CAPÍTULO IV
BAIKAL
Olga estaba exultante de
alegría, tenía a su hijo al lado, aunque no sabía por cuánto tiempo ni por qué
pero no la importaba tampoco, cada cual cree lo que quiere creer, y el hecho de
que su Sasha estuviera allí para ella era suficiente y, de hecho, me hubiera
mandado al hotel para que su niño durmiera en casa…solo que él no quería y se
fue al hotel en donde estaba Vladimir. Otra cosa era por qué quería irse ¿no
molestar? Eso no se lo creía ni él…simplemente necesitaba estar con su amigo
ocasional, suponía, charlando sobre lo que les había reunido allí, que no digo
que fuera malo pero bueno…tampoco.
En realidad a mí me
hubiera dado lo mismo dormir en el hotel, pernoctar diría, porque desde que
alguno de aquella extraña pareja andaba por nuestros parajes, no pegaba ojo
pensando que aquello explotaría por algún sitio y casi deseaba que fuera cuanto
antes porque aquello era puro suplicio tártaro, ruso por supuesto, dándole
vueltas a la cabeza tratando de adivinar qué pasaba. Preguntar era inútil, los
dos eran eslavos y por tanto hablarían cuando lo creyeran conveniente y no por
preguntar se adelantarían en sus cálculos.
Y Olga, en sus nubes,
haciendo planes para llevarlos a ver a Yulia y darle a su cuñado otro susto de
muerte, que el hombre solo verme le daban respingos a pesar de que realmente no
tenía ningún motivo. El miedo es libre y, aquel hombre enamorado, solo quería
vivir en Paz al lado de su mujer y más ahora cuando la suerte parecía sonreírle
humildemente, que tampoco aspiraba a más. La vida en Rusia era difícil, en provincias
más aún, y llevar una vida normal ya era todo un éxito.
Como ya teníamos
teléfono cada hora se llamaban durante largo tiempo contándose mil cosas que yo
ni sabía que sucedían y haciendo planes, entre otros los de visitarse
mutuamente porque Yulia y su marido no conocían aun nuestra casa, suponía que
porque él no quería ni por asomo acercarse a
mí. Pero algún día lo haría porque yo tenía que encontrar la forma de
que se sintiera cómodo conmigo aunque no sabía cómo y tendría que esperar a
esas ocasiones que, dicen, se pintan calvas.
Y no es que me
importara ir a Sludyanka en esta época del año en la que el lago tiene el color
azul inmenso del cielo que se refleja en su espejo, en la que su nivel sube por
la aportación de agua que le hacen sus trescientos veintiséis afluentes con la
única perdida del Angara que lo desagua hacia la ciudad, lo que no le deja ser
endorreico, con el color ocre de su arbolado costero y el sol y la luna
dotándole de un mágico hálito que invita a soñar.
Aun los pescadores
pueden salir a ganarse la vida antes de que las aguas espesen con el frío para
hacer el agosto en pleno octubre, que es el mejor mes para las capturas aunque
nunca he sabido por qué. En agosto es más rentable, y menos trabajoso, hacer
cruceros para turistas, para los viajeros, para los mochileros e incluso para
rusos que adoran al lago sagrado, al lago Baikal que con el rio Volga de Stenka
Razin conforman los dos pilares eslavos del culto al agua.
El caso es que me
apetecía a mí mismo volver al lago aunque lo había visitado varias veces pero
mi cuñado no me cobraría y la cosa no estaba para dispendios así que tendría
que buscar alguna excusa de esas que solo se me ocurren cuando paseo solo
mirando todo lo que se menea…estaba llegando a creer que me pasaba como a los
artistas que les llega la inspiración o no…pero es que mi estado de intranquilidad
era elevado y así no hay quien se inspire…dejaremos actuar a la Sudba y a ver
qué pasa…pensé…y no debía haberlo hecho… porque hablando del Rey de Roma, con
perdón porque hay otra versión que habla del ruin de la capital italiana, por
la puerta asoma…
Allí estaban de nuevo
el punto y la coma, que tal parecían un bigardo rubicundo de tez blanca y alguien
de menos que talla media, moreno como solo se es en el Cáucaso y, eso sí, los
dos con una sonrisa de oreja a oreja que parecía sacada de un anuncio de Licor
del Polo presagio, una vez más, de nada
bueno aunque sin embargo a mí me servía de alerta que no es poco, y es que aún
no sabían de mi habilidad para interpretar los gestos de los truhanes, y no es
que lo fueran en sentido estricto, no al menos Aleksander que era un perfecto
canallita, por quitarle años, aunque si Vladimir pero era de los míos, me había
demostrado que era mi amigo y estaba seguro de que no me fallaría, no al menos
mientras pudiera mantener lo que fuera que había pactado con el hijo de Olga en
el nivel de silencio que el asunto requiriese.
