CAPITULO II
Vladimir tenía un Lada amarillo
Malos años en Rusia, y
para los rusos, aquellos noventa anuncio de la gran depresión económica que se
avecinaba…en todas las ciudades, grandes o pequeñas, unos individuos con
chaquetones de piel negra, y como si fuera un uniforme que los identificara,
esperaban a la puerta de los bancos a quienes, como yo, íbamos a cambiar
nuestras divisas por rublos, ofreciendo bastante más que el cambio oficial y
este acopio, de dólares y marcos fundamentalmente, fue el origen, junto con
otros factores, de algunas de las grandes fortunas y sobre todo de esa gente
conocida como “nuevos rusos”, en español nuevos ricos, cuya ostentosa
prepotencia se ha visto por medio mundo, en mi opinión dañando gravemente la
imagen de su país, sobre todo porque era, y es , falsa…
Lo malo no era
cambiárselos o no a estos matones de tres al cuarto, simples empleados, lo peor
era quedar señalado como alguien que manejaba dinero y si bien yo tenía mala
fama, misteriosa fama, y no sé si inmerecida, pero el apellido Beria aun pesaba
mucho en el imaginario popular, que en principio me mantenía a salvo, la
realidad es que no estaba seguro de nada pues vivir alejado del centro y sin
vecinos no me daba seguridad alguna y lo peor era que no sabía bien que hacer ,
como encontrar equilibrio entre tranquilidad y seguridad.
Tampoco los bancos
eran demasiado solventes…y el dinero que me enviaba mi banco desde España,
venía vía Nueva York con una merma del veinte por ciento por culpa de los
costos y la posibilidad de que cualquier día me encontrara con la puerta de la
entidad cerrada a cal y canto.
Todo era complicado,
el correo llegaba a casa cada quince días en el hipotético caso de que lo
hubiera, y el teléfono que realmente me hubiera ayudado mucho, era imposible
obtenerlo. La tecnología llegaba hasta donde llegaba y los empleados públicos
también…cada vez que intentaba que me pusieran una línea la respuesta era
Nielziá…que, como todo el mundo sabe , quiere decir Nielziá, o , como decía
aquel torero, lo que no puede ser , no puede ser y además es imposible, y llamar desde el hotel solo servía para
algunas cosas porque me escuchaban hasta las cucarachas del sótano, que es en
donde normalmente se hacían las escuchas, que uno ya había corrido mucho y
sabía de esto.
Ni siquiera tenía
coche cuando realmente lo necesitaba aunque no fuera más que para salir
corriendo en caso de peligro así que me tuve que inventar un sistema con la
ayuda de mis viejas y peligrosas amistades que de enterarse Olga acabarían con
el Edén que ella se había creado mentalmente.
Así que debido a las
dificultades que manejar el dinero imprescindible creaba la situación, y muy de
vez en cuando, cogía el avión a Moscú, y podría hacerlo a cualquier otra
ciudad, pero Olga jamás volvería a aquella ciudad de su sufrimiento y por tanto
podía ir solo a un lugar en el que tenía muchos y enrevesados contactos,
forjados en favores mutuos y en esa complicidad entre, no sé si decir,
delincuentes, más bien pillos, que practican el hoy por ti, mañana por mí, que
nunca se sabe, y también, y por otra parte, allí las posibilidades eran mayores
que en ninguna parte aunque también el peligro, suponía, porque en la capital
de todas las Rusias siempre me he encontrado muy cómodo.
De entre toda aquella
patulea de la que podía fiarme porque yo también pertenecía a ella, elegí a
Katya…
Cuando llegué a Moscú
no tenía ningún plan previsto, algunos nombres, algunas direcciones, algunos
teléfonos que no sabía si me servirían de algo porque aun no habían llegado a
este Imperio decadente las guías telefónicas, datos con lo que a lo peor no
encontraría a nadie que en aquellos años convulsos todo era posible, venta de
pisos a constructores, derribos innecesarios, mudanzas a zonas en donde las
mafias no reinaran sin control…, fallecimientos imprevistos y accidentales…¿por
qué no?...si allí todo era posible…
Pero me alojé en el
hotel Ukraina por probar como era aquel mazacote, una de las Siete Hermanas que
coronaban Moscú como si fueran las velas de una tarta de cumpleaños de una niña
y no solo por probar, que también, sino
porque mis experiencias hoteleras anteriores no habían sido precisamente
buenas, sobre todo en el Rossia de casi cuatro mil habitaciones, en el que encontrar la habitación era como
hacer el Camino de Santiago descalzo aunque a céntrico no había quien le
ganara.
