
galimatías pero no estaba dispuesto a comerme el coco con algo de lo que no
sacaría ningún beneficio y sí múltiples problemas y me prometí no dejarme ni
llevar por la imaginación ni liar por aquellos dos socios ocasionales en los
que nacía la historia tan poco consistente. Seguiría leyendo, informándome, e
iría a ver a Ruslán sobre todo porque estaba seguro de que me esperaba y porque
la curiosidad es un vicio universal.
Mientras, disfrutaría del paisaje, de mis paseos y del
ruido y olores que salían del lago, olores y colores maravillosos y no sabía
por qué olía a mar si es de agua dulce. Los ruidos eran otra cosa…de día el
murmullo de las olas…el canto de los pájaros…el crujir de las hojas de las
beriosas…de noche….todos los duendes del bosque salían a pasear llenando la
oscuridad de alegría…y bendiciendo los sueños…los ruidos nocturnos, cada
estación distintos,, cada noche distintos, llenaban la noche de silencios…Olga,
romanticismo puro y duro a pesar de su dramática existencia, decía que era
porque ya nos habíamos acostumbrado a los ruidos…yo, de capital, estoico y
analista, pensaba que aquel era el lugar más mágico del mundo…aunque ansiara
pisar el asfalto de nuevo. Parecía nuestra vida una paradoja en la que ella
veía blanco lo que yo veía negro y al revés, ella era conformista y yo no, Olga
veía fácil lo que yo veía difícil y viceversa…y tantos y tantos contrastes que
parecía imposible tanta armonía en nuestra vida en común y sin embargo, la
había.
Por todo ello dudaba en contarla la extraña aventura
en la que me habían embarcado su hijo y Vladimir, seguramente no me reprocharía
nada pero haría un mohín con la nariz muy característico de cuando algo no la
gustaba.
El caso era que no sabía muy bien como planteárselo,
quizás diciéndola solo una media verdad, o media mentira, que no sabía que era
más grave, como si el asunto no fuera
conmigo, medio en broma…aunque dudo mucho que me creyera porque me conocía
demasiado y sabía perfectamente que no me interesaba el dinero, ni la presunta,
y efímera, fama del conquistador de arcanos sino que mi vida estaba marcada por
las emociones, el riesgo y una especie de alma quijotesca propia de aquel
caballero de la Mancha del que gente, como Tostoi, decían que bien podría haber
sido un bagatir ruso pero que resultaba ser genuinamente español. A este
respecto hay un juego palabras en ruso que me gustaba utilizar cuando me
preguntaban si era rico…no soy bagatii, soy bagatir…no soy rico soy un
caballero andante…
Lo cierto es que se lo dije tal cual, con pelos y
señales y con todo lo que hasta el momento sabía, que no la sorprendió en
absoluto y que lo único que me comentó fue que necesitaba la actividad, tener
la cabeza ocupada por lo que aquella extraña historia me vendría bien así que,
burla burlando, me comprometí a hacer lo que pudiera pero sin liar a nadie más
en aquello que no sabía cómo llamar…
No hay sinfonía más perfecta que la que componen los
elementos de la Naturaleza y cuando ésta es la siberiana se mezclan todo tipo
de sonidos, ora agudos, ora suaves…ora tranquilos, ora desatados, ahora
relajados…en una maravillosa dirección del Creador que te lleva a un éxtasis de
sensaciones…Podría ser que yo también tuviera una vena romántica porque era
capaz de vivir esta armonía natural, disfrutarla…dormir a pierna suelta…solo
que me defendía de ojos y oídos ajenos con una capa de dureza, rozando el
cinismo, que me hacía impermeable a curiosidades e indiscreciones…cada uno es
como es y no como los demás creen.
