martes, 6 de septiembre de 2016

Por si alguien quiere leerlos seguidos...Ámbar, los tres primeros capítulos...

                                      ÁMBAR

                                     Capítulo I
                      La cabra siempre tira al monte
Amanece que nos es poco decía no sé quien… echaba de menos mi época de vino y rosas pero no me apetecía empezar de nuevo…pura pereza…aunque a lo mejor sí pero no me daba cuenta…
La vida transcurría tranquila , demasiado tranquila, y el mundo, nuestro mundo , se me hacía demasiado pequeño….demasiados temores, que aquí el miedo es una segunda piel adosada permanentemente al Alma eslava, y era feliz, éramos felices, pero alguien acostumbrado a una vida nómada, y de asfalto para el reposo, no encontraba por ningún lado el gusto por el campo y la huerta aunque a Olga le pareciera, después de tanto sufrimiento, aquel paraíso terrenal en el que Eva y Adán comían manzanas empujados por aquella serpiente puñetera…no se me daba bien embotar a todo correr en Verano todas las vallas del mundo para comerlas despacio en Invierno y mucho menos recogerlas…soy más de supermercado, no es tan natural, ni tan barato pero es más cómodo…
Es cierto que Rusia huele a trigo verde, a hierba recién segada, a campo y sudor…también es cierto que , durante algún tiempo, me gustaba aquello pero no lo es menos que los días eran tan previsibles que llegaban , a veces , a hacerse odiosos…envidiaba a aquel Paco Umbral que iba a buscar el pan cada mañana y se encontraba con Nadiuskha y mucho más su obra literaria porque siempre quise ser escritor pero resulta que no tengo inspiración, y es sabido que los artistas sin ella no somos nada…solo faltaba que el marido de Yulia me llevara a pescar…claro que el Baikal no es cualquier cosa aunque no se pescara nada…y me decía que si llegaba la propuesta me lo pensaría , pero era demasiado respetuoso conmigo así que tendría que proponérselo yo.
Me gustaba ir dando un paseo en cualquier época del año al hotel Art House. Una cadena internacional lo mantenía en aceptables condiciones de todo tipo teniendo en cuenta que estaba incrustado en la mansión Bichikanov del siglo XVIII, situado en la ribera derecha del río Angara antes de que este calmase la sed del gran Yeniséi,  y que tenía un café más que aceptable aunque cuando lo pedía con leche la camarera , demasiado pizpireta para su edad, me miraba con ese gesto tan ruso que venía a decir que los extranjeros estábamos como un cencerro, lo que , en mi caso, era cierto…lo único malo que tenía el susodicho alojamiento era que estaba al otro lado del río con lo que , en ocasiones invernales, el paseo había que darlo aceleradamente  y entre los crujidos que salían de mi boca al congelarse al contacto con la atmosfera mi aliento, en ese efecto que algunos llaman “ los suspiros del Yeti”. Estos paseos acelerados estaban de sobra compensados por la maravillosa floración de la Primavera y el Otoño ocre que cubría las dos orillas del río llenándole de pura Poesía, de puro deleite para la vista.
En verano demasiado calor , no solía ir a por mí café y a engancharme a internet porque la cafetería  se llenaba de una variopinta fauna entre guiris en busca de mamuts, que algunos creían que aun andaban por las calles, ecologistas de salón que venían a salvar al lago sagrado Baikal de los excesos humanos, aventureros de chichinabo, fotógrafos freelances en busca del éxito que les sacara del anonimato y la pobreza y chinos cargados hasta las trancas de productos marca “La bandurria”…que montaban su mercadillo particular pagando previamente a todo chichirimundi una espléndida propina para que miraran para otro lado.
El zoo lo completaban algunas mozas aspirantes a modelos que, no sabía por qué, pensaban que allí encontrarían a un agente americano que haría que sus sueños se cumplieran…Solo encontraban a unos mamoncillos con pelo largo que las hablaban de la pérdida del espíritu revolucionario de Lenin poniendo cara de sufrimiento, o de estar estreñidos, con la sana intención de llevárselas al huerto, no precisamente el de Getsemaní, y sin hacerlas una triste foto que alimentara sus anhelos de gloria efímera en papel cauché…así, chavales, no hay forma, me decía yo moviendo la cabeza en ese gesto universal de la negación.
Al final el hotel parecía un camping para mochileros y la tranquilidad habitual se convertía en una torre de Babel en la que nadie entendía más que el lenguaje universal de los gestos, menos mi camarera favorita a la que de vez en cuando y por probar a ver qué pasaba, la guiñaba el ojo o la hacía una reverencia a la vez que la decía buenos días…pero no pasaba nada, la sutileza no era su punto fuerte y creo que el sentido del humor tampoco. No me quedaba otra porque para conectarme a Internet, ella debía de desconectar de su clavija un teléfono y poner la mía y de paso avisar al FSB[1] con lo que se apuntaba un tanto muy valioso. Me la imaginaba diciendo algo así como “El que vive con la hija de Beria, el extranjero, está conectado…”. No solo no me importaba sino que me divertía que mis secretos eran tan confesables que daban risa, pero Rusia funciona así, con lo que seguir el juego haciéndome el bobo no era nada difícil.
Conocía de memoria la ciudad después de dos años de retiro espiritual o lo que fuera. Irkutsk, ciudad más conocida por los Decembristas que por otra cosa…Decembristas así llamados porque fue en Diciembre de 1825 cuando se sublevaron contra el Zar, Decembristas que eran oficiales del Ejército, pertenecientes a la aristocracia rusa y formados en Francia desde  donde exportaron las ideas de la France y su revolución, pero los gabachos, siempre hacen lo mismo y esta vez no sería una excepción, se olvidaron algún detalle…les contaron lo de la Liberté, Egalité y Fraternité pero omitieron que para ello había que dar matarile a unos cuantos miles de monárquicos, y sin pestañear, por un procedimiento, muy poco aseado, llamado guillotina y, a poder ser, con amplia difusión y un público ávido de ver cómo funcionaba el invento y cuanto más numeroso mejor, para después pasear cabezas en una pica recordando a los que no habían ido al espectáculo lo que les podía pasar si pedían la devolución de las entradas que no habían utilizado. El método lo perfeccionaron más tarde Lenin y Stalin con notable éxito.
¿El resultado? Cinco condenados a muerte y casi una centena de deportados a Siberia y al extranjero en distintas condenas en cuanto al tiempo de duración y, eso sí, con la pérdida de todos sus bienes…y todo por una mala explicación.
La mayoría de estos oficiales deportados se llevaron a Irkutsk a sus familias y entre todos formaron aquí un centro cultural de lo más selecto de Rusia, dando lugar a un florecimiento en la ciudad que no había tenido ni soñado jamás desde su fundación al principio del Siglo XVII, fundamentalmente reconocible hoy en día por la cantidad de casas y palacios con un inconfundible estilo francés y amansardados edificios, todavía hoy en bastante buen estado de conservación, como la mansión Fainberg o la Casa Europa, y no digamos la casa de María Volkonskaya, verdadera inspiradora del nacer cultural en estos lares, e incluso las famosas casas de madera son especiales en esta parte de Siberia por la riqueza de los marcos de sus ventanas, hechos en madera tallada y policromada que las dan un valor añadido y resultan de una singular belleza. Del paso de Bakunin  apenas nada… el ideólogo del anarquismo no quedó muy bien parado aquí que los decembristas eran revolucionarios pero menos. De hecho se carteaban con el héroe nacional ruso, el poeta Puskhin, muerto en un duelo a manos de un oficial francés, que ironía más fina, por un quítame allá las faldas de mi mujer Natalia Goncharova.
