domingo, 16 de julio de 2017

Ámbar capítulo VII:...que buenos son que nos llevan de excursión...


                                 CAPITULO VII.
                “…Que buenos son que nos llevan de excursión”.
Solo en esta parte del mundo el cielo es tan azul y las estrellas forman una alfombra maravillosa casi, casi, como la de Aladino. Hace algún tiempo vi un espectáculo similar al pasar el cometa Halley sobre Briansk y nunca lo olvidaré. A la vista de aquella maravilla la relacioné con aquella otra por lo  que, a pesar de la Marlen, llegué a casa contento.
Había conseguido aplazar el viaje en barco que el agua me gusta más bien poco, me había enterado, más o menos, de lo que se traían entre manos aquella extraña pareja y ya me veía en plena actividad con las neuronas revolucionadas. Cada día me recordaban más a  aquella película de Forqué de “Maribel y la extraña familia”…
Al llegar a casa dormitaba Olga, pensaría que llegaría tarde, confiaba en mí pero se perdió el espectáculo aunque supongo que lo habría visto mil veces.
Me urgía más ver al checheno centenario que ir a hacer fotos en barco pero aún no lo haría, necesitaba pensar y sobre todo cabrear a Volkov haciéndole esperar y perder tiempo así que dormiría como un Niño Jesús y pensaría en cómo llegar a  Sukhaya hasta donde había, más o menos, ciento cuarenta kilómetros por una carretera infernal lo que nos llevaría, probablemente, unas tres horas. Bien, me dije, mañana será otro día…que convertiré en sabático.
Y llegó mañana…no es cierto que con la edad se coma y se duerma menos…como como un león y duermo como un lirón, bonito pareado, y de no ser por el olor a pan frito y café me hubieran dado las mil del día siguiente pero ¿Quién se resiste a los desayunos de Olga? Después vendrían los huevos con embutido que había que desayunar fuerte porque luego cortaría leña para el próximo invierno por si las cosas se ponían enrevesadas y luego no podía hacerlo. Para el siguiente año ya había echado el ojo al hijo de un vecino que vivía a unas dos verstas para que se encargara, previo pago, de cortar en rodajas los troncos porque a mí no se me daba bien…al contrario que lo de comer y dormir y además me gustaba tener el defecto de la vagancia…un maravilloso defecto que ni siquiera entra en la lista de los pecados de ninguna religión lo que le hace más atractivo aun…
Más tarde  me acercaría a ver a la extraña pareja para preparar el viaje pasado mañana a Sukhaya…sabiendo que a Volkov le pondría de los nervios el nuevo aplazamiento…la vida es dura amigo Aleksander y seguro que Vladimir se reiría por lo bajini…
Después de comer y dar una cabezada comencé a andar camino de Irkustk al encuentro de los dos ganapanes…estaba cansado porque cortar troncos en rodajas no es muy placentero y además mi trabajo era intelectual, los librepensadores sudamos poco y menos a mi edad y , creo, que hacemos falta a la Humanidad ¿Qué sería de ella sin nosotros?
Volvió a tomar cuerpo en mi mente, mientras andaba,  la idea de comprar un vehículo que muchas veces consideré necesario, no sabía si coche, moto con sidecar, bici, caballos o huskys para trineo…en realidad como un día tuviera una emergencia lo pasaría mal…siempre lo dejé para otro día por la dichosa pereza, por no significarme mucho y porque no estaba seguro de que le gustara a Olga. Ahora el problema surgía de nuevo por si tenía que moverme por aquellas costas solo, porque no conocía a nadie que me pudiera  llevar y mucho menos de la confianza necesaria para que se enterara de lo que nos traíamos entre manos.
También el factor seguridad era importante a la hora de pensar en un vehículo e incluso en la necesidad de irnos a vivir a la ciudad, idea que iba tomaba cuerpo en mí.. Allí todo el mundo nos conocía y sabía que vivíamos solos y, de momento, el miedo como segunda naturaleza propia de los rusos, nos mantenía a salvo, que Beria aún era mucho Beria, pero corrían malos tiempos y los robos proliferaban a veces con fatales consecuencias y, en todo caso, el susto era peor que lo poco o nada que nos pudieran robar.