Estaba en estos pensamientos “filosóficos” cuando de
repente me dio por pensar en lo fascinante que es el mundo eslavo y no por
quienes lo componen que, metidos en sus rutinas, no se dan cuenta de cómo son, sino para quienes, como yo, lo
descubren de una u otra forma y me eché a reír acordándome de que hacía poco,
muy poco, descubrí un misterio que llevaba sin resolver veinte años… las camas,
mejor dicho la ropa de cama, lo que ellos llaman el pastiel, se componía entre
otras cosas de una doble sábana con un agujero redondo en el centro…jamás supe
para que servía y una especie de pudor me impedía preguntar…las cábalas eran de
todo tipo, desde eróticas hasta para meter por él un aparato de esos metálicos que calientan la
cama, o un ladrillo refractario con la misma finalidad…nada de nada…nada que
ver…
Un día Olga, tiempo atrás, dijo que el invierno estaba siendo
particularmente frío y que convenía poner una manta para dormir…la dije que lo hiciera y mi
sorpresa fue que la metía por el agujero de la sábana a modo de edredón. Me
eché a reír como un niño pequeño con Gaby, Fofó y Miliki y ella me miró con el
gesto que ponen para decir que los extranjeros somos bobos…
-No sabes ni hacer una cama, tú que te crees tan listo
y eres tan bobo como todos los
extranjeros. Se hace así, tú no tienes ni idea de la escasez con la que hemos
vivido y de esta forma la manta no recibe el sudor, no se roza y no hay que
lavarla evitando de esta forma gastar jabón y el montón de trabajo que da
limpiarla y secarla…
Lo dijo sin acritud, sonriendo con esa dulzura que
solo ella tenía.
- No te enfades, pude decir a duras penas aguantándome
la risa, nunca vi hacer esto y me ha resultado curioso y reírse es bueno para
la salud, sin aclarar que aquella cosa tan sencilla había sido uno de los
misterios más ridículos de mi vida.
- Más te valdría ayudarme patoso o esta noche dormirás
en un sillón muerto de frío.
Así era ella y así era yo, dos mundos tan distintos
unidos por la alegría y las ganas de vivir. ¿Por qué la vida no podía ser igual
para todos?¿Cómo hemos construido, yo también, un mundo de locos?
Vaya día que llevaba me dije…Sócrates a mi lado era un
pringao… filosofar era precisamente mi forma favorita de relajarme.
Y así un día y otro día y de Flandes no volvía…cuando
un estruendo de aparato desconocido me despertó a eso de las nueve de la mañana…somnoliento
miré por la ventana Norte de la pieza y creí que había vuelto a la segunda
Guerra Mundial al ver una moto antediluviana con sidecar y un conductor grande,
grande, grande, con un casco de piel con orejeras de piloto de cazas y con unas
gafas de la misma época que solo las faltaba unos limpia parabrisas, eso sí,
tirados de una cuerda para que funcionaran.
Bajo aquella parafernalia se adivinaba una sonrisa que
no identificaba debido probablemente al sueño, ya que tenía, por supuesto, un
ojo medio abierto y el otro medio cerrado y el Sol radiante ese día, no ayudaba
para nada a aclarar quién era el desconocido visitante. Agarré por si acaso lo
primero que me vino a la mano que no era otra cosa que una sartén y esperé a
que el obsoleto elemento se despojara de todo aquello.
Cuando lo hizo, su sonrisa se convirtió en franca
carcajada puesto que no era ni más ni menos que mi nuevo amigo Viktor, el
chelnoki, que se dirigió a mí con los brazos extendidos en sigo inequívoco de
abrazo.
Las palmadas se debieron oír hasta en Kamchatka y es
que el tío era una mula parda acorde con su estatura y bien pensé que su mano
era como una pala de construcción por el efecto que produjo en mis omoplatos…y
encima madrugador que hasta Olga se despertó y asomaba su carita asustada por
encima de mi hombro.
Pasado esos momento indescriptibles él solito se lió a
hablar para explicarnos, si eso era posible, su aparatosa incursión en nuestra
casa.
- He roto con Tatiana, la rubia, me armó un lio nada
más marcharte, llamándome de todo y reprochándome que no la hubiera hecho ni caso
después de sentarme contigo. Me dijo que si no me casaba con ella en una semana
lo mejor es que me marchara al infierno…así que la hice caso…me marché…aunque
no a donde ella quería. No es que no la quiera sino que no puedo casarme ahora.