Y allí, y sin
pretenderlo, encontré la solución, más bien me vino la idea de quien pudiera
ser la persona adecuada para ayudarme a bajo coste porque la posibilidad de
Emma estaba rechazada de antemano, que me ayudó con todas sus fuerzas cuando
encontré a Olga pero que resultaba peligrosa en sus demandas, y nunca quise, y
menos ahora, aventuras que dejan sabor amargo y además no sabía si tendría
contactos útiles y demasiado miedo, aunque atrevida lo era y mucho.
Mi primera noche de
hotel moscovita fue un peregrinar de buenas mozas por la puerta de la habitación,
primero una, luego dos y finalmente tres… al principio creí que era una oferta
porque el precio disminuía pero debía de ser porque cuanto más avanzaba la
noche, tantas menos posibilidades de clientes les quedaban…abres la puerta por
si pasa algo y acabas dándote cuenta de que un extranjero solo, es caza mayor
por un puñado de dólares que diría Clint Eastwood. No hacía falta ser un lince
para pensar que estaban compinchadas con las diesurnayas, encargadas de planta,
del hotel en cuestión, que además tenían un alto grado de dignidad mal
entendida y una mala leche de preocupar. Ambas, la dignidad y la mala leche,
remitieron mucho cuando hasta las narices de que me despertaran salí en pijama
y esperé a que la señora encargada de mi planta dejara de hacerse la dormida,
lo que hizo de inmediato en cuanto vislumbró un billete de diez dólares
aireándose en mi mano…la petición, hecha con cara de bobo como corresponde a
los extranjeros y que yo tenía muy bien ensayada, tampoco me costaba mucho, me
salía muy natural, de que estaba muy cansado y necesitaba dormir, fue
correspondida un “no faltaría más que este es un hotel respetable” cosa que no
se creía ni ella pero que convenía aceptar…
En aquella Rusia
empobrecida Moscú no era una excepción, antes bien allí las dificultades eran
mayores que en un medio rural o de los llamados de provincias, porque en ellos
aun eran relativamente fáciles de encontrar los alimentos que en la capital
escaseaban, y era patético ver los gastronoms, las tiendas de comestibles,
absolutamente vacías en contraste con los miles de puestos de venta ambulante
que proliferaban en las grandes avenidas y en los pasos subterráneos del Metro
en los que se podían encontrar desde lencería de colores chillones a candados,
ropa y zapatos chinos, llaves inglesas y perfumes más falsos que Judas aunque
de acreditadas marcas, que el típico de toda la vida “Noches de Moscú” hacía
tiempo que ni siquiera se fabricaba. La oferta se completaba con una amplia
gama de relojes Vostok, Molnia, Komandirskii y otros de la amplia oferta de
mecánica soviética, por cierto muy buena. Supongo, no lo sé, que eran
alimentados de mercancía por los chelnoki, contrabandistas, estraperlistas u
otras variantes de los buscavidas y como de eso, de buscarse la vida, se
trataba, proliferaron como setas de Primavera para, y sobre todo, hacer acopio
de cosas inútiles, que en esto los soviéticos eran expertos y como los hábitos
occidentales no habían llegado todavía y ellos no se habían dedicado a cambiar
los suyos, habían convertido la ciudad en un mercado persa de enormes
dimensiones.
