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viernes, 28 de julio de 2017

Ámbar, capitulo VIII: Lo que une la cerveza que no lo separe el hombre...

                                        Capítulo VIII
                   Lo que une la cerveza que no lo separe el hombre
Con la marcha de aquellos dos que llamé “la extraña pareja”, mi vida volvía por momentos a la rutina aunque, pensaba, tan solo hasta que me organizara y me pusiera manos a la obra en aquella historieta de locos que por momentos parecía pudiera ser real.
Me preocupó la manera de despedirse de Vladimir, serio, alejado de su habitual sonrisa y sin palabras pero supuse que le costaba alejarse de mí, algo que era mutuo porque me pasaba lo mismo. Lo dejé pasar sin preguntar solo que el abrazo fue más fuerte, más sentido, más como si fuera el último. Un cuervo, negro como el sobaco de un grillo, volaba sobre nosotros con su mal agüero anunciado por su graznar extravagante.
 Lo primero que tenía que hacer era encontrar quien me llevara y trajera por aquellos caminos intransitables pero me lo tomaría con calma que no era tarea fácil…de momento volvería al hotel a buscar información en Internet si es que había algo y a dar que hablar al FSB  sobre mis extrañas costumbres y compañías. Si admitíamos como cierto que Aleksander era uno de ellos, mi grado de preocupación que antes era irrisorio, ahora se evaporaba totalmente…pelillos a la mar, o al lago, y a buscar.
Uno de aquellos días después de la marcha, entraba en la cafetería cuando un energúmeno, tamaño armario ropero, se abalanzó sobre mí y agarrándome por el cuello me suspendió en el aire gritándome como loco. Al subir y a la altura de su entrepierna le largué una patada que dio como resultado que acabamos los dos en el suelo, el de dolor y yo porque me soltó…una señorita, que llevaba una ropa cuatro tallas menos que la que necesitaba y pintarrajeada como para Carnaval, me llamaba animal y otras lindezas mientras propiciaba cuidados al bigardo que se retorcía de dolor como si un dentista le hubiera sacado tres muelas sin anestesia. La lógica de algunas personas es difícil de entender…ahora resultaba que el animal era yo…
De repente la escena tragicómica subió de tono y la chica, con cara compungida, le decía al elemento que se había equivocado, que no era yo el extranjero que la molestaba… y aquel pobre hombre casi se desmaya no sé si pensando en las consecuencias o en que había arriesgado su virilidad por nada, una nada que no se pudiera arreglar con unas cervezas “Baltika”,  así que en menos que canta un gallo estábamos sentados en una mesa pidiéndonos disculpas mutuas aunque yo no sabía por qué, él había olvidado, momentáneamente supuse,  a la chica chillona y yo al señor Internet y a San Google al que pensaba consultar todo lo que se supiera sobre el ámbar robado y sobre las teorías sobre su desaparición que, imaginaba, variadas y variopintas.
Se llamaba Viktor y era chelnoki, esa especie de arregla todo, busca cosas, contrabandista bueno... que proliferaron a la caída de la URSS y cuando Rusia estaba al borde del colapso que la llevó a la quiebra posteriormente. Si alguien necesitaba una medicina él iba a buscarla; si en el mercado no había candados el traía un un montón; si las tiendas de ropa estaban vacías él marchaba a China y montaba un tenderete con el cargamento y si alguien necesitaba un favor también se lo hacía.
Hábiles con los cambios de divisas, sabían cual utilizar en cada caso y ganar con el cambio. Al lado de los delincuentes habituales eran casi los ángeles de la guarda a los que se podía recurrir en cualquier ocasión. Conocí a muchos de ellos y eran unos personajes singulares pero resulta que además eran, en general, buena gente y este me preguntaba si sería de la misma buena condición.