El caso era que Olga no quería cambiar de casa en un reflejo romántico muy propio de ella y aun asumiendo que yo prefería el asfalto se mostraba reticente a cualquier cambio algo muy frecuente en los rusos que creen que nada puede cambiar.
Y en estos pensamientos estaba cuando entré por la puerta de la cafetería del hotel en donde, sentados en la barra, me esperaban Vladimir sonriente y Aleksander con la cara de cabreo que se correspondía con su estado de ánimo. Les saludé con una alegría fingida para cabrearle más y le hice un guiño de complicidad a Vladimir al que casi se le escapa una carcajada.
No me entretuve mucho, lo justo, y quedamos para el día siguiente a las nueve para que pasaran a recogerme por casa.
La noche pasó rápida y a las nueve en punto me despedía de Olga con un beso y me subía al tanque de Vladimir, muy discreto, por la otra punta, para moverse con prudencia. Desayuné muy ligero porque el viaje se me apetecía movidito con aquel piloto, ya tenía ciertas experiencias, y no tenía ganas de marearme, al menos no demasiado. A las ruedas no quise ni mirar porque estaba seguro de que no me gustaría su estado. Creo que eran todavía las que llevaba cuando nos conocimos…
Estaba en lo cierto, viajar por aquel camino de cabras con Vladimir al volante era poco emocionante, muy arriesgado y altamente peligroso, tanto que podría considerarse deporte de riesgo solo que aún no era disciplina olímpica…la adrenalina se ponía a tope solo que no había que discurrir para salir de ella ni te daba tiempo siquiera a otra cosa que no fuera agarrarse a las cuerdas que llevaba el coche en donde debería de haber unos asideros. A Vladimir como a Rusia, no hacía falta entenderles, solo se necesitaba asumirles…
A los pocos kilómetros ya tenía el estómago a la altura del maletero cuando Aleksander me alargó unos folios para que los echara un vistazo…!!! Para eso estaba yo¡¡¡. Ante su insistencia los miré. Eran unas fotocopias de unos diez folios garrapateados y con la letra muy aumentada que me hicieron pensar que en tamaño normal no serían más de siete u ocho cuartillas, con muchos saltos, marcas de dobleces y el lápiz tan pasado que hacían la lectura ilegible. Creí recordar que Aleksander me habló de tres hojas aunque supuse sería una forma de explicarse como cualquier otra. Los volví a doblar y los guardé en un bolsillo prometiéndole leerlos en casa despacio. Hizo un gesto raro pero calló y nunca supo que las utilicé para secarme el sudor de la frente.
Llegamos a nuestro destino sobre las doce como había calculado y sentí un alivio general solo empañado porque había que regresar por el mismo camino y nos dispusimos a encontrar al tal Ruslán, algo que no sería difícil porque aquello  tenía bastante menos de un centenar de casas de madera adornadas con las maravillosas ventanas polícromas y más bien era una aldea que otra cosa.
Tampoco tuvimos que indagar mucho, no debían de tener muchas visitas porque al ruido del coche se abrió la ventana de la primera casa y una señora de avanzada edad nos daba la bienvenida a la vez que nos preguntaba que nos había llevado hasta allí e inmediatamente se ofreció a acompañarnos supongo que más guiada por el chismorreo, en un lugar en el que nunca pasaba nada, que por su afán de ayudarnos.
En cuanto pisó la calle se encargó de airear a la vecindad que aquellos forasteros buscaban a Ruslán, vecindad que se unió al cortejo signo inequívoco de que allí pasaban pocas cosas como había pensado y de que nuestra visita daría tema de conversación durante mucho tiempo. Nuestro cortejo debió de alcanzar unas veinte personas y hasta casi sentí que éramos importantes. Claro que si llegan a saber que yo era español se hubieran unido todos, algunos lo hacían desde las ventanas, e incluso habrían avisado a los pueblos cercanos. Era una especie de “Bienvenido Mr. Marshall” de Berlanga en versión estepa…
A unos doscientos metros se hallaba la casa quizás más grande de la aldea lo que me hizo pensar que la persona que buscábamos no vivía sola, lo cual podría dificultar las cosas que, es sabido, que entre dos o más no se puede guardar un secreto.