De una de sus cartas, exquisitamente escritas, en la que se decía algo así como “… de la chispa encendida por vosotros nacerá un nuevo orden...” sacó Lenin la palabra Iskra, chispa, para el nombre del primer periódico revolucionario.
Nuestra casa seguía siendo la misma, al menos exteriormente, porque ese miedo, tan típicamente ruso, no permitía arreglar su exterior para no llamar la atención pero interiormente si habíamos hecho muchos arreglos que nos permitían vivir más que cómodos. Nuestra cocina era relativamente nueva, se había repartido la planta en piezas separadas, el cuarto de baño era interior aunque con pozo, que no llegaba allí el saneamiento, y un sofá  en la salita de la tele, aunque yo prefería tumbarme en el suelo a verla como hacía de niño con gran cabreo de mi padre que decía que no sabía guardar la compostura…por eso decía Olga que yo era como un osito de peluche porque nunca había abandonado mi alma de niño…un revoque interior, con capa de pintura demasiado llamativa para mi gusto, nos aislaba del frío mejor de lo que podía imaginar pero es que los rusos en esto de abrigarse y abrigar son unos maestros y saben muy bien lo que hacen. También los radiadores de aceite habían sustituido a la rechka que por otra parte ocupaba un espacio absolutamente necesario. Por supuesto que el icono seguía en la cocina, el lugar de honor de la casa.
Por encima de aquel decorado de cartón piedra reinaba Olga, absolutamente feliz, complaciente y paciente y, por primera vez en su vida, segura de sí misma y de mi protección. Se afanaba en las tareas de la casa a lo que yo ayudaba en las labores más duras y en hacer los mandados como una excusa más para cruzar el río camino del centro, y yo creo que lo sabía y sabía que me gustaba el paseo y el café mañanero sobre todo por lo que se inventaba, en muchas ocasiones, algo que requiriera mi salida por el simple placer de ver mi cara de alegría…
El panorama, mi panorama, se completaba con alguna visita a Yulia, la hermana de Olga, que seguía viviendo en Sludyanka, y que cuando nos veía abría los ojos como platos, eso que ahora llaman ojiplática, como si no diera crédito a lo que veía, o como si no nos hubiera visto nunca pero ,claro, creía en la Sudba, el Destino, y en ese particular síno vivía la suerte de su hermana que , después de todo lo pasado, tenía su personal cuento de hadas en el que yo, que cosas, era el Príncipe azul, un azul precisamente del tono que a su hermana le gustaba, que ya se sabe que este color tiene demasiados tonos…
¿Era feliz? Si, sin duda, pero no imaginaba mi vejez en aquel lugar, y no porque no me aportara nada, al contrario, sino porque aun no abandonaba sin pena las cosas de la juventud como recomendaba Kypling y lo peor era que Olga lo sabía y no quería hacerla daño por nada del mundo, no se lo merecía y además sin duda la quería pero lo cierto era que nuestros mundos eran muy distintos, distantes, cada uno rehén de su educación, de sus raíces, de sus vivencias, tremendas vivencias en el caso de ella, que se plasmaban en la tranquilidad que significaba para uno esta vida, frente a la necesidad de que “pasara algo” del otro.
A veces pensaba buscar nuevamente a su hijo y traérselo arrastrando por la carretera porque sabía que necesitaba verlo, necesitaba saber que estaba bien pero el elemento estaría muy ocupado en plena picaresca a la rusa para obtener pingües beneficios, espero que sin involucrarme a mi otra vez, y me prometía a mi mismo hacerlo algún día y todavía no comprendía por qué había renunciado a los papeles de Beria salvo porque tuviera otro negocio en marcha del que fuera más fácil obtener réditos que convenciéndome a mí, sobre lo que seguro tendría dudas, aunque yo no tuviera ninguna. Lo pasado,  pasado está y así seguiría. Pero tener un hijo así era como si una espada de Damocles oscilara sobre nuestras cabezas.
Resumiendo, que es gerundio, la cabra,  en este caso yo, Alfredo Vigón, siempre tira al monte y espero que nadie le ponga años al animalito…que echaba de menos el Lada amarillo chillón, más chillón que el tractor de los Zapato Veloz,  de mi amigo Vladimir.
Es curioso, todos queremos vivir muchos años pero nadie quiere llegar a viejo. Parece evidente que son dos cosas incompatibles, salvo para Matusalén que por la estepa le llamaban Mafusailov...

De que Rusia es un gran país no me cabe duda y en él vivía yo mi particular aventura terrenal envuelto y imbuido en eso que llaman el Alma Eslava…que encontrarle nombre a las cosas que no entendemos es muy humano, cuando, yo creo, solo hay que sentir esas cosas, medir si nos emocionan o nos cabrean..Y dejarse llevar por ellas. Otra cosa es un sin vivir como Santa Teresa…        
Desde que en una visita del Patriarca de la Iglesia Ortodoxa a Occidente y se agarró un cabreo de mil pares de Patrones de su Iglesia porque en un mapa antiguo se denominaba a Rusia con el nombre de “Terra Incógnita”, se ha instalado en el resto del mundo mundial un halito de misterio sobre todo lo que sucede o ha sucedido, o está por suceder, en aquellas tierras que nos empeñamos en creer muy lejanas…y es posible que hasta con cierta razón porque el ruso, el eslavo, también cree en los misterios y en los milagros, probablemente porque cuando les falla la Tierra , y les ha fallado en demasía, miran al Cielo, como todos hacemos, y también porque tiene un cierto gusto romántico que convierte en héroes a los poetas o a los actores y viven en un mundo de sueños, imperiales pero sueños.
Me encanta que la gente crea en algo, que sueñen, creo que somos soñadores y que empezamos a morir cuando dejamos de soñar y me cabrean esos falsos investigadores que se dedican a desmantelar mitos y creencias destruyendo la ilusión de la gente. De hecho yo aun creo en Died Maroz, Papá Noel, a pesar de mi corazón Mediterráneo, pero ¿y si fuera adoptado y en realidad me apellidara Romanov? No creo, aunque a veces lo pienso,  pero una vez se lo dije a un amigo en broma y se lo creyó tanto que la supuesta adopción apareció en un periódico brasileño
Su historia está llena de “falsos Dimitris” como aquel que en el llamado Interregno, se presentó como hijo de Iván el Terrible, en realidad, se dice, un monje llamado Grigori, y que acabó con la invasión polaca y el tal ¿Dimitri? o ¿Gregori? asesinado y sustituido por Boris Godunov que al menos dio lugar a una abundante obra literaria y musical. La realidad de todo este embrollo fue que el pueblo prefería creer que era verdadero y que se salvó de la matanza de la familia del tal Iván IV y que los boyardos se aprovecharon para sacar ventajas a cambio de su apoyo. Nada nuevo bajo el Sol.