Mi vida es peligrosa, un día en alguna frontera me coserán a tiros por haber
dado poca mordida, por error o para robarme y necesito prestar toda mi atención
a mi trabajo para que eso pase lo más tarde posible y con responsabilidades
detrás eso no es posible. Traté de explicárselo pero ella solo pensaba en
gritar por lo que me di la vuelta y ni miré para atrás. Si el Destino, la
Sudba, quiere nos volveremos a reunir.
Resumiendo estos días no tengo a donde ir, o no me
apetece ir a cualquier sitio y mi mercancía ya está colocada, me sobra tiempo y
he pensado que podría visitarte y hablar de nuestros asuntos para concretar
cuando hacemos ese viaje o lo que sea que necesitas realizar. Además me pica la
curiosidad de que busca aquí un español que vive con la hija de Beria en esta
parte del mundo alejada de todo lo que merece la pena. Al menos espero que
tengas mucha cerveza porque la comida ya la he traído yo, concluyó esperando mi
respuesta.
Tardé en contestarle mientras me miraba con el gesto
de esos búhos que se fijan mucho pero no asimilan, esperando sin duda que le
diera la bienvenida sin pensar en que su llegada triunfal era exagerada y
madrugadora a partes iguales… y mi cabeza iba más rápida que su palabrería
porque ya estaba pensando en cuanto me cobraría por la moto…
-Pero Viktor, le dije, ¿no ves la hora que es? A estas
horas solo están levantados los que no se han acostado y tú, aunque empiezo a
sospechar que tampoco has dormido. Eres bienvenido, daremos el paseo,
hablaremos y beberemos pero ¿puedes
esperar a que me lave y desayune?
Se puso colorado como un niño porque era grande pero
impulsivo y ni siquiera había supuesto que alguien durmiera cuando él estaba
despierto…
- Lo siento mucho, ni siquiera había pensado que
estuvierais en la cama. Si queréis me vuelvo y vengo otro día, dijo con voz
compungida.
- Nooo, repliqué, no te estoy riñendo, me alegro de
verte, nos alegramos de verte pero debemos arreglarnos, desayunar…ya sabes,
esas cosas que hace la gente normal al levantarse.
Le puse una condición para olvidar su inoportuna
aparición que acepto encantado y era que me dejara dar una vuelta en la moto.
Con orgullo me dijo que la había comprado en
Volgogrado como chatarra y que la había arreglado él solito, que, es sabido,
que los rusos son unos mecánicos excelentes y, en esto, solo en esto, se
parecía a Vladimir que era capaz de arreglar cualquier cosa incluido amarrar el
motor de su Lada al chasis con cables de teléfono.
La moto era una Zündapp KS 750 alemana y no porque yo
supiera de motos sino porque lo ponía en un costado bien visible, moto muy
famosa que había visto en fotos, películas y documentales mil veces. Debía de
tener unos veinte caballos y su palanca de cambios, muy aparatosa, parecía
indicar que tenía cuatro posiciones adelante y la marcha atrás…empujando…
Verdaderamente era un buen conversador pero yo ya
estaba pensando en la moto y tenía dudas de informarle sobre el verdadero
motivo del viaje a Sukhaya. ¿Lo entendería? ¿Sabría algo al respecto? ¿Merecería
esa confianza? Creía que sí y hay cosas en las que nunca me equivoco, mi
primera impresión siempre es la buena y rara vez he tenido que rectificar en
esto. Lo único que me retraía era su capacidad para entender el entramado de
aquella historia y sus consecuencias y el hecho de ni siquiera suponer lo que
pudiera pensar de nosotros tres aunque bien podía en primera instancia
ocultarle la participación de los otros dos instigadores, en sentido
peyorativo, del proyecto. Después de comer quizás fuera el momento más adecuado, en medio del sopor, de
los brindis y de la digestión para pillarle más relajado y preguntarle sobre
que había oído del tren, del ámbar, de los supuestos tesoros o de los espíritus
del lago.