Aparentaba una larga treintena de años, había estado en Chechenia y a la vuelta se las había arreglado, no pregunté cómo, para comprar una furgoneta con los asientos de madera y dedicarse a recorrer kilómetros, buscarse la vida y ser el más listo de la escuela para sobrevivir y mi impresión me decía que le iba bien, y que era algo así como un noble bruto y que las circunstancias de nuestro encuentro eran tan especiales que seguramente había encontrado un buen amigo porque aquel cacho de carne con ojos no valía para enemigo ni por unas faldas, más bien pantalones, demasiado ajustadas.
Yo le puse en antecedentes brevemente de quien era, que hacía allí, con quien vivía y que estaba buscando alguien que por un precio razonable me llevara a algunos lugares de la costa y con sorpresa, me enteré de que ya sabía ahora quién era yo y sobre todo quien era Beria, había oído hablar de mí. y con cara de determinación, se ofreció a acompañarme jurándome amistad eterna y discreción absoluta y le creí porque aún no habíamos bebido lo suficiente para pasar a la fase etílica de las canciones regionales.
- Quizás te necesite dentro de un par de días, le dije, pero no estoy dispuesto a pagar una fortuna, tendremos que pactar los precios de cada viaje como se hace con los taxistas clandestinos, que la cosa también anda mal para mí, le mentí a sabiendas de que no me creería porque en el imaginario popular todos los extranjeros éramos ricos…
- No habrá problema, respondió, hacemos el servicio y me pagas lo que consideres justo. No habrá quejas ni de mi servicio ni del precio porque de esta forma yo tendré que hacerlo muy bien para que tú me pagues bien, y me tendió la mano con esa señal de acuerdo universal entre gente de bien que me recordaba a los tratantes de ganado del Norte para los que valía más darse la mano que cualquier documento ante notario, formalidad que no solían hacer, e incluso las deudas así contraídas se heredaban entre los familiares cuando alguno de los del apretón fallecía.
Cuando la chica voluptuosa ya se estaba cabreando por el ningún caso que la hacía, nos dimos los teléfonos de contacto y me dispuse a volver a casa antes de que cayera la noche. Me estaba volviendo miedoso con la edad, quizás fuera mejor decir acomodado, comodón o algo así y también cuidadoso porque sabía que Olga me esperaba.
Caminaba como siempre, deprisa y silbando la canción de los Platters “Only you”. Silbaba para alejar a los espíritus que se escondían entre los árboles que bordeaban el camino que, es sabido que salen de noche y se comen a los extranjeros bobos con patatas.
Dediqué el día siguiente entero a examinar las fotocopias que me había dado Aleksander con escaso éxito, más bien ninguno. Fui incapaz incluso de ponerlas en orden aunque, creía yo, formaban parte de un diario personal escrito por una persona culta por lo gótico de la letra que hacía aún más difícil completar las palabras, y con marcas evidentes de haber estado dobladas mil veces de cualquier manera excepto dos que parecían seguir algún parámetro indescifrable para mí antes de hacer otra bola con ellos.
Traté en vano de completar las palabras borrosas y conseguí hacerlo con alguna pero que no llegaban a formar una frase entera ni mucho menos. Necesitaría la ayuda de algún experto en caligrafía cirílica y mucha suerte porque tras muchas horas no saqué ninguna conclusión.
Me dieron las del alba, no las del Duque, pasado de sueño como si hubiera tomado tres litros de café y ya al amanecer me dormí de cualquier manera encima de los papeles malditos, malditos papeles.
Un suave toque en la espalda me despertó, Olga me indicaba que en la cama estaría mejor y tenía razón pero ya estaba lanzado otra vez con los papeles que habían caído por el suelo y que recogí sin contestarla, simplemente la hice un guiño y me dirigí a la cocinilla para prepararme, ahora sí, un litro de café y apenas sin darme cuenta y como un autómata estaba encima de de la mesa de nuevo mirando la forma de descifrar aquello.
