martes, 25 de diciembre de 2012

En vista del éxito que ha tenido la entrada anterior...

                                      DE REYES Y MENDIGOS

Cambiar de ciudad, de trabajo, de responsabilidades no es fácil y en mi caso además cambiar además de hábitos diría que imposible.
Soy madrugador, extremadamente madrugador, incapaz de estar en la cama despierto, y mi momento preferido del día es el amanecer de las ciudades, ir viendo encenderse las luces de las casas con el despertar de sus gentes imaginando cuanto de alegrías ,de tristezas, de vivencias variopintas, de sensaciones, les traerá el día, ese nuevo día que por mas que nos empeñemos en creer que será igual que los otros nunca lo es porque es nuevo y porque por malo que  sea, mañana será otro y volverá a salir el sol.
Después, cuando el tráfico se acelera, la gente corre hacia sus quehaceres y los niños tapados hasta los ojos cargan con unas mochilas más grandes que ellos hacia el colegio, mi jornada pierde magia y yo también entro en eso tan cotidiano  pero tan distinto cada vez.
Con estas premisas nadie encontrará extraño que en mi nueva ciudad me levantara temprano, muy temprano y fuera andando a trabajar y, por supuesto, de uniforme, del uniforme que he llevado toda mi vida con orgullo y símbolo de mi profesión, lo cual sorprendía a los escasos viandantes no acostumbrados, infortunadamente, a verlos y mucho menos a que quien lo llevara fuera un oficial del Ejercito de alta graduación. Lo hacia por comodidad, no tener que cambiarme al llegar y salir del trabajo, y también porque no había motivo para no hacerlo, si soy pueblo quiero serlo hasta las ultimas consecuencias y si hay riesgos los asumo que no escogí un vocación fácil.
No se que extraña solidaridad se establece entre las personas con las mismas costumbres, que hilos tan sutiles les unen, porque al tercer o cuarto día los viandantes mañaneros ya nos saludábamos como si de amigos íntimos se tratase, al principio con un “buenos días” para acompañarlo posteriormente, de un esbozo de sonrisa que poco después ya reflejaba cordialidad y se refrendaba con frases cortas como “vaya tiempo que hace”, “parece que va a llover” “a ver como se presenta el día”  transformando aquel saludo inicial en un deseo verdadero de que todo fuera bien.
Quizás haya excepciones…aunque no menos sutiles, no menos solidarias.
A los pocos días  de mi nueva andadura observé que en la plaza de España, justo delante de mi trabajo, apoyado en la fuente central cuyo surtidor a esas horas no funcionaba, se encontraba un hombre al que antes no había prestado atención, si es que estuvo antes porque no lo puedo asegurar. Quizás no debiera extrañarme  pero si lo hice fue  porque me miraba fijamente y así lo hizo hasta que entré por la puerta del bonito edificio en el que yo trabajaba.
Estaba oscuro, era invierno,  y apenas observé sus rasgos salvo que tenía barba. Mas avanzada la mañana me asomé a la ventana distraidamente y el hombre seguía allí y lo mismo al acabar mi jornada de trabajo, casi sin moverse del sitio inicial. Tenía la cara quemada de mil vientos, esa cara, esa piel curtida más del frío que del sol que no había y con aspecto descuidado. Si había alguna razón para que permaneciera allí no podía ni intuirla.
Al día siguiente creo me moví mas deprisa, sentía la curiosidad, ¿estaría allí otra vez aquel personaje? Si, lo estaba, con la misma ropa, la misma barba descuidada y…………el mismo frío porque solo llevaba una ligera chaqueta. Le di los buenos días y me respondió creo que sorprendido.
Así pasaron muchos días, algunos meses y hasta tres años, imperturbable al frío y al calor, con la misma ropa y con el mismo gesto serio pero agradable. Jamás le pregunté nada, siempre respeté su intimidad, jamás me pidió nada, alguna vez le ofrecí un cigarrillo que fumamos juntos y en silencio solo roto por frases rutinarias. El nada me contó y yo nada supe de su vida pero seguro que le había golpeado duro. ¿Donde pasaba sus noches? ¿De que vivía o malvivía o no vivía? Nunca lo supe y un día desapareció.
Años después mi vida volvió a cambiar en una especie de transhumancia profesional a la que nunca me he acostumbrado y por razones que no vienen al caso salió esta humilde novedad en la prensa local, que a veces pasan tan pocas cosas en provincias que un hecho de esta naturaleza adquiere carácter de noticia. Y digo esto porque cuando estaba empaquetando para mi marcha y en una de aquellas idas y venidas a mi ultimo destino para recoger, allí estaba aquel hombre que había sabido de mi marcha por el periódico y que llevaba allí tres días porque, según me dijo, no podía dejarme marchar sin despedirse y sin decirme que era mi amigo. Emocionado y feliz le di, nos dimos, un abrazo y nos deseamos todo lo mejor y vernos pronto.
Estaba afeitado, limpio, con las huellas de la intemperie aun visibles pero menos y afeitado, y con signos evidentes de que su vida había cambiado a mejor y yo aun hoy, que han pasado muchos años, me pregunto que le pudo pasar, que le pudo golpear tan duro y que valentía tuvo para levantarse, para seguir viviendo y no digo con dignidad porque esa jamás le faltó.
Un día, mucho después, volví a aquella ciudad y desde el coche, creo, lo vi rodeado de gente, como saliendo de alguna cafetería o bar, sonriente y feliz tanto como yo cuando le recuerdo.
Ya quedan lejos los días de la plaza de España de la vieja Vetusta y solo pienso al memorizarlo como se puede pasar de rey a mendigo y al revés al compás que marca el lado más injusto de la vida.
Por supuesto que se como se llamaba, como se llama, pero no viene a cuento el decirlo, lo sabemos el y yo, lo mismo que el y yo sabemos como guardo el calor de aquel abrazo de despedida.

