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martes, 22 de agosto de 2017

Ámbar, capitulo X :Las botellas no solo contienen vodka....

                                  CAPITULO X
             Las botellas no siempre contienen vodka              
Ruslán me extendió unos papeles antes de despedirnos, me dijo que eran los que había encontrado en la botella. Usted ya los conoce, me dijo, porque dejé fotografiarlos a aquellos que me preguntaron antes por todo esto. Pero he dedicado, comentó,  muchas horas a recomponerlos sin resultados, solo palabras sueltas. Antes de meterlos en la botella quien fuera que los escribiera los tuvo escondidos, quizás en un bolsillo. A ellos nos les di mi transcripción aunque tampoco les hubiera servido pero fue como un gesto de rebeldía, no tenía por qué ayudarles. Espero que usted los saque provecho, yo no he podido.
Nos despedimos con un sincero apretón de manos, no sabíamos, o si, si nos volveríamos a ver. Él se quedó con aire cansado y triste sentado en el umbral en el que nos habíamos separado y Viktor y yo nos metimos en la furgoneta en medio de un silencio perturbador. Me entraron ganas de decirle que volvería a verle, que haríamos una barbacoa, que cantaríamos y nos reiríamos pero como soy bobo no se lo dije.
Hicimos el camino de vuelta callados, ninguno tenía ganas de decir nada, supongo que por motivos diferentes y ni siquiera me di cuenta de los baches aunque creo que mi amigo conducía muy despacio como si no tuviera ningún interés en llegar a ninguna parte o porque no quería desazonarme más o por las dos cosas…
Mis sentimientos eran encontrados, de distinto sentir emocional. Por una parte el conocer de boca de quien había sufrido en sus carnes otra tragedia estaliniana, no ayudaba a mi equilibrio emocional y, por otra, queriendo que la cabeza superara al corazón, me desazonaba más aun el que sabía mucho sobre el ámbar, el tren y el Baikal pero no me servía de nada y diría que ni falta que me hacía, de hecho no era capaz de poner en orden todo lo que había escuchado, ni en tiempo ni en espacio, todo envuelto como estaba en sufrimiento y sangre.
No me cuadraban las fechas de nadie con las de la guerra, ni las de la duración del viaje del tren siquiera, pero no importaba, nada importaba en aquella tragedia, ni creía tuvieran ningún significado porque nadie estaba en condiciones de recordarlas ni entonces ni ahora. Y el ámbar ahora era de color rojo sangre y ya no me gustaba.
Al separarnos no sabíamos que decir, simplemente nos abrazamos y cuando me llevé la mano al bolsillo para pagarle, con un gesto muy ruso de agitar la mano a la altura de la cara y hacia adelante, rechazó el dinero.
Como soy demasiado espontáneo y, como para romper el momento, le dije que le compraba la moto. Viktor esbozó una rara sonrisa, sin ganas, y me contestó que no, que era su juguete pero que me la prestaría cuando la necesitara o quisiera darme una vuelta en ella.
La furgoneta se alejó y aun esperé unos minutos fumando un cigarro antes de entrar. Seguro que Olga nos había oído llegar pero es que no sabía cómo explicarla lo que aquel hombre nos había contado.
En contra de mi manera de ser, pasé varios días sin hacer nada, durmiendo y haciendo el vago incluso en las tareas domésticas en las que solía ayudar. Tenía una empanada mental de tamaño familiar y no era capaz de hacer un resumen de lo que había escuchado ni de ponerlo en un orden cronológico. Dicen que, a veces, cuando uno se sumerge en una Cultura que no es la suya queda tan anonadado que tarda mucho tiempo en asimilar lo que ha visto, lo que ha oído, lo que ha vivido… y que le suele pasar a los viajeros, pero no a los turistas. Parece evidente que yo era viajero, casi nunca hago fotos, mi cámara es mi retina y mi guía mi curiosidad.
A veces tomaba los papeles de la botella y Olga me lo reprochaba con un mohín y ladeando la cabeza, con eso gesto de déjate ya de esas cosas que acaba cuando, un día, te dicen eso de te lo dije…
No dijo eso pero, desayunando comentó:
- Si tienes que irte, vete cuanto antes, no me gusta verte así.
- No es eso, no tengo que ir a ningún lado ni quiero hacerlo, respondí, simplemente estoy desconcertado y, no te enfades pero creo que tu hijo no me ha dicho la verdad porque no me encaja nada y es imposible que empiece una aventura que le resultará cara y de incierto final sin saber más. Ruslán, el hombre al que hemos ido a visitar, ha sido sincero conmigo pero no sabe nada de nada ni lo quiere saber. Me dijo que no quería saber sino olvidar… y no sé si me pasará lo mismo a mí.