Volviendo mil veces a los dobleces indicaban que habían formado una bola como para esconderlos rápidamente de la vista de alguien, y otros dos formaban una especie de abanico pero, a mi parecer, con el sentido invertido, pero no significaba nada porque nada legible estaba en ellos.
Acabé cabreado que es lo que me pasa cuando no entiendo algo, más bien no le encuentro explicación, y no sé por qué, confié en que el checheno al que visitaría cuanto antes me ayudara porque estaba seguro de que sabía más, mucho más de lo que dijo.
Un par de días después llamé a Viktor para quedar con él cuando pudiera pero estaba de viaje de “negocios” y no volvería hasta la próxima semana por lo que quedamos en que me llamaría cuando pudiera o eso entendí porque usaba un radio- teléfono de construcción artesanal que hacía mil ecos.
Dejé  pasar las horas y los días con los papeles durmiendo el sueño de los justos sobre la mesa. Sabía por experiencia que si me obcecaba no adelantaría nada y que, como un genio que era, dejándolo estar me llegaría la inspiración que alimenta a los artistas, y se abriría una ventana por la que la luz del Este entraría a raudales. Y es que hasta yo tenía mi método que casi nunca funcionaba.
Volví a mis rutinas decidido a saber más que nadie sobre tesoros expoliados por los fascistas como botín de guerra y sobre la famosa Cámara y me pasaba largas horas en el café hotelero viendo cómo la pizpireta camarera se afanaba en mirar por encima de mi hombro para poder chivatearse a quien en verdad le interesasen mis andanzas, lo que además era señal inequívoca de que debía haber abandonado su loco sueño de ser modelo, artista, marcharse de aquel lugar o cualquiera que fuera. Que dura es la vida de las aspirantes a estrellas…
Era obligado ir allí porque si bien Vladimir había hecho malabares con el teléfono, se había quedado corto con el milagro de incluirme como usuario de aquel sistema basado en el Transit militar, que permitía acceder a toda la información, o casi, del mundo.
Casi lo agradecía porque de tener la conexión en casa estaría todo el tiempo pegado a la pantalla de un ordenador y dejaría de darme mi paseo, visitar el zoológico del hotel, hacer ejercicio y pisar el asfalto que yo soy de esos y de rural nada, casi nada…al final soy como el del chiste malo de aquel que tenía un trilema, si trilema, no dilema…no sabía si iba a conectarme con el mundo, a tratar con gente diversa o a ver como la camarera se las arreglaba para tardar media hora en ponerme un café, tiempo que tardaban en el FSB en coger el teléfono supongo que con absoluta desgana porque secretos, lo que se dice secretos, yo no tenía ninguno, ni siquiera indiscreciones, salvo que la ínclita fuera más lista de lo que pensaba y viera que cosas buscaba en el sistema infernal de conocimiento inventado, como todo, por los yanquis, aunque aquí pronto se diría que había sido un ruso de Akademgorodok y que su nombre había sido borrado intencionadamente por la propaganda occidental.
Así supe, lee que te lee mil datos,  que, en general, tenía cada vagón de tren una capacidad de unos cuatrocientos kilos en la época de que se trataba, que la carga posible también dependía de la potencia de la máquina y, sobre todo, del volumen del cargamento, medido en pies cúbicos, y de su forma.
Si estábamos hablando de seis toneladas de la resina fósil, según el ciudadano Internet, sin contar con el tamaño de las piezas, tendríamos que convenir que se necesitaban, como mínimo, doce vagones y quedaría por ver si con una locomotora era suficiente o se necesitaría otra complementaría. En el peor de los casos quizás veinte vagones.
Si el supuesto tren llevaba solo el ámbar y no otras cosas, y siempre trabajando con conjeturas de peso y volumen, podría haber pasado desapercibido entre los cientos de trenes que en aquellos años de guerra circulaban en todas las direcciones y casi al libre albedrío de cada comisario, y el simple hecho de que alguien hubiera leído la palabra “amber” en alguna caja seguía sin significar nada, al menos para mí.