Solo en la Nueva
Arbat, la antigua Kalinin, y entre el edificio de Aeroflot y la confluencia con
Arbat la vieja, conté más de doscientos tenderetes y solo estaba vacía al
principio de la calle en donde el garito
Metelnitsa, cuya acera estaba ocupada por coches blindados y unos supuestos
conductores tipo armario ropero con altillos que parecían del famoso barrio de
Liubertsy, famoso , como digo, por practicar sus habitantes exageradamente el
noble arte de levantar pesos y que tenían todos ellos medidas de modelo,
90-60-90 , solo que en cada brazo, y también a la altura de los almacenes
Viesná en donde la puerta de entrada había quedado libre aunque no entraba
nadie que tenían mejor oferta los tenderetes. En Leninskii Prospekt ni siquiera
intenté nunca hacer un cálculo, que había allí más gente que en el metro en
hora punta, pero me compré un reloj chino de pila que al cambio me costó algo
así como veinticinco pesetas porque el mío era demasiado llamativo. El tal reloj,
que aún conservo, tenía en la esfera la bandera de la Marina de Guerra
soviética y, simbologías aparte, era bonito pero sobre todo cumplía la misión
de no interesarle a nadie.
En aquella marabunta
inmersa en una fiebre de picaresca proletaria, y al grito de ¡¡¡Sálvese el que
pueda!!! la gente se las ingeniaba para llevarse algún rublo extra a casa fuera
cual fuera el procedimiento. Se volvió incluso a los oficios más antiguos del
mundo, echadoras de cartas por ejemplo, e incluso otros más antiguos…
Al más antiguo de
todos se dedicaba Katya, quien, con el consentimiento expreso del KGB con el
que colaboraba pasándole información de cuanto extranjero pasaba por sus manos,
por decirlo de una manera suave, rondaba
los hoteles Belgrad, Rossia y Sputnik. Pero, claro, había pasado algún tiempo y
es sabido los estragos que en nuestros encantos, que en el caso de Katya eran
muchos, hacían y hacen los años por lo que
la brillante idea de buscarla en aquellos sitios o a través de su número
de teléfono y que me habían sugerido las visitas nocturnas, se me antojaba
difícil porque estaría retirada seguramente de aquellos menesteres aunque cabía
la posibilidad de que se hubiera convertido en madame que los tiempos la eran
propicios, y si lo era, manejaría dinero abundante y, como mínimo, de
procedencia dudosa por lo que tendría un método no muy complicado para
transformarlo en divisas legales y guardables… así que poco la costaría
transformar mis cuatro duros en rublos, digo yo o encontrar un procedimiento
para que el dinero de España me llegara sin mengua considerable. Pero ¿Cómo
encontrarla? ¿Querría ayudarme?
Decidí darme un par de
días para pensar y para vagar por Moscú, esa ciudad que me fascina y que me
hace sentir eslavo, dueño de mis sueños pero esclavo del Destino. De todas
formas las ciudades las tengo clasificadas…Paris y Roma para volver mil veces,
Varsovia para pasar corriendo, Oviedo o Santander para vivir, Moscú para soñar…
La decadencia
moscovita me encantaba, hacía juego con la mía, y pensaba que debía de
progresar pero nunca parecerse a tantas ciudades sin alma ni olor. Las ciudades
deben de tener un olor especial que las haga reconocibles con los ojos cerrados
y si es así es porque tienen alma…si no tienen olor es mejor pasar de largo.
Moscú tenía olor, tenía alma y conservaba esa dignidad de los venidos a menos,
entre ofendida y resignada, como cuando no sé quien decía que el “Caballero de
la mano en el pecho” del Greco era un hijodalgo castellano tapándose un
descosido de su jubón. Pues tal cual. No sabía nunca por dónde empezar a
caminar, y cuando trazaba un plan acababa sin cumplirlo porque un lugar me
llevaba a otro imprevisto cuando en realidad lo que me gustaba era ver a la
gente afanarse en sus quehaceres cotidianos, rigurosamente uniformados con su
bolsa de plástico, tanto hombres como mujeres, que el por si acaso se había
instalado otra vez. Pero me daba igual, Moscú hay que visitarla, hay que
vivirla como si fuera la última vez y a ello dediqué mis afanes que la
inspiración para el enojoso asunto que allí me llevaba ya llegaría, o no...