- Pues déjalo, tira esos papeles y olvídate de todo esto pero despierta y levántate.
- No es tan fácil, está también Vladimir y no le voy a dejar sólo.
- Ni yo te lo pediría, por ti y por él, contestó, pero si no se puede con una cosa hay que dejarla y olvidarla. Cuéntame lo que sabes, quizás hablar te ayude.
- Puede ser que tengas razón pero no sé ni por dónde empezar. Bueno el principio ya lo conoces pero no tengo la menor idea de por dónde comenzar a buscar, a preguntar, a saber y casi te diría que el ámbar aquí no tiene nada que ver por muy engarzado que estuviera en oro y plata. Me parece que de seguir en esto llegaremos a las cloacas de la parte más sucia de la URSS.
- Inténtalo, cuéntamelo, repitió.
La conté con cierto detalle la historia de Nikolai y la de Ruslán y su amigo sin omitir los detalles más dolorosos y con cara asombrada me pidió que recopilara para ella lo que sabía sobre el tren y el famoso tesoro por saberlo y por si a ella se le ocurriera algo aunque en realidad no sabía qué.
¿Recopilar? Nada… Sabía lo que me había contado Aleksander, poca cosa, lo que me había relatado el checheno y lo que había leído.
Un tesoro de ámbar de gran valor, seis toneladas aproximadamente, montado sobre plata y oro desaparecido sin que nadie supiera cómo de Kaliningrado, antes Konigsberg, robadas en el sitio de Leningrado en donde fueron embarcadas en un tren camino de Alemania. Nadie sabe si lo destruyeron con los bombardeos, si retrocedió como mantenían Aleksander y Vladimir, si lo embarcaron en un buque que luego se hundió como se contaba, o lo hundieron, y ni una sola pista.
El tren debiera de tener, según mis cálculos, demasiados vagones para una locomotora, debería haber maniobrado entre vías férreas bombardeadas y entre combates tremendos con personal nada profesional…tren, que después, hace supuestamente un largo recorrido hasta la Siberia profunda haciendo paradas para cambiar el contenido de unas cajas rotuladas en alemán, presuntamente, y según el relato de Nikolai-Ruslán, por piedras o algo muy pesado, algo que luego se hunde en el fondo del lago junto con los cadáveres de todos los supervivientes que participaron en aquel viaje tremendo a lo largo de Bielorrusia y Rusia, durante muchos días.
 En las cajas rotuladas alguien leyó la palabra amber lo cual no es, no era, motivo suficiente para estar detrás de uno de los mayores misterios de la URSS y la Gran Guerra Patria.
No me atrevía a decir a Olga que su hijo mentía, y no era la primera vez, pero estaba convencido de que había mucho más, muchísimo más. Quizás mentir no es la palabra exacta pero de que algo ocultaba estaba absolutamente seguro a pesar de que bien sabía que no siempre las cosas eran lo que parecían sino todo lo contrario, pero era que ya este personaje no me inspiraba ninguna confianza porque ya me había mentido demasiado.
Sorprendentemente me comprendía como yo no podía suponer porque dijo:
- No tienes por qué creer a mi hijo, forma parte de un tiempo nuevo que no podemos comprender, gente joven que solo quiere ganar y subir y no va a cambiar porque pertenece a la generación de las prisas, del dinero que da las cosas caras y así los crearon en el KOMSOMOL…en Moscú vi todo y de todo y los conozco muy bien. Me gustaría que fuera de otra forma pero la realidad es como es. Ya me gustaría saber, nunca me lo ha dicho, quien le recogió y con quien vivió que quizás explicaría muchas cosas y no lo hará nunca porque no quiere que lo sepa porque cree que no me va  a gustar pero tengo muy claro que le acogieron los mismos que mataron a mi padre.
Vladimir es tu amigo, incluso un hermano ¿Por qué no le llamas? Él nunca te mentirá aunque quizás no sepa nada, estará en Tsinvali con su familia y deberás hacerlo antes de que se vaya a investigar a Bielorrusia.
También déjame los papeles, aprendí cifrados en el mundo subterráneo, cifrados con los que los niños se comunicaban. En cualquier caso tú no sacarás de ellos nada obsesionándote. Y no eres tan listo como te crees, te has aburguesado…
Me quedé pensativo, ella tenía un cierto sentido práctico de todo y lo demostraba continuamente. No pensaba más allá de lo que no entendía y, como en este caso, o buscaba respuestas en quien las tenía o olvidaba el asunto así que, entendiendo que tenía razón una vez más y que no había otra solución, la contesté que mañana le llamaría sin falta y dejé los papeles encima de la mesa de trabajo como me había pedido.