El asunto se estaba convirtiendo en un auténtico galimatías pero no estaba dispuesto a comerme el coco con algo de lo que no sacaría ningún beneficio y sí múltiples problemas y me prometí no dejarme ni llevar por la imaginación ni liar por aquellos dos socios ocasionales en los que nacía la historia tan poco consistente. Seguiría leyendo, informándome, e iría a ver a Ruslán sobre todo porque estaba seguro de que me esperaba y porque la curiosidad es un vicio universal.
Mientras, disfrutaría del paisaje, de mis paseos y del ruido y olores que salían del lago, olores y colores maravillosos y no sabía por qué olía a mar si es de agua dulce. Los ruidos eran otra cosa…de día el murmullo de las olas…el canto de los pájaros…el crujir de las hojas de las beriosas…de noche….todos los duendes del bosque salían a pasear llenando la oscuridad de alegría…y bendiciendo los sueños…los ruidos nocturnos, cada estación distintos,, cada noche distintos, llenaban la noche de silencios…Olga, romanticismo puro y duro a pesar de su dramática existencia, decía que era porque ya nos habíamos acostumbrado a los ruidos…yo, de capital, estoico y analista, pensaba que aquel era el lugar más mágico del mundo…aunque ansiara pisar el asfalto de nuevo. Parecía nuestra vida una paradoja en la que ella veía blanco lo que yo veía negro y al revés, ella era conformista y yo no, Olga veía fácil lo que yo veía difícil y viceversa…y tantos y tantos contrastes que parecía imposible tanta armonía en nuestra vida en común y sin embargo, la había.
Por todo ello dudaba en contarla la extraña aventura en la que me habían embarcado su hijo y Vladimir, seguramente no me reprocharía nada pero haría un mohín con la nariz muy característico de cuando algo no la gustaba.
El caso era que no sabía muy bien como planteárselo, quizás diciéndola solo una media verdad, o media mentira, que no sabía que era más grave,  como si el asunto no fuera conmigo, medio en broma…aunque dudo mucho que me creyera porque me conocía demasiado y sabía perfectamente que no me interesaba el dinero, ni la presunta, y efímera, fama del conquistador de arcanos sino que mi vida estaba marcada por las emociones, el riesgo y una especie de alma quijotesca propia de aquel caballero de la Mancha del que gente, como Tostoi, decían que bien podría haber sido un bagatir ruso pero que resultaba ser genuinamente español. A este respecto hay un juego palabras en ruso que me gustaba utilizar cuando me preguntaban si era rico…no soy bagatii, soy bagatir…no soy rico soy un caballero andante…
Lo cierto es que se lo dije tal cual, con pelos y señales y con todo lo que hasta el momento sabía, que no la sorprendió en absoluto y que lo único que me comentó fue que necesitaba la actividad, tener la cabeza ocupada por lo que aquella extraña historia me vendría bien así que, burla burlando, me comprometí a hacer lo que pudiera pero sin liar a nadie más en aquello que no sabía cómo llamar…
No hay sinfonía más perfecta que la que componen los elementos de la Naturaleza y cuando ésta es la siberiana se mezclan todo tipo de sonidos, ora agudos, ora suaves…ora tranquilos, ora desatados, ahora relajados…en una maravillosa dirección del Creador que te lleva a un éxtasis de sensaciones…Podría ser que yo también tuviera una vena romántica porque era capaz de vivir esta armonía natural, disfrutarla…dormir a pierna suelta…solo que me defendía de ojos y oídos ajenos con una capa de dureza, rozando el cinismo, que me hacía impermeable a curiosidades e indiscreciones…cada uno es como es y no como los demás creen.
