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jueves, 6 de julio de 2017

Ámbar , capítulo IV : Baikal







                                          CAPÍTULO IV
                                             BAIKAL
Olga estaba exultante de alegría, tenía a su hijo al lado, aunque no sabía por cuánto tiempo ni por qué pero no la importaba tampoco, cada cual cree lo que quiere creer, y el hecho de que su Sasha estuviera allí para ella era suficiente y, de hecho, me hubiera mandado al hotel para que su niño durmiera en casa…solo que él no quería y se fue al hotel en donde estaba Vladimir. Otra cosa era por qué quería irse ¿no molestar? Eso no se lo creía ni él…simplemente necesitaba estar con su amigo ocasional, suponía, charlando sobre lo que les había reunido allí, que no digo que fuera malo pero bueno…tampoco.
En realidad a mí me hubiera dado lo mismo dormir en el hotel, pernoctar diría, porque desde que alguno de aquella extraña pareja andaba por nuestros parajes, no pegaba ojo pensando que aquello explotaría por algún sitio y casi deseaba que fuera cuanto antes porque aquello era puro suplicio tártaro, ruso por supuesto, dándole vueltas a la cabeza tratando de adivinar qué pasaba. Preguntar era inútil, los dos eran eslavos y por tanto hablarían cuando lo creyeran conveniente y no por preguntar se adelantarían en sus cálculos.
Y Olga, en sus nubes, haciendo planes para llevarlos a ver a Yulia y darle a su cuñado otro susto de muerte, que el hombre solo verme le daban respingos a pesar de que realmente no tenía ningún motivo. El miedo es libre y, aquel hombre enamorado, solo quería vivir en Paz al lado de su mujer y más ahora cuando la suerte parecía sonreírle humildemente, que tampoco aspiraba a más. La vida en Rusia era difícil, en provincias más aún, y llevar una vida normal ya era todo un éxito.
Como ya teníamos teléfono cada hora se llamaban durante largo tiempo contándose mil cosas que yo ni sabía que sucedían y haciendo planes, entre otros los de visitarse mutuamente porque Yulia y su marido no conocían aun nuestra casa, suponía que porque él no quería ni por asomo acercarse a  mí. Pero algún día lo haría porque yo tenía que encontrar la forma de que se sintiera cómodo conmigo aunque no sabía cómo y tendría que esperar a esas ocasiones que, dicen, se pintan calvas.
Y no es que me importara ir a Sludyanka en esta época del año en la que el lago tiene el color azul inmenso del cielo que se refleja en su espejo, en la que su nivel sube por la aportación de agua que le hacen sus trescientos veintiséis afluentes con la única perdida del Angara que lo desagua hacia la ciudad, lo que no le deja ser endorreico, con el color ocre de su arbolado costero y el sol y la luna dotándole de un mágico hálito que invita a soñar.
Aun los pescadores pueden salir a ganarse la vida antes de que las aguas espesen con el frío para hacer el agosto en pleno octubre, que es el mejor mes para las capturas aunque nunca he sabido por qué. En agosto es más rentable, y menos trabajoso, hacer cruceros para turistas, para los viajeros, para los mochileros e incluso para rusos que adoran al lago sagrado, al lago Baikal que con el rio Volga de Stenka Razin conforman los dos pilares eslavos del culto al agua.
