El caballo de madera
Los niños son niños en todas partes o sea niños, y nuestro protagonista era un niño más de una época en que no había de casi nada en una España de postguerra y en una Europa en guerra que no permitía, por esta y otras razones, albergar esperanza alguna de ayuda exterior, y como todos ellos en todas partes, y quizás en todas las épocas, era feliz con una caja de cartón con una cuerda o jugando a la pelota con otros niños del barrio con una portería hecha con dos piedras que entonces eran fáciles de encontrar en la calle, lugar en donde entonces se jugaba sin mayores problemas salvo que viniera el guardia de la porra de turno, que entonces había que correr, y usando de instrumento un balón de trapos mas difíciles de encontrar que las piedras porque no estaban los tiempos para tirar nada y de esto sabia mucho nuestro protagonista porque usaba los pantalones mas que remendados de su hermano, tres años mayor, que su madre había cosido pacientemente quemándose la vista hasta las tantas de la madrugada que a otras horas su jornada laboral con cuatro hijos era intensa y parecía no acabar nunca y era imposible coser y lo hacia, como queda dicho, cuando la prole ya descansaba bien dormidita.
Aquellas mujeres de raza creo que encontraban el descanso en el silencio aunque fuera zurciendo porque no se si he dicho que nuestro amigo además de llamarse Chafi no callaba ni debajo del agua, del agua del Cantábrico que bañaba su Santander natal y nada lejos de la calle en la que vivía, llamada del Progreso, lo cual auguraba para el un futuro que no se si llegó a cumplirse pero que aun estaba muy lejos a sus cinco años y que tan poco parecía nada descabellado que fuera mejor que su presente salvo porque este niño alegre, listo y travieso, muy travieso, era feliz intuitivamente por el sencillo procedimiento de no pedir mas de lo que la vida le podía dar y no digamos a su familia que si de algo le llenó fue de amor.
Y así pasaban los días para Chafi, nada tristes, entre trastada y trastada, subiendo y bajando las escaleras de los tres pisos con cualquier pretexto para salir a jugar en cuanto veía algún compinche en la calle, a hacer los recados a los que se prestaba voluntario o a acercarse a la taberna en donde los parroquianos le invitaban a aceitunas y el aprendía palabrotas que luego soltaba en casa y debía de tener verdaderas ansias de aprender de todo porque esto le costaba siempre algún azote, nada doloroso por cierto, y sin embargo cada taco nuevo lo repetía con su lengua de trapo sin importarle que su madre, entre cazuelas, le soltara la mano quizás porque sabia que no podía calentarle mas de lo justo porque lo que no podía soltar era la sartén. Todavía no conocía el propósito de enmienda.
Otra muy interesante ocupación suya era la de entrar a robar manzanas a la huerta del convento vecino, deporte de riesgo que consistía en escalar una verja metálica con agudas agujas en su parte superior, correr mas que los curas, coger las manzanas y escapar sin que le vieran la cara para que no se lo chivatearan a sus padres y contra mas convencido estaba de que no le habían reconocido mas azotes recibía en casa y no tardó en descubrir que la causa era que siempre llevaba la misma ropa.
La última vez que lo hizo, mejor lo intentó, los azotes se redoblaron porque quedó trabado de la culera del pantalón en la verja puntiaguda y hubo que bajarle y zurcir una vez más el único pantalón que afortunadamente hizo de armadura poco resistente que sin embargo evitó una grave herida. Seguro que lo que más le dolió fue el pitorreo que se corrieron sus amiguetes y la pérdida de la jefatura de la pandilla que tardaría bastante en recuperar.
Un día, llevado de su innata curiosidad e inventando no se que causa, salió a investigar al puerto cercano y tuvo mala suerte. Se cayó al agua, lo rescataron unos pescadores de caña y para colmo le atropelló una bicicleta, o al revés, y llegó a casa tarde, calado de agua sucia y lleno de grasa y rasponazos. Los padres preocupados por su extraña ausencia, ropa de repuesto no había y las heridas eran casi lo de menos porque le dolía mas no encontrar una excusa convincente, de hecho no encontraba excusa, y para colmo la madre ya no sujetaba la sartén lo que habitualmente la mantenía las manos ocupadas y estaba cabreada lo cual era un peligro real y mas duro que la caída al agua y ni que decir tiene que la cara de preocupación de sus hermanos no auguraba nada bueno y ayudaba mas bien poco, bueno menos la de la menor de la casa que tenia ojos de bruja como todas las hermanas pequeñas y seguro que pensaba “...te han pillado esta vez y vas a pagar por todas…”.
Quizás papá echara una mano porque en el fondo tenia la misma mirada de pícaro que el chaval y siempre dudaba entre poner freno a las andanzas de su segundo hijo o reírse a carcajadas por poco conveniente que fuera así que se solía quitar de en medio y dejaba estas cosas menudas a la madre alegando lo que los padres de la época alegaban siempre, que eran cosas domesticas y que el ya tenia bastante con su trabajo, pero esta vez también hizo lo de siempre a pesar de las miradas de auxilio que Chafi le mandaba.