Estaba en estos pensamientos “filosóficos” cuando de repente me dio por pensar en lo fascinante que es el mundo eslavo y no por quienes lo componen que, metidos en sus rutinas, no se dan cuenta  de cómo son, sino para quienes, como yo, lo descubren de una u otra forma y me eché a reír acordándome de que hacía poco, muy poco, descubrí un misterio que llevaba sin resolver veinte años… las camas, mejor dicho la ropa de cama, lo que ellos llaman el pastiel, se componía entre otras cosas de una doble sábana con un agujero redondo en el centro…jamás supe para que servía y una especie de pudor me impedía preguntar…las cábalas eran de todo tipo, desde eróticas hasta para meter por él  un aparato de esos metálicos que calientan la cama, o un ladrillo refractario con la misma finalidad…nada de nada…nada que ver…
Un día Olga, tiempo atrás,  dijo que el invierno estaba siendo particularmente frío y que convenía poner una manta  para dormir…la dije que lo hiciera y mi sorpresa fue que la metía por el agujero de la sábana a modo de edredón. Me eché a reír como un niño pequeño con Gaby, Fofó y Miliki y ella me miró con el gesto que ponen para decir que los extranjeros somos bobos…
-No sabes ni hacer una cama, tú que te crees tan listo y eres tan  bobo como todos los extranjeros. Se hace así, tú no tienes ni idea de la escasez con la que hemos vivido y de esta forma la manta no recibe el sudor, no se roza y no hay que lavarla evitando de esta forma gastar jabón y el montón de trabajo que da limpiarla y secarla…
Lo dijo sin acritud, sonriendo con esa dulzura que solo ella tenía.
- No te enfades, pude decir a duras penas aguantándome la risa, nunca vi hacer esto y me ha resultado curioso y reírse es bueno para la salud, sin aclarar que aquella cosa tan sencilla había sido uno de los misterios más ridículos de mi vida.
- Más te valdría ayudarme patoso o esta noche dormirás en un sillón muerto de frío.
Así era ella y así era yo, dos mundos tan distintos unidos por la alegría y las ganas de vivir. ¿Por qué la vida no podía ser igual para todos?¿Cómo hemos construido, yo también, un mundo de locos?
Vaya día que llevaba me dije…Sócrates a mi lado era un pringao… filosofar era precisamente mi forma favorita de relajarme.
Y así un día y otro día y de Flandes no volvía…cuando un estruendo de aparato desconocido me despertó a eso de las nueve de la mañana…somnoliento miré por la ventana Norte de la pieza y creí que había vuelto a la segunda Guerra Mundial al ver una moto antediluviana con sidecar y un conductor grande, grande, grande, con un casco de piel con orejeras de piloto de cazas y con unas gafas de la misma época que solo las faltaba unos limpia parabrisas, eso sí, tirados de una cuerda para que funcionaran.
Bajo aquella parafernalia se adivinaba una sonrisa que no identificaba debido probablemente al sueño, ya que tenía, por supuesto, un ojo medio abierto y el otro medio cerrado y el Sol radiante ese día, no ayudaba para nada a aclarar quién era el desconocido visitante. Agarré por si acaso lo primero que me vino a la mano que no era otra cosa que una sartén y esperé a que el obsoleto elemento se despojara de todo aquello.
Cuando lo hizo, su sonrisa se convirtió en franca carcajada puesto que no era ni más ni menos que mi nuevo amigo Viktor, el chelnoki, que se dirigió a mí con los brazos extendidos en sigo inequívoco de abrazo.
Las palmadas se debieron oír hasta en Kamchatka y es que el tío era una mula parda acorde con su estatura y bien pensé que su mano era como una pala de construcción por el efecto que produjo en mis omoplatos…y encima madrugador que hasta Olga se despertó y asomaba su carita asustada por encima de mi hombro.
Pasado esos momento indescriptibles él solito se lió a hablar para explicarnos, si eso era posible, su aparatosa incursión en nuestra casa.