Pasada la comida y como había previsto, empecé a
hablar con Olga sobre la Cámara de Ámbar y su destino desconocido. Aquel
hombretón no sabía ni de que estábamos hablando…de hecho ni se atrevió a
preguntar nada a pesar de los detalles que yo exageraba sobre su valor y las
posibilidades de encontrarla que había, o sea ninguna. Pero aquello le sonaba a
arameo y si bien es cierto que escuchó con interés, no convenía no dejarle
participar en la conversación parecería grosero así que pasé a preguntarle
sobre las leyendas de lago y ahí se mostró sino muy explícito si conversador.
- He oído lo de todos, que por la noche se levantan
los cadáveres que allí echaron durante la Gran Guerra Patria y nos visitan
recordándonos que vivimos porque ellos se sacrificaron por nosotros, lo cual no
es del todo cierto porque los asesinaron según se dice. A los niños cuando no
quieren comer o se portan mal se les asusta diciendo que por la noche vendrán a
buscarlos y lo cierto es que a mí también me acojonan a veces…
Debe de ser sobre todo en invierno porque el hielo es
tan gordo y a la vez tan frágil que al rozarse sus trozos y sus grietas
producen un ruido que asemeja a un quejido lo cual hace más creíble la leyenda,
pero sólo es eso, una leyenda. También por el día se oyen los quejidos pero si
se sabe por qué se producen. La temperatura es tan baja que el aliento al salir
de la boca se hiela y produce un sonido que llamamos el Suspiro del Yeti. Cosas
de nuestra tierra.
- No importa, dije que ya sabía los de los suspiros,
sólo quería saber tu versión de esas cosas porque de lo que hablábamos Olga y
yo, he visto que no sabías nada y no quería parecer maleducado al dejarte al
margen de la conversación. Dejémoslo así y vamos a probar tu moto que me ha
encantado.
Alegremente se levantó y me extendió una llave casi
como una inglesa.
- Aquí ya se sabe…es la del candado que le he puesto
para que no me la roben porque el arranque no tiene, no he sabido cómo ponerle
un seguro, dijo como disculpándose.
Salimos riéndonos y me senté sobre ella con un cuidado
que tal parecía que era de porcelana de Ghzel. También se trataba de que
pareciera que apreciaba su moto pero no tanto como para que cuando le pidiera
vendérmela subiera el precio, que en negocios estaba seguro que me sacaba mucha
ventaja.
Mientras me ponía el supuesto casco me gritaba
¡¡¡Arranca!!! ¡¡¡ Arranca!!! Pero yo no sabía hacerlo por más que miraba así
que él se reía más y más…y acercándose al manillar le dio a un botón y aquello
se puso en marcha con estrépito. Menos mal que no tenía metida ninguna marcha
porque si no me lo llevo por delante. Después se metió en el asiento del
sidecar y me indicó como poner aquello a rodar pero algo no entendí bien porque
salimos disparados y Viktor, que se había levantado un poco para indicarme, cayó
sobre el asiento como un fardo…
En primera y entre risas salimos de allí ante el mohín
de asombro y risa de Olga que debía de pensar que éramos como niños pequeños.
Hablar en marcha era imposible por lo que adoptamos el
sistema de signos levantando el pulgar riéndonos a carcajadas y casi llegamos a
la entrada de la ciudad antes de dar la vuelta y pensando que no se si sería
capaz de controlar aquel aparato.
Sudorosos y risueños volvimos a casa dispuestos a
tomarnos unas birras para refrescarnos y allí le dije que necesitaba ir a
Sukhaya a hacer unas gestiones y, sin preguntar el motivo, me dijo que al día
siguiente mismo podríamos ir y con
grandes carcajadas añadió que en la moto nooooooo.
Quedamos temprano aunque no tanto como hoy…y me fui a
dormir pensando que aquel tipo era legal y que nada separaría lo que había
unido la cerveza…
No hay comentarios:
Publicar un comentario