EL RELEVO:
O aceptamos el sistema democrático y el electoral, susceptibles ambos de muchísimas mejoras (por ejemplo la implantación de la segunda vuelta) o nos llevamos un berrinche terrible cuando los resultados se alejan mucho de nuestras apetencias.
La gente no es tonta, la gente no es bruta, la gente no se equivoca. Nadie trata de hundir su futuro personal y el de los otros. Los resultados de ayer son tan legítimos como los de las elecciones anteriores y los de las que estén por venir. Cada uno es dueño de su infinitesimal parcelita de soberanía. Por ahora el voto es la única forma de participación y de potencia transformadora que se nos concede. No es gran cosa, pero algo es.
Luego pueden venir los grandes desencantos individuales y colectivos. Inevitables cuando se generan unas expectativas a todas luces imposibles de satisfacer. Esos desencantos vienen, por la vía lógica, en cuanto observamos que los gobernantes de cualquier administración pública son ineficaces, mentirosos, corruptos y más atentos a la consecución de no confesados objetivos de medro personal que a atender las responsabilidades que les han sido encomendadas en función de su éxito electoral. Ese es un desengaño razonado, exigente y propio de mentalidades políticamente adultas.
Hay otro tipo de desengaño, bastante más evitable, con la experiencia, con los años, pero al que parecen estar fatalmente condenados muchos jovenes o quienes, no siéndolo ya, conservan lo que no sé si considerar como el don o la maldición de la ingenuidad política.
Yo puedo esperar muchas cosas de los políticos, desde sus distintas responsabilidades administrativas. Que sean eficaces, que no roben, que no interfieran en ninguna parcela de nuestro libre albedrío, que sean trabajadores y bienintencionados, que traten de sintonizar con la gente, que no mientan y apliquen, punto por punto, el programa electoral con el que han accedido al poder, en lugar de hacer exactamente lo contrario. Que no estrangulen fiscalmente ni al ciudadano ni a los sectores productivos y generadores de empleo. Que no sean prepotentes, que no pretendan invadirlo todo. Con ese espíritu nos ahorrarían los políticos, a todos, muchísimos disgustos. Y empezaríamos a notar pronto inmensas mejoras, en todos los terrenos.
Pero lo que no puedo esperar de los políticos, y nadie debería esperar, es que nos traigan, de hoy para mañana, cosas como la cultura, la felicidad y un bienestar laboral incluso por encima de nuestra cualificación y de nuestras capacidades. Delegar nuestras responsabilidades y nuestra lucha individual en lo que puedan tener bien concedernos desde esa munificente esfera política, es el camino más corto hacia un bofetón de realidad. Seguro y muy doloroso.
Sería buena cosa asumir que, en principio, las competencias de las administraciones implicadas en la consulta de ayer, autonómicas y municipales, son nobles, pero prosaicas. En general. Quiero decir, personalmente voy a seguir siendo igual de ignorante o de culto con los administradores anteriores y los que estén por venir. Cualquier mejora o empeoramiento en ese terreno vendrá de mi esfuerzo o de mi abandono, no de los desvelos del señor alcalde. A quien, normalmente, no tendré oportunidad de tratar. Igualmente conviene descartar que el influjo benéfico de una nueva corriente política nos haga más lúcidos y afortunados en la manera de encarar nuestras relaciones afectivas o familiares. Encarrilar todo lo descarrilado está también en nuetra voluntad, o falta de ella, no en las medidas que, al respecto, pueda tomar nuestro nuevo presidente autonómico.
Son casi conmovedoras muchas expresiones de ilusionada confianza en los cambios de caras y de siglas. Perfecto si nuestra exigencia (exigencia y no expectativas ilusas) es la de un riguroso cambio de hábitos y estilo. No porque los nuevos tengan otro color, sino porque, tengan el color que tengan, es insoportable la perpetuación del viejo estilo. Ese al que nos tienen acostumbrados los dos partidos que llevan más de treinta años alternándose en el poder. Pero, cuidado, si lo que estás esperando es algo que vaya mucho más lejos y de modo infundado. Un cambio de estilo y de ética ya sería, en sí mismo, algo tan satisfactorio, tan revolucionario como para abrir una nueva era. Sin subvertir el sistema. Siento ser escéptico: serán los años. La observación de las trazas y el espíritu de los políticos emergentes no me llenan ni de ilusión ni de expectativas. Esto tiene la ventaja de que, temiendo más de lo mismo, las sorpresas, de haberlas, serían gratas.
Consideren, los ilusionados, que no creo (aunque cualquiera sabe) que el influjo de Carmena o Colau les lleve a decidirse, por fin, a hacerse con el "Ulises" de Joyce, para leerlo y disfrutarlo, en perjuicio de la dieta de zafones, revertes y tweets a la que pudieran estar más acostumbrados. Igualmente, si lo que te hace pasar muy buenos ratos son las películas de Torrente, parece dudoso que, sólo por sentirte mejor representado en las instituciones, vayas a ser capaz, desde ya, de asombrar a tus conocidos con eruditas disertaciones sobre el cine de Béla Tarr. Tampoco cabe confiar mucho en que un cambio político cambie por perfecta armonía el desapego y aburrimiento en una relación de pareja. Y, por encima de todo, puede cualquiera ir descartando que ese mismo cambio vaya a mejorar, ni un milímetro, las perspectivas de acceder a un empleo fijo, bien remunerado y satisfactorio en todos los aspectos. De los políticos, amiguetes, hay que esperar simplemente que no te joroben. Con sus restricciones, con su mala administración, con su avaricia, con su bajeza. Lo de las soluciones y mejoras en nuestra realidad personal son cosas que dependerán antes del empeño que pongamos, de nuestra habilidad y hasta del bendito-maldito azar. No del ayuntamiento.
Personas como las beneficiadas ayer por nuestros votos tendrán que ocuparse de otras cosas. Contratas de basuras, cuestiones de agua y alumbrado, obra pública y pavimentación, seguridad, cementerios, metro y autobús, medio ambiente, abastos, turismo, salubridad pública... Si abordan esos desempeños con rigor y honradez, será suficiente para que muchos nos demos por satisfechos. No habrá lugar para desencantos. Pero, ¡ay!, si lo que estamos esperando de los políticos es que, por influjo mágico, nos pongan la cara de George Clooney, el cerebro de Stephen Hawking, las piernas de Cristiano Ronaldo, la cuenta corriente de Amancio Ortega, en lugar de los nuestros de costumbre, con la consiguiente transformación de todas nuestras expectativas de vida, cuando, a la vuelta de unos meses, muchos comprueben que tales milagros no se obran y que siguen siendo los mismos, y que su entorno no ha cambiado para nada, que no culpen de ese anquilosamiento a los nuevos gestores.