Nos abrió, absolutamente sorprendido por las llamadas a voces de sus vecinos, un hombre alto, arrugado de cara y el pelo negro azabache, de una edad indefinida entre los cincuenta y los cien años aproximadamente que no entendía nada de lo que pasaba al ver a sus amigos acompañados de tres extraños.
Hechas las aclaraciones pertinentes le costó a aquel hombre deprenderse de aquella gente que no se conformaba con saber casi nada y, aunque con esfuerzo, conseguimos quedarnos solos al cabo de un cuarto de hora.
- Me llamo Ruslán, dijo el hombre, algo que intuyo que ya saben y no puedo imaginar el motivo de su visita, más aun cuando mis vecinos piensan que estoy loco, igual que algunos del KGB  que vinieron antes que ustedes. Siento que no hayan avisado para recibirlos con la hospitalidad necesaria pero no imagino cómo podrían hacerlo ni que podría haber hecho yo. Supongo que traerán algo para brindar lo cual ya será suficiente.
Esta es mi casa, continuó, algo grande pero necesito todo el espacio del que dispongo para mis cosas, principalmente mi biblioteca que me acompaña en mis largos días y me da respuesta a muchas cosas de las que hoy pasan. En la Historia están las claves de hacia dónde camina la Humanidad aunque a veces parezca que en vez de avanzar retroceda pero es que somos tan torpes que repetimos cíclicamente todos los errores, cada cosa que pasa es como una especie de “ya lo había visto antes”…. Les diré algo de mí antes de conocer los motivos de su visita.
Mientras hablaba observé la vivienda que, como casi todas, solo constaba de una pieza, pero estaba limpia y ordenada, no tenía icono, todo en madera y en una esquina al lado de una ventana tenía estanterías llenas de libros manoseados y con la pátina del tiempo en sus lomos. Eran libros, como él había dicho, en su mayoría de Historia.
- Soy checheno. Ustedes no pueden entendernos, dijo Ruslán. Los rusos dicen que el Cáucaso es ruso pero que nosotros no somos rusos y por tanto nunca nos han tratado como tales sino como súbditos. En cierto modo tienen razón, no somos eslavos, evidentemente, y nuestro origen, mezclándose razas de todo tipo, podría considerarse más árabe que otra cosa. Descendemos de Noé y es sabido que su Arca, tras el Diluvio Universal, se posó en el monte Ararat y por tanto fuimos la primera civilización sobre la tierra. No somos esclavos, somos hijos de reyes y merecemos ser tratados como tales.
Cuando la invasión alemana nos dieron la independencia, incluso Calmucia fue independiente, y nos alistamos en sus filas sin pensar en más allá salvo que nos daban lo que queríamos. Yo aún no tenía barba y estudiaba Historia en la Universidad de Grozny, paseaba con las chicas por la orilla del rio Terek y soñaba con un mundo mejor así que también me alisté.
Lo demás ya lo saben, los alemanes perdieron y nuestros pueblos fueron utilizados como carne de cañón contra las fuerzas alemanas en retirada. Nos pusieron en primera línea sin armamento, si avanzábamos nos mataban los alemanes, si retrocedíamos lo hacían los soviéticos…los que más suerte tuvieron fueron deportados al Este en donde su destino no fue mejor…un día eché a correr, deserté, y no paré en mucho tiempo, siempre huyendo como un animal herido y tras muchas vicisitudes llegué a este sitio que me pareció mágico y lo suficientemente alejado como para que no me encontraran jamás.
No soy tan viejo como la gente de aquí cree, no llego a los noventa  años pero mi vida ha sido muy dura y a mí me da igual lo que piensen, incluso creen que estoy loco porque oigo por la noche gritos humanos de la gente que se tragó el hielo entre sus grietas…
Aquí encontré una buena mujer que me dio eso que algunos llaman Amor, calentando mi cuerpo por las noches y mi alma por el día pero murió muy joven y no me dio hijos por lo que me he convertido en un lobo solitario, aunque vivo tranquilo esperando no sufrir demasiado y sin querer recordar. El sueño de abrazar a lo que quede de mi familia y morir en mis montañas ya hace mucho que lo he abandonado.