La segunda noche de
hotel al que llegué hecho unos zorros de caminar sin rumbo, empezó como la
anterior…La encargada de la planta seguramente pensó que a aquel extranjero no
le importaría mucho seguir pagando diez dólares
extra por su descanso porque seguramente tenía la idea equivocada, como todos, de que éramos ricos y
además bobos, también abonada por el esperpento de los turistas comprando
innecesariamente las cosas más extrañas entre las que una vez vi adquirir una
rama de plátanos entera de en torno a veinte kilos…Siempre que alguien me
preguntaba, casi nunca, le advertía de que fuera prudente con el dinero y no
solo por el riesgo de que le robaran, que también, sino por no ofender, por no
ser prepotentes ante una gente que lo estaba pasando mal y que no lo merecía y
además las consecuencias eran…que siguieron llegando señoritas a mi puerta.
A la primera no la
abrí pero me desveló y eso me cabreaba mucho, ahora también, y ya que estaba
despierto a la segunda la facilité el paso con una sonrisa.
Antes de que yo
pudiera decir nada me pidió cincuenta dólares y empezó a desnudarse…era muy joven…lo la dejé, por supuesto pero su
cara era un poema mezcla de sorpresa y miedo, cuando saqué los cincuenta de
vellón y se los puse delante…
- No hago cosas raras,
me dijo
- Yo tampoco que
bastante raro soy yo, la contesté. Este dinero, continué, solo es la mitad de
lo que te daré si me consigues una información.
- Yo no sé nada,
contestó con firmeza.
- Seguro pero si te
mueves en un ambiente en el que alguien debe de saber en dónde encontrar a
Katya Pavliuchenko y darla un recado de mi parte, la dije alargándola el
billete y una tarjeta de cuando me presentaba como miembro de un sindicato
agrario español.
- Y si no la encuentro…
- La encontrarás,
contesté, y además sé que me darás una respuesta la encuentres o no.
- ¿Por qué está tan
seguro? , dijo ella.
- Porque nunca me
equivoco cuando miro a la gente a los ojos. Y, por favor, dila a la diesurnaya
que no la voy a dar más dinero y que quiero dormir.
Dio media vuelta y
salió sin añadir nada.
Al menos la segunda
petición la hizo porque dormí como un lirón hasta casi las diez de la mañana
sin que nadie me molestara.
Las pilinguis no
madrugan pero la que conocía yo debía de ser aficionada porque cuando estaba
desayunando se presentó delante de mi correctamente tuneada y cambiada, tanto
que podría pasar por una señorita de internado cursi y ademanes encantadores.
No se anduvo por las ramas y me espetó:
- Katya Pavliuchenko solo trabaja para grandes clientes y dice que
usted solo es un amigo y que solo podrá verla si la paga por horas su
entrevista.
Supuse que estaría
cabreada conmigo aunque no podía adivinar el por qué pero aun así, y a falta de
otras alternativas, mi respuesta fue afirmativa, sin consultar la tarifa
horaria, y comenté que esperaría instrucciones.
- Ella se pondrá en
contacto con usted así que espere.
¡¡¡Que carácter!!! ¿No
podía salir? Claro que conociendo a Katya pretendería ponerme nervioso y, como
me conocía muy bien, sabía que hacerlo era muy difícil, así que me puse en lo
peor… aunque quizás lo mejor fuera hacer
lo contrario de lo que esperaba ella y darme un garbeo por mi antiguo distrito
de Pionerskaya en donde pasé muy buenos momentos. La desconcertaría pero no se
perdería por nada del mundo verme la cara y saber que quería. Dicho y hecho me
puse en marcha ante el asombro de la discípula poco aventajada que tenía
delante y al verla palidecer la dije que no había desayunado, lo cual era
cierto…
Total un día más por
la capital de todas las Rusias no me vendría mal y además dormiría mejor así
que me fui en el Metro hasta Pionerskaya para después llegar a la calle de los
Héroes de Panfilov andando, un largo paseo, a recordar los viejos tiempos en
los que conocí a Katya, que aun era estudiante, y a un montón de gente
encantadora que me invitaba a su cocina los domingos, cantaban conmigo y me
acompañaban a casa si me pasaba con el vodka, que no era lo normal ni mucho
menos pero que alguna vez pasó sobre todo por mi inexperiencia, que luego ya
aprendí a mezclarlo con agua o a dar solo un sorbo…No debí hacerlo, me entró
una especie de morriña tal que ni siquiera intenté averiguar que había sido de
mis amigos, no quería sorpresas, ni buenas ni malas, y al llegar al hotel le di
diez dólares a la encargada para que me dejaran dormir y eso era un gesto de
generosidad impropio de mi. Me estaba volviendo blando.