- He roto con Tatiana, la rubia, me armó un lio nada más marcharte, llamándome de todo y  reprochándome que no la hubiera hecho ni caso después de sentarme contigo. Me dijo que si no me casaba con ella en una semana lo mejor es que me marchara al infierno…así que la hice caso…me marché…aunque no a donde ella quería. No es que no la quiera sino que no puedo casarme ahora. Mi vida es peligrosa, un día en alguna frontera me coserán a tiros por haber dado poca mordida, por error o para robarme y necesito prestar toda mi atención a mi trabajo para que eso pase lo más tarde posible y con responsabilidades detrás eso no es posible. Traté de explicárselo pero ella solo pensaba en gritar por lo que me di la vuelta y ni miré para atrás. Si el Destino, la Sudba, quiere nos volveremos a reunir.
Resumiendo estos días no tengo a donde ir, o no me apetece ir a cualquier sitio y mi mercancía ya está colocada, me sobra tiempo y he pensado que podría visitarte y hablar de nuestros asuntos para concretar cuando hacemos ese viaje o lo que sea que necesitas realizar. Además me pica la curiosidad de que busca aquí un español que vive con la hija de Beria en esta parte del mundo alejada de todo lo que merece la pena. Al menos espero que tengas mucha cerveza porque la comida ya la he traído yo, concluyó esperando mi respuesta.
Tardé en contestarle mientras me miraba con el gesto de esos búhos que se fijan mucho pero no asimilan, esperando sin duda que le diera la bienvenida sin pensar en que su llegada triunfal era exagerada y madrugadora a partes iguales… y mi cabeza iba más rápida que su palabrería porque ya estaba pensando en cuanto me cobraría por la moto…
-Pero Viktor, le dije, ¿no ves la hora que es? A estas horas solo están levantados los que no se han acostado y tú, aunque empiezo a sospechar que tampoco has dormido. Eres bienvenido, daremos el paseo, hablaremos y beberemos  pero ¿puedes esperar a que me lave y desayune?
Se puso colorado como un niño porque era grande pero impulsivo y ni siquiera había supuesto que alguien durmiera cuando él estaba despierto…
- Lo siento mucho, ni siquiera había pensado que estuvierais en la cama. Si queréis me vuelvo y vengo otro día, dijo con voz compungida.
- Nooo, repliqué, no te estoy riñendo, me alegro de verte, nos alegramos de verte pero debemos arreglarnos, desayunar…ya sabes, esas cosas que hace la gente normal al levantarse.
Le puse una condición para olvidar su inoportuna aparición que acepto encantado y era que me dejara dar una vuelta en la moto.
Con orgullo me dijo que la había comprado en Volgogrado como chatarra y que la había arreglado él solito, que, es sabido, que los rusos son unos mecánicos excelentes y, en esto, solo en esto, se parecía a Vladimir que era capaz de arreglar cualquier cosa incluido amarrar el motor de su Lada al chasis con cables de teléfono.
La moto era una Zündapp KS 750 alemana y no porque yo supiera de motos sino porque lo ponía en un costado bien visible, moto muy famosa que había visto en fotos, películas y documentales mil veces. Debía de tener unos veinte caballos y su palanca de cambios, muy aparatosa, parecía indicar que tenía cuatro posiciones adelante y la marcha atrás…empujando…
Verdaderamente era un buen conversador pero yo ya estaba pensando en la moto y tenía dudas de informarle sobre el verdadero motivo del viaje a Sukhaya. ¿Lo entendería? ¿Sabría algo al respecto? ¿Merecería esa confianza? Creía que sí y hay cosas en las que nunca me equivoco, mi primera impresión siempre es la buena y rara vez he tenido que rectificar en esto. Lo único que me retraía era su capacidad para entender el entramado de aquella historia y sus consecuencias y el hecho de ni siquiera suponer lo que pudiera pensar de nosotros tres aunque bien podía en primera instancia ocultarle la participación de los otros dos instigadores, en sentido peyorativo, del proyecto. Después de comer quizás fuera el  momento más adecuado, en medio del sopor, de los brindis y de la digestión para pillarle más relajado y preguntarle sobre que había oído del tren, del ámbar, de los supuestos tesoros o de los espíritus del lago.