No sé lo que buscan, tampoco me importa mucho, pero si sé que no puedo contarles nada porque nada sé salvo mi vida, mi dura vida, que no creo sea lo que buscan.
Quizás usted, dijo dirigiéndose a mí, que es ajeno a este mundo, pueda intuir lo que les cuento como una tragedia personal pero es la de millones de personas que tuvieron la desgracia de nacer en el Cáucaso y vivir en tiempos difíciles. Nacer en el lugar equivocado y en el tiempo equivocado.
Es posible que usted también esté loco o que, como yo, huya de algo, dijo dirigiéndose a mí, porque no tiene otra explicación que un español esté aquí. Yo llegué aquí en Febrero de 1946, creo, y no he salido nunca de estas costas y solo me acompaña una radio que funciona cuando quiere pero usted parece tenerlo todo, es joven, de un país que tiene Sol todo el año, playas de finas arenas y Paz así que sólo puedo pensar que está en el culo del Mundo por Amor.
En cualquier caso les estoy agradecido porque hoy no voy a estar  solo, voy a beber  samagón con ustedes, he revivido mis peores y mejores días y me han llenado la despensa que ya las fuerzas me fallan para salir a cazar y al lago le tengo miedo porque se ha llevado muchas vidas, concluyó.
Deberíamos contarle, pensé, nuestro interés por el tren aun a costa de pasar por locos como él, pero preferí  que Volkov tomara la iniciativa mientras pensaba en mi amigo del alma Vladimir cuya cara se había transfigurado en un rictus de tristeza. Él también era descendiente de Noé, o eso creía yo entonces, y conocía la tragedia de aquellos pueblos y sé que, en cierto modo, sentía que había traicionado a sus gentes al pasarse con armas y bagajes al mundo eslavo.
Cosas de la vida, de esta puñetera vida, en un siglo en el que nos habíamos dedicado a destruirnos más que a construir un futuro justo. Nos hemos empeñado desde  tiempos remotos en que aquello del valle de lágrimas fuera realidad y a Fe que lo hemos conseguido y es que la estupidez humana no tiene límites.
Me limité a decirle, medio en broma, que éramos vecinos, que vivía en Irkutsk y esperar a que alguien más hablase.
- Cuando llegue la primavera, dijo Volkov, le llevaré a Chechenia. Si usted quiere se quedará en su tierra y si no es así le volveré a traer. No tiene que preocuparse de nada, yo lo pagaré todo y supongo que preguntarle si alguna vez se ha subido a un avión es una tontería pero no se alarme, si no se atreve iremos en tren. Y esto nada tiene que ver con el resultado de nuestras gestiones y si usted puede ayudarnos o no.
Me sorprendió la rápida respuesta de Aleksander porque creí que hablaba sinceramente quizás porque la vena colonial, el sentimiento de culpa, y a la vez de protección, ruso, sobre aquellos territorios conquistados, o simplemente porque la naturaleza humana no responde a patrones establecidos, le hacían parecer honesto. Nadie sabe nada de nadie, ni siquiera uno mismo. También pensaba que me había equivocado, que Ruslán vivía solo y que era un hombre singular.
- Me deja asombrado, respondió Ruslán, usted no me conoce de nada y a pesar de ello y de que no sabe si le puedo ayudar, me ofrece mi sueño, morir en mi tierra mirando hacia el monte Elbrus y rodeado de mi familia y ¿sabe? veo en su mirada que es sincero. Tiene razón, nunca he volado pero si usted hace el esfuerzo de llevarme a casa yo haré el esfuerzo de ir en avión y estoy seguro de que tendré más curiosidad que miedo. Ahora mis noches serán más largas esperándole por primavera. No sé quién pero alguien se lo pagará con creces, quizás ese Dios en el que de una u otra forma todos creemos aunque no sea más que cuando estamos en peligro.