Otro episodio de este pelaje sería el de la Princesa Tarakanova, que se decía hija de la Zarina Isabel… se topó con Catalina la Grande en su intento y, tras ser llevada a Rusia con engaños de uno de los supuestos amantes de Cata, el Príncipe Orlov, murió de tuberculosis  en la fortaleza de Pedro y Pablo en Piter sin que los duros interrogatorios a los que fue sometida la apearan del burro. Hoy en día aun son muchos los que mantienen que realmente era hija de Isabel de quien se dice estuvo embarazada dos veces  del Conde Razumovsky, recluyendo a su primera hija en un convento aunque de la segunda, la tal Tarakanova, con nombre de cucaracha[2]… nada se supo hasta su aparición en París con un supuesto testamento en la que se reconocía su condición. Y nada se supo después aunque no resulta extraño porque de existir alguna prueba habría sido destruida sobre la marcha.
La historia de la muerte de Alejandro I está llena de todos los elementos propios de una novela de misterio. Muere en Tangarong, a orillas del mar de Azov, oficialmente de malaria, pero ¿Qué tiene de romántico o heroico morir así? Se dice, y seguramente será verdad, que cuando comprueban su cadáver, las medidas antropométricas no coinciden con las de Zar, y aunque sus restos son enterrados junto con los de los demás zares en San Petersburgo, dice la leyenda que no son de él, que se refugió en Siberia, que vivió como un stariets, un ermitaño a la rusa, haciéndose llamar Fiodor Kuzmitch. Y yo también lo creo porque me apetece que sea así que para mí es suficiente…
Podríamos estar repasando tantas y tantas historias fantásticas hasta pasado mañana, a cual más bella,  y que entre todas han generado un temor ritual entre los países que llegan a mezclar este sentir popular, este acerbo, hasta con el mismísimo KGB. La ignorancia es atrevida. Todos creemos en algo, esotérico o no, incluso los que no creen en nada, creen en algo…en ese nada…que ya es creer porque muchas veces nada significa mucho.
De todas estas creencias, Rasputín nada de nada a pesar de que su supuesto pene de veinte centímetros se conserva en formol en un museo de la antigua Leningrado, la que más me gusta es la de la princesa, en realidad Gran Duquesa,  Anastasia, la que escapó de la matanza de la familia imperial de Nicolás II en la casa de Ipatiev en Ekaterimburgo. Y digo que escapó porque así lo creo y no quiero creer otra cosa. Mi admirada Anastasia Nikolayevna.
Leo todo lo que cae en mis manos sobre ella, tratando de dar sentido a su final y creyendo que Anna Anderson, probablemente enredada en un sinfín de problemas jurídicos, fue víctima de las circunstancias y no del soviet de los Urales.
Por casualidad vi una película antigua sobre ella protagonizada por Ingrid Bergman y ¡¡¡Yul Brinner!!! del que aún no sabía que era romaní y ruso de Vladivostok.  No sé si fue la magnífica interpretación, mi calurosa imaginación, mi predilección por los personajes caídos en desgracia, los perdedores, o mis tendencias a averiguar la parte de la verdad que me interesa, nunca completa que puede ser hasta peligroso, pero el personaje me fascinó y he leído y leo todo lo que cae en mis manos sobre mi Anastasia, mi heroína de mirada triste. La realidad es que aún no habían aparecido sus restos lo cual era altamente sospechoso por cuanto, lógicamente, deberían haber sido enterrados junto con los de toda la familia de Nicolás. Al menos es lo que se desprende del relato del carnicero Mijail Medvedev en su libro “Torbellinos hostiles”, mejor manuscrito, en el que se atribuye el mérito del asesinato dejando a los matarifes restantes como simples espectadores. La crueldad del personaje se manifiesta en su testamento en el que dejó la pistola que utilizó en los crímenes a Nikita Kruchev, que, en mi opinión, no era mejor que él. Su tumba mancha para siempre el fantástico cementerio moscovita de Novodevichi no muy lejos de la del heredero de su arma, tal para cual, sin que, al menos yo, se sepa el destino último de la pistola de marras.
Hablaba muchas veces con Olga sobre estos y otros muchos enigmas de la Historia rusa y curiosamente estábamos de acuerdo aunque por motivos diferentes. Ella creía firmemente en lo más profundo de las leyendas como algo consustancial al sufrimiento ruso, algo tenía que haber salido bien, no todo podía haber salido mal,  y yo por lo que ya he dicho, y  porque me apetecía creer, y porque la gustaba a Olga que creyera y porque probablemente hubiera una parte de verdad en muchas de ellas, por enrevesado que pareciera,  porque la Historia, no solo de su país sino de todo el mundo, y hablo de la verdadera Historia, hay que conocerla con una buena provisión de tila mezclada con valeriana para que no se nos indigeste.
Olga y yo nos entendíamos muy bien, siempre lo habíamos hecho, pero es que ella había desarrollado un español, rusiñol, como el de los indios en las películas del Oeste cuando decían “ No creer a casaca azul pero invito a trago en Little Bighorn”,  lugar en donde los escabecharon cual perdices,  que era más que suficiente, y mi ruso prosperaba a pesar de todos los cantamañanas que al saber que era español me hablaban en inglés, idioma que odio y del que solo sabía decir “Gibraltar español” que ese peñón lo llevo clavado en el alma como si fuera una navaja cachicuerna metida hasta el mango en el omóplato.
Nunca hablábamos de su padre, el ínclito Lavrenti, en un pacto ni hablado ni escrito, que no era cuestión de meterse en fangales, que eso ya lo hacía con frecuencia su hermana empeñada en presentarme a su padre como si fuera un personaje de cuento de Navidad…ni tanto como se decía ni tan calvo, que si lo era, como lo pintaba ella…pero sí alguna vez y con cierta reticencia sobre su hijo, el tal Aleksander Volkov, al que ella llamaba Shasa. Cuando la conversación se ponía de color panza de burro zamorano yo solía hacer algún comentario del tipo “Parece que va a llover” que era la señal, muy bien captada siempre por ella, de que el tema no debía llegar a mayores, mayores que pasaban porque le buscase como la busqué a ella y es que no hay nada como una mujer enamorada para creer que su pareja es Tarzán de los monos y que lo puede hacer todo. Además me estaba volviendo supersticioso,  a pesar de que serlo traía mala suerte, y pensaba que no se debe de mentar la soga en casa del ahorcado por razones obvias pero en este caso porque a fuerza de nombrarle acabaría apareciendo…











                                          CAPITULO II
             Vladimir tenía un Lada amarillo
Malos años en Rusia, y para los rusos, aquellos noventa anuncio de la gran depresión económica que se avecinaba…en todas las ciudades, grandes o pequeñas, unos individuos con chaquetones de piel negra, y como si fuera un uniforme que los identificara, esperaban a la puerta de los bancos a quienes, como yo, íbamos a cambiar nuestras divisas por rublos, ofreciendo bastante más que el cambio oficial y este acopio, de dólares y marcos fundamentalmente, fue el origen, junto con otros factores, de algunas de las grandes fortunas y sobre todo de esa gente conocida como “nuevos rusos”, en español nuevos ricos, cuya ostentosa prepotencia se ha visto por medio mundo, en mi opinión dañando gravemente la imagen de su país, sobre todo porque era, y es , falsa…
Lo malo no era cambiárselos o no a estos matones de tres al cuarto, simples empleados, lo peor era quedar señalado como alguien que manejaba dinero y si bien yo tenía mala fama, misteriosa fama, y no sé si inmerecida, pero el apellido Beria aun pesaba mucho en el imaginario popular, que en principio me mantenía a salvo, la realidad es que no estaba seguro de nada pues vivir alejado del centro y sin vecinos no me daba seguridad alguna y lo peor era que no sabía bien que hacer , como encontrar equilibrio entre tranquilidad y seguridad.
