CAPITULO XV
La
Sudba tiene la culpa…
Hay un proverbio ruso que dice que nada es más
permanente que lo provisional y que es aplicable a muchos países, al menos a España,
y eso pasaba con nuestra casa. La habíamos arreglado, claro, estaba cómoda,
hogareña pero tenía carencias, la distancia al centro entre otras y es que solo
una cuestión emocional nos había llevado allí solo que ahora las cosas eran muy
distintas y corríamos la tentación de que el proverbio ruso se hiciera realidad.
De hecho incluso en épocas de nieve y hielo hasta ir a un dentista era un
problema.
El factor que retrasaba el cambio era, sin duda, Olga.
Tenía una dicotomía en su personalidad, muy fuerte ante todo pero débil ante lo
que desconocía por sencillo que fuera o formara parte de la vida cotidiana de
las personas como, por ejemplo viajar, los cambios o simplemente ir a unos
grandes almacenes…la única vez que conseguí llevarla al TSUM de la ciudad
quería irse al momento alegando que allí solo había cosas muy caras y otras que
ni siquiera conocía para que servían. A duras penas conseguí retenerla en él
media hora.
Era una situación rara que no sabía cómo remediar, el
miedo, yo había sentido mucho en ocasiones, es irracional la mayoría de las
veces y por tanto no reconoce argumentos tranquilizadores. Tal parecía que Olga
tenía miedo a lo desconocido como si la quedara algo por conocer…eso que
debería haber quedado atrás, esa dura infancia, la dura vida moscovita y tantas
y tantas cosas y, sin embargo, no había vivido nada en un sentido amplio de la
palabra. Para ser felices completamente, para que ella fuera feliz la faltaba
la cabra de Chagall tocando el violín…
Me dediqué a buscar una casa en el centro y las descarté todas por el alto costo de su rehabilitación
y por ser demasiado llamativas, poco discretas y muy grandes para nuestras
necesidades.
Encontré un piso en el distrito de Glazkovo, la zona
nueva y de expansión de la ciudad, asequible y muy acorde con nuestras
necesidades, nada alejado del centro, y di una señal, eso que se suele llamar
arras, para que me lo guardaran durante un tiempo en el que debería convencer a
Olga para el cambio. Había incluso pensado en comprar la casa del abuelo de
Viktor pero era como las otras del centro.
En cuanto a nuestra casa actual la alquilaríamos a una
familia con la única contraprestación de que la cuidaran y la dejaran cuando
quisiéramos ir a ella, visitas que serían pactadas porque de otra manera sería
imposible encontrar alguien que la ocupara. Quizás un mes en verano o algo así.
Sería injusto echarla la culpa a ella, yo no me
adaptaba bien a la vida casi monástica que llevábamos y llevaríamos. Para gente
como yo de asfalto, esta era una situación divertida durante cierto tiempo pero
no daba para más. Y este sería el factor que inclinaría la balanza hacia el
cambio…
También quería compensarla por unos sufrimientos que
yo no había causado, claro, y enseñarla que hay partes del mundo en las que la
gente ríe, sueña, piensa que mañana amanece, envejece discretamente…Asturias,
Cantabria, Madrid, las islas Canarias y un Moscú desconocido para ella. Esta
ciudad, mágica para mí, era el infierno para ella y yo soñaba con volver de su
brazo allí, a aquellos sitios en los que una vez la rechazaron…una inocua venganza…pero
venganza al fin y al cabo.
El cerebro de las personas es impredecible…Un día
desayunando Olga me dice:
- Ya sé quién puede cuidarnos la casa cuando no
estemos aquí.
-¿Cómo? dije con asombro.
- Algún día nos iremos pienso yo y aunque no sea para
siempre, alguien de confianza necesitaremos y he pensado que mi hermana y mi
cuñado serían perfectos y para ellos también sería muy bueno porque vivirían
prácticamente en la ciudad. Cuando sean mayores apenas podrán salir de allí.
- Pero ¿Cómo has llegado a esta decisión?
- Pues conociéndote muy bien y mirándote a la cara. Eres
tontorrón aunque te creas muy listo, como los hombres en general y los
extranjeros en particular. ¿Sabes? Te leo el pensamiento…Tampoco me gusta verte
por las pistas de nieve y hielo con la moto, que un día tendrás algún accidente
¿Has pensado en que pasaría si lo tuvieras? ¿Cómo me las arreglaría yo?