Blando si pero
Maquiavelo a mi lado era un pardillo… a la mañana siguiente y después de un
placentero y reparador sueño, esta vez sin sorpresas, bajé al comedor dispuesto
a comerme si no el mundo si algún dulce, tostada o ambas cosas y cuando ya
saboreaba el café apareció Katya como una princesa eslava de guapa y elegante
haciendo que todo el comedor se volviera a mirarla y es que hay gente que llena
todo lo que les rodea incluso cuando no hacen nada para ello que ,
evidentemente, no era el caso.
Sonriente, discreta y
hablando en voz baja, me llamó en su correcto español un torrente de cosas
acabadas todas en ón y en uta… ¿Por qué lo primero que se aprende de un idioma
son los tacos? Cualquiera diría al ver la escena que dos grandes amigos, o algo
más, se reencontraban después de largo tiempo porque, además, lo más gordo me
lo llamó al oído mientras me abrazaba en demasía para mi gusto discreto.
Renuncio a contar la
conversación porque con una sonrisa encantadora, de serpientes, me reprochó que
hacía años que no sabía nada de mí, que eso solo lo hacían los rusos y que cada
vez me parecía más a ellos y yo era español…que como me iba, que como la iba,
que bien gracias y que seguro que tenía algún problema pero que Katya no era
rencorosa y estaba resuelto de antemano, que además vivía con un aparatchik
nada celoso, por supuesto, y más le valía no serlo pensé yo, y que ella se
encargaba aun sin saber de qué se trataba. Tienen razón los que dicen que los
hombres no sabemos nada de mujeres…
La cosa fue sencilla y
se saldó con una comida en una tasca indecente, Moscú no daba para más, en la
que un cocinero de chichinabo se empeñó en hacer una tortilla de patata…matarle
no pero cadena perpetua casi seguro…aunque tengo que confesar que la comida fue
deliciosa porque Katya recordó nuestros tiempos, solo lo bueno que los dos
teníamos memoria selectiva, y nos reímos unas horas hasta que sus obligaciones
de Gerente de empresa dedicada a hacer felices a los demás por unos miserables
billetes, la reclamaron. Y es que si tenía un defecto era el que precisamente
esos miserables billetes eran su última meta y, me imaginé, que el confort que
la proporcionaban, la anteúltima. Y nos despedimos haciéndonos promesas que no
cumpliríamos, y los dos lo sabíamos, aunque la nueva relación comercial nos
obligaría a estar en contacto.
El espinoso tema del
dinero lo tenía ella más que resuelto hace muchos años que nadie sabe lo que
puede pasar en el futuro y el horno estaba para pocos bollos, así que se abrió
cuentas en el extranjero en las que ingresaba su pasta mientras además la
producían beneficios, con lo que yo solo tenía que ingresar en una de ellas, la
española, la cantidad que ella a través de sus pupilas me proporcionaría, en
rublos y dólares o marcos, cuando avisando previamente me presentara en Moscú.
Y con esto y un
bizcocho me volví para casa que ya echaba de menos mi colchón y mi
tranquilidad, porque Moscú agota aunque sea maravillosa.
Y pasó un día y otro
día y de Flandes no volvía, como diría Marquina, y así entre paseos al bosque a
recoger bayas, a Sludyanka por ver a la familia, al hotel de Irkutsk y a Moscú
a cumplir con las obligaciones económicas, pasaban mis días, que las noches
resultaban muy cálidas aun en Invierno, llenos de tranquilidad que a mí me
resultaba excesiva pero, era lo que había.
En una de mis vueltas
a casa y cuando me encontraba a una versta, algo de color amarillo llamó mi
atención en la valla aunque no distinguía lo que era. Al irme acercando me
pareció un coche. ¿Un coche? ¿He pensado que era un coche? Siiii y de un color
amarillo como cuando aun oriental se le da una patada en la ingle y se vuelve
de tono chillón, y solo conocía un vehículo así ¡¡¡ El Lada 124 de mi amigo
Vladimir!!!
interesante
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