Tampoco los bancos eran demasiado solventes…y el dinero que me enviaba mi banco desde España, venía vía Nueva York con una merma del veinte por ciento por culpa de los costos y la posibilidad de que cualquier día me encontrara con la puerta de la entidad cerrada a cal y canto.
Todo era complicado, el correo llegaba a casa cada quince días en el hipotético caso de que lo hubiera, y el teléfono que realmente me hubiera ayudado mucho, era imposible obtenerlo. La tecnología llegaba hasta donde llegaba y los empleados públicos también…cada vez que intentaba que me pusieran una línea la respuesta era Nielziá…que, como todo el mundo sabe , quiere decir Nielziá, o , como decía aquel torero, lo que no puede ser , no puede ser y además es imposible,  y llamar desde el hotel solo servía para algunas cosas porque me escuchaban hasta las cucarachas del sótano, que es en donde normalmente se hacían las escuchas, que uno ya había corrido mucho y sabía de esto.
Ni siquiera tenía coche cuando realmente lo necesitaba aunque no fuera más que para salir corriendo en caso de peligro así que me tuve que inventar un sistema con la ayuda de mis viejas y peligrosas amistades que de enterarse Olga acabarían con el Edén que ella se había creado mentalmente.
Así que debido a las dificultades que manejar el dinero imprescindible creaba la situación, y muy de vez en cuando, cogía el avión a Moscú, y podría hacerlo a cualquier otra ciudad, pero Olga jamás volvería a aquella ciudad de su sufrimiento y por tanto podía ir solo a un lugar en el que tenía muchos y enrevesados contactos, forjados en favores mutuos y en esa complicidad entre, no sé si decir, delincuentes, más bien pillos, que practican el hoy por ti, mañana por mí, que nunca se sabe, y también, y por otra parte, allí las posibilidades eran mayores que en ninguna parte aunque también el peligro, suponía, porque en la capital de todas las Rusias siempre me he encontrado muy cómodo.
De entre toda aquella patulea de la que podía fiarme porque yo también pertenecía a ella, elegí a Katya…
Cuando llegué a Moscú no tenía ningún plan previsto, algunos nombres, algunas direcciones, algunos teléfonos que no sabía si me servirían de algo porque aun no habían llegado a este Imperio decadente las guías telefónicas, datos con lo que a lo peor no encontraría a nadie que en aquellos años convulsos todo era posible, venta de pisos a constructores, derribos innecesarios, mudanzas a zonas en donde las mafias no reinaran sin control…, fallecimientos imprevistos y accidentales…¿por qué no?...si allí todo era posible…
Pero me alojé en el hotel Ukraina por probar como era aquel mazacote, una de las Siete Hermanas que coronaban Moscú como si fueran las velas de una tarta de cumpleaños de una niña y no solo por probar, que también,  sino porque mis experiencias hoteleras anteriores no habían sido precisamente buenas, sobre todo en el Rossia de casi cuatro mil habitaciones,  en el que encontrar la habitación era como hacer el Camino de Santiago descalzo aunque a céntrico no había quien le ganara.
Y allí, y sin pretenderlo, encontré la solución, más bien me vino la idea de quien pudiera ser la persona adecuada para ayudarme a bajo coste porque la posibilidad de Emma estaba rechazada de antemano, que me ayudó con todas sus fuerzas cuando encontré a Olga pero que resultaba peligrosa en sus demandas, y nunca quise, y menos ahora, aventuras que dejan sabor amargo y además no sabía si tendría contactos útiles y demasiado miedo, aunque atrevida lo era y mucho.
Mi primera noche de hotel moscovita fue un peregrinar de buenas mozas por la puerta de la habitación, primero una, luego dos y finalmente tres… al principio creí que era una oferta porque el precio disminuía pero debía de ser porque cuanto más avanzaba la noche, tantas menos posibilidades de clientes les quedaban…abres la puerta por si pasa algo y acabas dándote cuenta de que un extranjero solo, es caza mayor por un puñado de dólares que diría Clint Eastwood. No hacía falta ser un lince para pensar que estaban compinchadas con las diesurnayas, encargadas de planta, del hotel en cuestión, que además tenían un alto grado de dignidad mal entendida y una mala leche de preocupar. Ambas, la dignidad y la mala leche, remitieron mucho cuando hasta las narices de que me despertaran salí en pijama y esperé a que la señora encargada de mi planta dejara de hacerse la dormida, lo que hizo de inmediato en cuanto vislumbró un billete de diez dólares aireándose en mi mano…la petición, hecha con cara de bobo como corresponde a los extranjeros y que yo tenía muy bien ensayada, tampoco me costaba mucho, me salía muy natural, de que estaba muy cansado y necesitaba dormir, fue correspondida un “no faltaría más que este es un hotel respetable” cosa que no se creía ni ella pero que convenía aceptar…
En aquella Rusia empobrecida Moscú no era una excepción, antes bien allí las dificultades eran mayores que en un medio rural o de los llamados de provincias, porque en ellos aun eran relativamente fáciles de encontrar los alimentos que en la capital escaseaban, y era patético ver los gastronoms, las tiendas de comestibles, absolutamente vacías en contraste con los miles de puestos de venta ambulante que proliferaban en las grandes avenidas y en los pasos subterráneos del Metro en los que se podían encontrar desde lencería de colores chillones a candados, ropa y zapatos chinos, llaves inglesas y perfumes más falsos que Judas aunque de acreditadas marcas, que el típico de toda la vida “Noches de Moscú” hacía tiempo que ni siquiera se fabricaba. La oferta se completaba con una amplia gama de relojes Vostok, Molnia, Komandirskii y otros de la amplia oferta de mecánica soviética, por cierto muy buena. Supongo, no lo sé, que eran alimentados de mercancía por los chelnoki, contrabandistas, estraperlistas u otras variantes de los buscavidas y como de eso, de buscarse la vida, se trataba, proliferaron como setas de Primavera para, y sobre todo, hacer acopio de cosas inútiles, que en esto los soviéticos eran expertos y como los hábitos occidentales no habían llegado todavía y ellos no se habían dedicado a cambiar los suyos, habían convertido la ciudad en un mercado persa de enormes dimensiones.
Solo en la Nueva Arbat, la antigua Kalinin, y entre el edificio de Aeroflot y la confluencia con Arbat la vieja, conté más de doscientos tenderetes y solo estaba vacía al principio de la calle  en donde el garito Metelnitsa, cuya acera estaba ocupada por coches blindados y unos supuestos conductores tipo armario ropero con altillos que parecían del famoso barrio de Liubertsy, famoso , como digo, por practicar sus habitantes exageradamente el noble arte de levantar pesos y que tenían todos ellos medidas de modelo, 90-60-90 , solo que en cada brazo, y también a la altura de los almacenes Viesná en donde la puerta de entrada había quedado libre aunque no entraba nadie que tenían mejor oferta los tenderetes. En Leninskii Prospekt ni siquiera intenté nunca hacer un cálculo, que había allí más gente que en el metro en hora punta, pero me compré un reloj chino de pila que al cambio me costó algo así como veinticinco pesetas porque el mío era demasiado llamativo. El tal reloj, que aún conservo, tenía en la esfera la bandera de la Marina de Guerra soviética y, simbologías aparte, era bonito pero sobre todo cumplía la misión de no interesarle a nadie.