El caso es que me apetecía a mí mismo volver al lago aunque lo había visitado varias veces pero mi cuñado no me cobraría y la cosa no estaba para dispendios así que tendría que buscar alguna excusa de esas que solo se me ocurren cuando paseo solo mirando todo lo que se menea…estaba llegando a creer que me pasaba como a los artistas que les llega la inspiración o no…pero es que mi estado de intranquilidad era elevado y así no hay quien se inspire…dejaremos actuar a la Sudba y a ver qué pasa…pensé…y no debía haberlo hecho… porque hablando del Rey de Roma, con perdón porque hay otra versión que habla del ruin de la capital italiana, por la puerta asoma…
Allí estaban de nuevo el punto y la coma, que tal parecían un bigardo rubicundo de tez blanca y alguien de menos que talla media, moreno como solo se es en el Cáucaso y, eso sí, los dos con una sonrisa de oreja a oreja que parecía sacada de un anuncio de Licor del Polo  presagio, una vez más, de nada bueno aunque sin embargo a mí me servía de alerta que no es poco, y es que aún no sabían de mi habilidad para interpretar los gestos de los truhanes, y no es que lo fueran en sentido estricto, no al menos Aleksander que era un perfecto canallita, por quitarle años, aunque si Vladimir pero era de los míos, me había demostrado que era mi amigo y estaba seguro de que no me fallaría, no al menos mientras pudiera mantener lo que fuera que había pactado con el hijo de Olga en el nivel de silencio que el asunto requiriese.
Y ahora tocaba esperar mientras Aleksander hablaba con Olga y Vladimir, tras los saludos y abrazos de rigor, me tranquilizaba con una enorme sonrisa y me decía que teníamos que hablar en tanto que Volkov hablaba con su madre.
- No tengas miedo ni preocupación por mi Alfredo, la palabra amigo en Rusia, como bien sabes, es sagrada y nosotros somos amigos e incluso diría que algo más. Cuando pueda te diré algo más pero ahora solo quiero que sepas que el niño de Olga solo me quiere en principio como una forma de llegar a ti, y tampoco quiere especialmente nada sino una coartada para acercarse al Baikal sin armar mucho ruido y aprovechando que quiere visitar a su familia pero en cierto modo te tiene demasiado respeto y sabe que eres más listo que él, así que me busca de lazarillo para ablandarte o, al menos, para que no te entrometas y le estropees el negocio que se trae entre manos. Yo no necesitaba muchas excusas para volver a estar a tu lado y si además gano un puñado de rublos que él me pagará aunque la aventura no salga bien, pues mucho mejor.
- Pero ¿De qué se trata? inquirí yo.
-Solo te puedo decir que cuando dije a Olga que sus ventanas serían algún día de ámbar no la mentía aunque no os dierais cuenta. De eso se trata, de ámbar. ¿Recuerdas la famosa cámara de ámbar desaparecida de Tsarkoye Tsielo en la Gran Guerra Patria? Pues Aleksander cree que una parte fue traída desde Kaliningrado hasta aquí y escondida en alguna gruta de de la costa.
Me senté y no porque me temblara nada sino para tomarme un respiro y pensar en una respuesta ante aquella historia inverosímil que Vladimir me planteaba…Ámbar, Catalina la Grande, guerra, alemanes…
- Vladimir, repliqué, este capullo se está convirtiendo para mí en una pesadilla¡¡¡
Apuré una especie de vodka con sabor limón que me quemaba la garganta cuando la bebía de un golpe, zalpon como se dice en ruso, y la cabeza empezó a darme vueltas como si en vez de un chupito me hubiera bebido cosa de un kilo de aquel brebaje. Y ya sé que he dicho kilo y por algo será.
En cuanto pudiera iría al hotel a buscar en Internet toda la información posible sobre aquel asunto del que solo sabía cuatro cosas y a medias y pensando en ir mañana mismo pasó lo que tenía que pasar.
Y allí llegaban el niñato y su madre tan sonrientes y felices…y Olga se dio cuenta de que algo no iba bien, me conocía mejor que nadie, al ver mi cara y mi actitud y se quedó callada mientras Aleksander me miraba diciendo.
-Ya es hora de que conozca al resto de la familia así que si no tienes ningún inconveniente me gustaría ir con mi madre a visitar a mi tía Yulia.
- Ningún inconveniente y no solo eso sino que tengo una gran curiosidad por presenciar vuestro encuentro, dije burlón.
Olga intervino diciendo que si era así mañana llamaría a su hermana para preparar la visita y Vladimir sonriendo dijo que él también iría y aprovecharía para dar un paseo por la costa del lago.