Pasada la comida y como había previsto, empecé a hablar con Olga sobre la Cámara de Ámbar y su destino desconocido. Aquel hombretón no sabía ni de que estábamos hablando…de hecho ni se atrevió a preguntar nada a pesar de los detalles que yo exageraba sobre su valor y las posibilidades de encontrarla que había, o sea ninguna. Pero aquello le sonaba a arameo y si bien es cierto que escuchó con interés, no convenía no dejarle participar en la conversación parecería grosero así que pasé a preguntarle sobre las leyendas de lago y ahí se mostró sino muy explícito si conversador.
- He oído lo de todos, que por la noche se levantan los cadáveres que allí echaron durante la Gran Guerra Patria y nos visitan recordándonos que vivimos porque ellos se sacrificaron por nosotros, lo cual no es del todo cierto porque los asesinaron según se dice. A los niños cuando no quieren comer o se portan mal se les asusta diciendo que por la noche vendrán a buscarlos y lo cierto es que a mí también me acojonan a veces…
Debe de ser sobre todo en invierno porque el hielo es tan gordo y a la vez tan frágil que al rozarse sus trozos y sus grietas producen un ruido que asemeja a un quejido lo cual hace más creíble la leyenda, pero sólo es eso, una leyenda. También por el día se oyen los quejidos pero si se sabe por qué se producen. La temperatura es tan baja que el aliento al salir de la boca se hiela y produce un sonido que llamamos el Suspiro del Yeti. Cosas de nuestra tierra.
- No importa, dije que ya sabía los de los suspiros, sólo quería saber tu versión de esas cosas porque de lo que hablábamos Olga y yo, he visto que no sabías nada y no quería parecer maleducado al dejarte al margen de la conversación. Dejémoslo así y vamos a probar tu moto que me ha encantado.
Alegremente se levantó y me extendió una llave casi como una inglesa.
- Aquí ya se sabe…es la del candado que le he puesto para que no me la roben porque el arranque no tiene, no he sabido cómo ponerle un seguro, dijo como disculpándose.
Salimos riéndonos y me senté sobre ella con un cuidado que tal parecía que era de porcelana de Ghzel. También se trataba de que pareciera que apreciaba su moto pero no tanto como para que cuando le pidiera vendérmela subiera el precio, que en negocios estaba seguro que me sacaba mucha ventaja.
Mientras me ponía el supuesto casco me gritaba ¡¡¡Arranca!!! ¡¡¡ Arranca!!! Pero yo no sabía hacerlo por más que miraba así que él se reía más y más…y acercándose al manillar le dio a un botón y aquello se puso en marcha con estrépito. Menos mal que no tenía metida ninguna marcha porque si no me lo llevo por delante. Después se metió en el asiento del sidecar y me indicó como poner aquello a rodar pero algo no entendí bien porque salimos disparados y Viktor, que se había levantado un poco para indicarme, cayó sobre el asiento como un fardo…
En primera y entre risas salimos de allí ante el mohín de asombro y risa de Olga que debía de pensar que éramos como niños pequeños.
Hablar en marcha era imposible por lo que adoptamos el sistema de signos levantando el pulgar riéndonos a carcajadas y casi llegamos a la entrada de la ciudad antes de dar la vuelta y pensando que no se si sería capaz de controlar aquel aparato.
Sudorosos y risueños volvimos a casa dispuestos a tomarnos unas birras para refrescarnos y allí le dije que necesitaba ir a Sukhaya a hacer unas gestiones y, sin preguntar el motivo, me dijo que al día siguiente  mismo podríamos ir y con grandes carcajadas añadió que en la moto nooooooo.
Quedamos temprano aunque no tanto como hoy…y me fui a dormir pensando que aquel tipo era legal y que nada separaría lo que había unido la cerveza…


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