Pasé la noche medio en blanco, con ese sueño que alterna tiempo en el que no se sabe si se está despierto, dormido o soñando. Me daba cierto temor llamar a Vladimir y no sabía el por qué, me decía a mí mismo que no debía preocuparme pero algo, el instinto, me indicaba que no todo iba bien al menos no como debiera.  Y además me jorobaba que Olga pensara que me había aburguesado aunque no sabía muy bien que había querido decir…Alfredo Vigón todo un burgués¡¡¡ manda …narices…!!!
Calculé el cambio de hora para no despertar a nadie y casi a la hora de la comida llamé.
Una voz destemplada, de mujer, contestó con el consabido slushayu.
- Buenos días señora, dije ¿Está Vladimir en casa? Soy su amigo español Alfredo Vigón.
Los gritos debieron de oírse en el centro de la Tierra. “No es usted bien recibido en esta casa, es usted un diablo que se lleva a mi marido sin saber yo a donde. Cuando llega a casa está siempre borracho y no habla…” y otras lindezas, supongo que debieron ser horribles porque recurrió a su lengua materna, o eso creo, para escupir las palabras cada vez más altas en tono más que insultante, amenazador para colgar después sin darme ninguna opción a contestar. Sabía yo que algo no iba bien…
Me quedé mudo ante la mirada inquisidora de Olga que no daba crédito a lo que la expliqué sin encontrar respuesta a lo sucedido. Me hizo un gesto cariñoso y volvió a sus cosas.
La única posibilidad de saber algo más acababa de esfumarse porque llamar a Aleksander estaba descartado de antemano y lo peor era que se echaba el invierno encima y, como en todas partes allí, hasta febrero nadie le daba un palo al agua y no precisamente por vagancia sino por la imposibilidad material de salir a la calle. Los italianos tienen el Ferro Agosto, los rusos el Ferro Invierno y ¿los españoles? ¿Que teníamos los españoles?
Desconcertado, indeciso, me preguntaba si alguno de los dos interfectos, tendría la intención de llamarme y comí en silencio con la mirada vacía, vacía como mi cabeza.
Es muy duro hacerse mayor. Siempre pensé en lo bonito que sería envejecer con dignidad pero resultaba que yo, un hombre joven, muy joven todavía, no encontraba ni soluciones ni salidas a situaciones que no ha mucho formaban parte de mi vida cotidiana como si de beber un vaso de agua se tratara. Pero filosofar ya no me servía de nada. El caos reinaba en mi cabeza, ese gran caos ruso que conduce a un pequeño orden pero ¿Cuándo?
Me preparé para hibernar como los osos aunque no tenía ningún gran plan establecido pero si me propuse pedirle la moto a Viktor e ir a visitar a Ruslán antes de que cayeran las nieves para lo que, previamente, le compraría tres o cuatro libros de Historia.
Dicho y hecho me presenté sin previo aviso, no tenía como hacerlo, vestido de “La hormiga atómica” sobre la moto antediluviana…Sonrió al verme francamente, sabía perfectamente que la visita era pura y dura amistad.
Le di los libros, una “Historia ilustrada de la Revolución francesa”, “La España de Carlos III”, lo único que encontré en la Casa del Libro sobre nuestro país, y una novela de Le Carré que se desarrollaba en Rusia y él correspondió con una antiquísima edición de “Diez días que estremecieron al mundo” del periodista americano John Reed sobre la Revolución bolchevique y que tomó partido revolucionario haciéndose así famoso aunque no sabía si gracias al libro porque, por supuesto, no le había leído.
Reímos, charlamos, paseamos por la ribera disfrutando de los maravillosos ocres del arbolado, del silencio y del cantar de las aves…y andando, andando, andando llegamos a un diminuto camposanto en donde, con signo respeto, se quitó su ushanka y me guió a su parte lateral derecha.
No hizo falta que me dijera nada…una tumba en tierra con una cruz ortodoxa, un nombre, Vladimir Vladimirovich Gopieev y una fecha, 23 de agosto de 1946 y al lado otra con el nombre de Lena Vladimirovna Gopieeva y la fecha de su muerte: 4 de mayo de 1961.
Estuvimos allí unos diez minutos sin decir nada, quizás rezamos, al menos yo a mi manera lo hice, y antes de que se hiciera muy tarde para que yo volviera, retornamos a su casa casi en silencio.