Yo callé `pero miré con mirada asesina a Volkov para que supiera que estaba alerta y que no le iba a ser fácil manipular la visita mientras pensaba a la vez que lo de internet podía esperar aunque tardara un par de días más en salir de la ignorancia que podía más mi curiosidad que mis ganas de saber exactamente que era aquello de la Cámara del Ámbar , cuanto valía, donde se perdió e incluso algo de su historia porque vagamente recordaba que fue obra de orfebres alemanes pero no sabía cómo llegó a Rusia y también me apetecía saber si fue un robo o no porque podría ser que los alemanes solo trataran de recuperar algo que era suyo cuando se la llevaron. El hecho de que aquellos dos personajes creyeran que una parte estaba en las orillas del Baikal, se escapaba de mi capacidad de comprensión y ya me lo aclararían cuando no les quedara más remedio porque si del hijo de Olga no confiaba lo más mínimo, de Vladimir si, totalmente, y sabría cómo hacer para seguir siendo mi amigo y no perder su parte legítima en aquel negocio. Su lealtad estaba sobradamente probada.
Pasamos unas horas charlando y comiendo kolbasa, blinys de setas con esmetana, gelatinas de pescado y bebiendo vodka aunque yo la tomaba con unos hielos y limón, agitada, no mezclada, en un pequeño homenaje a James Bond, aquel agente 007 con licencia para matar con una secretaria que se llamaba Monnie Penny y que había protagonizado la película de “Desde Rusia con amor” de mis sueños juveniles, casi, casi como Miguel Strogoff de importante en mi imaginario. También lo hacía porque esta costumbre social me levantaba un enorme dolor de cabeza y ya no me cabían más excusas para no tomarla sin ofender a nadie y a sus brindis inacabables y sobre todo me costaba beberla en aquellas comidas interminables en las que se bailaba entre plato y plato y se acababan a las mil de la noche en una secuencia en la que ya no se sabía si era comida, merienda o cena.
Vladimir sonreía y callaba y no sé si pensaría, como yo, que el tal Aleksander era un embaucador de tres al cuarto, experto en engatusar a juzgar por lo bien que lo hacía con su madre y lo intentaba con nosotros, anticipándose a lo que Olga pensaba o quería oír con lo que uno podía muy bien creer que estaba en una sesión de espiritismo barato. El cuadro era de comedia, tú me engañas, yo hago como que lo consigues…solo que a orillas del Baikal más podría pensarse que rodábamos una película de ficción con nosotros de absurdos protagonistas.
Ya anochecido nos despedimos durante un buen rato, que también allí las despedidas duran lo suyo. Vladimir me miró casi con resignación y nada más marcharse, Olga se metió en la despensa para abastecer a su hermana como si tuviera que comer para dos meses en un día y ante mi mirada socarrona, me dijo:
- Alfredo nosotros vivimos bien.
- ¿Me has visto pensar? contesté. Sabes que no me importa pero no sé si Yulia, más bien su marido, se sentirán ofendidos.
- No lo creo, dijo ella. Somos hermanas y no tienen por qué. Además tu bien sabes que nadie va de visita sin algún regalo.
 - Me voy a dormir Olga la cabeza me da alguna vuelta…y no sé por qué. No te acuestes tarde porque mañana debiéramos salir temprano para volver antes de que caiga la noche y quizás debieras llamar a tu hermana ahora que aun estará levantada  para ver si estarán en casa cuando lleguemos y decirla que no compre nada, que no haga nada, solo que estén.
- Lo haré ahora mismo.
Con las mismas me fui a dormir. No me extraña que los rusos beban vodka porque caí casi feliz en los brazos de Morfeo y supongo que con esa sonrisa bobolona que dan los cuarenta grados del brebaje, nada que ver con la que decía mi madre que tenía dormido que, según ella, era el único momento en que no estaba liando alguna travesura, pero seguramente serían cosas de madre porque yo siempre he sido una especie de ángel. Mañana será otro día, me dije, y si consigo que no me duela la cabeza  al levantarme, hasta estaba seguro de que sería muy interesante.







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