- Y ¿en qué condiciones?
- En ninguna. Aún no he hablado con ellos y quizás
podríamos construir una habitación aneja para que respetaran la nuestra y
nuestras cosas que podríamos recoger en ella.
- Si fuera así podríamos vivir juntos aquí, repliqué.
- No es eso, no funcionaría, este no es tu mundo por
mucho que lo quieras, que, a veces, pienso que lo quieres más que a mí.
Necesitas espacio y yo quiero que lo tengas porque es la única forma de
retenerte a mi lado.
Nos quedamos pensativos y al cabo de unos minutos la
dije que tenía un piso apalabrado en la ciudad.
- No me extraña, dijo Olga, y seguro que allí
estaremos muy bien y cogerás menos la moto. Me gustaba más cuando ibas andando.
Pero yo me refiero a viajar, a volver a España, a tus orígenes, a tu familia, a
tus amigos. Quiero conocerlos y que me conozcan. Sin ellos no tenemos sentido,
solos no tenemos nada, no somos nada, sería como vivir en una isla desierta.
- Habla con Yulia y Oleg por ver que dicen.
- Mi hermana ya sabe que tengo algo que decirla,
recuerda que somos gemelas, aunque no imagina esto. También forma parte de
nuestra felicidad el ayudarles y que sean a su vez felices y, créeme, necesitan
poco para serlo, simplemente vivir tranquilos.
- Pues ya estás tardando en hablar con ellos,
contesté. Si quieres podemos ir a verlos pero lo que realmente me apetece es ir
a la ciudad e invitarles a comer así que llámalos y queda con ellos.
- Ya sé lo que me dirán, que no tienen ropa para ir…
- Es igual, les dejamos nuestra y en el almacén
central les compramos nueva.
- ¿Sabes lo que más me gusta de ti? Que me siento
segura a tu lado, que tienes soluciones para todo pero ya lo sabía cuándo te
conocí. Ya sabes, la Sudba es juguetona, traviesa pero para nosotros además ha
sido muy buena y nos ha unido.
Tomó el teléfono y llamó a su hermana salí fuera a
fumar un cigarro para no oírlas, que lo que fuera ya me lo contaría ella.
Echando humo casi helado por la nariz y la boca, me
imaginaba al dragón de San Jorge y es que siempre pensaba en cosas raras cuando
estaba contento y entre calada y calada silbaba Only You de los Platters…
Cuando entré la sonrisa la delataba, les había
convencido y sin mucho esfuerzo.
- Si a todo, dijo. Y mañana les llevaremos a comer que
yo creo que Yulia y su marido jamás han comido fuera de casa. Procura no
apabullarles y vayamos a un sitio normalito por favor y por nada del mundo les
dejes ver la carta y los precios. Asegúrate de que solo leen la de las mujeres,
esas que no tienen precios puestos.
- Soy un profesional, la contesté en broma, se
sentirán cómodos seguro: ¿Les has dicho que se vengan a vivir aquí?
- No exactamente pero creo que lo habrán entendido
aunque lo tendrán que hablar entre ellos. Mañana se lo plantearemos en serio.
Creo que durmió inquieta, estaba contenta y esperaba
el nuevo día con impaciencia. Durante la noche me preguntó varias veces si
había avisado a Viktor para que los recogiera y, ya de madrugada, me dijo que
la hablara de España.
- Es el Sol, su gente, su alegría de vivir, sus raíces
culturales cristianas como las vuestras, fabulosas, y el convencimiento, como
vosotros, de que tiene un Destino tan épico como su pasado lo que la hace grande,
muy grande.
- Pero es más pequeña que Rusia, contestó.
- Ese sentido imperial algún día os traerá disgustos.
Debéis conformaros con lo que tenéis que no es poco. Sois muy grandes pero de
humildad carecéis totalmente y el caso es que me gusta que seáis así, me
recuerda a la España de Felipe II, aquel Rey en cuyos dominios no se ponía el
Sol. Pero, fíjate, todo aquello desapareció y solo dejó un reguero de
hijosdalgos con agujeros en el jubón y en los bolsillos del pantalón…
- A nosotros no nos pasará eso, somos más grandes.