6 comentarios:

  1. Enhorabuena por aterrizar en el mundo de los mortales. Por incorporarte a esta pequeña familia de estos cuatro locos/as que además de mirar, ven. Es fácil velar por nuestra familia, por nuestros hijos, por nuestros nietos, eso lo hacemos –más o menos bien- todos. Hacer un alto en el camino para ver –que no sólo mirar- lo que sucede a nuestro alrededor cada día es un privilegio del que pocas personas gozan. A no ser, claro está, para criticar al vecino, o para deslumbrarlo, para practicar todas esas miserias humanas que nos acompañan por nuestra condición y que dicen tan poco a nuestro favor. Yo presumo de hablar cada mañana, antes de incorporarme al trabajo, con media docena de personas, de esas que hacen su vida en la calle: piden, venden cupón, tocan algún instrumento, limpian mi portal… o simplemente pasan a la misma hora por idéntico lugar. Es curioso la alegría que llevan implícitos nuestros saludos. No nos une ningún tipo de lazos, no hay obligaciones sociales, ni familiares, ni nada de nada. Simplemente compartimos una palabra, una sonrisa… eso que tan bien reflejas en tu escrito. Y ese minuto de complicidad se transforma en alegría y, por ende, en minuto de felicidad. Muchas veces el único del día. Es difícil que esto que escribo se entienda, si lo cuento, me miran con cara de extrañeza, por eso lo escribo aquí, a modo de comentario, porque me da la impresión que tú, querido bloguero, sí sabrás entenderlo.

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  2. ¿Quieres escribir en este blog? No dejará de ser de Rusia pero admite mas cosas como este comentario que quizas solo lea yo.Gracias por todo y por seguirme
    Rafael

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  3. Muchas gracias, amigo, por tu ofrecimiento. Pero va a ser que no. Yo tengo, ¿o...,tal vez tenía? mi propio blog y por ofrecerlo a mis amigos, me he quedado sin espacio personal para mí. Ahora no hago más que recibir correos en los que se me dice :"por si te interesa para el blog"... Y como son mis amigos pues tiene que interesarme todo. Y las entradas suben y suben..., y yo no veo más que un contador de visitas que no me dice nada. No cometas el mismo error. Ahora estoy planteándome crear otro, más personal. Tal vez un diario con cosas corrientes, de todos los días, de las que nos pasan a la gente sencilla, sin más aspiraciones que llegar a eso, a las gentes sencillas que miran y saben ver. Este es tu espacio, con tus cosas, que no te lo arrebate nadie. Y, además, va sobre Rusia, creo que las entradas de los dos últimos días han sido fruto de la Navidad que despierta nuestro lado más humano. Pero tu historia es otra y se desarrolla a miles de kilómetros y seguro que el grupo de tus seguidores no tiene nada que ver con mis intereses, ni con aquellas de las que me gusta escribir. Rusia me queda muy lejos y me da frío, ya soy mayor incluso para viajar con la imaginación demasiado lejos, empiezo a preferir las distancias cortas. Las del viejo tren de Carreño que me lleva a Candás, o las de un Alsa que por curvas y vericuetos me acerque a cualquier pequeño pueblo de Asturias, allí donde se respire aire no contaminado por esta gran mentira en la que casi todos estamos instalados, poco más, amigo. Gracias, de todas formas, por tu amable ofrecimiento. Lamento decepcionarte al decirte que no sigo con asiduidad tu blog, la soledad de la Navidad y tal vez la nostalgia, que es una de las pocas cosas que me quedan, me hizo recordar este blog que habla de Rusia. Ahora que sé que puedo leer en él cosas diferentes, volveré con frecuencia.

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  4. Sobrecogedor el relato, porque en algún momento lo viví en segunda persona en la figura de mi progenitor...otra historia que podríamos decir, arribó a buen puerto.

    Las historias rusas también me gustan, pero me son mas dificultosas teniendo en cuenta que aprendí dónde está la península de Kamachatka hace dos semanas tomándole la lección a mi hijo.

    Isi.

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    Respuestas
    1. Kamchatka capital Magadán ¡¡¡que extraña coincidencia con este apellido tan asturiano¡¡¡¡

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