La visita no me dejó indiferente porque creía que debía hacerla y estaba convencido de que a Ruslán le hizo bien hablar de cualquier cosa que le trajera amables recuerdos, de Historia por ejemplo, y olvidar lo malo para recordar lo menos malo, buena aunque difícil manera de sobrevivir mentalmente. En todo caso estaba contento porque hice lo que debía, lo que le debía.
Llegó la primera nevada, suave pero densa y suficiente para tener que encender la chimenea. No es que el invierno no me guste, todo lo contrario, sino que me pilla siempre por sorpresa, como sin avisar, y en realidad en esta parte del mundo siempre viene así produciendo un paisaje impresionante y un silencio que se escucha en la noche aunque solo por los soñadores.
También me ponía nostálgico y me daba por silbar y tararear entre dientes aquel tango de Carlos Gardel que decía algo así como “…las nieves del tiempo platearon mi sien…” pero no desde siempre, solo desde que me di cuenta de que algún pelo blanco asomaba en mi cabeza y parecía reírse de mí porque se retorcía como en una carcajada y daba, me daba, la impresión de que cuantos más me quitaba más me salían en una especie de summum del cachondeo.
Después venían unos días muy fríos pero sin precipitaciones, quizás algo de lluvia de esa que en algunas partes se llama calabobos, porque a lo bobo, a lo bobo, te van calando…
En mis reflexiones posaba la vista sobre aquellos papeles sin posible interpretación pero, siguiendo el consejo de Olga, los dejaba tal cual, los movía un poco y seguían sin encajar de ninguna manera.
Contenía palabras sueltas descifradas por Ruslán, tren, soldados, Omsk o Tomsk, Valodia, joyas, cajas, disparos…palabras sueltas que nada decían en número aproximado de cien…las cotejaba con el original y bastante había hecho el checheno poniendo a limpio aquel galimatías. Las palabras las había cambiado mil veces de posición, como si formaran un crucigrama o un autodefinido pero que si quieres arroz Catalina. Y lo más intrigante era la hoja que tenía claros dobleces con palabras también sueltas sin ningún sentido.
Días después, cuando ya nevaba con intensidad y no me hacía ninguna gracia ponerme las raquetas para ir a la ciudad, encontré un barco de papel, de esos que se hacían en el cole cuando nos enseñaban la papiroflexia y en una de sus caras se leía perfectamente entre la vela y el casco una frase y una dirección: “Por favor quien lo encuentre que avise a la familia Jasbulatov en la ulitsa Gerzen nº 7-1-4 A de Taskhent, soy su hijo Memet”
Me quedé tan impactado que ni siquiera pregunté a Olga como lo había hecho porque, evidentemente, había sido ella que me encontró desmadejado en la butaca con el barquito entre las manos.
- Te dije que no te obsesionaras, habló, y que ya se nos ocurriría algo si lo dejábamos tranquilo. Ahí lo tienes, esas palabras sueltas formaban una frase al ser dobladas adecuadamente. Los papeles hechos bolas ya estaban muy mal antes de meterlos en la botella y supongo que estaban escritos con algún palito cortado de una rama y manchados de cenizas del fuego. No podían durar. En cuanto al barquito…escondía dos tipos de dobleces, los del barco y otros hechos en forma de abanico seguramente para poderlos meter por el cuello de la botella, y estaban escritos mejor, probablemente con carbón, solo había que doblarlos adecuadamente.
Si, ya sé que no era lo que pensabas encontrar y que ahora no sabes qué hacer con esta noticia. El chico, el que fuera, supongo que era joven, estará en el fondo del lago, quizás su familia ya no viva en esta dirección y menuda papeleta ir a contarles lo que ni siquiera sabes por más que lo creas. Sé que en cuanto puedas harás gestiones e intentarás verles si los encuentras pero no será ni hoy ni mañana y en la primavera te espera mucho trabajo.
¿Ves cómo las botellas a veces no contienen vodka?, acabó mirándome con esa insolencia infantil que empleaba antes de decirme aquello de que los extranjeros éramos…solo la faltó añadir que no sabíamos ni descorchar… y tenía razón porque a mí lo del descorche siempre se me dio muy mal.

Me sorprendía cada día y además lo hacía con tal naturalidad que mostraba una inteligencia extraordinaria a lo que unía todo, bueno y malo, lo que la había enseñado su dura vida. Y más sorprendente era que solo recordara lo bueno sin lloriquear por ello, sin mostrar sus miedos y en cambio, enseñando una delicadeza que nadie podría espera si conociera su vida. Y encima me tomaba el pelo…

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