Y ahora tocaba esperar
mientras Aleksander hablaba con Olga y Vladimir, tras los saludos y abrazos de
rigor, me tranquilizaba con una enorme sonrisa y me decía que teníamos que
hablar en tanto que Volkov hablaba con su madre.
- No tengas miedo ni
preocupación por mi Alfredo, la palabra amigo en Rusia, como bien sabes, es
sagrada y nosotros somos amigos e incluso diría que algo más. Cuando pueda te
diré algo más pero ahora solo quiero que sepas que el niño de Olga solo me
quiere en principio como una forma de llegar a ti, y tampoco quiere
especialmente nada sino una coartada para acercarse al Baikal sin armar mucho
ruido y aprovechando que quiere visitar a su familia pero en cierto modo te
tiene demasiado respeto y sabe que eres más listo que él, así que me busca de
lazarillo para ablandarte o, al menos, para que no te entrometas y le estropees
el negocio que se trae entre manos. Yo no necesitaba muchas excusas para volver
a estar a tu lado y si además gano un puñado de rublos que él me pagará aunque
la aventura no salga bien, pues mucho mejor.
- Pero ¿De qué se
trata? inquirí yo.
-Solo te puedo decir
que cuando dije a Olga que sus ventanas serían algún día de ámbar no la mentía
aunque no os dierais cuenta. De eso se trata, de ámbar. ¿Recuerdas la famosa cámara
de ámbar desaparecida de Tsarkoye Tsielo en la Gran Guerra Patria? Pues
Aleksander cree que una parte fue traída desde Kaliningrado hasta aquí y escondida
en alguna gruta de de la costa.
Me senté y no porque
me temblara nada sino para tomarme un respiro y pensar en una respuesta ante
aquella historia inverosímil que Vladimir me planteaba…Ámbar, Catalina la
Grande, guerra, alemanes…
- Vladimir, repliqué,
este capullo se está convirtiendo para mí en una pesadilla¡¡¡
Apuré una especie de
vodka con sabor limón que me quemaba la garganta cuando la bebía de un golpe,
zalpon como se dice en ruso, y la cabeza empezó a darme vueltas como si en vez
de un chupito me hubiera bebido cosa de un kilo de aquel brebaje. Y ya sé que
he dicho kilo y por algo será.
En cuanto pudiera iría
al hotel a buscar en Internet toda la información posible sobre aquel asunto
del que solo sabía cuatro cosas y a medias y pensando en ir mañana mismo pasó
lo que tenía que pasar.
Y allí llegaban el niñato
y su madre tan sonrientes y felices…y Olga se dio cuenta de que algo no iba
bien, me conocía mejor que nadie, al ver mi cara y mi actitud y se quedó
callada mientras Aleksander me miraba diciendo.
-Ya es hora de que
conozca al resto de la familia así que si no tienes ningún inconveniente me
gustaría ir con mi madre a visitar a mi tía Yulia.
- Ningún inconveniente
y no solo eso sino que tengo una gran curiosidad por presenciar vuestro
encuentro, dije burlón.
Olga intervino
diciendo que si era así mañana llamaría a su hermana para preparar la visita y
Vladimir sonriendo dijo que él también iría y aprovecharía para dar un paseo
por la costa del lago.