- Lo dicho, dicho está y si acepta lo doy por hecho, dijo Aleksander.
Queremos saber que se dice o que sabe de un tesoro que robaron los fascistas en la Gran Guerra Patria y, creemos, recuperado por el Ejército Rojo en Kalinigrado y que suponemos fue traído hasta aquí, hasta el lago a mediados o finales del 1945 aproximadamente. Tenemos razones para pensar que llegó aquí en tren pero no sabemos qué pasó después, si lo descargaron, lo hundieron o siguió más adelante.
- Quizás haya oído hablar de la Cámara de Ámbar, supongo que sí, y entera o parte de ella pudo ser traída hasta aquí, dijo Vladimir que quizás al suponer que era caucásico pensó sería más fácil para él terciar en la conversación.
- Yo también he oído la historia del ámbar y del tesoro pero no puedo decirles nada, dijo el hombre, Tampoco pude decir nada a otros que vinieron antes y que decían ser eso que llaman caza tesoros aunque supongo que eran del NKVD o como se llame ahora, creo que FSB... No les creí, claro, como tampoco creeré ahora lo que me digan ustedes y casi prefiero que no me lo digan porque me da igual.
Si es cierto todo esto sobre el tesoro, yo no estaría aquí todavía pero alguien que pudo estar me contó algo inconexo, quizás verdad, pero aquel hombre, aquel vecino, vivió algo que le hizo desvariar y aunque se dice que los niños y los locos siempre dicen la verdad, no puedo concluir en nada concreto porque hablaba de una gran tragedia, de disparos en la noche, de cadáveres que, por la noche, se tragaba entre alaridos el hielo mientras gemían…más bien creo que los crujidos del hielo le hacían soñar esas cosas y es sabido que la noche agrava y agranda  los ruidos. Nunca me dijo otra cosa, no al menos que recuerde y que les pueda servir. Lo lamento pero estoy seguro que saben ustedes más que yo.
En lo único que les puedo servir quizás sea que tengo una carta marina de la época por si decidieran buscar en los fondos del lago con esos aparatos modernos que todo lo ven. Se la ofrezco pero es posible que los residuos arrastrados por los afluentes hayan modificado el fondo sustancialmente, e incluso les ofrezco una barca muy modesta pero con motor que tendrían que tripular ustedes porque ya no salgo en ella. Es todo lo que puedo hacer y todo lo que se.
Si recordara algo útil me las arreglaría para hacérselo saber a través de una persona que viene cada quince o veinte días con alimentos, baterías para aparatos eléctricos pequeños, ropa china y cosas así pero aunque aún conservo buena memoria dudo que algo me viniera a la cabeza de repente. También preguntaré a mis vecinos aunque quedan sólo tres o cuatro que hayan podido vivir en las fechas que me dicen, los jóvenes estaban en la guerra y los niños bastante tenían con comer, dormir e ir a casa del vecino que hacía de maestro, acabó Ruslán.
Se hizo un espeso silencio como si nadie hubiera asimilado lo dicho, no se lo creyeran o estuvieran, estuviéramos, decepcionados, o las tres cosas o simplemente evaluando lo que aquel hombre les contaba. El menos sorprendido era yo porque nada esperaba…simplemente me mantenía la curiosidad de hacia dónde derivaría aquello, suponiendo que derivara, que era mucho suponer…tampoco entendía muy bien que en un país como aquel alguien casi privadamente se metiera en aquel fangal porque dinero, lo que se dice dinero, no sacaría ni un rublo porque de encontrarse pasaría inmediatamente a propiedad estatal como correspondía, pero problemas, lo que se dice problemas, los tendría de todos los colores del Arco Iris.
- Bien, habló Aleksander. Lo hemos intentado y ahora brindemos por la amistad, por que pronto nos veamos otra vez y por ese viaje que haremos en primavera. También tengo curiosidad por conocer el Cáucaso así que, pienso, que será un inolvidable viaje.