- Sí os puede pasar porque no sois grandes sino
grandones como dicen en Asturias, la contesté a sabiendas de que no lo
entendería. Y ahora duerme otra vez, continué, que es la mejor forma de que
pase el tiempo rápido.
Al final me desveló a mí que suelo dormir como un
lirón y me dio por pensar en que antes de tomar una decisión y salir de allí,
nunca para siempre, debería hacer algunas cosas más…encontrar a la familia de
Memet, el soldado del barquito de papel, hacerme con tarjetas de crédito y
evitar así los cambios, los viajes a Moscú a recoger dinero…buscar alojamiento
en cada sitio que visitáramos por largo tiempo aunque esto era fácil, comprar
ropa para cada temporada…y esas menudencias cotidianas pero que había que
arreglar.
Lo que menos me preocupaba eran los trámites y lo que
más…encontrar a la familia del soldado pero sobre todo que les diría… ¿Qué su
hijo yacía asesinado en el fondo del Baikal??Que había muerto por nada?¿Que
nunca lo podrían encontrar entre los restos suyos y de los demás?¿Valdría la
pena buscarles? Quizás llevaran una vida tranquila, sin sobresaltos, olvidadas
las lágrimas y formarían en esa legión de familias que el Día de la Victoria,
allá por el mes de Mayo, llevan flores a la tumba del Soldado desconocido en
los muros del Kremlin vistos desde los jardines de Alejandro y que tienen una
maravillosa inscripción: “Tu nombre es desconocido pero tu hazaña es inmortal”.
¿Para qué revolver el dolor? Pero a la vez pensaba que no era justo que no
supieran en donde descansaba su hijo, su nieto, su hermano…quizás podría
omitirles los detalles o inventarme una muerte gloriosa por la Patria por mucho
que me costara mentir…Pero era difícil inventarse algo creíble ¿Cómo
explicarles que el lago sagrado era el féretro de su hijo?¿Cómo decirles que su
hijo no murió por la Patria sino asesinado por cuatro pesetas? Lo dejaría estar
y si algún día el Destino de marras decía otra cosa, sería el momento de buscar
alguna explicación lo menos dolorosa posible si es que existía.
Me debí de quedar dormido porque si bien recordaba lo
pensado, no tenía ni idea de haber encontrado una respuesta al despertar
aunque, bien pensado, podría haber sido solo un sueño sobre el que tendría que
reflexionar.
Resuelto el tema de la casa con Yulia y Oleg, los días
pasaron veloces con los preparativos, las reservas de hoteles, billetes de
avión, discusiones domésticas sobre por dónde empezar en las que naturalmente
ganaba yo porque Olga se inclinaba por el Sol y yo por enseñarla el Norte de
España, su costa con las playas de fina arena, sus puertos pesqueros, sus
acantilados y su mar bravía desde la que se divisiva nítidamente la montaña,
los Picos de Europa…para seguir por el románico castellano y seguir avanzando a
la alegría del Sur…las islas quedarían para otro viaje…para otro Otoño…que no
nos habíamos ido todavía y ya añoraba yo la Rusia eterna…quizás estaba anclado
a esta tierra para siempre y nuestro primer periplo no llegara a ser tan largo
como presumíamos…
Hacía muchos años que no cumplía con un ritual como
era ir a algún templo a rezar antes de emprender un viaje… no sé si soy
religioso o supersticioso… esta vez estaba dispuesto a hacerlo de nuevo
aprovechando que iríamos a Moscú a coger el avión aunque no sabía por qué. Lo
que si sabía era que en la capital de Todas las Rusias había desde tiempos de
los Zares una catedral católica dedicada a la Inmaculada Concepción, Patrona de
la Infantería española, que había visitado tiempo atrás muchas veces y no
porque fuera católica sino porque a pesar de su tamaño y situación en el
centro, justo al lado de la estación de Bielorrusia y a cuatro pasos del zoo,
Malaya Grusinskaya Ulitsa, solía estar vacía, tranquila, discreta, aunque no
era recomendable quedarse a ningún oficio religioso, que una vez lo intenté y
la misa era en armenio¡¡¡ cosas de leer mal los avisos de la puerta…y no
enterarse bien de cuando era el oficio en español…
¿Necesitaba salir de Rusia? Seguramente sí…aunque no
sabría exactamente por qué…seguramente a los diez días estaría deseando volver
a ella porque Rusia es un país, un pueblo, que te enamora cada día para