En aquella marabunta inmersa en una fiebre de picaresca proletaria, y al grito de ¡¡¡Sálvese el que pueda!!! la gente se las ingeniaba para llevarse algún rublo extra a casa fuera cual fuera el procedimiento. Se volvió incluso a los oficios más antiguos del mundo, echadoras de cartas por ejemplo, e incluso otros más antiguos…
Al más antiguo de todos se dedicaba Katya, quien, con el consentimiento expreso del KGB con el que colaboraba pasándole información de cuanto extranjero pasaba por sus manos, por decirlo de una manera  suave, rondaba los hoteles Belgrad, Rossia y Sputnik. Pero, claro, había pasado algún tiempo y es sabido los estragos que en nuestros encantos, que en el caso de Katya eran muchos, hacían y hacen los años por lo que  la brillante idea de buscarla en aquellos sitios o a través de su número de teléfono y que me habían sugerido las visitas nocturnas, se me antojaba difícil porque estaría retirada seguramente de aquellos menesteres aunque cabía la posibilidad de que se hubiera convertido en madame que los tiempos la eran propicios, y si lo era, manejaría dinero abundante y, como mínimo, de procedencia dudosa por lo que tendría un método no muy complicado para transformarlo en divisas legales y guardables… así que poco la costaría transformar mis cuatro duros en rublos, digo yo o encontrar un procedimiento para que el dinero de España me llegara sin mengua considerable. Pero ¿Cómo encontrarla? ¿Querría ayudarme?
Decidí darme un par de días para pensar y para vagar por Moscú, esa ciudad que me fascina y que me hace sentir eslavo, dueño de mis sueños pero esclavo del Destino. De todas formas las ciudades las tengo clasificadas…Paris y Roma para volver mil veces, Varsovia para pasar corriendo, Oviedo o Santander para vivir,  Moscú para soñar…
La decadencia moscovita me encantaba, hacía juego con la mía, y pensaba que debía de progresar pero nunca parecerse a tantas ciudades sin alma ni olor. Las ciudades deben de tener un olor especial que las haga reconocibles con los ojos cerrados y si es así es porque tienen alma…si no tienen olor es mejor pasar de largo. Moscú tenía olor, tenía alma y conservaba esa dignidad de los venidos a menos, entre ofendida y resignada, como cuando no sé quien decía que el “Caballero de la mano en el pecho” del Greco era un hijodalgo castellano tapándose un descosido de su jubón. Pues tal cual. No sabía nunca por dónde empezar a caminar, y cuando trazaba un plan acababa sin cumplirlo porque un lugar me llevaba a otro imprevisto cuando en realidad lo que me gustaba era ver a la gente afanarse en sus quehaceres cotidianos, rigurosamente uniformados con su bolsa de plástico, tanto hombres como mujeres, que el por si acaso se había instalado otra vez. Pero me daba igual, Moscú hay que visitarla, hay que vivirla como si fuera la última vez y a ello dediqué mis afanes que la inspiración para el enojoso asunto que allí me llevaba ya llegaría, o no...
La segunda noche de hotel al que llegué hecho unos zorros de caminar sin rumbo, empezó como la anterior…La encargada de la planta seguramente pensó que a aquel extranjero no le importaría mucho seguir pagando diez dólares  extra por su descanso porque seguramente tenía la idea  equivocada, como todos, de que éramos ricos y además bobos, también abonada por el esperpento de los turistas comprando innecesariamente las cosas más extrañas entre las que una vez vi adquirir una rama de plátanos entera de en torno a veinte kilos…Siempre que alguien me preguntaba, casi nunca, le advertía de que fuera prudente con el dinero y no solo por el riesgo de que le robaran, que también, sino por no ofender, por no ser prepotentes ante una gente que lo estaba pasando mal y que no lo merecía y además las consecuencias eran…que siguieron llegando señoritas a mi puerta.
A la primera no la abrí pero me desveló y eso me cabreaba mucho, ahora también, y ya que estaba despierto a la segunda la facilité el paso con una sonrisa.
Antes de que yo pudiera decir nada me pidió cincuenta dólares y empezó a desnudarse…era  muy joven…lo la dejé, por supuesto pero su cara era un poema mezcla de sorpresa y miedo, cuando saqué los cincuenta de vellón y se los puse delante…
- No hago cosas raras, me dijo
- Yo tampoco que bastante raro soy yo, la contesté. Este dinero, continué, solo es la mitad de lo que te daré si me consigues una información.
- Yo no sé nada, contestó con firmeza.
- Seguro pero si te mueves en un ambiente en el que alguien debe de saber en dónde encontrar a Katya Pavliuchenko y darla un recado de mi parte, la dije alargándola el billete y una tarjeta de cuando me presentaba como miembro de un sindicato agrario español.
- Y si no la encuentro…
- La encontrarás, contesté, y además sé que me darás una respuesta la encuentres o no.
- ¿Por qué está tan seguro? , dijo ella.
- Porque nunca me equivoco cuando miro a la gente a los ojos. Y, por favor, dila a la diesurnaya que no la voy a dar más dinero y que quiero dormir.
Dio media vuelta y salió sin añadir nada.
Al menos la segunda petición la hizo porque dormí como un lirón hasta casi las diez de la mañana sin que nadie me molestara.
Las pilinguis no madrugan pero la que conocía yo debía de ser aficionada porque cuando estaba desayunando se presentó delante de mi correctamente tuneada y cambiada, tanto que podría pasar por una señorita de internado cursi y ademanes encantadores. No se anduvo por las ramas y me espetó:
- Katya Pavliuchenko  solo trabaja para grandes clientes y dice que usted solo es un amigo y que solo podrá verla si la paga por horas su entrevista.
Supuse que estaría cabreada conmigo aunque no podía adivinar el por qué pero aun así, y a falta de otras alternativas, mi respuesta fue afirmativa, sin consultar la tarifa horaria, y comenté que esperaría instrucciones.
- Ella se pondrá en contacto con usted así que espere.
¡¡¡Que carácter!!! ¿No podía salir? Claro que conociendo a Katya pretendería ponerme nervioso y, como me conocía muy bien, sabía que hacerlo era muy difícil, así que me puse en lo peor… aunque  quizás lo mejor fuera hacer lo contrario de lo que esperaba ella y darme un garbeo por mi antiguo distrito de Pionerskaya en donde pasé muy buenos momentos. La desconcertaría pero no se perdería por nada del mundo verme la cara y saber que quería. Dicho y hecho me puse en marcha ante el asombro de la discípula poco aventajada que tenía delante y al verla palidecer la dije que no había desayunado, lo cual era cierto…
Total un día más por la capital de todas las Rusias no me vendría mal y además dormiría mejor así que me fui en el Metro hasta Pionerskaya para después llegar a la calle de los Héroes de Panfilov andando, un largo paseo, a recordar los viejos tiempos en los que conocí a Katya, que aun era estudiante, y a un montón de gente encantadora que me invitaba a su cocina los domingos, cantaban conmigo y me acompañaban a casa si me pasaba con el vodka, que no era lo normal ni mucho menos pero que alguna vez pasó sobre todo por mi inexperiencia, que luego ya aprendí a mezclarlo con agua o a dar solo un sorbo…No debí hacerlo, me entró una especie de morriña tal que ni siquiera intenté averiguar que había sido de mis amigos, no quería sorpresas, ni buenas ni malas, y al llegar al hotel le di diez dólares a la encargada para que me dejaran dormir y eso era un gesto de generosidad impropio de mi. Me estaba volviendo blando.