Para que contar lo que pasó, castigado sin salir más, ir a la escuela acompañado de su hermano, el postre…bueno el postre no se lo quitaron porque en aquella casa nunca hubo. Lo peor quizá fuera que nunca le quitaron desde entonces el ojo de encima y si alguna vez lo hacían solía recibir dos sopapos porque seguro que algo había hecho o lo iba a hacer.
La gota que colmó muchos vasos fue un día que su hermano cometió una trastada, hecho insólito en semejante niño, y nadie creyó que hubiera sido el por lo que Chafi recibió su dosis correspondiente pero aquel día decidió quejarse, no era justo todo aquello así que lloró, mas bien fingió llorar que no era niño de llorar, pero pensó que esta era la única forma de protesta que le quedaba y aun con poca convicción lo hizo ante la rechifla de su hermano algo jesuitón y que ni por lo mas remoto pensó que la respuesta del pequeño seria darle otro par de bofetones bien merecidos. Su hermano, mas bien acusica, lloró desesperadamente para llamar la atención de mamá y con la esperanza de que nuestro protagonista recibiera otra ración de calor pero claro para cuando llegó la madre ya había salido corriendo escaleras abajo a esperar a su padre que algo haría para poner paz. Chafi nunca seria un chivato pero no estaba dispuesto a aguantar más que lo suyo que ya era bastante.
La familia tenia un amigo carpintero de nombre Paco que tenia su taller una calle mas abajo con el que sin duda comentaron las andanzas de este hijo que les volvía locos y un buen día Chafi recibió una propuesta irrechazable: Paco le haría un caballo de madera si en un periodo de tiempo razonable no volvía a decir tacos, ni a liar ninguna ni a sacar de quicio a la maestra que aunque reconocía que era el mejor alumno ya no sabía que hacer para que estuviera quieto y no alborotara la clase.
Nuestro amigo se propuso no perder aquel caballo de ninguna de las maneras y pensó muy seriamente en ser muy bueno aunque no sabia como porque en realidad el ya lo era, simplemente no le entendían porque el no veía nada malo en lo que hacia, pero teniendo en cuenta que los mayores son muy raros, y su hermano también, se dijo que haría lo que le dijeran aunque no supiera por qué aquello era mejor que lo que a el se le ocurría que además solía ser genial.
No pasaron muchos días y ya andaba preguntándose cuanto se tardaría en hacer un caballo así que ni corto ni perezoso se fue al taller de Paco a averiguar este extremo que ya tenia ciertas urgencias porque lo de ser bueno era muy aburrido y al menos el caballo le compensaría y tuvo una respuesta convincente: el caballo ya estaba hecho pero el problema era que tenía que crecerle la cola y eso era mas lento así que se fue para casa dispuesto a seguir siendo bueno aunque aburrido no sin antes pasar por un almacén de carreteros que había detrás de su casa y en donde algunos caballos también eran buenos porque parecían aburrirse comiendo algarrobas de un saquito que les colgaba del cuello y en el que, sin ningún miedo, metió la mano dispuesto a hacer acopio de este manjar caballar por si los de madera también comían de aquello que tener un caballo no era cualquier cosa y había que estar preparado.
Algo no le encajaba porque en su visita a la carpintería no vio ni por asomo nada parecido a un equino salvo algún gato que solo tenia en común con lo que buscaba lo de las cuatro patas así que empezó a maquinar como adentrarse en el local sin ser visto y fisgar a placer hasta dar con su apetecible regalo aunque fuera sin cola y la solución estaba clara, entrar por la pequeña gatera después de que Paco se fuera a casa a eso de media tarde, media tarde que no estaba claro cuanto de media tenia porque en su casa solo papá tenia reloj, un reloj traído de África cuando hizo la “mili” que, por cierto, no sabia lo que era.
Dicho y hecho. Solo había que espiar al carpintero y esperar sin ser visto a que se fuera.
Entrar fue fácil, explorar aquello debió ser como cuando los héroes de los tebeos iban a tierras lejanas pero tras mucho buscar no apareció ni rastro del caballo, se hizo de noche y desalentado se dispuso a salir pero solo se dispuso porque nadie sabe como entró pero lo de salir…..Se quedó trabado de cintura para abajo, pataleó, tiró para dentro y para afuera y nada. Los nervios se apoderaron de el y se hizo noche oscura. Empezó a gritar asustado y al cabo de no se cuanto tiempo pasó un vecino que consiguió sacarle hecho unos zorros.
El hecho no seria necesario publicarlo en la hoja parroquial porque la entrada en su portal con todos los vecinos movilizados para encontrarle y los gritos de la madre al verle no lo harían necesario.
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Chafi grande en la Plaza Roja |
Lleno de arañazos, los pantalones rotos otra vez que ya no quedaba ni tela por donde zurcir, polvo, virutas y serrín por todo el cuerpo….y lo peor de todo que no había caballo ni cola ni nada. Ya no le dolían los azotes, le dolía la primera decepción de su vida.
Chafi era un niño como son todos los niños en todas partes y en todas las épocas y si no fueran así poca esperanza le quedaría a la Humanidad.