Bebimos, comimos, cantamos y por momentos creo que olvidamos aquella extraña historia de tesoros y ámbar e incluso  me di un pequeño paseo mirando aquel maravilloso paisaje y llenando de curiosidad a los vecinos que, sin ninguna timidez, me preguntaban de donde era y cómo había llegado hasta tan lejos.
Me los quité de encima con una sonrisa y cuatro palabras en mal ruso para decir que no les entendía y que era español lo cual les asombraba aún más y es que de siempre, en Rusia, lo español era muy admirado y querido a pesar de que durante muchos años estuvimos separados no sólo por la distancia sino por la Política y de que, oficialmente, nuestras relaciones diplomáticas llegaron muy tarde con la apertura del Consulado ruso en Cádiz allá por mediados del siglo XVIII, relaciones que se interrumpieron con el tsunami que arrasó la costa entre la Tacita de Plata, Cádiz, y Lisboa a los pocos años.
Con desgana iban volviendo a las casas y cerrando las ventanas, con tanta como me volví yo al encuentro de mis amigos sobre todo por lo bien que me encontraba en aquellos parajes pero preocupado a la vez porque se hacía tarde para volver por aquellos derroteros a oscuras. Silbaba siguiendo una costumbre que tenía desde niño y en esta ocasión la pieza elegida era la Sonata para cuerda de Tchaycovsky y,  me parecía que los pajarillos hacían un coro con su trinos que no lo hubiera mejorado ninguna gran orquesta.
Ya anochecía cuando emprendimos el camino de regreso y el manto de la noche se extendía sobre el sagrado Baikal convirtiéndole en una gran mancha de color azul oscuro.
Sabía por experiencia que Vladimir era más seguro conduciendo cuando había trasegado algún litro de alcohol, fuera cual fuera su graduación. Aun así me agarré a las falsas asas de cuerda del Lada amarillo y cerré los ojos lo que pude…
Llevaban una sonrisa de oreja a oreja así que deduje que habían visto algo favorable a sus intereses solo que, aunque no me lo dijeran, me daba igual porque yo también lo había visto…
Al salir de la cabaña de aquel hombre, me fijé en un cobertizo de madera en el que se adivinaban aperos de labranza y material para la pesca solo que en una de las paredes había un panel  en el que todavía se podían leer claramente caracteres cirílicos y el inequívoco emblema de los ferrocarriles soviéticos con el numeral IS-20-019 y una especie de puerta de madera estaba formada por tablillas rotuladas en alemán aunque ilegibles por el paso del tiempo  y no habían llegado allí por casualidad. Y eso era lo que ellos también habían visto.
Tendría que volver a ver al checheno pero no sabía cómo llegar hasta allí sin ayuda, aunque estaba seguro de que conmigo hablaría pero si iba solo. Porque además había visto algo que a aquellos dos personajes les pasó desapercibido…apilada entre trastos se encontraba una escafandra de buceo y el motorcillo que suministraba oxigeno por el procedimiento de girar una gran rueda que accionaba unos émbolos que seguro estaba en alguna de las barcas que había en el puerto. Y es que el señor Mamedov era muy listo y desconfiaba, como él mismo había dicho, de los rusos. Estaba seguro de que no habían reparado en ello porque no eran de puerto de mar y no sabían lo que era…o si…
Iban tan contentos que se pusieron a cantar algo que creí una canción infantil como aquella que tarareábamos en el autobús cuando en el cole nos llevaban de excursión…” Que buenos son los señores profesores, que buenos son que nos llevan de excursión”. Solo entendía una especie de broma “…Stradivarius, samavarius, chepujarius…”
También su desproporcionada alegría podría ser porque mañana se iban…me quedaría solo y por extraño que pudiera parecer, que lo era, les echaría de menos, más bien a Vladimir, aunque me dejaban tareas para entretenerme que no era poco.
Llegamos a casa de milagro, todos menos mi estómago que se quedó entre los diez primeros kilómetros del retorno en una parada de emergencia en la que di de comer a todos los peces del lago el mismo menú que comimos, pero no digerí, en aquel pueblo, obsequio gratuito de parte de nuestro ínclito piloto al que, encima, teníamos que darle las gracias por llevarnos y traernos…

                                   

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