Blando si pero Maquiavelo a mi lado era un pardillo… a la mañana siguiente y después de un placentero y reparador sueño, esta vez sin sorpresas, bajé al comedor dispuesto a comerme si no el mundo si algún dulce, tostada o ambas cosas y cuando ya saboreaba el café apareció Katya como una princesa eslava de guapa y elegante haciendo que todo el comedor se volviera a mirarla y es que hay gente que llena todo lo que les rodea incluso cuando no hacen nada para ello que , evidentemente, no era el caso.
Sonriente, discreta y hablando en voz baja, me llamó en su correcto español un torrente de cosas acabadas todas en ón y en uta… ¿Por qué lo primero que se aprende de un idioma son los tacos? Cualquiera diría al ver la escena que dos grandes amigos, o algo más, se reencontraban después de largo tiempo porque, además, lo más gordo me lo llamó al oído mientras me abrazaba en demasía para mi gusto discreto.
Renuncio a contar la conversación porque con una sonrisa encantadora, de serpientes, me reprochó que hacía años que no sabía nada de mí, que eso solo lo hacían los rusos y que cada vez me parecía más a ellos y yo era español…que como me iba, que como la iba, que bien gracias y que seguro que tenía algún problema pero que Katya no era rencorosa y estaba resuelto de antemano, que además vivía con un aparatchik nada celoso, por supuesto, y más le valía no serlo pensé yo, y que ella se encargaba aun sin saber de qué se trataba. Tienen razón los que dicen que los hombres no sabemos nada de mujeres…
La cosa fue sencilla y se saldó con una comida en una tasca indecente, Moscú no daba para más, en la que un cocinero de chichinabo se empeñó en hacer una tortilla de patata…matarle no pero cadena perpetua casi seguro…aunque tengo que confesar que la comida fue deliciosa porque Katya recordó nuestros tiempos, solo lo bueno que los dos teníamos memoria selectiva, y nos reímos unas horas hasta que sus obligaciones de Gerente de empresa dedicada a hacer felices a los demás por unos miserables billetes, la reclamaron. Y es que si tenía un defecto era el que precisamente esos miserables billetes eran su última meta y, me imaginé, que el confort que la proporcionaban, la anteúltima. Y nos despedimos haciéndonos promesas que no cumpliríamos, y los dos lo sabíamos, aunque la nueva relación comercial nos obligaría a estar en contacto.
El espinoso tema del dinero lo tenía ella más que resuelto hace muchos años que nadie sabe lo que puede pasar en el futuro y el horno estaba para pocos bollos, así que se abrió cuentas en el extranjero en las que ingresaba su pasta mientras además la producían beneficios, con lo que yo solo tenía que ingresar en una de ellas, la española, la cantidad que ella a través de sus pupilas me proporcionaría, en rublos y dólares o marcos, cuando avisando previamente me presentara en Moscú.
Y con esto y un bizcocho me volví para casa que ya echaba de menos mi colchón y mi tranquilidad, porque Moscú agota aunque sea maravillosa.
Y pasó un día y otro día y de Flandes no volvía, como diría Marquina, y así entre paseos al bosque a recoger bayas, a Sludyanka por ver a la familia, al hotel de Irkutsk y a Moscú a cumplir con las obligaciones económicas, pasaban mis días, que las noches resultaban muy cálidas aun en Invierno, llenos de tranquilidad que a mí me resultaba excesiva pero, era lo que había.
En una de mis vueltas a casa y cuando me encontraba a una versta, algo de color amarillo llamó mi atención en la valla aunque no distinguía lo que era. Al irme acercando me pareció un coche. ¿Un coche? ¿He pensado que era un coche? Siiii y de un color amarillo como cuando aun oriental se le da una patada en la ingle y se vuelve de tono chillón, y solo conocía un vehículo así ¡¡¡ El Lada 124 de mi amigo Vladimir!!!













                        CAPITULO III
                      Éramos pocos…
Se me aceleró el pulso, se me alargó el paso, no sé si corrí pero es que solo podía ser…!!! Mi amigo Vladimir ¡¡¡ Nadie podía tener un coche de aquel color y tan cochambroso y nadie podía estar tan loco como para ir hasta allí en aquella máquina en ruina…
En la puerta me esperaban Olga y él, los dos con una sonrisa de oreja a oreja, y Vladimir enseñándome las nuevas fundas de oro que se había puesto en la boca como si fuera Belfegor, uno de los Siete Príncipes del Infierno que prometían encontrar tesoros y proporcionar la Felicidad si a cambio le entregabas tu alma…que así era Vladimir…
Nos fundimos en un abrazo eterno ante la mirada comprensiva de Olga, un abrazo sin palabras aunque él intentó, sin éxito, el saludo de los tres besos pero era tan fuerte el abrazo que le fue imposible hasta pasado un buen rato.
Era feo con mala leche pero era nuestro feo así que hasta nos gustaba y parecía que le había ido bien en esos tres largos años que habían pasado desde nuestra despedida porque estaba lustroso, cuidado y hasta creo que había engordado.
Las preguntas se agolpaban por parte de los dos sin esperar las respuestas así que acabamos a carcajadas cuando Olga nos invitó a pasar a casa que, en su interior, causó asombro a nuestro amigo del alma que ya fisgoneaba todo inclinado como estaba para quitarse los zapatos en ese ritual ruso que evita llenar de suciedad o barro la pieza de entrada.
Nos sentamos en la cocina, lugar de honor para invitados de honor, aunque no sé si a Vladimir se le podía considerar un invitado y Olga empezó a poner la mesa siguiendo la hospitalaria costumbre rusa de ofrecer el pan y la sal aunque la versión moderna era comer sin importar la hora que fuera y poner sobre la mesa lo mejor que hubiera en la despensa.
Vladimir me hizo un gesto para que le siguiera al coche y allí abrió el capó y apareció un motor nuevo flamante que me mostró con orgullo aunque el aspecto externo era tal cual lo recordaba. Astuto como un campesino de la estepa, solo cambió lo que importaba, no dotando al coche de nada que pudiera llamar la atención e incluso tenía un ingeniosos sistema para desmontar los limpiacristales cuando estaba estacionado y no pensaba usarle que determinados repuestos eran absolutamente imposible de encontrar por lo que el mini hurto era deporte de poco riesgo y gran beneficio para uso propio o para la venta. Después se dirigió al maletero y sacó de él unas botellas de vino georgiano, que es sabido que de visita siempre hay que llevar algo, vino dulzón que me recordaba a la quina Santa Catalina que me daban mis padres para que no me quedara ruin y que completaban con unas inyecciones de aceite de hígado de bacalao con las que crecí, vaya que sí crecí, a fuerza de estirarme con el dolor que producían aunque, la verdad, no fue mucho el estirón. Sus tesoros, sacados de aquello que siempre me pareció más la cueva de Alí Babá que un maletero, se completaron con un queso italiano gorgonzola que olía que apestaba a pesar de que él decía que estaba en perfecto estado y yo que lo que no mata engorda.
Todo hacía suponer que le había ido muy bien pero, era ruso, o osetio, había que esperar a que quisiera contar los detalles cosa que sucedería después de comer y reír y al tercer trago de vodka. Quizás hasta nos diría el verdadero motivo de su visita pero no antes de apelar a la amistad para siempre, brindar por Rusia y España y cantar alguna canción folclórico-patriótica tipo “Katiusha”… que el proceso ya me lo conocía y veía venir el dolor de cabeza si no andaba listo.
