1974
Malos tiempos para
España..nuestra patria se ve azotada por el terrorismo amparado en el
“santuario” francés y los terroristas pasan libremente de un lado a otro de la
frontera …..alguien decide cerrarla a cal y canto y trescientos valientes
divididos en tres bases, cien hombres por base, cierran el paso a la maldad…
Día nueve de octubre de
1974…la COE 62 se establece en Vera de Bidasoa, la 61 en Lecaroz (Valle del
Batzán) y la compañía de Esquiadores -Escaladores de Estella en Roncesvalles…
Los componentes de la
61dormimos la primera noche en la escuela de Irurita en donde escasos días
antes se había producido un trágico atentado y al día siguiente
acondicionábamos los sótanos de un convento abandonado tras declararse un
incendio en él que lo destruyó.
Dos días después
asignados los sectores de cada Sección, empezábamos a patrullar , dos jornadas
de patrulla , una de descanso, y en poco tiempo mas ya nos movíamos por la
línea de mugas sin necesidad de planos y viendo con rabia la impunidad con que
los que atacaban la paz de España se movían por los Alduides franceses.
Pronto el puerto de
Verderiz , los picos del Gorramendi, Otanarte y Gorramaquil , Valcárlos o los
1300 metros del monte Autza ,que ya tenía plateada su cima, nos eran tan
familiares como las veredas y vericuetos que llevaban a sus picos. La ventisca,
el frio y la lluvia formaban con la niebla un paisaje embrujado
Patrullábamos con los
dientes apretados y ante las miradas atónitas y desconfiadas de la población de
la zona que no entendía ni lo que pasaba ni quienes eran aquellos soldados
vestidos de lagarto y tocados de boinas verdes que cerraban el paso a los
contrabandistas en los que se escudaban
los asesinos para moverse pero ya no lo harían nunca, no al menos mientras
nosotros estuviéramos alli .
El tiempo pasaba y
acabamos cerrando totalmente nuestra zona…llegaba la Navidad…y la nostalgia
llenaba nuestros corazones a la vez que
nos daba fuerza para seguir adelante conscientes de que nuestro sacrificio
significaría que en los hogares de España reinara esos días el amor y la paz.
No había un dia
tranquilo, no había descanso posible y una noche de ventisca, en la que era fácil perderse, solo encontramos
refugio a la espera de la calma en un cementerio abandonado entre cuyos muros
pudimos esperar a que las transmisiones y demás elementos funcionaran de nuevo.
Nadie especuló sobre
quien patrullaría en Nochebuena, no se alteraron los turnos ni nadie planteó
otra cosa asi que al frente de la Sección III salí, salimos los treinta y uno a
cumplir con nuestro deber el 23 de Diciembre para volver el 26, un dia mas de
lo habitual.
No había la movilidad ni
las confidencias entre compañeros de otros días, cada cual iba ocupado en su
pensamientos, yo también y, llegada la noche veíamos las luces del valle desde
las alturas…
El día de Nochebuena
hicimos un alto en la línea de mugas, a la altura de mil metros nevados…y allí
abrí una lata de sardinas de mi ración de combate…algo había que comer para
reponer fuerzas…
Comíamos en silencio,
nadie hablaba porque teníamos la boca llena o porque pensábamos ...o por las
dos cosas…
Cuando acabé la lata y
mi bollo de pan casi duro me di cuenta que a mi lado estaba mi leal enlace, un
cántabro de pocas palabras al que mas de una vez le había tenido que advertir
de que no me siguiera porque iba a hacer mis necesidades…
No se de donde sacó un
caramelo y me lo ofreció diciéndome que me vendría bien para pasar el sabor de
las sardinas y se lo agradecí con la mirada, le pasé la mano por encima de su
hombro y comencé a cantar “Noche de Paz” seguido por él.
Los restantes comenzaron
a cantar también y se formó un improvisado coro que llenaba los montes de esas
voces de hombre que parecían el eco de
una oración.. a mas de uno se le cayó una lágrima , lo se seguro porque a mi también
se me escapó alguna.
Mi enlace en un momento
me dijo que mirara al valle y escuchara…desde una colmena de luces salían las
voces que querían acompañar a las
nuestras porque todo el pueblo cantaba con nosotros y quise pensar que
miraban a las alturas para buscarnos en la noche. Aquella luciérnaga de luces y
voces nos animó a cantar mas fuerte formando un coro de ilusión y de paz. Los
vecinos del valle nos habían oído y cantaban con nosotros.
Cuando retomamos la
marcha algo había cambiado en nuestro interior, la alegría sustituyó al cansancio
, algunos silbaban la melodía del puente sobre el rio Kwai, luego pasaron al
himno de Infantería y a veces, solo a veces, me parecía oir las risas del
Basajaun, el duende de los bosques, que nos acompañaba en nuestra ya dislocada
patrulla.
Al regreso todos de uno
en uno nos abrazamos en silencio o con un
Feliz Navidad, algún tímido “a sus órdenes mi Teniente” e incluso
sonrisas cómplices que disimulaban nuestro cansancio.
Nunca me sentí mas
orgulloso de ser soldado ni de mis hombres a los que jamás dije que nunca volví
a comer sardinas.
Nos relevaron en
febrero, quince días en casa reponiendo los maltrechos y malos equipos ,
nuestros castigados cuerpos y nuestras almas.
Volvimos en Marzo pero
ya las cosas no eran igual…en nuestras esporádicas visitas a los pueblos las
miradas de los lugareños ya no eran las mismas, algún “buenos días”, alguna
sonrisa, pase usted primero…algún dulce en la pasteleria del pueblo, el regalo en Dancharinea de un cachorro de
pastor alemán…todo invitaba a cantar de nuevo aquel villancico fuera de temporada.