decepcionarte al siguiente y volverte a enamorar al tercero en un ciclo que,
como el cuento de la buena pipa, nunca parece acabarse hasta que un día, un
buen día, se hace la luz, se entiende y entonces todo es de una sencillez
endiablada, de una lógica aplastante y de una comodidad infinita como cuando
uno se tumba en el sofá a ver un partido del Real Madrid y encima gana…y todo
se funde en aquello que Pio Baroja describía como “el extraño romanticismo de
las cosas cotidianas”, esa casa y cosas por las que pasamos cada día, en
cualquier lugar, sin verlas hasta que un día descubrimos que , como la vida,
son maravillosas…
Y aquí todo ello, y más, puede ser la babuskha que te
ofrece una naranja de la China porque hace calor, la sonrisa de un niño cuando
te ve hacer el ganso saltando de un lado a otro de la acera, el mujik que te
ofrece agua, la gran dama venida a menos que te da las gracias porque la cedes
el paso cuando este gesto debería ser lo natural, la familia que te ofrece
comida en el tren o en el cementerio cuando, llevado por alguna curiosidad
inexplicable, te acercas cualquier domingo a ver las tumbas de los pueblos
adornadas con cruces ortodoxas azules y con sendos bancos en los laterales para
favorecer el picnic de los herederos…Rusia es su gente, como en todas partes,
alejada de lo oficial, de los tejemenejes políticos y similares y si uno cierra
los ojos tan sólo su olor a sudor campesino y a hierba recién segada la hace diferente
a cualquier otra tierra…a España por ejemplo aunque hubo un tiempo en el que quizás olía a lo mismo…
A esta gente nunca les importó el ámbar, ni Stalin o
Lenin o Beria, solo les importaba sobrevivir, el día a día, su ovoska en la que
llevar algo a casa…lo demás eran cosas de las que deberían ocuparse otros
porque ellos ya tenían bastante con lo suyo…nada nuevo, más o menos como en
todas partes…solo cambiaba la dimensión del problema doméstico pero nada más…
Aquellos días llovía, tal parecía que aquellas tierras
nos despedían con lágrimas y yo no sabía cómo decirles que no se preocuparan,
que volveríamos más pronto que tarde, que allí estaba nuestro hogar pero que
debían entender que Patria significa “tierra de los padres” y que la mía estaba
en otra parte y que no podía renunciar a ella y que tampoco quería y que las
raíces de las personas no se pierden nunca y que quien las pierde no puede ser
feliz en ninguna parte porque le persigue una maldición que se llama nostalgia
y que le obliga a mirar siempre atrás y, cuando se lo conté, parecieron
entenderlo porque apareció un Sol maravilloso que brillaba como el …ámbar…
El día antes de marchar dormitaba mientras veía las
maletas apiladas, en una especie de ritual que me perseguía cada vez que
iniciaba algo como era empezarlo descansado que de fatigarse ya habría tiempo
porque, como decía un buen amigo, pasárselo bien es agotador...
El estruendo de la moto de Viktor me sacó de mi media siesta
con cierta alegría, era un buen muchacho y seguro que me traería buenas
noticias aunque ya desconfiara de que existieran…
- Buenos días Alfredo, dijo amablemente.
Con mi respuesta su cara se puso seria para decirme:
- Ha muerto el abuelo rodeado de todos nosotros…sin
dolor y en paz. Por ese lado contentos porque su pérdida ya era inevitable. Se
acordaba de ti y me encargó que te dijera que la puerta de ámbar era para ti,
que tú la darías un buen destino y sabrías apreciarla. Te la traeré mañana en
la furgoneta y os llevaré al aeropuerto después siempre que me prometas que
volverás. De no ser así iros andando…
- Verdaderamente era un gran hombre, le contesté
sorprendido y añadí, volveré seguro porque no os podré olvidar nunca.
Y pensaba que al fin Vladimir, o la Sudba que en este
caso era lo mismo, había conseguido que si no la ventanas, al menos una puerta
de la casa de Olga fuera de ámbar. La dejaría montada antes de marchar a
España…
Que curioso que siempre aparecía Vladimir en mis pensamientos,
en los mejores y en los peores momentos, y le recordaba, y le recordaría
siempre, con su Lada, con su sonrisa y con aquella amiga moscovita que le
doblaba en peso y en todo…
FIN
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