Resultó tal cual…comimos, bebimos, reímos, brindamos, cantamos y cuando el nivel etílico entró en fase determinante y antes de que la cosa pasara a mayores, pensé en preguntarle qué asunto le había traído hasta nosotros.
- Os echaba de menos, que a mí me ha ido muy bien pero vosotros no tenéis ni teléfono. Como llevo aquí dos días esperándote he hecho alguna gestión y os lo pondrán en esta semana y no creáis que me ha salido barato, pero vosotros sois más que amigos, sois hermanos, así que todo está bien. Escucharan todo lo que habléis pero qué más da si no habláis más que bobadas. Así estaremos en contacto más a menudo.
- Gracias Valodia de corazón, la verdad es que lo necesitábamos mucho pero resulta que solo te creo a medias, estoy seguro que hay algo más y esa sonrisilla de jitrii, astuto, me dice que no me equivoco, repliqué.
- Tienes algo de razón, necesitaba desaparecer algún tiempo y aquí nadie me buscará. Me ha ido muy bien, los negocios son fáciles ahora y en el Caucaso más. He comprado y vendido de todo, incluso voluntades que en los tiempos que corren es fácil, y se puede decir que he ganado dinero como para vivir siete vidas, tanto que ya ni siquiera mi suegra me grita y ahora dice que qué suerte tuvo su hija al encontrarme pero no es menos cierto que ha llegado un momento en el que tenía algunos enemigos, ya sabes, en los negocios hay mucha competencia y hay cosas que no todo el mundo entiende.
Intuía que no me diría más pero que lo había, pero sé perfectamente cuando no es el momento de insistir, cuando el interlocutor no se apeará de su burro así que opté por dejarle hacer.
- Unos días de descanso me vendrán bien, pasearemos juntos, os invitaré a comer en algún sitio cercano y haremos planes de futuro de esos que sabemos de antemano que no se cumplirán como, por ejemplo, visitarme en mi casa de Tsjinvali, añadió.
Algo saqué en claro, al menos vivía en Osetia del Norte y teniendo en cuenta lo apegados que eran en aquellas latitudes a la tierra, lo probable era que también fuera de allí como supuse siempre.
Vladimir se despidió a media tarde y Olga se dedicó a recoger el bardal que habíamos dejado de restos de comida, botellas y papeles y yo la ayudaba en silencio. Pensé que algo la preocupaba con lo que yo acabé preocupándome también aunque sin saber por qué.
En el momento mágico que componen la alcoba y la noche, la abracé y la pregunté si la inquietaba algo.
- Si, contestó, aunque no sé por qué. La visita de Vladimir me ha llenado de dudas y a la vez de alegría. Es cierto que le tengo un profundo afecto porque te ayudó y me ayudó y sin él seguramente lo hubiéramos tenido mucho más difícil pero a la vez me produce desazón aunque no haya causa real.
- Mira Olga, es nuestro amigo y lo ha demostrado con creces. Es cierto que es peculiar y que sabemos muy poco de su vida pero si estamos seguros de que es leal y, en los tiempos que corren, la lealtad es una cualidad impagable, contesté.
- Tienes razón pero ¿por qué se presenta ahora así, sin motivo aparente y después de tanto tiempo? Y no me digas que porque es ruso que tu nos entiendes muy bien pero yo los entiendo mejor. Las ganas de vernos y abrazarnos tienen límites incluso en Rusia. Y estoy feliz porque tú lo eres, no hay más que mirarte la cara y ver como sonríes, pero yo tengo mis dudas. Creo que hay algo más.
- Pero qué más da, habrá venido a otra cosa pero a nosotros no nos afecta, repliqué con aire tranquilizador.
- Mira Alfredo, se que algún día te iras de aquí, de mi lado, y lo sé porque este mundo es demasiado estrecho para ti y solo quiero que te vayas cuando a mi ya no me duela y tengo la impresión, ojalá sea equivocada, de que Vladimir trae problemas, de que la felicidad dura poquito aunque tú lo intentes todo para hacerme feliz. Sé que me quieres y sé que quieres a Rusia, al menos a la Rusia campesina, a su gente,  pero también sé que este no es tu mundo y que si no encuentras tu camino no serás feliz para siempre. Debes de buscar ese camino pero cuando lo encuentres procura que no me duela.
- Eso no pasará nunca Olga, dije con fuerza y convicción y la  abracé más fuerte para que sintiera que lo decía completamente seguro de mis palabras.
Se quedó dormida en mis brazos a cambio de provocarme a mí un insomnio monumental que me obligó a levantarme a ver los cientos de anuncios que salían en la tele a aquella hora y a fumar más de lo que debía. Di más vueltas que el cobrador de un tiovivo y, lo que es peor, las palabras de Olga me generaron un mar de dudas con respecto a las intenciones de Vladimir y, sobre todo, a las mías ¿Tendría razón? ¿Me conocía mejor que yo mismo? ¿Que había visto en Vladimir? Me prometí a mi mismo no meterme en ninguna aventura y menos en algún lío ni por Vladimir ni por nadie, simplemente por Olga y por mí pero la incertidumbre se apoderó de mí y solo al amanecer me quedé dormido con la tele puesta y en una postura sobre el sofá que me proporcionó una tortícolis monumental y un dolor de cabeza de esos que solo se me pasan con café con dos gotas de vodka que así lo tomaba en la ciudad aunque tenía que pagar a la camarera un chupito entero porque se negaba a servirme dos gotas, ya se sabe, nielziá…yo creo que se bebía el resto…supongo que para olvidar que quería trabajar en un hotel y lo hacía en un parque zoológico lleno de mochilas y mochileros, tanto que, a veces, me preguntaba a que animal representaba yo…quería ser el tigre de Siberia pero creo que era la jirafa de tanto estirar el cuello para observar, gratis, todo lo que pasaba a mi alrededor y es que curioso…también soy y mucho.
Cuando desperté, Olga me miraba con cara de asombro y no solo por mi postura acrobática en el sofá sino porque jamás me perdía en todas las estaciones del año el maravilloso amanecer, tanto con sol como con nieve o hielo pero sobre todo en Otoño  cuando el tibio sol iluminaba el ocre de los abedules haciéndoles de terciopelo. No sabía ni a qué hora me había dormido, ni cuánto dormí ni por supuesto que hora era, solo sabía que necesitaba el café mojado con las gotas milagrosas y que dos operarios circulaban por la casa como Perico por la suya martilleando la pared y a la vez mi cabeza en un eco que me producía la sensación de peinarme con alfileres. A mí mirada inquisitiva Olga respondió con una sola palabra en voz baja: Teléfono. Tiene bemoles la cosa, casi tres años para poner un aparato y Vladimir lo había conseguido en tres días.
Al cabo de cierto tiempo, que me pareció una eternidad, uno de los operarios se dirigió a mí y yo, con un gesto, le redirigí a Olga que no estaba para explicaciones. Con cierta desgana, estaría ya cansado, le indicó a ella que el teléfono, modelo teletrófono de Antonio Meucci y de uniforme color negro que me daba grima porque soy alérgico a la baquelita, ya estaba instalado pero que no sabía cuando darían la línea ni el número porque él solo lo instalaba… “España y yo somos así señora” decía Marquina, y Rusia también que por algo somos primos hermanos.