Yo callé `pero miré
con mirada asesina a Volkov para que supiera que estaba alerta y que no le iba
a ser fácil manipular la visita mientras pensaba a la vez que lo de internet
podía esperar aunque tardara un par de días más en salir de la ignorancia que
podía más mi curiosidad que mis ganas de saber exactamente que era aquello de
la Cámara del Ámbar , cuanto valía, donde se perdió e incluso algo de su
historia porque vagamente recordaba que fue obra de orfebres alemanes pero no
sabía cómo llegó a Rusia y también me apetecía saber si fue un robo o no porque
podría ser que los alemanes solo trataran de recuperar algo que era suyo cuando
se la llevaron. El hecho de que aquellos dos personajes creyeran que una parte
estaba en las orillas del Baikal, se escapaba de mi capacidad de comprensión y
ya me lo aclararían cuando no les quedara más remedio porque si del hijo de
Olga no confiaba lo más mínimo, de Vladimir si, totalmente, y sabría cómo hacer
para seguir siendo mi amigo y no perder su parte legítima en aquel negocio. Su
lealtad estaba sobradamente probada.
Pasamos unas horas
charlando y comiendo kolbasa, blinys de setas con esmetana, gelatinas de
pescado y bebiendo vodka aunque yo la tomaba con unos hielos y limón, agitada,
no mezclada, en un pequeño homenaje a James Bond, aquel agente 007 con licencia
para matar con una secretaria que se llamaba Monnie Penny y que había
protagonizado la película de “Desde Rusia con amor” de mis sueños juveniles,
casi, casi como Miguel Strogoff de importante en mi imaginario. También lo
hacía porque esta costumbre social me levantaba un enorme dolor de cabeza y ya
no me cabían más excusas para no tomarla sin ofender a nadie y a sus brindis
inacabables y sobre todo me costaba beberla en aquellas comidas interminables
en las que se bailaba entre plato y plato y se acababan a las mil de la noche
en una secuencia en la que ya no se sabía si era comida, merienda o cena.
Vladimir sonreía y
callaba y no sé si pensaría, como yo, que el tal Aleksander era un embaucador
de tres al cuarto, experto en engatusar a juzgar por lo bien que lo hacía con
su madre y lo intentaba con nosotros, anticipándose a lo que Olga pensaba o
quería oír con lo que uno podía muy bien creer que estaba en una sesión de
espiritismo barato. El cuadro era de comedia, tú me engañas, yo hago como que
lo consigues…solo que a orillas del Baikal más podría pensarse que rodábamos
una película de ficción con nosotros de absurdos protagonistas.
Ya anochecido nos
despedimos durante un buen rato, que también allí las despedidas duran lo suyo.
Vladimir me miró casi con resignación y nada más marcharse, Olga se metió en la
despensa para abastecer a su hermana como si tuviera que comer para dos meses
en un día y ante mi mirada socarrona, me dijo:
- Alfredo nosotros
vivimos bien.
- ¿Me has visto
pensar? contesté. Sabes que no me importa pero no sé si Yulia, más bien su
marido, se sentirán ofendidos.
- No lo creo, dijo
ella. Somos hermanas y no tienen por qué. Además tu bien sabes que nadie va de
visita sin algún regalo.
- Me voy a dormir Olga la cabeza me da alguna
vuelta…y no sé por qué. No te acuestes tarde porque mañana debiéramos salir
temprano para volver antes de que caiga la noche y quizás debieras llamar a tu
hermana ahora que aun estará levantada para
ver si estarán en casa cuando lleguemos y decirla que no compre nada, que no
haga nada, solo que estén.
- Lo haré ahora mismo.
Con las mismas me fui
a dormir. No me extraña que los rusos beban vodka porque caí casi feliz en los
brazos de Morfeo y supongo que con esa sonrisa bobolona que dan los cuarenta
grados del brebaje, nada que ver con la que decía mi madre que tenía dormido
que, según ella, era el único momento en que no estaba liando alguna travesura,
pero seguramente serían cosas de madre porque yo siempre he sido una especie de
ángel. Mañana será otro día, me dije, y si consigo que no me duela la cabeza al levantarme, hasta estaba seguro de que
sería muy interesante.
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