Apenas se habían marchado cuando el aparato aquel sonó, si sonó y el asombro de los dos supongo que era inenarrable…¿no dijo aquel hombre que el número y la línea no sabía cuando los darían?¿serían pruebas? cógelo tú...no, no cógelo tú…y aquello seguía sonando…en un gesto machista fingido, lo tomé en mi mano como si fuera de cristal y, no sin temor, lo acerqué al oído y dije tímidamente lo típico de “Slyshaiu”, escucho, y casi me da un pasmo cuando oigo el vozarrón de Vladimir preguntándome si había dormido bien.
No salía de mi asombro a pesar de saber que en Rusia todo es posible y lo contrario también pero aquello era demasiado.
- Déjate de hacer tonterías que os paso a buscar para ir a comer a un sitio en el que he encargado la comida y además tengo que deciros una cosa.
Me senté, no estaba para emociones fuertes, y apenas pude balbucear para preguntarle a qué hora pasaría.
- En una hora estaré allí, dijo y colgó sin más.
Se me cayeron dos lagrimones imponentes con la alergia a aquel material y se lo dije a Olga que se entristeció porque ni tenía que ponerse, según ella,  ni sabía qué hacer. Para ella era una experiencia nueva ir a comer fuera de casa. La tranquilicé diciéndola que era normal, que se pusiera cualquier cosa, que solo éramos unos amigos y que nuestro ilustre anfitrión solo quería pasar un rato con nosotros sin que tuviéramos que poner la mesa ni recoger ni nada…solo charlar juntos. Tuve una frase definitiva…Vístete de Olga y estarás perfecta, la dije. De repente se tranquilizó y en unos minutos estaba radiante.
La bocina acatarrada del Lada de Vladimir sonó llamándonos mientras se acercaba y nada más apearse se dirigió a Olga para decirla que estaba preciosa. Ella me miró a mí en un gesto de complicidad. Verdaderamente estaba muy guapa vestida con la naturalidad que acostumbraba.
Nos llevó a un hotel, de cuyo nombre no quiero acordarme, que tenía un comedor absolutamente rococó con palcos sobre una pista de baile y que se cerraba con cortinones rojos que olían a humedad. Me recordó a Lara y al canalla de Komarov del Doctor Zhivago y me entraron ganas de asesinar al camarero si se llegaba a aparecer a aquel personaje turbio y sin escrúpulos. A aquel comedor solo le faltaba música y una madame pero Vladimir era así y no sé por qué esperaba otra cosa.
Fundamentalmente la comida era sencilla pero espléndida, ensalada Olivier, rusa, con un aliño que quería ser César, pescado en gelatina, kolbasá, smetana para unos ricos blinys de champiñones y una inmensa tarta de galletas y chocolate grande como para invitar a todos los comensales si el salón estuviera lleno, que no lo estaba salvo en dos mesas que ocupaban unos individuos vestidos con el inevitable chaquetón de piel negra que me hizo sospechar su profesión, más bien su ocupación, y además pude comprobar que nuestro amigo se sentía cómodo entre ellos, tanto como incomodo me sentía yo.
Cuando acometimos la tarta apareció en el centro un señor vestido, creo, de zíngaro con su correspondiente acordeón y digo zíngaro porque si bien son muy talentosos para la música con este instrumento son geniales. La escena era…no sé cómo decirlo, solo faltaba una cabra haciendo de las suyas o un mono pasando la bandeja aunque la canción era agradable. Vladimir no debió pensar lo mismo porque rápidamente le dio un billete de cien rublos y le pidió que se fuera con la música a otra parte. Por toda explicación dijo que quería hablar con nosotros. Se me puso la carne de gallina.
Salió del local y volvió con una caja de zapatos  que ofreció a Olga. Ella sorprendida le interrogó con la mirada y él la pidió que la abriera. Al hacerlo la cara de Olga era todo un poema, entre sus manos salió un collar de ámbar de dos vueltas con el cierre también en aquella maravilla y que contenía un insecto atrapado en la resina. Debía costar un dineral porque estas piezas se venden al peso y aquello, por el aspecto debía de pesar lo suyo.
Si la cara de ella era de asombro, la de Vladimir parecía la de un colegial que se hubiera corrido la clase y estuviera columpiándose en un parque por primera vez. Y solo pensaba que cuanto me iría a costar y no precisamente en dinero porque a fuerza de ser estoico también me había hecho desconfiado, o cínico, aunque pensándolo bien, a lo mejor lo era de nacimiento pero también era cierto que en Rusia la tranquilidad era breve dada mi experiencia…
Nuestro amigo me pidió que se lo colocara a la aturdida Olga mientras la dijo una de sus frases que nunca sabía por dónde tomarlas: Algún día los marcos de tus ventanas será de ámbar. Es conocida la costumbre rusa de adornar los marcos de las ventadas con tallas en madera pintadas de vivos colores pero en ámbar jamás vi ninguna. Supuse que era una cortesía impropia de nuestro anfitrión ocasional pero cortesía al fin y al cabo.
Pasadas las palabras de agradecimiento y la sorpresa, esta vez agradable, Vladimir se dirigió a nosotros.
- Olga, sé que es un poco grande pero también se que puedes cortarle y darle la mitad a tu hermana Yulia e ir las dos igualitas como corresponde. No te disculpes porque sé que lo harás y ya contaba con ello así que adelante.
Y siguió.
- Supongo que os habréis preguntado cuanto tiempo estaré aquí, es lo lógico, pero aun no lo sé, no depende de mí, pueden ser tres días, tres semanas o un mes. En realidad estoy muy a gusto y tenía ganas de veros pero prefiero que me echéis de menos que qué simplemente me echéis…
Estoy esperando a alguien que llegará de un momento a otro y de ese alguien dependerá la duración de mi estancia. Bueno de él exactamente no pero si en gran medida, por eso estoy mirando hacia la entrada. Una vez más os soprenderé, concluyó enseñando sus recién estrenada fundas doradas… y dejándonos a nosotros absolutamente pensativos intentando adivinar quien sería la persona a la que esperaba.
No habían pasado diez minutos cuando Vladimir se levantó, alguien entraba en la sala, alto y con paso seguro. Creí conocerle pero no podía ser…o si…la persona que avanzaba hacia nosotros era Aleksander Volkov, el hijo de Olga…Ambos se fundieron en un abrazo sin palabras que en ella me pareció de emoción pero en él demasiado fingido, mientras nuestro amigo se reía feliz aunque no tanto como ella.

Allí estábamos los cuatro…Olga miraba a su hijo como las vacas miran al tren, y a mí con ese gesto como cuando Gary Cooper decía aquello de “Te lo advertí Flannagan, nunca debiste cruzar el Mississippi…” y el caso era que me había advertido pero de todo lo contrario pero, claro, ¡¡¡ qué sé yo de mujeres!!! Y Vladimir y Aleksander hablaban ajenos a nuestros pensamientos lo cual me ponía en alerta máxima, esa intuición que nunca me falla y que siempre me acompaña. Es como una segunda piel que me ha sacado de múltiples apuros. Veríamos esta vez…
El Sol poniente teñía de rojo y gualda, que casualidad, la herida plateada que producía en  la tierra el paso del río Angara, generando uno de los espectáculos más bellos de los tantos que solo la Madre Naturaleza es capaz de crear. Mientras disfrutaba de aquello a través de los ventanales y con la mirada ensimismada, pensaba que éramos pocos y parió la abuela.



[1]  FSB. SERVICIO FEDERAL DE SEGURIDAD. Sucesor del KGB desde 1991.
[2] Tarakan significa cucaracha.

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